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Racismo y desigualdad en el siglo XXI

Tras la masacre de Charleston de la semana pasada, he tenido que responder a las preguntas de mi hijo de 7 años, que quería saber qué era eso del “racismo” del que nos oía hablar. Y resultó ser más difícil de lo que habría esperado, empezando porque no entiende de “razas”, incluso después de vivir en EEUU durante 6 meses. Evidentemente, nota que las personas tienen distintos tonos de piel, pero no lo ve de una manera binaria. En su clase hay niños de procedencia china, rusa, iraní, jamaicana o danesa, todo un continuo de variaciones étnicas. Un día en una tienda del barrio le enseñé una foto de los Obama, y le expliqué que era la familia del presidente, ante lo cual exclamó: “They’re very brown!” (“¡Son muy marrones!”). Bendita inocencia.

Acabé hablándole de la Guerra Civil de aquí y la abolición de la esclavitud, pero me costó encontrar una manera de enlazar aquello con la situación actual.

Si bien es difícil cuantificar el grado de racismo existente en la sociedad estadounidense actual (o cualquier otra), sí que es factible medir el grado de desigualdad económica entre grupos étnicos. Como ya sé que a algunos de nuestros lectores no les parece que la “desigualdad” sea algo indeseable de por sí, si lo prefieren hablaré del grado de “desventaja” del colectivo afroamericano en EEUU. Espero que estén de acuerdo en que esto pueda ser motivo de preocupación, dada la historia no tan lejana de segregación y discriminación institucional contra este grupo.

El economista afroamericano Roland Fryer, medalla John Bates Clark de este año, ha trabajado en profundidad este tema (Roland también ganó el premio Calvó-Armengol en 2012, y en su discurso de aceptación en Barcelona habló de temas relacionados, ver un resumen aquí y la presentación completa aquí, que les recomiendo mucho). En un artículo de 2010, resume la situación así: “Con respecto a los blancos, los negros ganan un 24% menos, viven 5 años menos, y son 6 veces más propensos a estar encarcelados.” El artículo considera las distintas explicaciones que se han propuesto como posibles causas de estas diferencias (genética, discriminación, cultura, etc), y reconoce la dificultad de distinguir entre ellas empíricamente. Sin embargo, dada la importancia social del tema, merece la pena intentarlo.

El trabajo de Fryer establece, en primer lugar, que la importancia de la discriminación como factor explicativo de la desigualdad económica y social entre blancos y negros ha perdido importancia desde el siglo XX. Los datos más recientes muestran que las diferencias actuales entre blancos y negros en, por ejemplo, salarios, se reducen mucho una vez se comparan trabajadores con nivel educativo similar.

Por ejemplo, en una muestra de hombres con edad media de 43 años en 2006 (NLSY79), los hombres negros ganaban un salario medio por hora un 39% más bajo que los hombres blancos de la misma edad. Sin embargo, al comparar a hombres con la misma nota en el AFQT (un test que mide comprensión lectora, vocabulario, conocimiento matemático y razonamiento aritmético), la brecha salarial se reducía al 11%. Esto se explica porque los hombres negros tenían notas mucho más bajas en el test cognitivo.

Esto, sin embargo, nos lleva a preguntarnos ahora por qué el nivel educativo medio (o las habilidades cognitivas) de los afroamericanos es mucho más bajo que el de los blancos.

Para responder a esta pregunta, el artículo presenta a continuación un análisis de múltiples bases de datos con información sobre capacidad mental de (muestras representativas de) niños de entre 8 meses y 17 años de edad. Los resultados muestran que la brecha en habilidades cognitivas entre blancos y negros no existe en niños menores de un año. Sin embargo, ya a los dos años se observa cómo la distribución de los niños blancos se ha desplazado hacia la derecha, y estas diferencias van aumentando con la edad (ver figuras 1 y 2).

Figure1

Figure2

Un modelo sencillo de diferencias genéticas no es consistente con estos resultados, aunque se puede pensar en modelos más complicados (por ejemplo, con interacciones entre las capacidades de los padres y el entorno de los niños) que sí podrían generar patrones parecidos.

Por último, Fryer se plantea qué se puede hacer para cerrar esta brecha en lo que llama el “achievement gap” (o “skill gap”) entre blancos y negros. Describe distintos programas con los que se ha experimentado en EEUU, incluyendo diversas intervenciones en la primera infancia, mayor flexibilidad y rendimiento de cuentas en los colegios, clases más pequeñas, incentivos a los alumnos, y premios para los buenos profesores (del trabajo de Fryer evaluando distintas intervenciones educativas nos ha hablado Antonio en varias ocasiones, ver por ejemplo aquí, aquí y aquí). Aunque algunas de estas intervenciones se han demostrado efectivas, no hay ninguna que por sí sola sea capaz de cerrar la brecha. Sin embargo, Fryer ha mostrado cómo ciertas “charter schools”, que combinan muchos de los elementos mencionados, han conseguido mejorar dramáticamente los resultados incluso de los niños (negros) más pobres.

En consecuencia, se pregunta si sería posible extender el modelo de las “charter school” más exitosas al resto del sistema público, o si existen otro tipo de reformas que pudieran conseguir resultados similares. Otra línea de acción posible serían las intervenciones tempranas socioeducativas “à la Heckman” de las que hemos hablado en este blog muchas veces, por ejemplo aquí.

En cualquier caso, Fryer está convencido de que cerrar el “racial skill gap” (al que llama “el problema del siglo XXI”) tiene potencial para reducir o eliminar muchos de los problemas sociales que han castigado a las minorías étnicas durante siglos. Si esto también ayudaría a eliminar el racismo (y sus manifestaciones más violentas), eso ya es otra historia.

Así que al final, como casi siempre, volvemos a la importancia de la educación, y de una educación pública de calidad como herramienta de mejora social. Si bien en España no tenemos un problema de tipo “racial” tan evidente, merece la pena preguntarse si mejorar la calidad de la educación (pública) no podría tener el mismo tipo de consecuencias positivas para niños procedentes de estratos sociales desfavorecidos.