G.A. Cohen y la Teoría de la Historia

Ahora que se acerca el final del año, es costumbre en nuestros medios de comunicación hacer un repaso de aquellas personas que nos dejaron durante los últimos meses. En Nada Es Gratis no vamos a ser menos, pero en vez de escoger alguien obvio, a mi me parece mucho más divertido hablar de alguien de cuya muerte se comentó poco o nada en España y que además sea alguien al que, a pesar del respeto que le tenga, coincida en bastante pocas cosas. G.A. Cohen, que murió el pasado 5 de Agosto, me parece que cubre perfectamente todos estos desirata. Y es que aun siendo uno de los filósofos políticos más interesantes de las últimas décadas, la muerte de G.A. Cohen pasó casi inadvertida en España (una excepción aquí), probablemente porque Cohen era un firme miembro de la escuela analítica, que en nuestro país (excepto, y parcialmente, en los últimos tiempos) ha sufrido siempre de poca implantación (aún recuerdo como en el temario de Historia de la Filosofía de COU teníamos a Husserl pero no a Frege, una elección que siempre me resulto indescifrable aunque más indescifrable debió parecerle a mi profesor de filosofía mis continuas quejas al respecto).

A muchos os parecerá en este momento que esto tiene poco que ver con la economía pero voy a intentar argumentar que en realidad hay conexiones importantes que incluyen temas de los que hemos discutido en este blog.

Cohen, además de ser analítico, era un marxista convencido. Este compromiso, fruto de su educación en la floreciente, radical e intelectualmente fructífera comunidad judía de Montreal (muchos conocéis a otro de sus miembros, Martin Eichenbaum, que salió por el lado totalmente opuesto, pero la lista es larga e ilustre), marcó los dos grandes temas de su carrera: la teoría de la historia y el concepto de justicia. Ambos temas nos conciernen, pues la teoría de la historia es objeto de interés de la macro y de la economía política y los conceptos de justicia relacionan directamente con la teoría de la elección social, con teoría de juegos y con otras áreas afines (de hecho los economistas fueron de los primeros en discutir en detalle la obra de John Rawls sobre qué es una sociedad justa que tanto ha definido el contorno de la discusión académica desde mediados de los setenta).

Hoy hablaré brevemente sobre la teoría de la historia y dejaré la teoría de la justicia para otra ocasión. G.A. Cohen saltó a la fama con su libro Karl Marx's Theory of History: A Defense, que me parece que se tradujo al castellano por Siglo XXI pero que, como siempre en España, desapareció del catálogo hace tiempo.

El libro de Cohen fue una de las primeras salvas de un esfuerzo, a que la larga resultaría vano, por parte de un grupo de académicos anglosajones (entre los que se encontraba John Roemer que ha tenido muchos estudiantes españoles y una larga conexión con en el departamento de economía de Alicante), que intentaba aunar los métodos modernos de la ciencia social, incluido el formalismo matemático, con el marxismo clásico en lo que se llamó más tarde el marxismo analítico.

La idea central del libro de Cohen es extraordinariamente sencilla pero no por ello menos poderosa: reconstruir utilizando el arsenal analítico el materialismo histórico en su forma más pura y destilada, tal y como el propio Marx resume en la Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1859:

“…en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.”

Cuando leí el libro por primera vez, hace ya muchísimo tiempo, está visión me sorprendió profundamente, pero ahora con la distancia, me doy cuenta que en realidad, esta es una visión que de manera más o menos implícita se puede reformular con un vocabulario más moderno. Si sustituimos “las fuerzas productivas materiales de la sociedad” por “tecnología,” el párrafo anterior no dice más que 1) el estado de la tecnología determina la asignación de inputs productivos, 2) que la manera en que asignamos estos inputs también determina las decisiones sociales y políticas en un equilibrio político-económico complejo y, 3) que cuando la tecnología cambia, también cambia este equilibrio.

Esta primacía de la tecnología es probablemente compartida por un porcentaje sustancial de economistas (aunque con numerosas excepciones), aunque quizás no verbalizada de una manera tan aguda. Si cogemos cualquier libro de texto de crecimiento económico, la explicación fundamental de porque los países crecen es por el cambio tecnológico, sea este exógeno o endógeno. El argumento se puede extender ya que cuando queremos explicar las fluctuaciones del ciclo, los shocks tecnológicos también tienen un papel de primera línea (esto es cierto incluso en los modelos Neokeynesianos a la Smets-Wouters o Christiano-Eichenbaum-Evans, que siguen midiendo que los distintos shocks tecnológicos contribuyen entre el 30 al 70% de la varianza del output).

