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2020: Riesgos y Desafíos para Escapar de la Gran Recesión

(Jose Ignacio Conde-Ruiz y  Elena Martínez Ruiz)

La Gran Recesión ha sido sin duda la mayor crisis económica a la que se ha enfrentado la economía española desde la guerra civil, incluso peor que la Gran Depresión si nos fijamos en el desempleo y la caída en el PIB per cápita (Veáse Betran, Martín-Aceña y Pons, 2012). Hemos visto como la crisis internacional afectó a España duramente por los fuertes desequilibrios o vulnerabilidades internas (déficit cuenta corriente, precariedad laboral, alto endeudamiento privado, alta exposición al sector de la construcción etc.).  A pesar de que la recuperación económica ha permitido reducir algunos desequilibrios, lo cierto es que la economía española sigue teniendo importantes vulnerabilidades que nos impiden poder dar por superada completamente esta fase.

Los principales desequilibrios superados son el del sector exterior y el endeudamiento privado. La economía española ha conseguido obtener superávits por cuenta corriente. La mejoría del sector exterior es de carácter estructural, no solo ha aumentado significativamente el número de empresas que venden sus productos regularmente al resto del mundo, sino también la diversificación geográfica de las exportaciones españolas. Las exportaciones han pasado de representar el 26% del PIB en 2007 a un 35% del PIB en 2018. Es destacable que la mejora en la competitividad por primera en la historia se haya conseguido sin utilizar el tipo de cambio o la devaluación de la moneda. Las empresas españolas respondieron de forma muy rápida, nunca vista hasta ahora,  a la caída en la demanda nacional aumentado fuertemente sus exportaciones (Almunia, Antràs, Lopez-Rodriguez y Morales, 2018).  Es destacable también el fuerte desapalancamiento/endeudamiento llevado a cabo por el sector privado no financiero, que ha reducido su ratio de deuda sobre PIB en más de 40 puntos porcentuales desde el máximo, con lo que ha llegado a situarse por debajo de la media de las empresas de la zona del euro. Con todo,  la posición neta deudora de inversión internacional sigue siendo excesiva,  pues todavía representa un 80% del PIB.

Los principales desequilibrios o vulnerabilidades que siguen presentes son el laboral y el fiscal. A pesar de la positiva evolución del mercado de trabajo, aun estamos lejos de corregir sus desequilibrios (como bien ha descrito Floren es este reciente post). Una tasa de paro en el entorno del 14% y una tasa de temporalidad en el 27%, centrada principalmente en los jóvenes, son claros indicadores de que aun estamos lejos de poder dar la crisis laboral por superada.  Una crisis laboral que, unida a la devaluación salarial, ha tenido un importante impacto en el aumento de la desigualdad y la pobreza. Por otro lado, a pesar de la reducción del déficit público hasta situarse por debajo del 3%, la deuda publica ha alcanzado el 99% del PIB, más de 60 puntos por encima de los niveles de antes de la crisis.

En esta difícil situación, la economía española, al igual que el resto de los países, debe también hacer frente a los tres retos globales: el envejecimiento poblacional, la revolución digital y el cambio climático. Además, España está en peores condiciones para afrontar los dos primeros que otros países de su entorno lo que hace más difícil encontrar respuestas adecuadas.

España será el país más envejecido de Europa en 2050 por tres motivos. Primero,  España tiene una de las mayores esperanzas de vida del mundo, tanto al nacer como a los 65 años. Segundo, una de las tasas de fecundidad más reducidas de los países industrializados. Además, el proceso de envejecimiento avanza con cierto retraso con respecto a otros países debido a que las generaciones de los baby boomers llegaron más tarde y que el proceso inmigratorio de los años 2000 supuso el rejuvenecimiento de la población. La presión fiscal vendrá agravada, además, por el incremento del gasto asociado al envejecimiento como las pensiones, la dependencia o la sanidad.

La revolución tecnológica conllevará una transformación de la economía y tendrá un impacto cualitativo sobre el empleo, favoreciendo a los trabajadores más cualificados, a los que la tecnología complementa y no sustituye. Por este motivo, es fundamental tener una fuerza laboral con un nivel de capital humano que permita adaptarse a los cambios. El sistema educativo no está bien preparado para afrontar este reto, pues cuenta con un elevado abandono escolar prematuro con un 18,3 % en la población de entre 18 y 24 años, frente al 10,6 % en el conjunto de la Unión Europea y con unos resultados en las pruebas estandarizadas de Pisa a la cola de Europa.

