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Reforma laboral: Aquí y Ahora

[Conjunto con DAVID LÓPEZ-SALIDO]

Tomamos prestado el título del libro que François Mitterrand publicó en 1980, poco antes de convertirse en Presidente de la República Francesa, para defender que el momento de una auténtica reforma laboral ha llegado aquí y ahora, y que no es nada obvio que lo deseable sea esperar a una fase expansiva de la economía para ponerla en práctica.

Ahora pocos discuten la necesidad de una reforma pero no hace mucho se decía que no era oportuna (véase el último párrafo de este editorial de El País del 2/5/2009). Discutir el momento adecuado para realizar la reforma requiere empezar por describirla. Pensamos que sus ejes principales deberían ser dos (incluidos en el Manifiesto de los 100): la creación de un contrato único que termine con los contratos temporales (y la consiguiente dualidad) y una reforma de la negociación colectiva que permita una mayor adecuación de los salarios a la productividad de las empresas (véase este artículo reciente de Joaquín Lorences y César Rodríguez). Basada en estos dos ejes, es por tanto una reforma en profundidad, no una reforma marginal como la que parece derivarse de la propuesta del gobierno (ver ésta y ésta entradas previas). Una reforma de poca entidad no solo no solucionaría nuestros problemas sino que los agravaría, al impedir una auténtica reforma a corto plazo.

Se aduce a menudo que es mejor esperar y hacer la reforma laboral cuando llegue la expansión de la economía. Este tipo de afirmaciones no proporcionan un marco de referencia adecuado pues no definen con claridad qué se entiende por dicha expansión: ¿Cuando empiece a crecer el PIB, a crecer el empleo, a caer el desempleo? En el caso de nuestra economía, el PIB puede que empiece a crecer (débilmente) este trimestre, pero la creación de empleo neto probablemente no sucederá antes de fin de año y la reducción del desempleo no antes de 2011 (según el Instituto Flores de Lemus, por ejemplo). Una caída significativa de la tasa de paro está a varios años de distancia. Si el criterio fuera este último, en realidad se estaría posponiendo la reforma sine die.

Pese a la extendida creencia popular, no está claro que sea mejor hacer reformas estructurales en las expansiones. Para discutir este asunto seguimos un excelente trabajo de Gilles Saint-Paul, que se centra en la reducción de los costes de despido. La reforma tendría un efecto neto incierto sobre el empleo a corto plazo: se destruirían empleos de los trabajadores actualmente menos productivos pero se crearían empleos nuevos por la reducción de los costes laborales. Ambos efectos conducirían a la vez a un aumento (promedio) de los salarios reales. Con estos efectos en mente, para evaluar la idoneidad de emprender la reforma en la fase alcista del ciclo económico hay que tener en cuenta tres aspectos: su incidencia sobre el bienestar social, su viabilidad política, y la política macroeconómica que debe acompañar a dicha reforma.

Desde el punto de vista del bienestar social, la reforma perjudicaría a los trabajadores despedidos pero beneficiaría a los parados a través de una mayor creación de nuevos empleos. El beneficio neto podría ser mayor si la reforma se realizase en la recesión que en la expansión o no, según sea la magnitud relativa de los efectos del ciclo y la reducción de los costes de despido sobre la creación de empleo. Por otra parte, el efecto relativo de estas dos fuerzas sobre los salarios determinaría si quienes mantengan su empleo saldrían más o menos favorecidos por que la reforma se haga en una expansión o en una recesión. Finalmente, posponer una reforma beneficiosa (tanto en expansión como en recesión) tiene un coste obvio: cuanto más tarde se haga más descontaremos sus beneficios por tener lugar en el futuro en vez de ahora.

