(Con Javier Escribá, Universidad de Valencia)
El debate sobre la productividad se ha convertido en la estrella de los últimos meses. En NeG hemos tenido algunas entradas muy interesantes sobre la cuestión como esta y esta, por citar sólo las más recientes. El comportamiento atípico de la productividad por ocupado en España, en contraposición con lo que ocurre en otros países de un similar nivel de desarrollo, es bien conocido y se achaca al desproporcionado ajuste del empleo ante las fluctuaciones económicas en nuestro país. La persistencia desde 1995 de tasas de crecimiento negativas de la productividad total de los factores -que se observa en cualquiera de las bases de datos fiables como AMECO, BD.MORES, IVIE-FBBVA, KLEMS- no admite una explicación tan sencilla.
Para empezar no es fácil interpretar el sentido económico de tasas negativas de crecimiento de la PTF. La explicación más frecuente es la existencia de problemas de medición del propio output y de los inputs aplicados a la producción. No es de extrañar, por ejemplo, que en las etapas de crisis como la actual la PTF estimada tienda a caer de forma pronunciada, debido a que es muy difícil medir la utilización de factores como el capital que, al no ser suficientemente variable, puede haber visto reducida su utilización o haber quedado obsoleto. Eso puede explicar en parte que en todas las economías avanzadas desde 2008 se observen tasas negativas de crecimiento de la PTF. Sin embargo, un problema de medición de esta naturaleza indicaría que en la etapa de expansión la PTF debería haber mostrado un comportamiento procíclico, lo que no ha sucedido en el caso de nuestra economía -gráfico 1. Por el contrario, según The Conference Board Productivity database, a diferencia de lo ocurrido en España, en el promedio de la Unión Europea y en todos los países miembros más importantes, la PTF ha tenido tasas de crecimiento permanentemente positivas. De hecho durante el periodo 1995-2009 la productividad total de los factores ha crecido en la Unión Europea a 15 a una tasa media anual 0,7 puntos superior a la española, diferencia que se amplía hasta 1 punto cuando nos comparamos con Estados Unidos.
Puede que no estemos midiendo bien, pero los datos son muy contundentes. Además, una mirada más detallada a la estructura del patrón de crecimiento de nuestra economía refleja todavía con más claridad la magnitud de nuestras debilidades estructurales y los formidables retos a los que nos enfrentamos a corto y a largo plazo. A corto, para reducir el desempleo a un ritmo aceptable, y a largo para sostener una tasa de crecimiento que nos permita, entre otras cosas, absorber el enorme nivel de deuda actual.
Entre 1995 y 2005 nuestra tasa de crecimiento apenas tuvo parangón entre las economías desarrolladas, pero los motores del crecimiento fueron esencialmente cuantitativos ya que -además de la contribución negativa de la PTF que cayó casi 0,6 puntos porcentuales anuales- 3 de los 3,5 puntos de crecimiento promedio anual se explican por el aumento del trabajo y del capital y apenas 1 punto se debe a la mejoría en la calidad del trabajo- como se recoge en el gráfico 2 y que en realidad es un efecto composición que aproxima la diferencia entre servicios del trabajo y horas trabajadas- y al uso de tecnologías de información y conocimiento (TIC). Es decir mucha inversión y mucha mano de obra adicional pero muy poca mejora cualitativa. Mientras tanto en países como Alemania o Suecia la PTF explica más de la mitad de su crecimiento e incluso en el Reino Unido, Francia y Estados Unidos la contribución está entre el 25 y el 30 por ciento. En estos países el uso de las TIC y la mejora en la cualificación del trabajo explican también una parte muy sustancial –alrededor de un tercio- de la tasa de crecimiento dejando el resto al aumento de los factores productivos, capital y trabajo.
