En Pompeya ya había grafitis pidiendo el voto para los ediles de la ciudad. En las elecciones generales de EEUU de 1964, el partido demócrata revolucionó la publicidad electoral con un spot televisivo de una niña en un campo, seguido por imágenes de una explosión atómica. Y es que la campaña electoral es quizás uno de los elementos más visibles de una democracia y, de hecho, también de los más antiguos. Con el paso de los años, y el desarrollo de la tecnología añade nuevos métodos para persuadir al votante: la prensa, la radio, la televisión y, más recientemente, las redes sociales.
Los partidos gastan tiempo y mucho dinero en el uso de estos medios – y, en muchos casos, como en España, estos gastos son parcial o totalmente financiados por el Estado. En las elecciones legislativas francesas de 2017, los gastos en propaganda electoral alcanzaron los 150 millones de euros. En España, entre las elecciones generales de 2015 y 2016 los partidos políticos se gastaron alrededor de 10 millones de euros sólo en producción y distribución de carteles, pancartas, y banderolas. Sin embargo, una se pregunta si, realmente, las campañas electorales tienen algún efecto sobre los votantes.
¿Es posible medir el impacto de la propaganda electoral? Al fin y al cabo, se trata de un objeto esencialmente endógeno ya que es, principalmente, el resultado del esfuerzo de los partidos políticos por maximizar el número de votos. Sin embargo, las particularidades de la legislación española y, en particular, la ciudad de Barcelona en particular, nos ofrecen la oportunidad de poder medir sus efectos. Esto es lo que hago en este artículo.
La campaña electoral en la calle
En España, la propaganda electoral se regula por la Ley Orgánica 5/1985 del Régimen Electoral General y su implementación es supervisada por las Juntas Electorales de Zona. La ley estipula la duración de la campaña electoral – dos semanas – y cómo se regula la distribución del espacio electoral entre partidos. Esencialmente, la ley reconoce a cualquier partido el derecho a disponer de espacio electoral en todos los medios y que su reparto respete los principios de proporcionalidad y pluralidad en la representación (de los distintos partidos).
En este país, como en la mayor parte de los países democráticos del mundo, las campañas electorales son sinónimo de carteles y pancartas colgando de farolas por todas las ciudades del país hasta el mismo día de las elecciones. En nuestra memoria quedan todavía campañas como el polémico cartel de Ciudadanos en las elecciones catalanas en 2006, el “España en serio” del PP de las generales de 2011, o el “Haz que pase” del PSOE de abril de 2019. A pesar de esto, sabemos muy poco sobre sus efectos sobre el comportamiento de los votantes.
En el caso de la propaganda a nivel de calle, cada municipio debe ofrecer a cada partido un número de espacios donde colocar gratuitamente carteles y banderolas, proporcional a sus últimos resultados electorales. Es decir, los resultados de un partido en las generales de 2016 determinan la cantidad de espacios que obtuvo para las generales de 2019. Además, cada municipio tiene su propio método para determinar qué partido puede poner propaganda en un determinado espacio.
En Barcelona, estos espacios se otorgan mediante una lotería que se realiza unos días antes del inicio de la campaña ante representantes de todos los partidos, la Junta Electoral, y el ayuntamiento. Su resultado es final y debe ser respetado por todos los partidos. Al ser un reparto esencialmente aleatorio, se constituye un caso ideal para establecer una relación causal entre la propaganda electoral y el comportamiento de los votantes.
Para esto, se usa la geolocalización de los carteles y banderolas de las elecciones de 2016 y de abril de 2019 junto con los datos de votación a nivel de la sección censal. El tamaño de una sección censal puede variar bastante, pero en ciudades como Barcelona abarcar dos o tres manzanas. Con este método podemos averiguar cuántos carteles y banderolas hay de cada partido en los alrededores y dentro de cada sección censal.
Efectos de la propaganda electoral
El primer resultado obtenido es que, de media, una mayor concentración de carteles y banderolas en una zona de la ciudad beneficia al partido político en cuestión. En particular, si le diésemos a un partido político un centenar más de carteles y banderolas, su porcentaje de votos aumentaría en 0,8 puntos porcentuales, lo que es bastante notable por un modesto incremento de banderolas.
Gracias a los datos del Atlas de la distribución de la renta de los hogares del INE sobre la renta y edad media en las secciones censales, podemos observar si los efectos de la propaganda electoral tienen difieren entre grupos socioeconómicos. Por una parte, los carteles y banderolas parecen tener un menor efecto en áreas relativamente más ricas dentro de la ciudad de Barcelona. Por otra parte, tienen un mayor efecto en áreas con una población relativamente más joven. puede deberse a que las personas más jóvenes conocen menos a los partidos políticos, o quizás porque las personas más mayores ya han adoptado la costumbre de votar cierto partido y son menos susceptibles a la propaganda electoral.
En 2016, España había pasado de un sistema bipartidista a uno multipartidista, con la entrada de Podemos y Ciudadanos en las Cortes el año anterior. Esto quiere decir que existen varios partidos de izquierda y de derecha compitiendo en las elecciones y en un mismo espacio electoral. Esta competencia se reproduce en la propaganda a nivel de calle, ya que las banderolas de varios partidos pueden estar a poca distancia las unas de la otra. Entonces, ¿la presencia de propaganda electoral de un partido puede tener un efecto sobre el voto de otro? ¿Depende de si son partidos ideológicamente parecidos?
Los datos nos muestran que, efectivamente, la propaganda de otros partidos importa y cómo afecta a un partido político puede depender de si se trata de un partido semejante o no. Por una parte, la propaganda electoral de partidos que no son ideológicamente cercanos tiene un efecto negativo. Por otra parte, un partido de derechas se beneficia de tener propaganda de otros partidos de ideología similar mientras que a un partido de izquierda le perjudica la proximidad de otros partidos semejantes. En el contexto de las elecciones de 2016 y abril de 2019, que los partidos de izquierda se perjudican entre sí quizás no es sorprendente. La campaña electoral en 2016 fue marcada por el (erróneamente) profético sorpasso de Podemos al PSOE anunciado por los principales periódicos del país. Las elecciones de 2019 fueron convocadas por el gobierno del PSOE tras perder la votación de los presupuestos del Estado. El PSOE parecía perseguir el objetivo de aumentar su número de escaños para no depender del apoyo de Unidas Podemos, mientras que estos se posicionaban como única garantía de un gobierno con políticas de izquierda. El resultado de mi estudio donde la propaganda de partidos de izquierda perjudica a otros partidos de izquierda podría reflejar la dinámica que hubo durante la campaña electoral.
¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? Primero, que la propaganda electoral a nivel de calle afecta los resultados electorales. Segundo, que este efecto es heterogéneo y que depende de las características sociodemográficas de los electores, lo que puede afectar asimétricamente a los partidos y sus estrategias electorales. Finalmente, que el efecto de la propaganda electoral de un partido sobre los resultados de otro puede ser positivo o negativo, dependiendo de su proximidad a nivel ideológico y posiblemente del contexto electoral. Pero aún queda mucho por comprender. Por ejemplo, el porqué de los efectos de la propaganda electoral. ¿La propaganda electoral convence a los electores de cambiar su voto o induce a una mayor participación? ¿La propaganda electoral induce a una mayor tolerancia o, al revés, aumenta la polarización del electorado y la crispación política? ¿Cómo podemos diseñar las reglas de la campaña electoral para que ésta informe a los votantes en la era de las redes sociales y las fake news? Resolver estas preguntas es fundamental para estudiar con profundidad la relación entre los medios de comunicación política y el comportamiento de los votantes.