Pero una vez que tenemos la tecnología en el centro de la discusión resulta extraordinariamente difícil no continuar con el razonamiento y atribuir al cambio tecnológico un efecto en campos que de entrada poco parecen tener que ver. Hace ya mucho tiempo Lukács explicaba la aparición de la novela histórica contemporánea a una burguesía creada por la industrialización y que precisaba de “lugares de la memoria” que sustituyesen los antiguos mecanismos de legitimación monárquico-religiosos (algo similar se puede argumentar sobre la explosión de la música de cámara en el romanticismo europeo y su relación con el nuevo domesticismo de la burguesía acomodada). Lynn White, en su famoso libro Medieval Technology and Social Change atribuyó el surgimiento del feudalismo a la aparición del esbirro que otorgaba una ventaja decisiva a la caballería pesada sobre la infantería. Más cercanos a nosotros, Gary Becker ha construido modelos en los que la evolución de la tecnología modifica la manera en la que organizamos las familias, Jeremy Greenwood y Nezih Guner han escrito sobre cómo el cambio en los anticonceptivos modifica el comportamiento sexual, y Dale Galenson ha argumentado que el surgimiento de la galería de arte moderna que vende a la clase urbana de renta alta permite la ruptura del artista con patrones que tendían al conservadurismo estético e incentiva la vertiginosa sucesión de estilos del siglo XX.

El lector sagaz, llegado a este punto, puede contestar, con razón, que muchos de estos ejemplos demuestran que la relación entre tecnología e instituciones sociales es más compleja que lo que defendía Cohen originalmente (por cierto, él mismo renegó más tarde en su vida de su prima opera). Volvamos al ejemplo de White sobre el esbirro. El efecto directo de este sobre la frontera de posibilidad de producción es muy limitado, a menos que incluyamos en esta la producción de servicios militares pero esto parece alejarse de lo que Marx y Cohen tenían en la cabeza como fuerzas productivas. Lo que cambia es el poder de negociación entre la nobleza y el campesinado y por tanto la manera en la que se produce (con la aparición del señorío feudal al menos en su forma más clásica en la Francia del Medievo tal como nos la describe Marc Bloch) y cómo se reparte el excedente de explotación.

Pero independientemente de lo que pensemos acerca de lo directas o indirectas que sean las consecuencias de la tecnología, en general, como profesión, dejamos un papel muy reducido a otras fuerzas.

Y no es que me queje. La explicación favorita de nuestros vecinos, los sociólogos, que se basa en los efectos de la cultura (con distintos guisos en su presentación) nunca me ha convencido. Ni ahora es el momento de hablar sobre ello ni creo que en este foro pueda convencer a nadie en un sentido o en el otro, así que me tomaré la licencia de saltarme esta discusión.

Donde siempre he tenido más dudas es acerca del modelo que tenemos como partícipes en la vida social acerca de cómo funciona el mundo. Siempre he sospechado que un porcentaje importante de la discusión política puede explicarse como distintas distribuciones de probabilidad acerca de ciertos parámetros. Por ejemplo, ¿Cuál es el efecto de la redistribución en el esfuerzo individual? ¿Cuánto son de grandes los problemas creados por la concentración de poder en manos de empresas versus la concentración de poder en manos del estado? Las respuestas a estas preguntas probablemente predicen la posición de uno en la dimensión izquierda-derecha mejor que la situación socio-económica. Claro que parte de estas creencias son racionalizaciones ex post de nuestros propios intereses, como diría Marx, pero la heterogeneidad a nivel individual es simplemente demasiado grande para ser una respuesta totalmente satisfactoria (heterogeneidad documentada, por ejemplo, por Andrew Gelman en su libro Red State, Blue State).

Dejadme que utilicé un ejemplo incluso más cercano: el que yo piense que las rigideces de precios tienen menos importancia que lo que piensa Larry Christiano tiene bastante poco que ver con nuestra diferencia en nivel de ingresos y mucho con nuestra formación. Pero si cualquiera de nosotros termina alguna vez en una posición de responsabilidad, estas diferencias van a tener un impacto en nuestras decisiones de política.