En segundo lugar hay que considerar la economía política de la reforma. Aquí lo esencial para juzgar la idoneidad de su puesta en práctica es el denominado efecto de exposición. Las reformas tienden a beneficiar a los parados más que a los empleados. Entonces, la vía principal por la que los empleados tienen en cuenta el bienestar de los parados es que ellos mismos se vean expuestos al riesgo de quedar parados. La evidencia empírica internacional que presenta Saint-Paul en otro artículo es muy elocuente al respecto. En particular, encuentra que el efecto de exposición está presente: las reformas se hacen cuando el paro crece deprisa. Por tanto, esperar a la expansión podría fácilmente llevar a la inviabilidad de la reforma. El otro hallazgo empírico importante es que las reformas que están correlacionadas con el ciclo económico son las marginales, como liberalizar los contratos temporales (como en la reforma española de 1984). Sin embargo, las reformas más profundas, como la que aquí defendemos, no están significativamente correlacionadas con el ciclo.

El tercer aspecto importante es qué política macroeconómica debe acompañar a una reforma laboral, y en este caso no hay duda. Una reforma estructural reduce la tasa de paro de equilibrio (o tasa de paro natural), pero la tasa observada no cae rápidamente hasta el nuevo valor de la estructural. La brecha generada es equivalente a una recesión y por tanto se deberían poner en práctica políticas monetaria y fiscal expansivas.

A este respecto, una visión muy extendida tiende a enfatizar que nuestra pertenencia a la Unión Económica y Monetaria (UEM) nos pone en apuros. Pensamos que se debe matizar esta primera aproximación pues esa pertenencia, desde la perspectiva recesiva europea actual, en lugar de ser solo una restricción, puede ofrecer nuevas oportunidades para poner en práctica, aquí y ahora, la reforma laboral.

Es cierto que al pertenecer a la UEM la política monetaria se orienta a la situación global de esa área en vez de a la española. Es precisamente por este motivo por lo que conviene aprovechar la laxitud de la política monetaria europea actual y sus perspectivas de corto (y quizás medio) plazo para realizar la reforma laboral, sin esperar a la expansión. Posponer la reforma del mercado de trabajo significa enfrentarse a un contexto macroeconómico europeo caracterizado por una política monetaria menos expansiva que la actual. En ese momento, la carencia de una política monetaria propia constituirá una verdadera restricción.

¿Cuáles son las consideraciones relevantes desde el punto de vista de la política fiscal? En principio, nuestra política fiscal ha superado de sobra los límites de la prudencia (en parte por la ausencia de una reforma laboral), como se han encargado de recordarnos los mercados financieros internacionales. ¿Significa esto que no es posible implementar una política fiscal que compense el potencial efecto negativo a corto plazo de la reforma laboral? De ningún modo. La evidencia empírica existente al respecto es muy contundente. Giavazzi y Pagano (1990) fueron los primeros en demostrar los efectos positivos sobre el PIB asociados a las consolidaciones fiscales –si van ligadas a reducciones importantes del gasto público. Igualmente, Alesina y Ardagna (1998) y Perotti (1999) señalaron sus efectos positivos sobre el consumo privado y el PIB. Esto sucede por dos motivos. Por una parte, los consumidores se dan cuenta de que se reduce su carga fiscal futura y eso estimula su consumo. Por otra parte, los inversores perciben un menor déficit futuro y eso conduce a una caída de la prima de riesgo y de los tipos de interés reales (Laubach, 2009). Por tanto, una política de consolidación fiscal creíble, asociada a una reducción del gasto público corriente, favorecería una expansión de la demanda nacional, deseable para contrarrestar los potenciales efectos de corto plazo de la reforma laboral. Esto es lo que ha propuesto el Gobierno con su “Programa de consolidación fiscal para reducir el déficit público al 3% en 2013”. El problema es que actualmente no es creíble.

Todas estas consideraciones, resumidas de forma sucinta, nos hacen pensar que los argumentos que abogan por la conveniencia de posponer la reforma laboral hasta “momentos mejores”, para reducir así el potencial (e incluso incierto) coste a corto plazo de la misma, son cuando menos dudosos. Pensamos que son también difíciles de aplicar a nuestra realidad pues nuestra economía, aquí y ahora, se enfrenta a una situación cada vez más dramática.