- Nada es Gratis - https://nadaesgratis.es -

Cuando las mujeres cobraban menos que los hombres (no como ahora)

Por Israel Campos

Hoy en día, estamos acostumbrados a que sea la visión presentista la que presida nuestra manera de entender los acontecimientos que protagonizan la actualidad. La falta de perspectiva y de conocimiento de los hechos históricos provoca la aparición permanente de “adanistas” que están convencidos de que la mayor parte de nuestros problemas acaban de aparecer, por lo que no son capaces de comprender cuáles son las coyunturas que nos han llevado a donde nos encontramos ahora.

A poco que escarbemos algo en la historia, seremos capaces de identificar los inicios de la gran mayoría de los fenómenos que estuvieron en el origen de instituciones, sistemas económicos, costumbres morales o formas religiosas. Por eso, cuando ahora comprobamos cómo el negacionismo que algunas formaciones políticas o grupos empresariales utilizan para tratar de apartar del debate ciertas situaciones de desigualdad, parece que puede ser relevante que miremos más allá de nuestro presente, para conocer la antigüedad de algunos vicios del sistema económico y las desigualdades que provocan. Y este es el objetivo de este post: describir las primeras referencias, datadas en la Edad Antigua, del problema de la brecha salarial.

Esta cuestión no resulta nueva en este blog y ya ha sido ampliamente analizada desde una perspectiva histórica, económica y de género, hasta donde conocemos no se ha llegado a lo que podríamos considerar los orígenes históricos de esta práctica. Por eso vamos a rescatar la primera documentación que disponemos de cómo se fraguó, en los inicios de la Historia, la normalización de una situación que ha persistido durante siglos.

¿Se puede buscar en el pasado lo que está sucediendo ahora?

De entrada, existen ciertas dificultades cuando queremos establecer la relación causal entre cosas que pasaban antes y las de nuestro presente. Por un lado, nos encontramos con una importante limitación y parcialidad en las fuentes disponibles con las que rastrear en el pasado. Además, también existe el peligro de incurrir en el anacronismo, al trasladar términos o situaciones de nuestra sociedad actual a realidades históricas que funcionaron con modelos diferentes. Sería, como señaló de forma exagerada el historiador Lucien Febvre: “Anacronismo es darle un paraguas a un Diógenes y una metralleta a Marte”.

Otro inconveniente puede estar también en acertar en las equivalencias entre nuestros conceptos y los que emplean las fuentes antiguas. Para que se entienda lo que queremos expresar: esta circunstancia ya estaba presente en las fuentes disponibles – las numerosas tablillas de barro de escritura cuneiforme – para conocer la Antigua Mesopotamia en torno al 3000 a.C. Ahí vemos que no es posible establecer un único término para definir lo que nosotros entendemos por “salario”. Para los sumerios el matiz se comparte entre “jornada laboral”, “retribución por un trabajo hecho” o “ración para subsistir”. Pero estos problemas no han frenado que cada vez conozcamos mejor las condiciones de vida y de trabajo de las primeras sociedades conocidas que dieron origen a la formación del Estado.

Mapa con el territorio bajo control de la ciudad de Ur durante el periodo de la Tercera Dinastía

División sexual del trabajo = la brecha salarial

Las fuentes escritas que nos han llegado están marcadas inevitablemente por el protagonismo concedido al género masculino sobre el femenino, y a las élites político-económicas (masculinas, obviamente) sobre el resto de los colectivos que participaban en las tareas. Por eso es importante que introduzcamos una perspectiva de género al análisis de esta documentación.

La atención a las mujeres en la Historia puede llevar a quedarnos con que la información que las fuentes ofrecen se centra en las mujeres de las clases altas. Sin embargo, también se cuenta con una cantidad significativa de datos acerca de mujeres de otros sectores sociales y, por eso, es posible reconstruir parte de sus vidas como mujeres trabajadoras. No nos quedemos tampoco en la simple elaboración de listados de trabajos realizados por mujeres u hombres, o rescatar nombres de mujeres que pudieron desempeñar un protagonismo puntual en determinadas ocasiones.

