Economía naíf

By Raphael Perez, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=68007607

En el arte y la moda el término naíf  se atribuye a lo que “representa la realidad afectando la ingenuidad de la sensibilidad infantil; se caracteriza por una gran simplicidad en las formas y el uso de colores muy vivos”. Existe también un enfoque naíf del análisis y de la política económica (ingenuo, infantil, simple y con conclusiones aparentemente vistosas pero desafortunadamente no siempre acertadas).

El arte naíf es un estilo que no se aprende, sino que nace de cada uno de los seres que lo realizan. Se dice que existen, por ejemplo, tantos estilos de pintura ingenua como pintores ingenuos. Y algo parecido ocurre en la Economía naíf: existen muchas manifestaciones del infantilismo económico. Las más frecuentes se originan en confusiones lógicas (con uso recurrente de falacias), falta del sentido de la proporción (por fobia los números y a la aritmética) y en el síndrome de Peter Pan (que, entre otras cosas, protege de la tentación de profundizar en el conocimiento).

Confusiones infantiles

Como les ocurre a muchos niños, los economistas (y no solo los que profesan el enfoque naíf) padecen, con alguna frecuencia, incontinencia verbal (algunos, incluso, logorrea). Inevitablemente, entre tantas palabras se deslizan argumentos mal construidos. A veces se confunden premisas (en ocasiones falsas) con conclusiones; otras instrumentos con objetivos. También abundan las pseudo-teorías construidas sobre la falta de discernimiento entre lo que es una tautología, una identidad contable y una relación causal entre variables económicas con contenido analítico e implicaciones para la política económica.

Por ejemplo, una secuencia de dos premisas lógicas y una conclusión falsa es:

P1. Un aumento del gasto público incrementa la demanda agregada.

P2. Para que aumente el nivel de actividad económica tiene que aumentar la demanda agregada.

CF. Solo con un aumento del gasto público puede aumentar la actividad económica y el empleo.

Otro ejemplo de candidez infantil, esta basada en premisas falsas es:

P1 (F). Un país que emite su propia moneda goza de soberanía monetaria

P2 (F). Emitiendo dinero el Gobierno puede gastar lo necesario para satisfacer necesidades las sociales.

CF. Siempre y en todo lugar se pueden satisfacer todas las necesidades sociales si los Gobiernos no sienten aversión a los déficits públicos.

En otras ocasiones es la confusión entre objetivos e instrumentos la que lleva a sostener conclusiones obvias, pero irrelevantes:

CV. Con aumentos suficientes de la productividad y del empleo se podrían financiar los gastos públicos necesarios para satisfacer las necesidades sociales.

Finalmente, otra fuente de confusión surge de la utilización de identidades contables como relaciones causales. Esta confusión tiene un larga tradición en Economía y, sin embargo, goza de buena salud. En esta joya de Trygve Haavelmo, escrita hace más de seis décadas, se explica con precisión. Hay identidades triviales (como x es x), identidades contables (o ecuaciones de identidad que surgen de “relaciones de eco-circularidad” como, por ejemplo, Ahorro=Inversión o Déficit del sector publico=Superávit del sector privado) y ecuaciones de comportamiento (como, por ejemplo, en equilibrio Ahorro=Inversión o en equilibrio Déficit del sector publico=Superávit del sector privado). Las primeras, siendo puramente tautológicas, no explican nada. Las “relaciones de eco-circularidad” contienen variables económicas importantes que la teoría económica incluye en sus análisis pero que, sin embargo, conducen a confusiones graves cuando se utilizan como relaciones causales o tecnológicas.

Sin sentido de la proporción

Otra manifestación frecuente de ingenuidad económica se produce incluso cuando las relaciones entre variables económicas están bien identificadas. Ocurre que si no se cuantifican adecuadamente se acaban enunciando proposiciones que no guardan ningún sentido de la proporción entre instrumentos y objetivos. Ejemplos hay muchos, desde recurrir a figuras impositivas que podrían recaudar, en el mejor de los casos, menos de la décima parte de lo que sería necesario para financiar el gasto para el que son propuestas (como ocurre repetidamente en el debate sobre el problema de las pensiones) o defender medidas en base a efectos positivos previsibles pero de un orden de magnitud muy menor.

