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La ventaja de apellidarse Aad y cómo acabar con ella (o al menos reducirla)

georges-aadHe meditado mucho sobre cuál sería esta, mi primera entrada en Nada es Gratis. Finalmente me he decidido por un tema de cierta actualidad pero que, a primera vista, puede parecer poco relevante más allá de la economía académica. Digo que puede parecerlo porque en realidad atañe al modo en el que se produce el conocimiento en nuestra disciplina y por tanto influye sobre el volumen y calidad de sus aportaciones. Y es interesante además porque nos ofrece la oportunidad de hacer un estudio comparativo entre tribus humanas... perdón, quería decir, entre disciplinas científicas.

Hace apenas un mes, Debraj Ray y Arthur Robson presentaban una propuesta (aquí para la versión divulgativa y aquí para la técnica) para cambiar la convención sobre el orden de coautores que se utiliza en Economía. Como sabrán muchas de nuestras lectoras, la convención actual es que los coautores de un trabajo se citen en orden alfabético bajo el supuesto asumido de que la contribución de todos ellos al trabajo ha sido de similar calibre. Esto contrasta con otras disciplinas, como por ejemplo la Biología -en la que tengo experiencia publicando-, donde el orden de coautores refleja una jerarquía que demarca los principales "ideólogos" del proyecto, los técnicos que han colaborado en él y los responsables de los laboratorios donde se ha desarrollado y financiado. Nuestra convención alfabética es bastante civilizadita (luego nos acusan de egoístas) en comparación con la que se maneja en esas otras disciplinas en las que, como podrán imaginar, hay sordas y no tan sordas luchas por ser el primer autor, e incluso por ser el "corresponding author," aquel que se comunica con el editor o editora de las revistas (un rol que en Economía es más bien irrelevante e incluso se considera un engorro).

Sin embargo, a nadie sorprende la idea de que la convención del orden alfabético confiere cierta ventaja a aquellos autores cuyos apellidos aparecen primero. El uso del "et al." (o su versión cañí, el "y col." que utilizamos cuando rellenamos los proyectos del Ministerio) condena al sótano del anonimato a un montón de investigadores con contribuciones tan valiosas como las del flamante primer autor. Por ejemplo, he perdido la cuenta de las veces en las que he escuchado (y pronunciado) "Acemoglu y coautores" (pobre James Robinson).  Y aunque esta ventaja no implique que uno pueda llegar a ganar el Nobel o a ser ministro por llamarse Georges Aad (cuya foto inaugura esta entrada y que aparece como primer autor en 458 artículos, uno de ellos con más de 5.000 coautores), resulta que existen notorias ganancias asociadas a una posición temprana en el alfabeto. Robson y Ray presentan evidencia muy concluyente al respecto. Por ejemplo, citando a Einav y Yariv (2006), muestran que la posibilidad de obtener tenure en las mejores universidades norteamericanas o de ser miembro de la Econometric Society dependen de la primera letra de tu apellido. Esto contrasta, por ejemplo, con la Psicología, donde el orden refleja el mérito intelectual relativo de cada autor y donde esta correlación es nula (aunque como disciplina tenga otros problemas). Las listas de referencias bibliográficas contribuyen a aumentar el problema porque al estar ordenadas alfabéticamente presentan primero los artículos cuyos primeros autores ocupan puestos iniciales en el alfabeto. El sesgo no pasó desapercibido al NBER que hace poco decidió aleatorizar el orden de los artículos que presentaba en su newsletter semanal al comprobar que los primeros de la lista alfabética eran mucho más descargados que los últimos. Costumbres como la de la Review of Economic Studies de ordenar los artículos que aparecen en cada número por orden alfabético también confieren una ventaja injusta a ciertos autores gracias a otra convención: la de que el primer artículo que aparece en un número suele señalar que ha sido considerado por el consejo de editores como el mejor. La importancia del fenómeno es tal que investigadores con primeros apellidos en el orden alfabético producen más y tienen más coautores que los que tienen apellidos tardíos en el abecedario. Esto es preocupante no solo por cuestiones de equidad sino también de eficiencia: es posible que haya artículos que no se lleguen a escribir y equipos de coautores que no se lleguen a formar porque la convención del orden alfabético induce una elección estratégica de coautores.