Hoy en día es posible identificar los orígenes históricos de realidades socio-económicas que siguen gozando de un protagonismo relevante en nuestra sociedad actual. Una de ellas es resultado de la consolidación de un modelo de funcionamiento socio-cultural patriarcal, que llevó a la institucionalización de la división sexual del trabajo (Nuño, 2010). Lo que implicaba una inserción diferenciada de hombres y mujeres en la división del trabajo existente en los espacios producción. De aquí se desprendió luego una consecuencia cultural: a menudo las actividades consideradas masculinas se perciben como generales o de interés general, mientras que las femeninas se perciben como locales o de interés solo para las mujeres vistas como un grupo en sí (García-Ventura, 2012). Esta distribución de funciones ha sido explicada y justificada de muy diversas maneras, recurriendo a aspectos fisiológicos, culturales, sociales e incluso militares. Pero es que, sobre esta división sexual del trabajo, vamos a ver cómo desde muy temprano se constituye también otra realidad que, en un principio, aunque se intuyera, resultaba difícil de demostrar: la brecha salarial por razón de género. A lo que nos referimos es a la diferencia de salarios percibidos por hombres y mujeres respecto de trabajos similares o de similar valor.

Evidencias documentales de brecha salarial hace 4000 años

En muchas tablillas cuneiformes traducidas procedentes del periodo conocido como Tercera Dinastía de Ur, (Baja Mesopotamia, c. 2100 a 2000 a.C.) ha sido posible identificar que el reparto de las retribuciones se encontraba diferenciado no solo por cuestión del trabajo realizado, sino que intervenían de forma permanente criterios como la edad y el sexo en particular, tal y como ha señalado García-Ventura (2012).

Si tomamos el término utilizado para referirse a “salario” (que en una sociedad pre-monetaria equivale más bien a ración), nos encontramos con que para el oficio genérico de “artesanos”, las retribuciones mensuales estaban establecidas de la siguiente manera: 60 silas (1 sila = 0,8 kgs.) de cebada para un hombre adulto, entre 30-40 silas para las mujeres adultas y 10-20 silas para niños. La conclusión inmediata es que las mujeres cobraban una media de un 50% menos de lo que percibían los hombres realizando tareas que se consideran equivalentes. Algo semejante nos encontramos con las raciones anuales de lana, destinadas a proporcionar las piezas de ropa para vestir. Los hombres recibían 4 minas (1 mina = 0,490 kgs.) de peso, 3 minas para las mujeres adultas y 1-2 minas para los niños. En este caso, la diferencia es de un 25% menos.

Sello de Zamena (ca. 2250 a. C.) encontrado en Urkesh (Siria)

Si estos son los datos genéricos, la casuística nos ofrece ejemplos mucho más esclarecedores de la diferencia salarial instalada en la economía de la sociedad sumeria. En dos inscripciones halladas en la ciudad de Girsu (Tell Telloh, Irak) y pertenecientes a años consecutivos, se describe un fenómeno interesante: para el primer año se contratan 18 trabajadoras y para el siguiente 19, que cobraron 50 silas de cebada cada una. También se refiere el empleo de 134 trabajadoras un año y 144 el siguiente cobrando 30 silas. Y 4 trabajadoras viejas ambos años cobrando 20 silas. Se interpreta que las primeras cobraron más que las demás porque desempeñaban una responsabilidad mayor en el oficio. Y que las ancianas percibieron menos puesto que por su edad desempeñarían un trabajo menos pesado que las otras, quedando fuera de valoración la posible experiencia acumulada que pudieran ofrecer al trabajo.

Hasta aquí parece “normal” que se aplique un criterio de edad y responsabilidad en la retribución. Sin embargo, lo realmente relevante de estas tablillas es que se menciona el pago de 50 silas a un trabajador viejo que actuará ambos años de portero. En este caso, aunque por ser mayor va a cobrar menos que un hombre adulto, su salario se equipara al de las mujeres que desempañaban las mayores responsabilidades en la producción. Y, además, su paga es más del doble de la que perciben las trabajadoras viejas mencionadas. Igualmente comprobamos que el techo salarial de las mujeres que ostentaban cierta responsabilidad en el trabajo contratado (que suponemos incluiría también coordinar el trabajo de las demás mujeres y la responsabilidad en el resultado final del producto), en ningún caso logra equipararse al que podría percibir un hombre adulto sin atribuciones especiales en su oficio.

Texto administrativo (ca. 2100-2000 a. C.) de Garshana

En resumen: La realidad reflejada por estos textos no deja de ser limitada y circunscrita a una coyuntura específica temporal y espacial. Sin embargo, tienen el valor histórico de ofrecer luz a una situación que difícilmente podemos pensar que fuera exclusiva de este momento. Más bien al contrario, la relevancia de estos documentos reside en que son testimonios valiosos de una situación que en la mayor parte de los casos ha quedado y sigue quedando fuera de los registros oficiales. Esta circunstancia es la que ha invisibilizado su existencia, pero no por ello deja de ser una injusticia que debe ser denunciada y subsanada.