Un ejemplo de esto último se ha observado recientemente en las discusiones sobre la subida del salario mínimo. En el argumentario de algunos de sus defensores figura en lugar prominente la idea de que permitiría un aumento del consumo que impulsaría el crecimiento de la demanda agregada y con ello del empleo. Los fundamentos teóricos de dicho argumento están bien construidos: es bastante probable que la propensión marginal al consumo de los trabajadores afectados por dicha subida sea mayor que la propensión marginal a invertir de las empresas afectadas o la propensión marginal a consumir de sus propietarios. Lo que se olvida es que esa diferencia debe ser pequeña y que en España el número de trabajadores que se beneficiarán de la subida del salario mínimo también es bajo (posiblemente entre el 5% y el 7% de los asalariados), y que el aumento del salario mínimo, aunque sea considerable (un 22,3%), aplica a rentas bajas, por lo que la renta transferida de empleadores a trabajadores representaría un porcentaje muy reducido de la renta disponible de las familias (y todo ello sin contar que habrá trabajadores que perderán su empleo por la subida del salario mínimo). En suma, el producto de dos números pequeños no puede ser un número elevado, por lo que este argumento a favor de la subida del salario mínimo suena a justificación infantil de una travesura.

El síndrome de Peter Pan

La Economía naíf también se caracteriza por sus ínfulas de superioridad moral y el abuso de juicios de intenciones contra los que no comparten sus conclusiones. La ignorancia de restricciones presupuestarias, de relaciones económicas básicas y del sentido de la proporción en dichas relaciones se justifica apelando a las buenas intenciones de sus propuestas. Y los que insisten en la existencia de dichas restricciones y en la consideración de relaciones económicas bien medidas son frecuentemente sometidos a juicios de intenciones (con sentencias condenatorias por  "siervos de los poderosos" y "personajes crueles" que están en contra de los más débiles y de la consecución de condiciones sociales dignas). Sin embargo, como dice el refrán: "El infierno está lleno de buenas intenciones y el cielo de buenas obras".

Por otra parte, la Economía naíf muestra poca disposición a crecer (científicamente). Una razón es que sus practicantes, parapetados en sus buenas intenciones, no sienten la necesidad de profundizar (ni teórica ni empíricamente) en sus conclusiones. Otra es que la Economía naíf se expresa casi exclusivamente con palabras (muchas de ellas mustias), mientras que la madurez solo se alcanza cuando las palabras se traducen en relaciones causales lógicamente coherentes entre sí y datos que de verdad explican fenómenos económicos reales y que, por tanto, ayudan a fundamentar decisiones de política económica que contribuyen a mejorar el bienestar social. En otras palabras, el análisis económico trata básicamente de buscar ecuaciones que expliquen palabras y palabras que expliquen los datos, mientras que la economía naíf va de buscar palabras para ignorar ecuaciones y datos para justificar palabras.

 

Recordatorio: Hoy a las 19h en la sede de la Fundación Ramón Areces en Madrid (calle Vitruvio 5) tendrá lugar una mesa redonda sobre las contribuciones científicas de los galardonados con el Premio Nobel de Economía 2018, William Nordhaus y Paul Romer. Va de crecimiento (científico y económico) y en los próximos días en NeG la contaremos con vínculos a audios y videos.

Hay 17 comentarios
  • Juan Francisco, gracias por el post. La referencia a "naif" (en inglés naïve o naive) y a Haavelmo me hizo recordar que en su libro

    https://www.sv.uio.no/econ/english/research/networks/haavelmo-network/publications/files/TH1960a.pdf

    Haavelmo concluye con un párrafo en que usa dos veces la palabra "naïve" (ver ps. final p. 215 y continuación en p.216). Haavelmo recibió Premio Nobel en 1989 por sus contribuciones a econometría pero sus contribuciones a macroeconomía eran estudiadas 50 años atrás.

    Recuerdo ese párrafo porque justo hace 50 años, en su curso de Macro Avanzada la profesora Anne Krueger se vio enfrentada a una situación que no he olvidado. En el examen final Anne incluyó ese párrafo para su análisis (además de otros párrafos tomados de las muchas lecturas que nos había dado). Un amigo, también argentino pero "poco aplicado al estudio", jamás imaginó que el examen consistiría en analizar párrafos de las lecturas. Cuando escribíamos el examen mi amigo se levantó varias veces a preguntarle algo a Anne hasta que Anne explotó y gritó "naïve means unsophisticated". La estrategia de mi amigo para "salvar" el examen tuvo éxito porque Anne, que era muy dura con las notas, se compadeció de su pobre inglés y lo envió a la bibiloteca para que escribiera allì su examen tomándose todo el tiempo que necesitara.

