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¿Por qué viven más años las mujeres que los hombres?

Leía hace unos días esta noticia en The Guardian, donde se anuncia que en 2040, España será el país más longevo del mundo, con una esperanza de vida de 86 años. La esperanza de vida al nacer en España era de 83 años en 2017, según el INE, aunque la media esconde grandes diferencias por sexo: 86 años para las mujeres contra 80 para los hombres (de longevidad ya les hemos hablado antes, por ejemplo aquí y aquí). La figura 1 muestra que esta diferencia en longevidad por género se observa sin grandes cambios desde que tenemos buenos datos para España (1975). ¿A qué se debe la mayor longevidad de las mujeres?

Figura 1. Esperanza de vida al nacer en España, 1975-2017 (fuente: INE)

En primer lugar, esta ventaja de las mujeres en longevidad se observa en la actualidad en la gran mayoría de países. Por ejemplo, aquí se puede ver que las mujeres viven en media más que los hombres en todos los países de la OCDE.

Este hecho es bien conocido, y he participado en muchas charlas de café donde cada uno exponía sus hipótesis sobre el origen de esta brecha de género. He oído conjeturas de lo más variadas, incluyendo: los hombres van a la guerra y las mujeres no, los hombres tienen trabajos más “chungos”, mientras que las mujeres tienen una vida más fácil (¿?), los hombres fuman y beben más, etc. ¿Tenemos evidencia científica que nos ayude a responder a esta pregunta?

Hoy quería contarles los resultados de un trabajo reciente de las brillantes economistas Claudia Goldin y Adriana Lleras-Muney, historiadora económica y economista de la salud, respectivamente, en el que afrontan esta cuestión. En su estudio, empiezan por constatar que efectivamente esta diferencia a favor de las mujeres se encuentra en casi todas partes en la actualidad. A continuación, se preguntan si esto ha sido siempre así, y la respuesta es que no. Por los datos históricos de que se dispone, parece que hasta finales del siglo XIX, la ventaja de las mujeres en mortalidad no existía. Por ejemplo, en Francia en 1850, la esperanza de vida a la edad de 1 año era la misma para hombres y mujeres, y en el Reino Unido era un poco mayor entre los hombres (aquí).

Goldin y Lleras-Muney proponen que quizá podemos entender qué explica la brecha actual si estudiamos cuándo se produce el cambio, y a qué se debe.

Los datos sugieren que el cambio (la aparición y aumento de una importante brecha de género en esperanza de vida) se produce a principios del siglo XX (por supuesto con alguna variación entre países). Por ejemplo, la figura 2 muestra la esperanza de vida a los 45 años por sexo en EEUU, entre 1795 y 2014. Ambas series se superponen hasta 1900, cuando se abre una brecha que va aumentando durante la primera mitad del siglo, de modo que en 1950 ya se alcanza una diferencia de magnitud similar a la actual. El patrón es parecido en Francia o Inglaterra.

Figura 2. Esperanza de vida a los 45 años en Estados Unidos, 1975-2014 (fuente: Goldin y Lleras-Muney, 2018)

El siguiente paso es averiguar a qué pudo deberse que el aumento en la longevidad durante el siglo XX beneficiara más a las mujeres. En primer lugar, las autoras descartan algunas posibilidades. Es verdad, por ejemplo, que a principios del siglo XX el uso del tabaco se extendió entre los hombres en muchos países, y no tanto entre las mujeres (la diferencia se ha reducido en décadas más recientes). Sin embargo, el tabaco tarda al menos 20-30 años en matar, con lo que los tiempos no cuadran, ya que la brecha se abre antes de lo que cabría esperar si el tabaco fuera el culpable.

Otro argumento que he oído antes es que antiguamente la mortalidad femenina era más alta debido a la elevada morbilidad y mortalidad en torno al parto. Quizá al reducirse la fecundidad y la mortalidad maternal, aumentó mucho la esperanza de vida femenina, y de ahí el cambio. El estudio explora esta posibilidad en detalle, y concluye que este factor sólo puede explicar una pequeña parte de la brecha, no más del 15%.

La aparición y aumento de la “ventaja” femenina en mortalidad precedió a la reducción de la mortalidad maternal, y a los efectos del aumento en el tabaquismo entre los hombres. ¿Cuál es entonces la razón?

Parece ser que la causa se halla en la reducción en la incidencia de enfermedades infecciosas a principios del siglo XX. El argumento es el siguiente. En el siglo XIX, las niñas y mujeres jóvenes se veían más afectadas por enfermedades infecciosas que los hombres (por ejemplo, la tuberculosis), al menos una vez superado el primer año de vida. Un ejemplo muy marcado puede verse en la “gripe española” de 1918, de la que murieron más niñas que niños. Cuando la incidencia de enfermedades infecciosas cayó (para todo el mundo), gracias sobre todo a intervenciones de salud pública, esa desventaja desapareció. Esta mejora en la salud de las niñas dio lugar a un aumento en la longevidad de las mujeres adultas.

La figura 3 muestra cómo la mortalidad por enfermedades infecciosas de las niñas (de 10 a 15 años) era mayor que la de los niños a finales del siglo XIX y principios del XX en EEUU. Puede observarse también el pico de 1918. A partir de 1920, las muertes por enfermedades infecciosas caen para niños y niñas, pero de manera más pronunciada para las segundas. Un patrón parecido puede observarse en la figura 4, que muestra tasas de mortalidad infantil (es decir, dividiendo muertes por población), excluyendo las muertes violentas. La ventaja masculina evidente en 1890 ha desaparecido en 1940.

Figura 3. Fracción de muertes de niños de 10 a 15 años por enfermedades infecciosas (Massachusetts, 1887-1940) (fuente: Goldin y Lleras-Muney, 2018)

Figura 4. Tasas de mortalidad (muertes no violentas) de niños de 10 a 15 años (Massachusetts 1980-1930) (fuente: Goldin y Lleras-Muney, 2018)

Es importante recalcar que no hablamos (sólo) del efecto "inmediato" procedente de la menor mortalidad provocada directamente por enfermedades infecciosas. Este tipo de enfermedades provoca secuelas entre los supervivientes que afectan a su salud adulta, y por tanto a la longevidad. Al reducirse la incidencia de las enfermedades infecciosas, bajó la mortalidad y la morbilidad tanto de hombres como de mujeres, pero éstas, al verse más afectadas por estas enfermedades, se beneficiaron más. Un punto que el estudio no desentraña de manera convincente es por qué históricamente las mujeres (las niñas) se veían más afectadas por enfermedades infecciosas que los hombres.

La próxima vez que en la sobremesa se discuta sobre por qué las mujeres viven más que los hombres, ya puede presumir delante de su cuñado de estar al día de los últimos resultados científicos.