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El estado del bienestar: los puntos sobre las íes

En los últimos años los países occidentales (o los países ricos, como queramos llamarlos) han vivido una edad de oro. Las economías han crecido a tasas razonables, pero lo que es más importante, los estados del bienestar se han extendido y ampliado de tal manera que todos nuestros problemas parecían resueltos. Pensiones agradecidas para nuestros mayores, educación gratuita para nuestros hijos y sanidad para todos.

El hecho de que estas necesidades, ampliamente aclamadas como esenciales, se hayan visto cubiertas por nuestros gobiernos ha hecho que los individuos se vieran más libres de consumir a rienda suelta. ¿Para que ahorrar si todas estas dimensiones de nuestras vidas estarían cubiertas? Muchos coches, viviendas y otros bienes duraderos se compraron a crédito gracias a la creencia de que el estado del bienestar no solo era amplio sino que era también duradero. (Los bajos tipos de interés también ayudaron, no podemos negarlo, pero no creo que fuesen la fuerza fundamental)

Es verdad que mientras los hogares se endeudaban los gobiernos parecían ahorrar. Las moderadamente altas tasas de crecimiento económico observadas durante los últimos años han permitido a estos tener unos ingresos más que suculentos que, a su vez, han facilitado la financiación de muchos de los gastos corrientes a la vez que los niveles de deuda pública se mantenían bajo control. Pero por desgracia, en la mayor parte de los países, la contabilidad nacional solo obliga a los gobiernos a reflejar los déficits de caja, es decir pagos menos cobros, y no las deudas contraídas a más largo plazo relacionadas con pensiones (u otros gastos sociales relacionados con el envejecimiento de la población) o sanidad.

Además de las considerables tasas de crecimiento económico, un gran apetito por renta fija en los mercados, ayudó a enmascarar los altos niveles de deuda (tanto privada reconocida como pública encubierta) sin muchos problemas. Por desgracia para todos, todo era un espejismo. La caída de Lehman Brothers cambió muchas cosas, pero entre ellas el apetito de los mercados por la deuda. De pronto todo el mundo reconoció como problema lo que antes no parecía ser lo: tanto las familias como los gobiernos tienen niveles de deuda insostenibles.

Para las familias, bajar los niveles de deuda no es tarea fácil. Menos aún cuando esta fue adquirida pensando que (1) la economía parecía haber entrado en unas sendas de crecimiento, aunque no extraordinarias, más que razonables y sostenibles y (2) que el estado cubriría nuestras necesidades sanitarias, educacionales, y de pensiones. Pero es algo que se puede hacer y se hará. Será doloroso, el crecimiento del consumo se resentirá, e incluso habrá familias que no lograrán, pero el incremento de la tasa de ahorro de los hogares demuestra que, aún siendo un camino tortuoso, no es utópico.

Más difícil, me parece a mí, es reducir los niveles de deuda de los gobiernos. ¿Por qué? Como demuestra las reacciones de la oposición española a la subida del IVA y el plan del gobierno para alargar la edad de jubilación, los incentivos políticos para apoyar tales reformas son desastrosos. Si el gobierno (más por necesidad que por otra cosa) reconoce que uno de sus programas sociales está en crisis lo razonable (desde un punto de vista de supervivencia política) es que la oposición lo niegue y acuse al gobierno de ser la causa y nunca la solución a dicho problema. Eso hace que los problemas se alarguen y amplíen.

Pero los ciudadanos de las sociedades ricas debemos entender que todas esas promesas asociadas al estado del bienestar (pensiones, sanidad, y educación principalmente) no se pueden cumplir. Vivimos demasiado tiempo para poder pagar pensiones y sanidad y educar a nuestros hijos es demasiado costoso para que el estado se haga cargo de la cuenta. Y lo peor es que no le podemos echar la culpa a nadie sino a nosotros mismos por haber creído unas promesas que eran tan vacías como hermosas. Pero para dar este crucial paso sería deseable que las discusiones políticas fueran más económicas y menos políticas algo impensable en estas nuestras democracias modernas. Los incentivos para ello son nulos. Es mucho más rentable (políticamente hablando) decir que el problema es el gobierno que sentarme con él a solucionarlo.

Es verdad (y centrándonos en España ahora) que este gobierno ha gastado mucho y mal. Pero por desgracia (excepto en el último gobierno de González y el primero de Aznar) esta ha sido la regla más que la excepción. Pero también es verdad que este gobierno no tiene la culpa (ni lo tendría otro) de todas las promesas hechas en su nombre por gobiernos pasados. Por mucho que nos duela reconocerlo, un gobierno más comedido en el gasto tampoco hubiera podido cumplir esas promesas. Y esa es la verdadera crisis a la que nos enfrentamos. Reconocernos que el estado del bienestar que nos hemos prometido a nosotros mismos es, como poco, demasiado caro y debemos, como mínimo, reducirlo.

Lo que me temo, por lo que leo y por las razones mencionadas, es que ni el gobierno está por enumerar los problemas con voz alta y clara, ni la oposición está por la labor de ayudar en su solución (que no es otra que recortar el estado del bienestar), ni la población tiene oídos para aquellos que quieren poner los puntos sobre las íes. Es mucho más fácil realizar nuevas promesas y creerlas que reconocer y solucionar los problemas. Y mientras cada día nos parecemos más a Grecia.