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Desigualdad económica, el veneno de Robert Lucas

Por Juan Gabriel Rodríguez (Universidad Complutense de Madrid)

En su artículo de 2003 para el informe anual del Banco de la Reserva Federal de Minneapolis, el premio Nobel de economía Robert Lucas expresaba “De las tendencias que van en detrimento de una economía sólida, la más seductora, y en mi opinión la más venenosa, es centrarse en cuestiones de distribución” (ver Lucas, 2004). No pretendo en estas breves líneas comentar esta afirmación normativa como se merece, pero si decir al menos que las cuestiones distributivas no son venenosas si no complejas, lo que requiere un esfuerzo de comprensión y mucho trabajo de estimación. Prueba de la dificultad de este tema, es la charla “Crecimiento de la desigualdad” que tuve el placer de compartir recientemente en la sede de la Fundación Ramón Areces con la profesora del Imperial College London, Clara Martínez Toledano, y con el profesor de la Universidad Pompeu Fabra, José García Montalvo, quien además moderó la sesión. En lo que sigue, trataré de resumir lo principal que allí se dijo (que me perdonen mis dos contertulios por la libre interpretación de sus palabras) con el fin de entender un tema complejo y con tantas aristas.

¿Cómo ha sido la evolución más reciente de la desigualdad económica en el mundo? La caída drástica en la desigualdad de la renta y la riqueza observada a lo largo del último siglo hasta 1980, ha venido seguida de un aumento generalizado de ésta en todo el mundo, incluidos países como China, Oriente Medio, Rusia e India. Aumento que se ha exacerbado con la Gran Recesión y la crisis provocada por la Covid-19. No obstante, dentro de los países más desarrollados este avance no ha sido homogéneo. Así, por ejemplo, la desigualdad de la renta disponible ha aumentado claramente en países como los Estados Unidos, el Reino Unido y Dinamarca, mientras que en Francia y España apenas ha cambiado si comparamos el periodo inicial con el final (Figura 1). En clave nacional, es aún más llamativo el hecho de que la desigualdad haya aumentado de manera significativa durante el periodo 2002 a 2013. Parece que mucho antes de que se iniciará la Gran Recesión, la desigualdad ya estaba aumentando: el índice de Gini aumentó 1,9 puntos de 2002 a 2007, mientras que este indicador aumentó 1,3 puntos de 2007 a 2019. Desde el punto de vista de la desigualdad, parece que tan dañina como la Gran Recesión fue la burbuja inmobiliaria, si no más (ver Cabrera et al., 2021).

Figura 1. Desigualdad de la renta disponible en algunos países desarrollados (1980-2020, índice de Gini). Base de datos: Standarized Income Inequality Database (SWIID), versión 9.2.

La narrativa sobre la desigualdad económica, entre la realidad y la ficción. Demasiado a menudo se constata una traslación sin matices de las tendencias observadas en los Estados Unidos sobre otras realidades como la de la economía española. De la misma forma, se ofrece por parte de los medios de comunicación una sobre interpretación de los resultados: si la desigualdad económica aumenta, aunque sea ligeramente, esta se resalta claramente, y solo se apela a la prudencia cuando la tendencia se vuelve a la baja. Y es que, tal y como explica Steven Pinker en su libro “En defensa de la ilustración”, son las malas noticias las que se venden mejor. Es más, a veces pareciera que cuanto peor mejor. Sabemos que España ocupa un nivel intermedio en cuanto a desigualdad de las rentas en Europa, pero pocas veces se menciona que economías como los países nórdicos tienen índices de desigualdad de riqueza mucho más altos que el de España (el índice de Gini de la riqueza en España está entorno a 0,54, mientras que el de Suecia, Noruega y Finlandia está alrededor del 0,73). No se trata de despreciar el problema de la desigualdad económica, si no de evitar exagerar o sesgar el debate para que éste sea más creíble (tómese como ejemplo a este respecto el debate sobre el cambio climático). Existe un problema de desigualdad, aunque no es el único problema de la economía española.

Desempleo y desigualdad, ¿son acaso una reiteración? A tenor del comportamiento tan cíclico de la desigualdad, podríamos coincidir con Thomas Piketty (y otros muchos antes) y decir que la causa primordial de la desigualdad de rentas en España es el desempleo. Incluso la OCDE ha puesto una cifra a esta relación: hasta un 80% de la desigualdad económica vendría explicada por el desempleo. A pesar de ello, decir esto, no es decir mucho. ¿A qué se debe el desempleo observado en España? Muchos apuntan a las instituciones del mercado de trabajo (ver aquí, aquí, y aquí) y a la calidad de la educación en España (ver aquí y aquí), pero acaso ¿no importan otros factores tales como la globalización y el cambio tecnológico? Por ejemplo, el proceso de automatización que está sufriendo nuestro país está dando lugar a una significativa polarización del trabajo (ver Rodríguez y Sebastian, 2022), lo que además de generar la desaparición de numerosos puestos de trabajo situados en el tramo salarial medio, puede estar dando lugar a una mayor desigualdad. Pero en este caso, el desempleo sería un canal, no la raíz del problema. Por otro lado, existen otras fuerzas que, aún no siendo tan importantes, cada vez lo son más, como es el caso de las rentas de capital, las cuales llevan incrementándose de manera significativa desde 2008.

