De Francisco J. Medina-Albaladejo, Dolores Añón-Higón, Alfonso Díez-Minguela y José-Miguel Lana-Berasain
A principios del siglo XX el cooperativismo era concebido como una potente herramienta de lucha contra la malnutrición y la pobreza. De hecho, en esos años se expandió con fuerza la idea de una “Co-operative Commonwealth”, como alternativa democrática y solidaria. Hoy día, algunas investigaciones históricas consideran que ha sido la más exitosa alternativa al capitalismo organizada desde la clase trabajadora. Un cierto consenso global en su valoración lo atestigua el hecho de que en 1995 Naciones Unidas declaró el primero de julio como el Día Internacional de las Cooperativas, a lo que se añadió la proclamación de 2012 como el Año Internacional de las Cooperativas. Dicha institución también ha remarcado la importancia de este fenómeno como alternativa democrática a las sociedades de capital, considerando que son una herramienta esencial para la lucha contra la pobreza y la desigualdad, la mejora en los niveles de vida, y el desarrollo económico, especialmente en los países en vías de desarrollo o subdesarrollados.
Según cálculos de la International Cooperative Alliance (ICA), actualmente existen tres millones de empresas cooperativas en el mundo, cuyos socios suponen el 12% de la población mundial. Sin embargo, la expansión de este fenómeno ha tenido un carácter muy desigual a lo largo de la historia, implantándose de manera muy intensa y temprana en algunas regiones y países muy específicos, mientras que en otras zonas su presencia ha sido y es prácticamente inexistente. Europa es un buen ejemplo. Las cooperativas se expandieron intensamente en la primera mitad del siglo XX en Reino Unido, los países escandinavos, Austria o Suiza, quedando Francia y Alemania en una situación intermedia, mientras que su presencia en la Europa del Sur y del Este fue escasa y tardía. Además, dentro de estos territorios su implantación también ocurrió de manera desigual. En España destaca la presencia de un buen número de entidades de consumo-producción en las zonas industriales de Cataluña o País Vasco, o agrarias en las zonas rurales de Cataluña o Castilla y León, frente al resto de regiones donde su implantación fue menor.
Todo esto ha llevado a formular algunas preguntas importantes al respecto, siendo una de ellas: ¿qué factores explican la mayor propensión a cooperar que parecen exhibir algunos territorios? La pregunta está aún abierta a debate y no es baladí, ya que podría ayudar a formular políticas orientadas a incentivar la creación de empresas cooperativas. Las respuestas hasta ahora aportadas por la historiografía han señalado la existencia de diversos factores explicativos, destacando especialmente tres: capital social, educación e instituciones. En los últimos años varios e interesantes estudios han resaltado el papel del primero de ellos, destacando el de Beltrán Tapia (2012), donde ha surgido con fuerza la idea de que la mayor existencia previa de bienes comunales en algunas regiones generó un stock de capital social, una mayor presencia de relaciones interpersonales basadas en la confianza, que posteriormente desembocó en una más elevada propensión a cooperar de la población en dichas zonas. Diversas contribuciones en este blog ya han avisado de la importancia del capital social a nivel histórico y su relación con los bienes comunales (aquí o aquí).
En un estudio reciente nos propusimos profundizar y aportar algo a este debate con un análisis histórico de tipo cuantitativo, cuya novedad con respecto a la literatura ya existente radica principalmente en dos aspectos: (a) tiene en cuenta al movimiento cooperativo de manera global, incluyendo a todo tipo de entidades (agrarias, consumo, crédito, trabajo, producción, pescadores, vivienda, farmacéuticas, suministro eléctrico); (b) la unidad de análisis desciende hasta la escala municipal. El trabajo se centra en la región española con la más temprana y mayor presencia cooperativa: Cataluña. Esta elección también ha venido determinada por la disponibilidad de las fuentes, ya que es la única zona que cuenta con un censo de creación de cooperativas para el periodo comprendido entre 1860 y la Guerra Civil (Celada, 1989). Con ello se ha podido determinar el momento de creación de las cooperativas y su perdurabilidad en el tiempo.
Con estos datos analizamos mediante técnicas econométricas la importancia que pudieron tener factores ya trabajados por la literatura junto a otros más novedosos. Para facilitar el posterior análisis creamos tres bloques: (1) condiciones locales (densidad de población, analfabetismo, altitud y riqueza municipal); (2) capital social (presencia previa de bienes comunales o sistemas de irrigación, así como nuevos indicadores como presencia previa de gremios, tipo de jurisdicción o número de juicios civiles y criminales); (3) y la parte más novedosa: variables de difusión (horas de camino del municipio a Barcelona, distancia a la red ferroviaria y el efecto contagio espacial entre municipios).
