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Cuantificando la incidencia del acoso y el abuso sexual en Europa

Durante las últimas semanas, numerosas personalidades del mundo del espectáculo y de la política en Estados Unidos han sido acusadas públicamente de acoso sexual, a raíz del caso de Harvey Weinstein. A esta ola de acusaciones se ha sumado una campaña en las redes (#MeToo/#Yotambién), en la que muchas mujeres han compartido sus experiencias personales de acoso y abuso. En vista de esto, da la impresión de que el acoso sexual fuera un fenómeno muy extendido. Sin embargo, no podemos llegar a esa conclusión basándonos sólo en experiencias personales puntuales, aunque sean muchas. En esta entrada intento proporcionar evidencia más sólida sobre la incidencia de este tipo de comportamientos (en Europa).

Pedro Rey ya nos contaba recientemente cómo un trabajo de investigación había usado técnicas de “aprendizaje automático” para proporcionar evidencia sobre el trato vejatorio a las mujeres en un foro de economistas académicos. En ese caso, el estudio fue criticado por no poder proporcionar evidencia de en qué medida los usuarios de ese foro serían representativos de la profesión en general.

En lo que respecta al acoso sexual, lo que querríamos es, o bien datos poblacionales de buena calidad, o bien una encuesta bien diseñada realizada a una muestra representativa de la población (a ser posible una muestra grande). Por suerte, en Europa ya existe una encuesta de este tipo. En 2012, en una encuesta centrada en la violencia contra las mujeres, se entrevistó a 42.000 mujeres de 18 a 74 años en los 28 países de la Unión Europea. Entre las muchas y detalladas preguntas, hay varias que se refieren a experiencias de acoso y violencia sexual.

Por ejemplo, se pregunta con qué frecuencia desde los 15 años la mujer ha sido objeto de tocamientos, abrazos o besos en contra de su voluntad, o de exhibicionismo (“exposición indecente”). En el conjunto de entrevistadas, el 26% decía haber sufrido el primer tipo de comportamientos, y un 33% al menos uno de los dos. En España, las cifras eran del 16 y el 28%, respectivamente.

También se incluyen preguntas que se refieren a casos de abuso sexual más grave, incluyendo la violación. Por ejemplo, se pregunta: “Desde los 15 años de edad hasta ahora, ¿con qué frecuencia le han obligado a mantener relaciones sexuales mientras la sujetaban o le hacían daño de alguna manera?”. En este caso, la incidencia era del 2.4% (1.4% en España). Sin embargo, si añadimos las respuestas positivas a la pregunta sobre haber sufrido algún intento de violación, y las que afirman que consintieron a mantener relaciones a pesar de que no querían, por miedo a lo que les podría pasar si se negaban, la incidencia sube a casi el 6% (3% en España).

Quizá los datos más escalofriantes son los que se refieren a las experiencias de acoso o abuso durante la infancia. El 9% de las encuestadas (el 11% en España) afirman haber sufrido, antes de los 15 años de edad y por parte de un adulto, episodios de exhibicionismo, tocamiento no consentido de genitales o pechos, o relaciones sexuales no consentidas.

La base de datos también permite comparar la incidencia de este tipo de experiencias entre países. La figura 1 muestra lo que llamaré la incidencia de acoso (tocamientos o besos no consentidos y/o exhibicionismo) en cada uno de los 28 países, en el eje vertical. En el eje horizontal muestro la renta per cápita de cada país (he excluido a Luxemburgo por ser un país muy pequeño con una renta per cápita muy alta).

Figura 1. Acoso sexual y renta per cápita por países (UE-28)
(España indicada con la flecha roja)

La incidencia del acoso entre países varía entre el 11% de Portugal, y más del 60% en (adivinen) Suecia y Dinamarca (!). Llama la atención que los países con renta per cápita más baja (Bulgaria y Rumanía) se encuentren también entre aquellos con la incidencia de acoso más baja. Es evidente que existe una correlación positiva y fuerte entre la fracción de mujeres que afirma haber sufrido este tipo de acoso, y el nivel de renta per cápita del país. Esto hace pensar que quizá lo que varíe entre países sea la concienciación sobre este tipo de temas, o la aceptabilidad social de este tipo de comportamientos. (Por cierto, por si no estuviera claro, gráficos como este no permiten ningún tipo de inferencia causal)

Quizá esto sea menos pronunciado si nos centramos en comportamientos de abuso más inequívocos, como la violación o el intento de violación. En la figura 2 muestro la asociación entre la renta per cápita del país y lo que llamaré la incidencia de abuso sexual, que incluye violación por la fuerza, intentos de violación, y relaciones sexuales no consentidas.

Figura 2. Abuso sexual y renta per cápita por países (UE-28)
(España indicada con la flecha roja)

La incidencia de abuso varía entre el 1 y el 13%, con Portugal y Suecia de nuevo en los extremos, y la correlación positiva con renta per cápita se mantiene. Esto sugiere que, o bien el acoso y abuso sexual son más frecuentes en países más ricos, o bien las mujeres lo reconocen más abiertamente en estos países. No está claro cómo podríamos distinguir entre estas dos posibilidades, o qué es lo que generaría la correlación entre el nivel de renta y la incidencia o la tendencia a reconocerla o denunciarla.

Como conclusión tentativa, las correlaciones presentadas parecen sugerir que a la hora de medir comportamientos de acoso y abuso sexual, es muy posible que haya que preocuparse seriamente de que las mujeres no se sientan cómodas hablando de sus experiencias personales, en unos países más que en otros (un buen vídeo sobre el tema aquí). Esto dificulta la cuantificación de la magnitud del problema, y las comparaciones internacionales. Es posible que campañas de visibilización (como la del #MeToo) puedan mejorar la aceptabilidad social de hablar de este tipo de experiencias. También es posible que ciertos comportamientos (como los avances sexuales no solicitados) se consideren más socialmente aceptables en unas culturas que en otras, y por eso las mujeres en distintos países quizá interpreten el término “en contra de su voluntad” o “no consentido” de manera diferente.

También sería interesante saber más sobre el otro lado, es decir, la incidencia de comportamientos de acoso en la población, desde el lado del perpetrador. No conozco ninguna encuesta grande y representativa en la que se pregunte a los entrevistados si alguna vez han besado a alguien sin su consentimiento, etc. Si los problemas de medición son importantes en el lado de las víctimas, en este caso es evidente que sería aún más complicado obtener información fiable (en la literatura de crimen esto prácticamente se da por hecho). No cabe duda de que se trata de un fenómeno difícil de cuantificar (no sólo en encuestas, también en otras fuentes de datos oficiales, de denuncias, etc). Quizá primero necesitaríamos más evidencia cualitativa que nos dé ideas de qué y cómo es lo que se debe preguntar en las encuestas. Seguiremos intentándolo, y no sólo por curiosidad intelectual, sino con el objetivo de informar políticas efectivas de prevención.