La creación de nuevas ideas es el motor del crecimiento económico. Sin ideas innovadoras sería imposible sostener el crecimiento de la productividad y la mejora de nuestros niveles de bienestar social. Algunos economistas conocidos, como Robert Gordon, sostienen desde hace tiempo que se está agotando el stock de ideas, poniendo en duda la capacidad de las economías más avanzadas de continuar por la misma senda de crecimiento de las últimas décadas. Nunca me convenció esta visión pesimista por la dificultad de imaginar el conjunto de ideas no descubiertas, pero tengo que confesar que me impactó la evidencia sobre la caída tendencial en la productividad de la I+D+I que presentan Nicolas Bloom, Charles Jones, John van Reenen, y Michael Webb (BJRW) en su reciente papel “Are Ideas Getting Harder to Find”. Según su evidencia, las empresas americanas y la sociedad americana en su conjunto tienen que dedicar cada vez más recursos a la I+D+I para mantener la tasa de crecimiento de la productividad en sus niveles actuales.
Los autores motivan su estudio con una referencia a la literatura de crecimiento endógeno. Muchos de estos modelos se basan en el supuesto de que la tasa de crecimiento de la productividad, o mejor dicho la productividad total de los factores (PTF), es una función creciente de la proporción del PIB dedicado a I+D+I. En otras palabras, manteniendo constante la inversión en I+D+I, medido en porcentaje del PIB o en número de investigadores, un país sería capaz de mantener constante también la tasa de crecimiento de la PTF o la renta per capita. Sin embargo, los datos parecen desmentir este supuesto.
La Ley de Moore
Una forma simple de ilustrar la supuesta caída en la productividad de la inversión en I+D+I es con el ejemplo del sector de semiconductores. Desde el principio de los años 70, la capacidad de los microprocesadores se ha multiplicado por dos aproximadamente cada dos años, algo que se conoce como la Ley de Moore. El crecimiento exponencial en la capacidad de los microprocesadores es algo a lo que nos hemos acostumbrado, pero los datos muestran que sólo se ha podido conseguir a base de dedicar cada vez más recursos – tanto humanos como en inversión en equipos etc., al I+D+I. En concreto, hoy en día se necesitan 18 veces más recursos para duplicar la capacidad de los microprocesadores en dos años que al principio de los 70. Este hecho se ilustra en el primer gráfico.
Gráfico 1: Evidencia del sector de semiconductores
La línea verde representa el ratio entre la inversión en I+D+I por parte de las empresas americanas en el sector de semiconductores y el salario medio de personas altamente cualificadas (con un mínimo de cuatro años de educación universitaria). Los autores se refieren a este ratio como el número efectivo de investigadores aunque sería más correcto hablar del número equivalente de investigadores. Es decir, el número de investigadores que se podría haber contratado con el gasto en I+D+I de las empresas. Como indica la línea verde, estos gastos han aumentado por un factor de 18 desde los años 70, mientras que la tasa de crecimiento del número de transistores ha permanecido constante (la linea azul).
Las cifras indicarían que la productividad de los recursos dedicados a la I+D+I en el sector de los semiconductores está cayendo a una tasa media anual de 6,8%. Obviamente, el ratio entre la tasa de crecimiento del número de transistores y el número efectivo de investigadores es sólo un proxy para la productividad de la I+D+I. Pero los autores obtienen resultados similares si utilizan la tasa de crecimiento del PTF del sector de semiconductores.
La productividad de la I+D+I
Gráfico 2: Evidencia agregada sobre la productividad de la I+D+I
BJRW no son los primeros en evidenciar la aparente caída en la productividad de la inversión I+D+I. En un artículo de 1995, Jones hizo una observación similar usando datos agregados para la inversión en I+D+I y el crecimiento del PTF en EE.UU. El artículo de BJRW reproduce la evidencia agregada para los EE.UU. (Gráfico 2). Al nivel agregado se observa un espectacular aumento en los recursos decididos a la I+D+I sin apenas cambios en la tasa de crecimiento de la PTF. Pero como explican los autores con mucho acierto, los datos agregados no son concluyentes. La caída en la productividad agregada de la I+D+I puede esconder importantes diferencias a niveles más desagregados. Además, otro factor que puede haber contribuido al aumento en los recursos dedicados a I+D+I es el aumento en el número de productos o variedades. Manteniendo constante la productividad de la I+D+I y el número efectivo de investigadores dedicados a cada uno de estos productos o líneas de producción se observaría un aumento tendencial en la inversión en I+D+I si el número de variedades crece exponencialmente.
Para descartar esta posible explicación, BJRW ofrecen datos para sectores tan distintos como la industria de semiconductores, la agricultura y el sector farmacéutico. En cada uno de ellos observan el mismo patrón que en el sector de los semiconductores. Con el tiempo la productividad de la I+D+I ha disminuido a tasas nada desdeñables tanto al nivel de sector como al nivel de cultivos específicos en el caso del sector de agricultura, e independientemente de si se mide los avances en el sector farmacéutico por el número de medicamentos nuevos aprobados por la Agencia Federal de Medicamentos o el aumento en la expectativa de vida por los avances en determinados medicamentos. Por último, al final del estudio los autores bajan al nivel de empresa ofreciendo evidencia de que la empresa media, mediana y modal han experimentado una disminución en la productividad de su gasto en I+D+I.
Como mencioné al principio de la entrada, en el fondo el estudio de BJRW genera dudas acerca de nuestra capacidad de mantener durante mucho tiempo más las actuales tasas de crecimiento del PTF. Ojalá no se cumple esta predicción, pero para que sea así, harán falta muchos recursos y he aquí el verdadero motivo de la entrada. La rentabilidad media de la inversión en I+D+I puede haber bajado, pero sigue siendo una actividad muy rentable, por lo menos para aquellas empresas que consiguen a través de ella una posición de liderazgo en su sector. Además, la inversión en I+D+I es un requisito para poder competir en los sectores que generan el mayor valor añadido. La decepcionante evolución de la productividad es el talón de Aquiles de la economía española. Sin embargo, mientras muchos países han intensificado su apuesta para la I+D+I, en España la inversión pública en I+D+I ha sido una de las principales víctimas de los recortes. No es difícil predecir los efectos que tendrán estos recortes sobre el potencial de crecimiento de la economía española.