Las primeras conclusiones que pudimos observar a partir del análisis descriptivo de los datos es que hubo dos grandes oleadas en la formación de cooperativas en Cataluña. Como se puede ver en el siguiente gráfico, la primera se produjo entre finales del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, al igual que ocurrió en el resto de Europa debido a la escasez de bienes y la inflación generada por el conflicto bélico. Esto incentivó la creación de este tipo de entidades. En esta primera oleada crecieron tanto las cooperativas urbanas como las rurales, aunque las primeras se desarrollaron antes, sobre todo de consumo y producción, apareciendo las agrarias casi 30 años después. Esta tendencia alcista se ralentizó en la década de 1920 debido a la consolidación de cooperativas que se habían fundado en el periodo anterior, por lo que no se crearon tantas entidades nuevas, y a la ralentización de la expansión del cooperativismo católico en el campo español. Sin embargo, durante la Segunda República se produjo una segunda oleada en un contexto de intensa movilización y participación política, con una agenda de reformas y extensión de derechos que las formaciones políticas de izquierda y el movimiento sindical pugnaron por profundizar.
Nuevas cooperativas creadas en Cataluña, 1860-1939
En cuanto a la dimensión espacial, el siguiente mapa muestra que el cooperativismo tuvo un proceso de difusión gradual desde la costa hacia el interior, con pautas y fases muy bien definidas: se originó en sus formas de consumo y producción en la costa barcelonesa y del sur de Gerona, para después extenderse por el área metropolitana de la capital catalana y los principales centros urbanos e industriales. Casi tres décadas más tarde este fenómeno llegó a municipios rurales del interior con las cooperativas agrarias.
Existencia de cooperativas en Cataluña, 1860-1939
El análisis cuantitativo, tanto de carácter global como diferenciando entre entidades urbanas y rurales, ha ofrecido resultados sólidos sobre los factores que pueden explicar los patrones de este proceso de difusión. Se ha podido observar que las condiciones locales son importantes para explicar la mayor propensión a cooperar, ya que los municipios más densamente poblados (en el caso de las urbanas únicamente), alfabetizados y con menor altitud (municipios costeros) fueron los más proclives a la formación de cooperativas. También la preexistencia de stock de capital social fue determinante. Los municipios que contaban con instituciones de acción colectiva previas tenían una probabilidad más alta de que naciera una cooperativa. Por tanto, se confirman los resultados que ya conocíamos por estudios previos cuando se someten a un análisis a escala municipal.
No obstante, si solo hubiera dependido de las características internas del municipio, este proceso debería haberse originado en diversos puntos simultáneamente, independientemente si eran rurales o urbanos o de la tipología cooperativa. Pero esto no fue así. El proceso de expansión del cooperativismo en esta zona no fue homogéneo desde un punto de vista temporal, espacial o tipológico, por lo que las condiciones locales no fueron las únicas que intervinieron. Las variables de difusión nos ayudan a explicar esto. Los municipios más cercanos a Barcelona y la vía férrea tenían una probabilidad más alta de que naciera una cooperativa. También destaca la relevancia explicativa del efecto contagio espacial, es decir, la importancia de que en otros municipios vecinos surgiese una cooperativa en el periodo anterior. Todo esto nos lleva a pensar en un proceso de difusión radial, una red que se fue expandiendo de forma paulatina gracias al efecto contagio espacial desde la mayor ciudad hacia el interior mejor comunicado.
Antes de cooperar, el consumidor, trabajador o agricultor debía conocer qué era una entidad cooperativa. Por tanto, la transferencia de información y conocimiento desde las zonas urbanas a las rurales sobre esta nueva fórmula asociativa fue clave para entender su difusión. En los municipios más cercanos a los centros urbanos; a otros donde ya existían cooperativas; o a las principales vías de comunicación; fue donde antes se formaron cooperativas. Por el contrario, los municipios peor comunicados y más aislados tuvieron menos propensión a construir estructuras formales de cooperación a pesar de que las condiciones locales pudieran ser propicias. Por tanto, este proceso de difusión tuvo un marcado carácter espacial, siendo la localización geográfica del municipio un factor clave a la hora de explicar este proceso.