  • Aporto mi argumento naíf.

    La economía no es una ciencia. Es la muleta teórica de un sistema de mercado, que trata al sujeto en su doble función, esto es, como agente o como recurso útil.

    No obstante, está comúnmente aceptado que se trata de una ciencia. Ello es posible porque sus aportaciones teóricas configuran modelos o patrones de comportamiento, que se ajustan a la realidad. Sin detenerse, a observar que dicha realidad, es producto de una determinada ideología, que bloquea cualquier visión alternativa.

    Los individuos nacemos en un sistema de mercado, no se nos enseña a cuestionar nada en referencia a dicho modelo. De hecho, la Facultad refuerza y apuntala, esa visión, teniendo como contrapunto, otros modelos que fracasaron por sus contradicciones inherentes. Sin que se siga, de ahí, que el sistema de mercado sea la panacea.

    No es de extrañar, que el economista maneje ese optimismo condescendiente con cierto aire de petulancia. Ya que se siente seguro y respaldado si se comporta como debe. De ahí que cualquier voz crítica, sea ignorada o no tomada en serio. Tras el parapeto de una cuantitrofenia justificadora.

  • “la madurez solo se alcanza cuando las palabras se traducen en relaciones causales lógicamente coherentes entre sí … el análisis económico trata básicamente de buscar ecuaciones que expliquen palabras”

    Si de esto se puede derivar que una ciencia social no puede ser “madura” si emplea palabras para mostrar “relaciones causales lógicamente coherentes entre sí”, creo que es un error. Se me ocurre que la historia, como disciplina, no emplea (demasiadas) ecuaciones. No es madura científicamente la historiografía sobre, no sé, el imperio romano?

    • Daría,
      Gracias por el comentario. La interpretación correcta de las dos afirmaciones que destacas del texto (o, al menos, la que yo quería transmitir con ellas) es la siguiente:
      En Economía, hay tantas relaciones relevantes y son tan complejas que difícilmente podemos estar seguros de que las estamos identificando y utilizando correctamente sin el apoyo de un lenguaje más preciso (y potente) que el verbal (como es el caso del lenguaje matemático).
      Sobre lo que ocurre en el resto de las ciencias sociales, no estoy capacitado para opinar.
      Saludos.

      • Muchas gracias por la respuesta. Lo de las ciencias sociales es una generalización, sí, pero supongo que vale sustituir por "análisis económico". El lenguaje matemático es más preciso (no estoy segura que quiere decir "potente" en este contexto) pero también más limitado que el lenguaje verbal. Debe el análisis económico "maduro" excluir todas las ideas (en general, o relaciones causales en particular) que no pueden ser expresadas mediante lenguaje matemático? No es eso una limitación autoimpuesta que reduce la capacidad explicativa de la disciplina?

        • "Potente" en este contexto quiere decir "útil para evitar confusiones lógicas". Y no se trata de excluir ideas, solo de comprobar que no contienen deficiencias e incoherencias lógicas. Para eso, a mí las matemáticas me ayudan, pero puede que sea solo un limitación personal.

          • A mí me parece que Daría lleva bastante razón. Las ecuaciones matemáticas son muy precisas y evitan ambigüedades pero al precio de excluir la gran cantidad de matizaciones que se necesitan la relaciones económicas.

  • Muy interesante la entrada Juan Francisco. Dos consideraciones:

    * la "naificación" de la economía parece inevitable toda vez que se convierte en el debate central de la política (no tengo referencias pero tomo por evidente que el "debate político" es, cada vez más, esencialmente, un "debate económico"). Dentro del ámbito de la política el empleo de todos los tipos de falacias que mencionas es inevitable. Aparte de que los políticos son seleccionados por su capacidad para la demagogia y la simplicidad (y no por sus notas en la Facultad) es, siendo honestos, el único lenguaje que pueden emplear para comunicarse con las "mayorías" que los sostienen.

    Mucho me temo que seguiremos en el mundo "naif" en el que si el BOE dice que es un determinado agente quien debe pagar un impuesto será ese agente quien soporte su coste (buena suerte explicando elasticidades relativas en el Congreso justo en el momento del corte para TV!!)

    * La segunda es que la necesidad de sofisticación que permite evitar el "naivismo" condena a la economía a una cierta irrelevancia en el mundo real y la condena a un lenguaje arcano y autorreferenciado. No hacen falta fórmulas (basta aritmética básica) para montar Amazón, Uber o Apple (y si mucha "inocencia tozuda") o para ser presidente en USA o el mejor inversor de la historia.