Por último, necesitaremos hacer frente al cambio climático. Esta lucha puede ser una oportunidad para conseguir a través de un Green New Deal (ver aquí el post de Juanfran y Marcel) que, al menos a nivel europeo, la política fiscal complemente a la política monetaria, cuyo mecanismo de transmisión empieza a perder eficacia.

Para afrontar todos estos retos y dar por superado este periodo, España deberá implementar su agenda de reformas pendientes y así,  modernizar definitivamente nuestra economía. En primer lugar, para superar la crisis fiscal será necesaria una reforma fiscal que mejore los ingresos, así como una reforma de la financiación autonómica que mejore la corresponsabilidad fiscal de nuestras CCAA. En segundo lugar, una reforma de pensiones para adaptarlas a la nueva realidad demográfica. En tercer lugar, una reforma del mercado laboral que elimine la alta precariedad y, al mismo tiempo, sea capaz de hacer frente a las nuevas formas de empleo de la economía digital (gig economy). En cuarto lugar, una reforma educativa que adapte el  sistema educativo al nuevo reto tecnológico y garantice la igualdad de oportunidades y la movilidad social. Esta agenda reformista permitirá a España mejorar la productividad y, con ello, la competitividad dentro de la Unión Europea, de forma persistente y limitar la aparición de desequilibrios tan perniciosos como los experimentados en esta última crisis.  No podemos olvidar que estar en el euro implica ser competitivo de forma continuada y la única vía de conseguirlo a través de mejoras constantes en la productividad.

Por último, hay que señalar que, igual que el origen de la crisis tuvo un componente internacional importante, la búsqueda de soluciones también ha de tener una dimensión internacional.  Aunque España consiga implementar su agenda reformista,  afrontar los retos globales con éxito, va a requerir también reformas profundas en el seno de la UE. Por un lado, será necesario avanzar en  la arquitectura institucional del euro,  completando la unión bancaria con un fondo de protección de depósitos europeo para limitar el impacto de las crisis financieras en el futuro. Por otro lado, avanzar decididamente en el mercado único, sobre todo en temas energéticos y digitales, para conseguir un entorno económico más eficiente y capaz de reducir el gap en productividad con nuestros competidores globales como son EEUU o China. Y, avanzar en algún tipo de política fiscal común, objetivo en el que la implementación de un Green New Deal puede ser un buen comienzo, como señalamos antes.

Pero para alcanzar estos objetivos será necesario conseguir amplios acuerdos para luchar contra la desigualdad e introducir las reformas necesarias. En este sentido, la Gran Recesión ha roto muchos consensos, ha polarizado el espectro político y ha provocado cambios en las reglas de juego tradicionales que eran clave para impulsar las reformas.

En concreto, en el ámbito español, se han debilitado: i) el Dialogo Social, donde están representados sindicatos y empresarios, como institución clave para consensuar reformas laborales; y ii) el Pacto de Toledo, institución clave para buscar consensos en el tema de las pensiones.  Además, el Parlamento Nacional está más fragmentado y polarizado que nunca, con la aparición de nuevos partidos, y es destacable que en los últimos 4 años se hayan realizado cuatro elecciones generales. En el ámbito europeo, la situación tampoco es muy edificante. La crisis económica y la forma de enfrentarse a ella han abierto la brecha entre los países del norte y los del sur -que no han sido, ni siquiera, capaces de consensuar una explicación de lo que ha ocurrido-  haciendo más difícil que nunca consensuar las reformas necesarias para seguir avanzando en la integración europea (ver Simón, 2019).  A ambos entornos políticos y sociales complejos hay que añadirles el conflicto catalán y el Brexit.

En definitiva, en esto momentos tan complicados para España y Europa, la probabilidad de que continúe la parálisis institucional por la falta de consensos políticos y sociales es muy elevada. Confiemos que cuando miremos hacia atrás en unos años, veamos que hemos sido capaces de continuar en ese ”pasillo estrecho”, tan difícil de conseguir que marca el equilibrio entre el poder del Estado y el poder de la Sociedad,  definido en el último libro de Daron Acemoglu y James Robinson (y que tan bien nos explicó Gerard en este post). Permanecer en dicho “pasillo estrecho” es la única senda que garantiza desarrollo y la  prosperidad a los países.