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¿Vivimos menos en pareja que hace 20 años?

Un poco de demografía, y consecuencias sobre la estructura de los hogares

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Hoy quería volver a temas de demografía, y hablar en particular de las tendencias a largo plazo en nupcialidad, divorcio y natalidad en España, y sus implicaciones para la estructura de los hogares y las condiciones de vida de los niños (Nacho nos ha hablado recientemente de las tendencias de población y migraciones aquí y aquí). En particular, hoy quiero resaltar la importancia de desagregar las tendencias demográficas por nivel socio-económico de los hogares, ya que con frecuencia la evolución agregada esconde patrones diferenciales para distintos grupos, lo que puede tener consecuencias importantes, por ejemplo sobre desigualdad (en esta generación y en las siguientes).

La figura 1 muestra la evolución de la tasa bruta de nupcialidad (número anual de matrimonios por 1.000 habitantes) entre 1980 y 2015 (todas las figuras usan datos del INE). La tendencia a largo plazo es claramente negativa. En 1980 se celebraban 6 matrimonios al año por cada 1.000 personas, mientras que en 2013 eran casi la mitad, 3.3. La caída parece especialmente pronunciada entre 2004 y 2011.

Figura 1. Tasa bruta de nupcialidad (matrimonios anuales por 1.000 hab.), España 1980-2015

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Para entender mejor esta tendencia, uso los microdatos de la Encuesta de Población Activa de 1999 y 2016. En 1999, el 68% de las mujeres entre los 25 y los 45 años estaban casadas, pro en 2016 la cifra había caído hasta casi el 50%. Más interesante resulta el análisis desagregado por nivel educativo. En 1999, estar casada era mucho más común entre las mujeres sin educación universitaria (de las que el 73% estaban casadas, frente al 51% de las universitarias). Pero la caída en la nupcialidad parece haberse concentrado sobre todo en las mujeres de nivel educativo medio-bajo, lo que hace que el porcentaje de casadas casi se iguale entre los dos grupos en 2016 (52% frente a 49%). Es decir, la caída en la nupcialidad ha sido mucho más pronunciada entre las mujeres sin formación superior.

La bajada en la nupcialidad ha ido acompañada por un marcado aumento en la tasa de divorcio. La figura 2 muestra el número anual de divorcios por 1.000 habitantes, que aumentó de 0 a casi 1 entre 1980 y 2000, y de 1 a 2 entre 2000 y 2015 (recordemos que el divorcio se legalizó en 1981, y se liberalizó en 2005; ya hablé de los efectos de la regulación legal del divorcio aquí). El aumento en las disoluciones matrimoniales también ha ido encabezado por las parejas de nivel educativo medio-bajo. El porcentaje de separadas o divorciadas (entre todas las mujeres casadas, separadas o divorciadas) aumentó del 4 al 11% entre las mujeres sin educación universitaria (edades 25-55), pero sólo del 4 al 7% entre las universitarias. De nuevo, esto apunta a una menor estabilidad familiar en hogares de nivel educativo medio-bajo.

Figura 2. Tasa bruta de divorcio (divorcios anuales por 1.000 hab.), España 1980-2015

Figura2

La combinación de menos bodas y más divorcios podría hacernos pensar que los españoles vivimos menos en pareja en 2017 que hace unas décadas. Sin embargo, estas tendencias han ido acompañadas por un aumento en la cohabitación fuera del matrimonio, más difícil de capturar en las estadísticas oficiales. Según la Encuesta de Población Activa, en 1999 el 61% de los adultos con edades comprendidas entre los 18 y los 65 años vivían en pareja. La cifra era muy parecida (el 62%) en 2016. Pero en 1999, sólo el 2% de las parejas que vivían juntas no estaban casadas, comparado con el 14% en 2016. Esto sugiere que quizá la estructura de los hogares no se ha visto apenas afectada por los grandes cambios en las tasas de nupcialidad y disolución matrimonial.

Sin embargo, esta tendencia general de nuevo esconde comportamientos diferentes por nivel educativo. La proporción de mujeres (de 25 a 55) viviendo en pareja (casadas o no) cayó del 77 al 70% entre las no universitarias, mientras que para las mujeres con educación superior aumentó del 55 al 65%. Por tanto, los datos sugieren que sí se han producido cambios diferenciales por nivel educativo en la composición de los hogares, que podrían ser relevantes, por ejemplo en relación a los hijos.

Hablando de los hijos, la figura 3 muestra la evolución de la tasa bruta de natalidad (número anual de nacimientos por cada 1.000 mujeres). De manera similar a los matrimonios, se observa una tendencia decreciente a largo plazo, pasando de 15 nacimientos por 1.000 mujeres en 1980 a 9 en 2015. Sin embargo, cabe destacar que el nivel de 2015 es similar al de 1995, debido a un aumento de la natalidad entre 1998 y 2008, que vuelve a caer de 2008 a 2015 (de la relación entre ciclo económico y fecundidad ya hablamos aquí; del efecto del ciclo sobre nupcialidad y divorcio aquí).

Figura 3. Tasa bruta de natalidad (nacimientos anuales por 1.000 mujeres), España 1980-2015
Figura3

La EPA nos confirma esta evolución reciente. La proporción de hogares con niños (menores de 16) y el número medio de niños por hogar es básicamente el mismo en 1999 que en 2016. Pero estas estadísticas esconden un cambio importante durante el mismo periodo: el aumento en la proporción de niños que viven con uno solo de los progenitores. En 1999, el 7% de los niños vivían sólo con su madre (el 1% sólo con el padre), mientras que en 2016 estas figuras alcanzaban el 15% y el 2%, respectivamente. Es decir, la fracción de niños que viven con sólo uno de los padres se ha multiplicado por más de dos en 15 años. Esto reflejaría una menor estabilidad en los patrones de convivencia (más separaciones), a pesar de que hemos visto que la convivencia en pareja no ha perdido popularidad.

De nuevo, es interesante estudiar si este aumento en la monoparentalidad se concentra en hogares de nivel socioeconómico bajo. La respuesta es que sí. Entre las mujeres de 25 a 45 años sin formación universitaria, el porcentaje de madres solas aumentó del 6 al 13% (solo de 5 a 6% entre las universitarias). La buena noticia es que cada vez hay más mujeres con educación superior. La mala es que en 2016, el 15% de los niños vive solo con su madre, que no suele tener formación universitaria (en casi dos tercios de estos hogares), y que muchas veces (26%) no tiene trabajo.

Toda una literatura en economía y sociología sugiere que esta evolución reciente en la estructura familiar puede tener consecuencias negativas para (algunos) niños. A nivel descriptivo, los niños que crecen en familias monoparentales tienen niveles de ingreso familiar más bajos, mayor riesgo de pobreza, y presentan peores resultados educativos y a largo plazo (y quizá esto es así para los niños más que para las niñas, como sugiere este trabajo reciente del que ya hablé aquí). La medida en que estas asociaciones son causales es difícil de discernir, pero merece la pena enfatizar que las tendencias demográficas pueden llevar aparejadas consecuencias sociales y económicas importantes. En el caso que nos ocupa, parece relevante estudiar en qué medida el aumento reciente en la inestabilidad familiar puede perjudicar a los niños afectados, y qué políticas pueden ayudar a asegurar que disfruten de las mismas oportunidades que los demás.