    En un mundo donde lo necesario que son logros de los "romanos" resulta muy visible, la "sofisticación griega" requerida para no ser "naif" es un lastre muy relevante.

  • Un post muy interesante y con el que coincido.
    Sin embargo, me gustaría añadir otro error que, a mi entender, se comete en numerosas ocasiones en economía, y que consiste en ignorar los efectos políticos y sociales de las medidas propuestas. De la misma forma que decisiones políticas afectan a la economía, también decisiones económicas afectan a la sociedad y a las luchas de intereses políticas. Desde luego esto no es ningún secreto, ya los tiranos griegos potenciaban las obras públicas para redistribuir riqueza y ganarse a sus partidarios.
    Por ejemplo, muchas veces se proponen medidas teóricamente beneficiosas en el largo plazo, pero que comportan sacrificios en el corto, sin considerar si será políticamente sostenible mantener estas medidas. El hecho de que para el economista estos sacrificios no suelan afectarlo no ayuda a hacerle consciente de su efecto en la población y las consecuencias que pueden tener.

    • Gregorio,
      Gracias por el comentario. Creo que tienes algo de razón en tu crítica. Los economistas deberían preocuparse más por hacer explícitos juicios de valor que subyacen a sus propuestas y por su viabilidad política. No obstante, también creo que estas cuestiones cada vez tienen más peso en el análisis económico. De hecho, hay todo una rama, la Economía Política, dedicada a ellas.
      Saludos.

  • Brillante post, preclaro en su contenido y deliciosamente crítico en su ejecución.

    Enhorabuena.

  • Al hilo de esta entrada han llegado otros comentarios sobre si la renta es la mejor medida de bienestar o la (in)utilidad de los economistas en actividades empresariales.
    Agradezco estos comentarios y reconozco que plantean lineas de discusión interesantes. No obstante, he decidido no publicarlos porque comentarios similares han aparecido en otras entradas y porque la discusión planteada en esta entrada es otra (versiones naíf del análisis económico).

  • Juan Francisco, su post denuncia opiniones que ignoran el producto del análisis económico. Me pregunto si esas opiniones son de la gran mayoría que no sabe de la existencia de nuestro producto, o juicios de grupos que conociéndolo prefieren “suavizarlo” para venderlo mejor, o ignorarlo porque contradice sus posiciones, o denunciarlo como un producto malo. La especialización en conocimiento (y trabajo) es la base de nuestra riqueza pero impone un costo: quienes no son especialistas en X poco o nada saben del producto de X (aunque el costo parece bajo porque el valor de las alternativas raramente es positivo). Sí, la ignorancia de la existencia de nuestro producto no es necesariamente irracional.

    Colegas y otros que “suavizan” nuestro producto lo hacen para avanzar sus intereses y generan dudas sobre su calidad, pero solo nos queda advertir a los compradores sobre la pérdida de calidad (ver https://www.economist.com/business/2003/11/13/the-one-handed-economist ). Más preocupa quienes sí conocen nuestro producto pero lo rechazan. A veces lo manipulan para vender sus propios productos, y entre mentirosos e hipócritas es común escuchar o leer sus denuncias. Otras veces lo ignoran porque sospechan que no es bueno, o lo rechazan con argumentos malos y buenos, pero entre estos opositores difícilmente uno escuche o lea sus denuncias. A mentirosos e hipócritas, uno puede ignorarlos o burlarse de ellos, pero a opositores, debe persuadirlos de la calidad del producto.

  • Juan Francisco, como ejemplo de lo que me preocupa, recomiendo comparar lo que Joe Stiglitz dice sobre salarios mínimos en entrevista publicada días atrás en El País

    https://elpais.com/economia/2018/11/09/actualidad/1541781846_612159.html

    con lo que dice Jesús Fernández-Villaverde en este paper publicado el año pasado

    https://legal-forum.uchicago.edu/publication/economic-consequences-labor-market-regulations

    (una versión resumida en https://www.sas.upenn.edu/~jesusfv/The_Economics_Minimum_Wage_Regulations.pdf)

    Nota: en fn.6, JFV hace referencia a su libro “Crecimiento y Empleo” pero el libro no analiza salarios mínimos. Usted y coautores analizan salarios mínimos en

    https://www.iza.org/publications/dp/152/the-role-of-the-minimum-wage-in-the-welfare-state-an-appraisal

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