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Trabajo sin empleo, empleo sin trabajo (y por qué importan para la formación de posgraduados universitarios)

El pasado miércoles 23 de enero participé en las 3as. Jornadas sobre el posgrado en  Latinoamérica: El futuro del empleo que tuvieron lugar en la sede sevillana de la  Universidad Internacional de Andalucía. Se trataba de debatir sobre las relaciones entre las universidades y el sector productivo con el objetivo de mejorar la formación y la investigación universitarias.  Uno de los temas prioritarios de las jornadas tuvo que ver con los desarrollos recientes en los mercados laborales. Lo que sigue es un resumen de algunas de las principales ideas de mi intervención.

Trabajo y empleo no son sinónimos

Para empezar conviene distinguir trabajo de empleo. “Trabajo” es lo que combinado con otros factores de producción (capital, bienes intermedios) da lugar a bienes y servicios que se consumen o se invierten y su demanda viene determinada fundamentalmente por la tecnología. “Empleo” se refiere a las condiciones bajo las que el trabajador (fuerza de trabajo) proporciona ese trabajo y está condicionado por la legislación laboral sobre la organización y la regulación de las relaciones laborales en las distintas formas de producción. “Tener trabajo” y “tener empleo” no son la misma cosa. Se puede tener trabajo sin tener empleo (e.g., trabajo doméstico realizado en el propio hogar) y se puede tener empleo (asalariado o autónomo) sin tener trabajo (como, por ejemplo, el caso que recordaba frecuentemente el genial Forges).

(A este respecto, un querido amigo y excelente colega, J.I. García-Pérez, me transmitió una reflexión muy interesante: ¿Será por esto por lo que los Gobiernos de izquierda tienen “Ministerios de Trabajo”, mientras que los de derechas tienen “Ministerios de Empleo”?)

El determinismo tecnológico: ¿Es esta vez diferente?

La observación anterior parece trivial pero no lo es tanto cuando se trata de analizar las tendencias que están configurando los mercados laborales del futuro. La visión convencional de los efectos de los avances tecnológicos sobre el trabajo y el empleo (que repasamos aquí y aquí) considera que estos aumentan la productividad de otros factores de producción (por eso se enseña bajo la etiqueta de factor-augmenting technological progress).  La mejora de la productividad se produce favoreciendo más la ocupación de trabajadores con un determinado conjunto de habilidades (skills) y en contra de otros: el progreso tecnológico es segado a favor de determinadas cualificaciones y desplaza a los trabajadores que no las tienen. Bajo esta visión, la recomendación de política económica es obvia: se trata de adquirir las cualificaciones que resulten más favorecidas por el progreso tecnológico para que los que pierdan su empleo encuentren oportunidades de reinserción laboral. Si se hace bien, al final el empleo no se reduce, solo cambia su composición por ocupaciones y sectores de producción. Así, la educación y la formación son actividades claves para explotar todas las ventajas de los cambios tecnológicos. Con este mensaje, los economistas laborales se convirtieron durante las últimas décadas en los mejores amigos de los rectores universitarios.

Una forma de racionalizar la ansiedad actual sobre las consecuencias de la nueva ola de cambios tecnológicos basados en la robótica, la inteligencia artificial y la “globótica”, es la observación de que estos nuevos cambios tecnológicos pueden desplazar todo tipo de cualificaciones, por lo que la reinserción laboral de los desplazados mediante la educación y la formación poco puede hacer para mantener el nivel de empleo. Solo mediante la creación de nuevos productos/tareas/ideas que no puedan ser realizadas por los “robots” se abrirían vacantes en las que los trabajadores podrían ser ocupados. Además, solo la innovación entendida de esta manera puede sostener el crecimiento económico en el largo plazo. Dado que la robotización es una actividad subsidiaria de la innovación (no se puede automatizar lo que no ha sido inventado) la robotización no puede sostener el crecimiento de la productividad indefinidamente. Cuáles pueden ser esos nuevos productos/tareas/ideas no es evidente y tampoco lo es que para su ejercicio sea imprescindible una formación avanzada. (Por ejemplo,  algunas de “las profesiones” con más atractivo actualmente para las nuevas generaciones parecen ser las de “youtuber”, “instagramer” “influencer” o “tronista en programas de TV”. Y a pesar de su reciente invención y de estar exclusivamente orientadas a las relaciones personales, tampoco parecen inmunes a la robotización)..

