- Nada es Gratis - https://nadaesgratis.es -

¿Queremos que se valore el esfuerzo individual? La importancia de la situación económica

De Luis Miller (con Abigail Barr, Justine Burns e Ingrid Shaw).

Con esta entrada continúo una discusión abierta por Pablo Brañas y seguida por Antonio Cabrales en este blog sobre la valoración que la gente hace del esfuerzo individual y sobre cómo ésta influye en las preferencias de la población en materia de políticas redistributivas. Éste es un tema importante, sobre todo en el contexto actual en el que con frecuencia se recurre en los medios a la idea de instaurar una “cultura del esfuerzo” (ver, por ejemplo, aquí y aquí) y se presenta ésta como un objetivo a alcanzar por las reformas laborales y educativas. No quedan lejos las declaraciones del presidente de una de las mayores empresas de este país reclamando que “tenemos que pasar del maná a la cultura del esfuerzo.”

Curiosamente, la dicotomía que realiza Juan Roig entre preferencias por el “maná caído del cielo” y actitudes conducentes a una “cultura del esfuerzo” ha sido objeto de un intenso debate en el seno de la Economía Experimental y del Comportamiento en las últimas décadas. Los primeros experimentos sobre la materia fueron realizados en economía en los años 70, siendo uno de sus precursores el premio Nobel Reinhard Selten, quien en 1978 formalizó la idea de “principio de equidad” que ya circulaba en algunos textos de psicología y sociología anteriores. Este principio de equidad ha sido definido de muchas maneras desde entonces, pero lo que la mayoría de economistas experimentales tienen en la cabeza cuando hablan de valorar el esfuerzo es lo que James Konow ha definido como el “principio de rendir cuentas” (accountability principle). En general, este principio se refiere a que cualquier compensación que reciba una persona (por ejemplo, un salario) debería depender de aspectos que estén bajo el control de esta persona (por ejemplo, el esfuerzo) y no tanto de factores que se hallen fuera de su control (por ejemplo, la suerte o la intervención arbitraria de un tercero).

¿Cómo determinamos los economistas experimentales si una persona valora o no el esfuerzo? Típicamente diseñamos dos situaciones idénticas en las que los participantes tienen que distribuir un excedente entre un grupo de personas (en el que la persona que decide puede estar incluida o no). La única diferencia entre las dos situaciones es que en la primera (o tratamiento aleatorio), el excedente no es sino “maná caído del cielo” (en este caso el cielo es el experimentador que aleatoriamente asigna partes del excedente entre los participantes), mientras que en la segunda condición (o tratamiento de esfuerzo) los participantes han ganado mediante su esfuerzo el excedente que será repartido.

Al comparar estas dos situaciones en el laboratorio, la mayoría de estudios experimentales encuentran que la mayoría de gente trata a todos los participantes por igual cuando el maná ha caído del cielo experimental, pero aceptan las desigualdades entre los participantes cuando éstas se deben al esfuerzo. ¿Es éste un resultado estable entre diferentes contextos culturales y grupos sociales? No tanto. Y de este modo podemos ir acercándonos a la preocupación inicial planteada por Juan Roig y otros acerca del alejamiento de una cultura del esfuerzo. Varios trabajos internacionales (como éste y éste) muestran que los participantes en experimentos en países como Estados Unidos, España o Kenia creen en el esfuerzo y valoran éste de forma distinta.

¿Se trata de una cuestión cultural por tanto? No solamente. Las diferencias entre distintos perfiles socio-económicos y educativos en el seno de una misma sociedad también son importantes. Se ha mostrado (ver aquí) que la educación contribuye a incrementar el reconocimiento y la valoración del esfuerzo individual. En la misma línea, en el estudio que voy a describir en el resto de esta entrada mostramos que si bien la educación importa, la posición económica relativa es un factor más influyente en la valoración del esfuerzo que el stock de capital humano (medido en años de educación). Además, a diferencia de lo mostrado por un buen número de estudios comparativos internacionales, en nuestro caso encontramos que la relación entre situación económica y la valoración del esfuerzo se mantiene estable en dos países con unos indicadores económicos y sociales tan diferentes como el Reino Unido y Sudáfrica.

