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De lo pequeño, lo grande y lo invisible

Por José E. Boscá y Javier Ferri

Fuente: Lionel Page en Twitter

Suele sorprendernos el desconocimiento entre la población de los distintos campos y labores del economista, desconocimiento sin duda alimentado por las múltiples tareas que suele acarrear nuestra profesión, o la enorme dimensión de conceptos como decisiones y alternativas. Menos sorprendente es que la gente pueda verse desbordada por la gran variedad de matices que en ocasiones salpican las discusiones entre economistas. Sin embargo, siendo sin duda importantes los matices, también lo son las bases sobre las que se van construyendo los distintos discursos. Y es que las personas no familiarizadas con la economía pueden verse fácilmente manipuladas por mensajes fabricados sobre los cimientos de su dificultad para valorar, incluso aproximadamente, el tamaño del problema. En este post nos vamos a centrar en tres aspectos relacionados con estas dificultades de valoración: (a) de lo pequeño; (b) de lo grande; y (c) de lo invisible. A efectos ilustrativos, vamos a emplear tres ejemplos con cálculos muy sencillos. Somos conscientes de la amplia gama de matices que se pueden desplegar en cada uno de ellos, aunque nuestra pretensión es ofrecer una primera aproximación para centrar la dimensión de lo que se plantea. Al hilo de dichos ejemplos, no eludiremos tampoco algunas reflexiones que vienen al caso.

A) De lo pequeño

Recientemente la Audiencia Nacional, desestimando la demanda de CC.OO, ha avalado que las empresas puedan descontar del sueldo de los trabajadores las pausas para tomar café o fumar, siempre que éstas no estén ya recogidas en los acuerdos entre las empresas con sus empleados. Pensamos que se trata de un buen ejemplo para mostrar que, lo que puede ser pequeño a nivel individual, puede dejar de serlo a un nivel más agregado.

Tomemos como punto de partida las características de una conocida empresa valenciana de supermercados, con más de 85.000 empleados en toda España, y en la que el salario base ronda los 1.300 euros mensuales. Supongamos que cada trabajador decide tomarse 10 minutos extra de pausa diaria. Si multiplicamos los diez minutos por el total de empleados, y dividimos por los minutos que tiene una jornada laboral de 8 horas diarias, obtenemos que los diez minutos de pausa por trabajador equivalen al absentismo de 1.771 trabajadores diarios. Suponiendo que un trabajador medio tiene un coste de 21.000 euros anuales (1.500 euros, incluyendo cotizaciones, por 14 pagas), podemos cuantificar el coste anual para la empresa en algo más de 37 millones de euros. ¿Son 37 millones mucho o poco? Una forma de valorar esta cifra es poniéndola en relación con los beneficios anuales. La empresa de nuestro ejemplo, que es más rentable que la media, declaró unos beneficios de 590 millones en 2018, por lo que el coste de la pausa de 10 minutos equivale a una reducción del 5,9 por cien de los beneficios que la empresa podría haber obtenido.

Puede que el trabajador piense que un parón de diez minutos más o menos al día es una nimiedad. ¿Es tan pequeño lo aparentemente pequeño? Apliquémosle la reducción del 5,9 por cien a nuestro trabajador, con su sueldo de 1.300 euros mensuales. Redondeando, obtenemos una cifra de 1.000 euros anuales. Supongamos que tiene contratado una empleado doméstico. ¿Le parecería mucho o poco pagarle un sueldo extra de 1.000 euros al empleado del hogar en concepto de pausas de café?

La pregunta anterior contiene una métrica para valorar la relevancia del problema inicial. Por supuesto hay muchos matices y múltiples métricas, pero el ejemplo muestra que lo muy pequeño en el plano individual puede ser significativo cuando se va sumando. De hecho, detrás de grandes problemas bien conocidos, como la pobre evolución de la productividad en España, pueden esconderse muchos pequeños problemas sumados. Uno de ellos, tendría que ver con la utilización del tiempo durante el trabajo. Pero no sería justo dirigir la responsabilidad sólo hacia las pausas para café, cigarro y esmorzaret. La gestión del tiempo relacionado con reuniones mal planificadas, cuando no irrelevantes, y de las que las empresas o la administración están bien servidas, podría tener un impacto igualmente importante.

B) De lo grande

Un segundo potencial problema de valoración tiene que ver con enmarcar lo grande dentro de lo grande, dificultad que suelen aprovechar las redes sociales y los movimientos populistas tanto para lanzar proclamas alarmistas, prometer soluciones milagrosas, o esconder problemas mayores. Para ejemplificar este punto vamos a utilizar una propuesta de Vox de eliminar aproximadamente 82.000 cargos políticos. Seamos espléndidos y supongamos que el coste medio asociado a cada uno de esos cargos es de 80.000 euros anuales, lo que nos ofrece un ahorro de 6.500 millones de euros anuales. Olvidémonos de la gran gama de matices con los que podríamos discutir la propuesta y vayamos directamente a lo que nos interesa. 6.500 millones de euros es una cifra realmente elevada. Pero ¿cómo de grande es cuando la comparamos con otras cifras también grandes? El déficit público de España en 2018 fue de 30.000 millones, lo que significa que el brutal tijeretazo a gran parte de la Administración Pública española propuesto por Vox representaría aproximadamente un quinto de la brecha anual entre ingresos y gastos públicos. Esta comparación nos proporciona a su vez una métrica de lo que supone un déficit público del 2,5 por cien del PIB (una cifra aparentemente pequeña). Si terminar con 82.000 cargos políticos es sin duda una propuesta radical, imaginemos lo que sería otra en la misma dirección, pero cinco veces más extrema.

