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Ciencia en el Parlamento y políticas de conciliación

Hace unos días tuve el placer de participar en la primera jornada “Ciencia en el Parlamento”, que tuvo lugar en el congreso de los diputados el 6 de Noviembre. Ciencia en el Parlamento es “una iniciativa ciudadana independiente que tiene como objetivo que la ciencia y el conocimiento científico sean una de las fuentes de información en la formulación de propuestas políticas.” Dado este planteamiento, cuando me contactaron para participar como experta en la mesa redonda sobre políticas de conciliación, acepté encantada (la jornada completa se puede seguir en este vídeo, la sesión sobre conciliación empieza en el minuto 5:06). La experiencia fue buena, pero debido al tiempo limitado, no pude profundizar como me habría gustado en los argumentos que presenté, en particular con respecto a las bajas de maternidad y paternidad, con lo que aprovecho esta entrada para hacerlo.

La mesa se componía de una moderadora (Ana Elorza), dos técnicas, dos expertas (Cristina Castellanos y yo misma), y una diputada de cada uno de los cuatro grandes partidos. La sesión empezó con una presentación de las dos técnicas, que plantearon el tema y resumieron la evidencia que habían localizado con respecto a distintas políticas que pueden favorecer la conciliación. A continuación se nos cedió la palabra a las panelistas, y luego la moderadora nos planteó varias preguntas para discutir.

En mi primera intervención, comencé por plantear que no suelo usar el término “conciliación” de la vida laboral y personal o familiar, por parecerme algo vago y no saber bien cómo se define. Tras mis lecturas previas a esta sesión, concluí que se entiende que una persona “concilia” cuando está satisfecha con el tiempo que le dedica a su trabajo y con el tiempo que le dedica a su vida personal o familiar. Creo que todos estaríamos de acuerdo en que “mejorar la conciliación” así definida es un objetivo deseable. Lo malo es que sigue siendo difícil de medir. De cara a diseñar políticas que nos acerquen a este objetivo, parece razonable identificar objetivos intermedios más específicos. El problema es que estos quizá no están tan claros, y además distintas políticas pueden incidir de manera positiva en unos, pero no en otros. Por ejemplo, ¿queremos políticas que fomenten la natalidad? ¿que potencien que las mujeres con hijos vuelvan a trabajar lo antes posible? ¿que maximicen el bienestar de los niños? ¿de los padres? ¿que favorezcan la igualdad de género en el mercado de trabajo y en el hogar? Cada uno de estos objetivos puede requerir instrumentos diferentes, y es posible que acercarnos a unos pueda alejarnos de otros. Además, ya no está tan claro que nos podamos poner de acuerdo en que todos estos objetivos intermedios son igual de deseables.

En mi última intervención, respondí a una pregunta de la moderadora sobre la evidencia disponible con respecto a los efectos de distintos diseños de las bajas de maternidad y paternidad (de este tema hemos hablado antes aquí, aquí o aquí). En economía existe toda una literatura reciente que ha estudiado empíricamente los efectos causales de diferentes permisos y subsidios por maternidad y paternidad en distintos países (muy bien resumida aquí y aquí). Los mejores estudios se caracterizan por usar datos de muy alta calidad, por ejemplo datos administrativos procedentes de la seguridad social o el sistema educativo. Al mismo tiempo, estos trabajos explotan “experimentos naturales”, normalmente procedentes de reformas nacionales, que permiten identificar un “grupo de tratamiento” afectado por una determinada reforma, y un “grupo de control” comparable no afectado. De este modo, el efecto causal de una reforma se puede estimar comparando las variables de interés para los grupos tratado y de control, imitando el diseño de un ensayo clínico (o un experimento aleatorizado controlado). De este tipo de estudios, me permití seleccionar dos resultados que me parece que no son obvios, y que quizá pueden ser interesantes para tener en cuenta a la hora de pensar en reformar el sistema actual en España.