Para estudiar la relación entre situación económica y valoración del esfuerzo, llevamos a cabo la comparación experimental típica descrita más arriba en dos contextos económicos distintos, pero además dentro de cada país participaron en el experimento personas con una situación económica muy diferente.

Llevamos a cabo nuestro primer experimento en el Reino Unido. Seleccionamos una muestra de desempleados residentes en la ciudad de Oxford como personas en una mala situación económica, así como  a estudiantes universitarios y empleados residentes en la misma ciudad como individuos con una buena situación económica. La figura 1 muestra que mientras que los empleados y estudiantes distinguen entre las desigualdades fruto de la suerte (gráficos de la izquierda) y aquéllas que se deben al esfuerzo (gráficos de la derecha), los desempleados no hacen tal distinción entre los distintos tipos de desigualdades. ¿Cómo podemos observar este resultado en los gráficos?

El eje horizontal de cada uno de los gráficos indica la cantidad de dinero con la que cada participante inicia el juego (pensemos que son sus ingresos brutos, ganados o caídos del cielo según la condición experimental). En el gráfico este dato se expresa como la proporción sobre el total de dinero a repartir. Para que nos hagamos una idea, las proporciones van desde menos del 5% del total hasta casi el 50%. El eje vertical tiene los mismos valores, pero en este caso representa la proporción que, en media, recibía al final del experimento un jugador que partía de una situación inicial determinada. Por ejemplo, el primero de los puntos amarillos del primero de los gráficos indica que los participantes que partían con una proporción inicial de en torno al 5%, recibieron en media casi el 20%. Como podemos ver, en este mismo gráfico, los que partían con casi el 50% también recibieron en media en torno al 20%, por lo que en este gráfico se observa bastante redistribución.

Los participantes podían mantener las asignaciones iniciales (respetando las desigualdades existentes) o redistribuir el dinero (por ejemplo haciendo que todo el mundo tenga lo mismo, como en el ejemplo anterior). Así, si las observaciones para un subgrupo (estudiantes, empleados, desempleados) se encontraran sobre la diagonal de 45º diríamos que ese subgrupo respeta las desigualdades existentes. Diremos que un subgrupo valora el esfuerzo si respeta aquellas desigualdades fruto de éste e intenta reparar aquellas desigualdades que son fruto del azar. Como se puede observar, mientras que éste es el patrón que encontramos entre estudiantes y empleados, no encontramos tal distinción entre los desempleados.

Nuestro segundo experimento fue diseñado para poner a prueba en qué medida los resultados del primer experimento podrían ser generalizados a otros contextos económicos y sociales. Para ello, llevamos a cabo el experimento en Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Además de la posición en el mercado de trabajo de los participantes, en Sudáfrica usamos las respuestas proporcionadas a una pregunta de encuesta en la que se distingue entre personas de estatus económico alto y bajo. Los resultados del segundo experimento también confirmaron nuestra hipótesis; los individuos que clasifican su hogar como rico o de ingreso alto o medio distinguen entre las desigualdades que se deben a la suerte y las que se deben al esfuerzo, mientras que los individuos que clasifican su hogar como pobre o de ingreso bajo se comportan de forma similar en las dos situaciones (ver la figura 3 más abajo).

Nuestros resultados sugieren que la valoración del esfuerzo individual depende de la situación económica relativa de las personas: las personas con una mejor situación económica distinguen entre desigualdades fruto de la suerte y desigualdades fruto del esfuerzo, aceptando en mayor medida estas últimas, mientras que las personas con una situación económica relativamente peor no distinguen entre las distintas causas de las desigualdades. Además esta relación se mantiene en dos contextos económicos, sociales y laborales muy distintos. La literatura empírica sobre por qué distintas personas o grupos reconocen y valoran el esfuerzo de forma diferente se ha incrementado notablemente en las últimas dos décadas, como muestra la excelente revisión de la materia realizada por Alesina y Giuliano. El impacto de la posición económica relativa, así como el de otros factores individuales y contextuales, está siendo objeto de abundante investigación empírica que podría servir para guiar las intervenciones en términos de políticas redistributivas, laborales y educativas que nos acerquen a la ansiada “cultura del esfuerzo”.