C) De lo invisible

Uno de los métodos más utilizados para enmascarar los efectos de algunas propuestas (o no-propuestas) es obviar los cambios que éstas pueden desencadenar sobre los incentivos, precisamente porque éstos son aparentemente invisibles. Pero invisibles no significa inexistentes, ni insignificantes. La fuerza que pueden ejercer estos hilos invisibles sobre las acciones de los agentes es muy poderosa. Una área en la que su influencia es muy directa, por la traslación inmediata al lenguaje del dinero, es la de los impuestos. De hecho, la ilustración de esta entrada, procedente de un tweet de Lionel Page, muestra cómo incluso la arquitectura puede verse afectada por el cambio en los incentivos derivados de los impuestos.

Para continuar con la filosofía de la entrada, vamos a tomar en este caso como protagonista del ejemplo a una catedrática de universidad con 21 años de experiencia y tres sexenios de investigación, cuyo sueldo bruto anual podría rondar los 54.000 euros. Esta profesora atiende sus obligaciones docentes, dando clases y resolviendo dudas de los estudiantes en horarios de consulta. Responde a las decenas de emails diarios relacionados con el trabajo. Dirige un par de tesis doctorales. También lleva adelante varios proyectos de investigación, cuyos resultados publica en revistas científicas. Toma su dosis de gestión, participando en un par de comisiones. Sufre la pérdida de tiempo en papeleo asociado con la solicitud de ayudas a la investigación y el seguimiento de las que disfruta. Podemos concluir que el tiempo libre del que dispone lo valora en gran medida, aunque el valor que le asigna a ese tiempo no es algo visible.

Nuestra profesora, que es una reputada experta en biología celular, recibe la propuesta de una empresa farmacéutica para participar en un convenio de investigación. La empresa está dispuesta a pagar hasta 12.100 euros. Como el convenio está sujeto a IVA, en realidad la oferta es de 10.000 euros. Si la profesora aceptara colaborar con la empresa, la oficina de gestión de la transferencia de la investigación (OTRI) le descontaría un 10 por cien y, cuando decidiera cobrar dicho dinero, otro 10 por cien adicional (estos porcentajes los decide autónomamente cada universidad, pero en alguna ubicada cerca del Mediterráneo son los exactos). Por los 8.100 euros restantes la profesora ha de pagar el impuesto sobre la renta. Con la tarifa vigente, 6.000 euros tributarían al 37 por cien, y los restantes 2.100 euros al 45 por cien, resultando en 4.935 euros netos para nutrir la cuenta corriente de la profesora. Nuestra profesora está pensando en utilizar ese dinero para comprarse una motocicleta valorada en 12.000 euros, más el IVA, lo que significa que, en términos del bien de consumo, un trabajo valorado por la empresa en 12.100 euros supondría una remuneración para la investigadora de 4.078 euros. Dicho de otro modo, del valor de la investigación plasmado a través del convenio, un tercio se transformaría en utilidad individual a través de bienes de consumo, y dos tercios en utilidad colectiva a través de los mayores ingresos públicos.

Para decidir si acepta o no la oferta de la farmacéutica, es muy probable que la investigadora realizara una comparación (matices al margen) entre la pérdida de utilidad (que recordemos es muy elevada) asociada a aceptar el encargo, y la ganancia de utilidad que le reportaría un tercio de motocicleta . Y como la motocicleta es un bien indivisible, esto significa que necesitaría firmar tres convenios similares para poder disfrutar de ella. La comparación de esa pérdida y ganancia de utilidad es invisible, pero puede tener efectos muy visibles. Si la comparación es desfavorable probablemente rechazaría la oferta. Pero también podría buscar distintas formas de reducir el coste, bien rebajando el tiempo dedicado al proyecto, bien eludiendo algún eslabón de la cadena de pagos mencionada.

Este ejemplo, trae a colación la relevancia de la OTRI. En un post anterior defendimos la importancia de facilitar puentes de alta velocidad entre la administración, la empresa y la universidad. ¿Está facilitando la OTRI esta labor? ¿Está justificado el coste que suponen sus servicios a los investigadores? ¿Cómo compara el coste y los servicios ofrecidos por la OTRI con los modelos utilizados por las universidades de otros países? Creemos que son preguntas relevantes que no deberían quedar sin respuesta en un país en el que la implicación de las empresas en las actividades de I+D presenta niveles muy bajos, y donde el precio de los servicios de la OTRI podría percibirse como un impuesto finalista implícito que impondría un sobrecoste fiscal a la I+D.

Aunque en esta entrada hemos utilizado ejemplos muy concretos, la próxima vez que el lector desee valorar una discusión de carácter económico, debería recordar su principal mensaje para no llevarse a engaños: lo que le presentan como pequeño puede llegar a ser grande, lo que le venden como grande puede resultar pequeño, y lo invisible tarde o temprano se volverá visible para darnos un susto. O no.