El inexorable avance del empleo independiente

La universalización de las tecnologías de la información y de la comunicación (uno de esos avances tecnológicos que aumentan la eficiencia de los factores de forma sesgada a favor de algunas cualificaciones) ha tenido otro efecto que ha cambiado fundamentalmente las relaciones entre trabajo y empleo. Como nos enseñó Ronald Coase, una empresa tiene razón de ser cuando coordinar la producción de bienes y servicios dentro de ella es más eficiente que a través de meros intercambios en el mercado. Dado que muchos de los costes de transacción asociados a los intercambios de mercado se han reducido significativamente, es menos necesario crear empresas y el empleo independiente está ganando amplios espacios en muchas ocupaciones y sectores. Bien sea porque es mucho más fácil organizar “mercados” (las plataformas digitales, la gig economy, etc.) bien porque algunos de los factores de producción necesarios para la producción se proporcionan por la nuevas tecnologías sin necesidad de entrar en relaciones laborales, ahora es mucho más asequible ser empleador de uno mismo (a tiempo completo o a tiempo parcial).

Las implicaciones para la formación de posgraduados universitarios

La revolución tecnológica 3.0 (el desarrollo de las tecnologías de la información y de la comunicación) ha conseguido que la información sea un recurso universal y fácilmente accesible y que prácticamente toda actividad humana pueda ser transmitida en forma de información. Casi todo se puede reducir a datos, que han pasado a ser una fuente de valor importante para muchas actividades comerciales.

La revolución tecnológica 4.0 (el desarrollo de la robótica y de la inteligencia artificial) puede hacer prescindible al factor humano en la conversión de información en conocimiento. En un mundo (¿utópico/distópico?) como este, ¿qué papel deben jugar las universidades? ¿qué tipo de graduados y postgraduados universitarios deberían “producir”?

No soy de los que economistas que tienen una bola de cristal. No sé cuánto de lejos (o de cerca) estamos de ese mundo. Si tuviera que predecir eligiendo entre un escenario en que los nuevos avances tecnológicos producen los mismos efectos que hemos visto en el pasado y otro como la utopía/distopía descrita anteriormente, diría que hay un tercero que me parece mucho más probable, pero no tengo ni idea de cómo será. No obstante, a pesar de la incertidumbre, creo que hay razones fundadas para avanzar las dos siguientes recomendaciones:

En primer lugar, si vamos a convivir en mayor medida con información masiva y con robots y algoritmos que realizan cada vez más tareas, parece necesario priorizar la formación en materias que permitan acceder, seleccionar y discriminar entre la información masiva y entender cómo los “nuevos trabajadores” (robots y algoritmos) operan con dicha información.

Esto implica, entre otras cosas, universidades con menos enseñanzas escolásticas y más formación funcional. En concreto, la formación en STEM (acrónimo inglés de Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) debería ganar peso en todas las áreas de conocimiento.

En segundo lugar, la universidad debería recuperar su vocación de formación transversal y de promoción de la innovación científica y tecnológica sin barreras artificiales entre áreas de conocimiento. Las universidades y otras instituciones educativas de postgrado que se mantengan con diseños y organizaciones del siglo XIX y con profesores que dejaron de formarse en el siglo XX (u otros más jóvenes pero intelectualmente más anticuados que los anteriores) fracasarán si lo que pretenden es crear los profesionales, académicos e investigadores de lo que queda del siglo XXI.