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Consenso entre los economistas … en Estados Unidos

Desde distintos estamentos sociales, políticos y medios de comunicación se justifica con frecuencia el escaso eco de algunas propuestas de política económica por la dificultad de encontrar un consenso suficiente en la profesión. Este desacuerdo es natural e incluso saludable si refleja únicamente las discrepancias lógicas en una materia que, a pesar de su base contable y de su elevado de formalización, es una ciencia social en la que la información y la evidencia son siempre insuficientes. Sin embargo en España esto se ha llevado un poco al extremo y tiene difícil arreglo ya que siempre parece posible encontrar un autodenominado experto en quien apoyarse para justificar cualquier medida o valoración de la política económica, incluso algunas disparatadas como señalaba Juan de Mercado en sus entradas en NeG -aquí y aquí. En una disciplina fuertemente influida por las posiciones ideológicas o de escuelas el consenso parece difícil. Y sin embargo no lo es tanto…

… al menos por otros pagos. O eso se desprende de una serie de estudios sobre el grado de acuerdo entre los economistas en Estados Unidos con relación a una serie de proposiciones de política económica bastante precisas. El más reciente es el de Gordon y Dhal y se centra en el análisis de las respuestas del panel de expertos del IGM Forum de Chicago Booth que abarca a un amplio grupo de académicos de los mejores departamentos de economía del país. Los miembros del panel responden a preguntas que son planteadas semanalmente sobre temas de todo tipo, como la que hace referencia a la conveniencia de limitar el tamaño de los bancos comerciales en EEUU o la relativa a la financiación de la educación mediante el cheque escolar.

El principal resultado del estudio es precisamente un grado de consenso más elevado del que cabría esperar a priori, ya que en la mayoría de las 40 preguntas planteadas no hay respuestas que discrepen radicalmente de la respuesta de consenso -por ejemplo “desacuerdo con las proposición” cuando el consenso es “acuerdo”. Sin embargo lo más interesante es el análisis de las respuestas individuales en dos aspectos cruciales. Por una parte las discrepancias suelen centrarse en aquellos temas sobre los que la literatura académica, con modelos teóricos o evidencia empírica, es más escasa o menos concluyente. Esto es particularmente claro cuando se pregunta a los panelistas sobre la confianza que otorgan a su propia respuesta, en donde al margen de otros resultados interesantes –por ejemplo los hombres y los economistas que han trabajado en cargos de la administración tienden a expresar más confianza en sus propias respuestas que la media- también se observa una clara influencia de la literatura académica sobre la cuestión objeto de la pregunta.

El segundo resultado que cabe destacar es el relativo a la existencia de grupos definidos por afinidades ideológicas o de otro tipo, que generen un patrón identificable de respuestas a las distintas cuestiones planteadas y, en particular, a aquellas que puedan tener un contenido más social/ideológico o de división académica. En general no se encuentra una mayor correlación entre las respuestas de individuos con características observables similares, con la excepción notable de aquellos que han trabajado en la administración para el mismo partido político –lo que se indica una cierta afinidad ideológica- y aquellos con una misma línea de especialización, lo que de nuevo refuerza la importancia del conocimiento académico en las respuestas de los panelistas. Sin embargo no hay ninguna agrupación de individuos significativa en cuestiones con implicaciones directas sobre la distribución –como por ejemplo las relativas al sistema público de salud o a los impuestos- o que puedan adscribirse a un tipo de escuela de pensamiento económico como –como las que preguntan sobre las ventajas del patrón oro, la eficiencia de los mercados o la curva de Laffer. Sorprende incuso hasta cierto punto que este consenso alcance a cuestiones de política económica actual, sobre las que la evidencia científica es todavía insuficiente. Por ejemplo a la pregunta relativa a “si el desempleo en 2010 en Estados Unidos hubiera sido mayor que el observado si no se hubieran aplicado los estímulos fiscales de 2009” las respuestas positivas suponen un 80%, y con un elevado grado de confianza individual en la misma.

Es cierto que los resultados del estudio pueden estar muy condicionadas por el periodo en el que se ha llevado a cabo –preguntas semanales desde septiembre de 2011 a diciembre de 2012- y por la composición del panel, que desde fuera del mundo académico de Estados Unidos puede catalogarse como de muy homogéneo y cuyos miembros dan una gran importancia a los aspectos más científicos de la disciplina. Sin embargo la imagen de consenso que se desprende de él no es muy diferente de la que se encuentra en estudios similares sobre la visión de los economistas norteamericanos con una muestra más amplia. Ese es el caso del trabajo de  Alston, Kearl y Vaughan que se dirigió a un número mucho mayor de economistas, muchos de ellos no académicos y de entre estos no todos miembros de los mejores departamentos universitarios. El grado de consenso en las respuestas fue también bastante alto hasta el punto de que en la mayoría de las cuestiones la opción minoritaria no suponía más del 20% del total de respuestas. Este estudio -al igual que uno llevado a cabo unos años antes por Kearl, Pope, Whiting y Wimmer de características similares- muestra sin embargo que el grado de acuerdo es claramente superior en cuestiones de carácter microeconómico que en las de corte macroeconómico, como por ejemplo la relativa al papel de la política monetaria, las causas de la inflación o al efecto de los déficits comerciales.

De nuevo en este caso hay algunos resultados adicionales que destacan la importancia de la formación y la investigación académica, como el hecho de que las discrepancias en cuestiones macroeconómicas –las más frecuentes- están en general correlacionadas con el año en el que la persona que responde había obtenido su grado universitario, efecto que sin embargo no está presente entre el grupo de académicos de los diez mejores departamentos universitarios. La primera característica refleja la evolución del análisis macroeconómico en los últimos cincuenta años con una sucesión de paradigmas dominantes en distintos momentos del tiempo. El hecho, sin embargo de que este efecto “vintage” no esté presente entre los académicos más prestigiosos, indica que el proceso de investigación hace converger los puntos de vista de una forma notable, coincidiendo de esta manera con lo observado en el panel de expertos  del IGM Forum.

Como complemento, el lector puede encontrar entretenido este informe de Davis, Figgins, Hedengren y Klein relativo al Survey: Economics Professors’ Favorite Economic Thinkers, Journals, and Blogs (along with Party and Policy Views) que también da una idea bastante equilibrada de las referencias académicas, históricas y recientes, de los profesores de economía de diversas orientaciones ideológicas en Estados Unidos.

No cabe por supuesto esperar un acuerdo entre los expertos económicos, ni siquiera un consenso mayor que en otras disciplinas. Sin embargo si los resultados de estos trabajos pudieran extrapolarse a nuestro país estarían indicando que el exceso de politización y de doctrina en el debate sobre cuestiones trascendentales para la superación de la crisis económica con el menor coste social posible o para diseñar el papel de la economía española en el mundo tiene algunas causas que podemos corregir: las deficiencias de la enseñanza universitaria y de nuestra investigación en economía. Esto no eliminará las diferencias de puntos de vista que tienen una saludable raíz ideológica -¡faltaría más!- pero permitirá mitigar las que están causadas por el desconocimiento.