Por Jesús Peiró, Ernesto Rodríguez-Crespo y Marta Suárez Varela
En anteriores posts de Nada es Gratis ya se ha advertido sobre el acelerado proceso de cambio climático y sus innegables consecuencias sobre la economía y el medio ambiente (aquí y aquí). En los últimos años la evidencia acerca de dichas consecuencias ha dado lugar a un mayor compromiso climático por parte de muchos países, que se ha materializado en ambiciosos acuerdos como la Agenda 2030, el Acuerdo de París o el Pacto Verde Europeo.
Sin embargo, en un entorno globalizado, la aplicación de estas políticas no está exenta de retos. Uno de los principales es evitar lo que se conoce como “fuga de carbono”, es decir, que la introducción de nuevas normas medioambientales genere la deslocalización de las industrias más contaminantes hacia países con regulaciones más laxas – los conocidos como “paraísos de contaminación” o “pollution havens” en analogía a los paraísos fiscales -, lo que anularía en la práctica el efecto de la regulación sobre las emisiones globales de efecto invernadero.
En un artículo publicado recientemente junto con Marta Suárez-Varela nos proponemos entender si la calidad de las instituciones podría moderar esta relación, evitando que los países se conviertan en paraísos de contaminación. En primer lugar, porque una mayor calidad institucional fomenta normativas medioambientales más estrictas. Pero también porque una baja calidad de las instituciones reflejada, por ejemplo, en la existencia de corrupción generalizada o la falta de credibilidad del gobierno en su compromiso con dichas normas, podría reducir la eficacia de un país a la hora de asegurar el cumplimiento de la normativa medioambiental (Ver por ej. Frediksson and Svenson, 2003; Damania et al., 2003; o Pellegrini y Gerlagh, 2006).
Para indagar en esta cuestión, en nuestra investigación utilizamos datos de exportaciones de 140 países procedentes del Centre d’Études Prospectives et d’Informations (CEPII), que nos permiten conocer la cantidad comercializada de cada producto y el valor de dichas exportaciones. De esta manera, utilizando una clasificación utilizada habitualmente en otros estudios (Low and Yeats, 1992), podemos cuantificar el comercio de bienes calificados como “altamente contaminantes”, denominados coloquialmente en la literatura como “sucios”.
Gráfico 1. Comercio total (eje izquierdo, millones de €) y comercio contaminante (eje derecho, proporción sobre comercio total en tanto por 1)
El gráfico 1 muestra la evolución del comercio total (en millones de dólares) y de la proporción del comercio de estos productos contaminantes sobre el comercio total de los países de la muestra. Se observa que mientras que el comercio internacional ha experimentado una tendencia claramente creciente, con la notable excepción de 2008 por la Gran Recesión, la proporción de comercio “sucio” o altamente contaminante se ha mantenido constante o incluso reducido en los últimos años. Existe, además, una elevada heterogeneidad en dicho comercio.
El mapa a continuación muestra la proporción media de comercio contaminante en cada país a lo largo del periodo 2002-2018. Como se aprecia, podemos encontrar países con elevadas tasas de comercio contaminante esparcidos en los cinco continentes y con niveles de desarrollo muy dispares. Por ejemplo, entre los principales exportadores de productos contaminantes encontramos a países como Zambia, Mozambique y Nigeria, pero también otros que se encuentran entre los más desarrollados, como Finlandia y Suecia. Esto es porque las industrias más contaminantes (por ej. sector del acero) tienden a ser muy intensivas en factor capital, por lo que otro de los principales motores de localización de estas industrias es la intensidad de capital de una economía (Antweiler et al. 2001).
Para entender mejor la relación entre calidad institucional y comercio contaminante, el gráfico 2 muestra un primer análisis, de carácter descriptivo, en el que se representa la proporción media de comercio contaminante (exportaciones e importaciones, respectivamente) y la calidad institucional de cada país. El tamaño de los puntos hace referencia al volumen de las exportaciones e importaciones, mientras que su color representa el área geográfica a la que pertenece. Mirando en primer lugar a las exportaciones, se aprecia un patrón en U invertida, es decir, una relación positiva para bajos niveles de calidad institucional que parece revertirse cuando las instituciones alcanzan una calidad media y alta. Para el caso de las importaciones, la relación no parece clara para niveles reducidos de calidad institucional, mientras que a partir de cierto nivel se observa una relación inversa. Estos patrones estarían a priori sugiriendo que la influencia de las instituciones en la transición a un comercio más limpio ocurriría únicamente a partir de que se haya alcanzado un cierto umbral de calidad institucional.
Gráfico 2. Calidad institucional y comercio contaminante, media 2002-2008. Las exportaciones e importaciones contaminantes están expresadas como proporción sobre el comercio total en tanto por 1.
Para contrastar esta afirmación, utilizamos un modelo de gravedad - el método más habitual en el análisis del comercio internacional a nivel empírico - que nos permite estimar el papel que tienen las instituciones a la hora de moderar la especialización comercial de un país en productos contaminantes. Efectivamente, este análisis confirma los patrones previamente observados en el análisis descriptivo. Según nuestros resultados, un mayor nivel de calidad institucional se relaciona con una reducción tanto en las exportaciones como en las importaciones de productos contaminantes. Esta relación varía, además, cuando dividimos por quintiles de calidad institucional. Así, para los exportadores, se confirma la relación en forma de U-invertida: en el caso de países con reducida calidad institucional, una mejora en las instituciones conduciría a aumentar las exportaciones contaminantes mientras que niveles altos de calidad institucional llevarían a reducirlas. De manera similar ocurre en el caso de las importaciones, donde los beneficios de la calidad institucional solo empiezan a ser obvios en países con una elevada calidad de las instituciones.
Esto se debería, por un lado, a que las instituciones son un motor clave para garantizar desarrollo económico, inversión e industrialización, y como se mencionaba anteriormente los productos contaminantes tienden a estar muy ligados al sector manufacturero y son más intensivos en factor capital. Es por tanto de esperar que los países que se encuentran en proceso de mejora de sus instituciones prioricen la industrialización incluso si se produce a costa del medio ambiente Sin embargo, cuando la calidad institucional es lo suficientemente alta, las instituciones son más proclives a priorizar una mejora y un cumplimiento efectivo de las normativas medioambientales frente a otros objetivos. Nuestros resultados muestran también que parte del efecto de las instituciones parece canalizado a través de su papel para promover regulaciones medioambientales más estrictas, y que las instituciones parecen reducir el comercio de productos contaminantes incluso en países que por su dotación de recursos naturales – por ej. petróleo o metales -, gozarían de ventaja comparativa en esos productos.
Unas instituciones fuertes, motor de un comercio internacional más “limpio”:
El comercio internacional es un importante motor de crecimiento, pero tiene un innegable impacto sobre el medio ambiente. Nuestro trabajo muestra que la calidad institucional es un factor clave para moderar la composición de dicho comercio, promoviendo así una transición hacia un comercio internacional más limpio, compatible con los objetivos de transición ecológica y lucha contra el cambio climático. Esto se debe, de un lado, a que unas mejores instituciones promueven la introducción de leyes medioambientales más ambiciosas. Pero también a que unas instituciones más fuertes dotan a las sociedades de herramientas más efectivas para asegurar el cumplimiento de dichas leyes, evitando una especialización comercial que los convierta de facto en “paraísos de contaminación”. De este modo se impediría que la introducción de nuevas normas medioambientales a nivel internacional redunde únicamente en la deslocalización de las industrias más contaminantes hacia países con regulaciones más laxas, quedando por tanto sin efecto sobre las emisiones globales de gases de efecto invernadero.