Siempre me ha decepcionado el que no tengamos buenos modelos de cómo formamos estos modelos del mundo (ha habido alguna excepción, como un paper fantástico de Ricky Lam, que lamentablemente dejó la profesión al poco tiempo de entrar en ella). Tenemos, claro, la literatura de aprendizaje, pero esta siempre me ha parecido muy mecánica. Desde luego, si la cabeza me diese para hacer teoría, me estaría concentrando en esto pues me parece uno de los grandes huecos en nuestra comprensión del comportamiento social (quizás en la moderna teoría de la decisión, en tanto que se mueve más allá de la clásica construcción de Savage con respecto a las probabilidades podamos encontrar apuntes de una solución).

Concluyo con una advertencia: el libro de Cohen está escrito por un filósofo, lo cual puede hacerlo duro de leer para un economista, más acostumbrado a argumentos sintéticos. Hace años se lo recomendé a Juan Rubio y casi me pega después de leerse los primeros capítulos. Aún así, creo que merece la pena.

No me alargo más, así que ¡Feliz Navidad a todos!

Hay 4 comentarios
  • Gracias Jesús por el fantástico post.
    Comparto tu curiosidad por entender cómo los seres humanos contruimos modelos para explicarnos el funcionamiento del mundo. Un modelo simple pero que encuentro fascinante es el que propone Piketty en “Social Mobility and Redistributive Politics” (QJE, 1995). Para los que no conozcan este artículo, la tesis de Piketty es que los individuos estimamos la importancia que tiene el esfuerzo personal en el logro del éxito basándonos en nuestra propia experiencia vital. Es decir, si te esfuerzas en la vida y las cosas te salen bien, tu percepción acerca del grado de “justicia” y movilidad social que existen en la sociedad tiende a ser mayor que si te esfuerzas en la vida pero fracasas. El modelo de Piketty explicaría por qué nuestra orientación política y, más en concreto, nuestra posición acerca del grado de redistribución que el Estado debería implementar, varía no sólo en función de nuestro nivel de renta sino también en función de la movilidad social que hemos experimentado a lo largo de nuestra vida.

  • Sí, el paper de Piketty es muy bueno. Se me paso citarlo… Gracias por recordármelo. El libro de Gelman, a ti que te gustan los temas electorales, está muy bien.

  • Pensaba que Cohen canadiense solamente estaba el cantante, ¡gracias por hablarnos de él! (esto me recuerda el chiste de aquel tipo al que le dicen que se había muerto Marañón y dice "lo que le faltaba al Osasuna"). A mí siempre me había parecido que la cita de Marx de la que hablas tenía que ver más bien con el hecho de que las circunstancias materiales de una persona condicionan sus creencias y preferencias. De hecho quería escribir algo sobre esto hasta que vi que Alesina se me había adelantado. Hay un papel que explica cómo estas creencias dispares pueden autoconfirmarse y llegar a constituir un equilibrio:
    http://www.economics.harvard.edu/faculty/alesina/files/Fairness%20and%20Redistribution.pdf
    y otro más reciente sobre las preferencias:
    http://www.economics.harvard.edu/faculty/alesina/files/goodbyelenin-0606.pdf
    Bueno, un paper menos que tengo que escribir.

  • Pensaba que Cohen canadiense solamente estaba el cantante, ¡gracias por hablarnos de él! (esto me recuerda el chiste de aquel tipo al que le dicen que se había muerto Marañón y dice “lo que le faltaba al Osasuna”). A mí siempre me había parecido que la cita de Marx de la que hablas tenía que ver más bien con el hecho de que las circunstancias materiales de una persona condicionan sus creencias y preferencias. De hecho quería escribir algo sobre esto hasta que vi que Alesina se me había adelantado. Hay un papel que explica cómo estas creencias dispares pueden autoconfirmarse y llegar a constituir un equilibrio:
    http://www.economics.harvard.edu/faculty/alesina/files/Fairness%20and%20Redistribution.pdf
    y otro más reciente sobre las preferencias:
    http://www.economics.harvard.edu/faculty/alesina/files/goodbyelenin-0606.pdf
    Bueno, un paper menos que tengo que escribir.

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