Medidas contra la desigualdad de la renta. El problema de la desigualdad de rentas en España reside fundamentalmente en la desigualdad de las rentas de mercado, en tanto en cuanto, el sistema fiscal, a pesar de sus numerosas limitaciones e ineficiencias, consigue reducir de manera sustancial la desigualdad tras los impuestos y beneficios fiscales (utilizando datos del SWIID, el coeficiente de Gini en España pasó de 0,494 a 0,326 en 2019) (para un análisis detallado ver Calonge y Manresa, 2019). Es por ello, que dos posibles líneas de acción aparecen de manera clara en el horizonte. En primer lugar, la educación (ver aquí, aquí, y aquí). Solo una mejora sustancial de la calidad de la educación a todos los niveles podrá permitir mejorar a los más desfavorecidos y, por tanto, reducir la desigualdad. Además de reducir las elevadas tasas de abandono prematuro del sistema educativo, las cuales lastran considerablemente las oportunidades de inserción laboral posterior (ver aquí), el sistema educativo público en España debe ofrecer una formación que permita competir en un mercado laboral cada vez más globalizado a los estudiantes de hoy. A quien más perjudica la falta de calidad de nuestro sistema educativo, es a los estudiantes con recursos limitados, los cuales no pueden suplir esas deficiencias a posteriori. Esto es, una mala educación es una fuente de desigualdad, cuando no de pobreza, que los gobiernos deberían tomarse muy en serio, siendo una desgracia para todos que aún hoy no contemos con un pacto nacional sobre este tema. En segundo lugar, el mercado de trabajo. Numerosas han sido las propuestas realizadas por los expertos para mejorar el funcionamiento del mercado laboral español, cayendo la mayoría de ellas, de una u otra manera, en saco roto (o, mejor dicho, en el cajón de alguna mesa del ministerio de turno). Resulta muy difícil creer que se lucha contra la desigualdad, en un país en el que la tasa de desempleo es una de las más altas del mundo desarrollado (una tasa de desempleo baja no es una condición suficiente para tener una baja desigualdad, que se lo digan a los Estados Unidos, pero si una condición necesaria). A estas dos líneas de acción podríamos añadir quizás el cambio de nuestro modelo productivo. El actual es incapaz de absorber a muchos de los titulados que salen del sistema educativo, y se tiene una dependencia excesiva del ladrillo y del turismo. Quizás fuera bueno intentar explotar nuestra ventaja comparativa en sectores de mayor valor añadido, por citar algunos, las energías renovables y la agricultura ecológica. Por último, siguiendo la sugerencia de la OCDE, podríamos intentar mejorar la eficiencia y eficacia de las transferencias públicas. En demasiadas ocasiones las transferencias públicas acaban siendo acaparadas por los grupos menos necesitados (por ejemplo, las subvenciones en forma de matrícula minorada en la educación superior).

Oportunidades y meritocracia. La desigualdad total se puede descomponer básicamente en tres tipos: la desigualdad debida a las diferentes circunstancias con las que nacemos (desigualdad de oportunidades); la desigualdad debida al distinto esfuerzo que realizamos (desigualdad de esfuerzo); y la desigualdad generada por la suerte. Si somos de izquierdas, tendremos tendencia a pensar que la mayor parte de la desigualdad se debe a la suerte y a las circunstancias. Si somos de derechas, tenderemos a pensar que casi todo se debe a nuestro esfuerzo. Pero, independientemente de nuestra ideología, ambas son importantes, aunque la relación entre cuna, esfuerzo y suerte sea muy escurridiza. ¿Hay alguien que de verdad piense que todos nacemos bajo las mismas circunstancias y que su papel es irrelevante? ¿Hay alguien que de verdad piense que el esfuerzo es inútil y que por más que nos esforcemos, no mejoraremos nuestra condición? En el contexto del debate abierto sobre la meritocracia por Michael Sandel (‘La tiranía del mérito’), hay que recalcar que la voluntad de igualar oportunidades no puede estar reñida con el fomento del esfuerzo. Lo contrario sería igualar por abajo, no por arriba.