La convención del orden alfabético ha podido mantenerse porque el proceso de producción en nuestra disciplina era hasta ahora bastante horizontal (veo algunas cejas levantadas así que volveré a este punto al final). Y si, por lo que fuera, uno contribuía más que otros coautores a cierto proyecto, el consuelo habitual era pensar que ya se compensaría en el futuro. Algunos grupos de coautores que trabajan de forma repetida han acordado a nivel privado aplicar otros arreglos. Así por ejemplo, en nuestro último trabajo con mis desafortunadamente apellidados coautores Enrique Turiégano y Marc Vorsatz, acordamos trastocar nuestro orden de aparición. Pero estos arreglos privados no remedian la situación cuando existe una convención tan establecida como la del orden alfabético: Si alguien encuentra un artículo de "Sánchez-Pagés y Acemoglu" en vez de "Acemoglu y Sánchez-Pagés" lo probable es que le huela a chamusquina.

La propuesta de Ray y Robson, ya lo habrán sospechado muchas de ustedes, es la siguiente: randomizar el orden de los coautores. Así se preserva la equidad en la asignación del mérito y se reparte la ventaja que confiere aparecer como primer autor. Pero hay algo más. Para reducir la dificultad que supone para una nueva costumbre "invadir" un entorno donde ya hay una convención rival instaurada, Robson y Ray proponen incluir el símbolo ® para certificar que el orden es aleatorio. Así, si un día se encuentran con un artículo de Sánchez-Pagés ® Acemoglu sabrán al instante que el orden de coautoría no se debe a que un famoso profesor del MIT se aprovechó del esfuerzo de un pobre investigador español sino a que ambos contribuyeron por igual y aleatorizaron el orden de sus apellidos. En su trabajo teórico, Ray ® Robson demuestran formalmente que esta "mutación" puede invadir con éxito una población de economistas que utilizan la convención del orden alfabético. La intuición detrás de su teorema es básicamente que su propuesta de "orden aleatorio certificado", como ellos lo llaman, asigna el mérito percibido de forma más ajustada al mérito real y por tanto es en el interés de los autores adoptarlo. También insisten en que no haría falta imponer esta nueva convención a nadie. Bastaría con que instituciones reconocidas, por ejemplo la American Economic Association, la apoyen reconociéndola públicamente como una convención válida. Quiero pensar que esta entrada en NeG es una modesta aportación para que esto ocurra.

Por último quisiera referirme a dos circunstancias donde creo que fallan tanto la convención actual como la propuesta de orden aleatorio certificado. La primera es la de coautorías entre estudiantes de doctorado y sus directores de tesis. Como sabe bien cualquiera que haya enviado a sus estudiantes al mercado de trabajo, otra convención en Economía es la de sospechar de la contribución relativa de cada autor en estos casos (por razones evidentes). Esta convención agrava la ya de por si vulnerable posición de los estudiantes en estos binomios, especialmente de aquellos con apellidos tardíos en el orden alfabético. En este caso sería positivo abrazar algún tipo de orden que connotara una jerarquía y aliviara sospechas dejando bien claro quién ha hecho qué. Más en general, creo que nos ayudaría adoptar convenciones parecidas a las de las ciencias experimentales porque, como nos decía Antonio hace un tiempo, el modo de producción de conocimiento en Economía está convergiendo al de esas disciplinas: un profesor de renombre que gestiona un equipo de técnicos o postdocs. El orden de autoría debería reflejar contribuciones que son, cada vez con máyor frecuencia, cualitativamente distintas.

Mientras tanto, pensaré en cambiar mi apellido por Asánchez.