Y estas diferencias en el patrón de crecimiento se han mantenido durante el periodo 2005-2008. Con algunas excepciones, en los primeros momentos de la recesión la ralentización de las economías desarrolladas vino acompañada por una caída en la PTF manteniéndose bastante estables las contribuciones relativas de los demás factores, es decir predominando lo cualitativo sobre lo cuantitativo.
Así pues, el uso de nuestros factores productivos ha crecido muy por encima del output. Aunque este patrón podría parecer propio de economías menos desarrolladas, si comparamos nuestros datos con los de los principales países emergentes el contraste es todavía más acusado que el que observamos con el mundo desarrollado. Es cierto que las diferencias de nivel aquí son muy importantes pero es ilustrativo destacar como los principales factores de crecimiento en China y en la India, por ejemplo, son la intensificación de capital y, en segundo lugar, el aumento de la PTF y que ambos conjuntamente explican casi el 90 por ciento de la tasa de crecimiento¬ de estas economías. El aumento de la utilización de las TIC es el tercer factor, con una contribución residual de la mejora del capital humano y –aunque pueda parecer sorprendente- del incremento del número de trabajadores.
La estructura de estas contribuciones refleja lo desequilibrado de nuestro crecimiento pasado e indica que, independientemente de lo imperfecto de estas medidas, estamos haciendo bastantes cosas mal o al menos peor que los países de nuestro entorno. Podemos haber instalado los factores en sectores poco productivos, puede que la composición en activos de nuestro capital no sea la más adecuada para incorporar nuevas tecnologías. Aunque los incentivos a la inversión en TIC han sido cuantiosos, parece que no se han llevado a cabo mejoras organizativas ligadas a su utilización y que su uso no se ha complementado con la formación. Puede que los incentivos salariales hayan sido insuficientes para la formación y movilidad de la mano de obra. Y es posible que nuestro sector financiero haya encontrado más sencillo y rentable prestar contra garantías reales que financiar operaciones de innovación y apertura de mercados. Pero todas estas decisiones son endógenas. Se toman diariamente por parte de empresarios y trabajadores que deciden donde invertir, donde emplearse y como formarse. Por lo tanto tienen una causa común que nos aleja cada día de la estructura económica de los países de nuestro nivel de desarrollo, más allá del espejismo que ha supuesto años atrás la convergencia en renta per cápita, y que nos pone peligrosamente en el punto de mira de países que hoy consideramos muy por detrás de nosotros en nivel de vida y potencial productivo. Para hacernos una idea de lo que implican estas cifras baste decir que a este ritmo las diferencias de productividad total de los factores con el promedio de la UE se ampliarán a un ritmo de un 10 por ciento cada diez años o que las diferencias con China o la India se cerrarán en un 25 por ciento aproximadamente en el mismo periodo. Y el crecimiento de la productividad es el que marca el ritmo al que puede crecer la remuneración de los factores y su demanda.
Por supuesto que en nuestro país hay muchas empresas e industrias innovadoras, pero por si alguien abriga la esperanza de que los valores agregados descritos en este post estén sesgados por la presencia de enormes distorsiones en unos pocos sectores productivos y/o regiones de la economía española hay que recalcar que esto no es así. Todas las regiones -exceptuando País Vasco, Cantabria y Asturias- tienen tasas de crecimiento medias de la PTF negativas entre 1995 y 2008. En cuanto a los sectores, la evidencia no es tan concluyente, pero tampoco es muy prometedora: según la base BD.MORES el crecimiento de la PTF se redujo en todos los sectores manufactureros con respecto al promedio de 1980-1995 y según la base EU-KLEMS en general estas tasas se han situado en valores negativos; en cuanto a los sectores terciarios, que suponen alrededor de las dos terceras partes de la actividad, todas las tasas de crecimiento de la PTF son negativas en ambas fuentes, exceptuando al sector financiero. Como sucede con los datos agregados, esta evidencia es muy diferente a la observada en la mayoría de los sectores y muchas regiones de la UE-15 y en Estados Unidos. Pero este ya es un tema para discutir en una próxima entrada.