El primero quizá no es tan sorprendente. Resulta que, cuando se ofrecen permisos o subsidios asociados a tener un hijo (como baja remunerada, permisos sin sueldo, etc), si estos se pueden usar de manera indistinta por el padre o por la madre, muchas madres lo usarán, pero casi ningún padre. Como ejemplo, el bajísimo uso que los padres hacen en España de las 10 semanas transferibles de la baja de maternidad, la reducción de jornada para padres y madres con hijos de hasta 12 años, o los hasta 3 años de excedencia sin sueldo con reserva del puesto de trabajo. Sin embargo, cuando se ofrecen permisos o subsidios reservados en exclusiva para el padre, los padres suelen responder con una participación bastante alta. Por ejemplo, cuando en 2007 se introdujeron en España 13 días de baja de paternidad (reservados para el padre), más de la mitad de los padres los usaron. De esto se puede concluir que, si aumentar la participación de los padres en el cuidado de los hijos fuera una prioridad de política, lo más efectivo sería crear o aumentar las prestaciones dirigidas en exclusiva a los hombres con hijos (comparado con ofrecer esas mismas prestaciones a ambos progenitores, a su elección).

El segundo resultado que resalté es un poco más polémico, y al parecer incluso generó cierto malestar entre algunos grupos de profesionales de la salud. Hablé de lo que sabemos sobre los efectos de alargar la baja de maternidad más allá de la duración actual en España (16 semanas remuneradas al 100%). Por ejemplo, ¿cuál sería el impacto de alargar la baja de 4 a 8 meses? Para empezar, por supuesto las mujeres con hijos estarían más contentas, ya que se encontrarían con una transferencia de dinero y/o tiempo. Y por supuesto esa medida tendría un coste, que tendría que venir de los impuestos que pagamos todos. Pero más allá de eso, ¿qué efectos tendría sobre nuestros “objetivos intermedios” relacionados con conciliación? Me centré en comentar los efectos sobre la trayectoria laboral futura de las madres, y sobre el desarrollo de los niños. Mis conclusiones estaban basadas en estudios hechos en otros países, claro, ya que esta reforma no se ha producido nunca en España.

Con respecto a las madres, la evidencia sugiere que una baja de maternidad de pocos meses (como la actual en España) puede tener efectos positivos sobre la participación laboral de las mujeres, al facilitar que las madres vuelvan pronto al mismo puesto de trabajo que tenían antes de dar a luz. También parece ser que bajas de maternidad muy largas, digamos de más de un año, pueden tener efectos negativos sobre la trayectoria laboral de las madres, al favorecer una desvinculación larga del mercado laboral. Sin embargo, una extensión de 4 a 8 meses (por ejemplo) seguramente tendría poco efecto en este sentido, si pensamos por ejemplo en la probabilidad de que las mujeres con hijos estén trabajando (y cuántas horas) 24 meses después de dar a luz, o sus ingresos laborales a medio plazo.

¿Y qué pasa con los niños? Su bienestar también debería contar. Pues bien, los distintos estudios realizados con datos de diferentes países (Canadá, Austria, Suecia, Dinamarca, Alemania, Noruega) sugieren de manera convincente que una baja de maternidad más larga (en el rango en consideración) no tendría efectos importantes, ni sobre la salud, ni sobre el desarrollo emocional y cognitivo durante la infancia, ni sobre desempeño escolar, resultados educativos a largo plazo, o incluso rentas laborales futuras (ver aquí, aquí, aquí y aquí). Es decir, parece que el bienestar de los niños, al menos en las dimensiones que se han podido medir, seguramente no se vería muy afectado (Nota: sí que hay un estudio que encuentra efectos positivos de la introducción de una baja de maternidad remunerada de 4 meses, cuando antes no la había).

Esto parece contradecir las recomendaciones de lactancia prolongada de la OMS (y mi experiencia personal cada vez que dejaba a mis hijos en la guardería). Respecto a lo primero, para empezar no está claro cuánto alargaría la lactancia el prolongar la baja de maternidad. Y en segundo lugar, la evidencia de los efectos de alargar la lactancia de (un máximo de) 4 a (un máximo de) 8 meses, en países ricos y con la calidad actual de la leche de fórmula, no es aplastante (y sí, conozco la literatura). (Disclaimer: Soy súper fan de la lactancia prolongada).

Para acabar de hacerme impopular, concluí diciendo que, además de ser costoso y no tener beneficios claros para los niños, aumentar la baja por maternidad es regresivo, al transferir más renta a los hogares con mayores ingresos (un argumento que se presenta por ejemplo aquí).

Más allá de que pueda haber algún desacuerdo sobre mis conclusiones en base a la evidencia, me parece fantástica la idea de Ciencia en el Parlamento de intentar acercar a investigadores y políticos. Sería una pena no continuar la conversación.