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Ética y Economía: el caso de las emisiones de carbono

Este artículo es una traducción y adaptación de uno publicado en Mapping Ignorance. Se publica aquí con permiso de los editores de los dos portales.

La Economía, en tanto disciplina de estudio, investiga principalmente las relaciones causales entre medios (políticas, mecanismos y sistemas económicos) y fines (crecimiento, igualdad, empleo, eficiencia, etc.). Esto no solo no impide que desde la Economía se puedan hacer apreciaciones éticas o ideológicas, sino que ayuda a aclarar estos aspectos. Este artículo es un ejemplo de ello.

En su libro Climate Matters, John Broome (2012) examina el cambio climático desde el punto de vista de la filosofía moral. Al contrario que muchos otros ensayos que consideran la ética de la elección social en este tema, el libro de Broome contiene algunos capítulos que se centran en las implicaciones para la ética individual:

“¿Deberías dejar de volar a destinos lejanos en vacaciones? ¿Deberías instalar un aerogenerador en el jardín? Si no, ¿deberías, al menos, comprar la electricidad a un proveedor ecologista? Si esperas encontrar respuestas a estas preguntas en este libro tienes suerte.” (pág. 73)

Para ofrecer una respuesta al lector, Broome enfatiza dos principios éticos centrales: bondad y justicia. La bondad requiere que uno intente y logre mejorar el mundo, como cuando se da dinero a una persona más pobre. La justicia es más exigente: si uno realiza una acción injusta hacia una persona o grupo de personas, entonces les debe una compensación. Broome considera siete condiciones suficientes para que se desencadene el requerimiento moral de la compensación: causas un daño a la persona, eres responsable del hecho, el daño es serio, no es accidental, la acción te beneficia, no hay beneficio recíproco y las acciones para la compensación no son costosas.

De acuerdo con Broome, las emisiones de carbono cumplen las siete condiciones y, por tanto, demandan algún tipo de compensación. Afortunadamente se puede alcanzar fácilmente a nivel individual: “Tu deber privado es reducir tu huella de carbono a cero” (pág. 100).

Nordhaus (2014) analiza las recomendaciones de Broome y ofrece su propio modelo para estudiar estos aspectos éticos. Lo hace con la perspectiva obtenida desde el análisis económico, que comienza con la posición ética de los individuos en un mercado bien regulado. Consideremos un mercado que cumple todas las condiciones del primer teorema del bienestar: no hay poder de mercado (no monopolios u oligopolios) ni externalidades (como la contaminación) ni bienes públicos (como el alumbrado de las calles), entre otras consideraciones. En estas condiciones el teorema establece que los mercados son eficientes. En este caso las acciones individuales son éticamente neutrales o positivas, puesto que no afectan o afectan positivamente al bienestar de los demás. Por ponerlo en los mismos términos que Broome, nuestras acciones en estos mercados no requieren compensación: si uno compra pan en un mercado donde no hay abuso infantil, una mafia que controle el mercado u otra característica negativa que impida el cumplimiento del primer teorema del bienestar, entonces no hay daño alguno, solo un beneficio para mí y para el panadero. Tras esta idea general, Nordhaus hace varias anotaciones.

1. Sociedades bien gestionadas. Norhaus extiende la idea anterior a una sociedad bien gestionada. En sus propias palabras, se trata de una sociedad “que está diseñada para procurar el bienestar de sus miembros, contiene leyes y costumbres efectivas para promover la eficiencia económica y la justicia, y se ocupa de manera efectiva de los fallos de mercado y de las desigualdades sociales”. Por ejemplo, una sociedad bien gestionada resuelve los problemas de las externalidades de conducir (mi decisión privada de conducir puede causar un daño a una tercera persona en caso de que tener un accidente) al requerir un carnet de conducir y también al decidir las muchas regulaciones que nos son familiares (límites de velocidad, obligatoriedad del seguro, y disposiciones de ese estilo). Los ingenieros deciden dónde poner señales de “stop” o dónde prohibir adelantar. Una vez que la sociedad bien gestionada pone estas normas, los individuos que cumplen la ley no deben compensación cuando se produce un daño.

2. Internalizando las externalidades. Una de las acciones de una sociedad bien gestionada consiste en internalizar las externalidades. Pongamos que se estima que las emisiones no deben exceder la cantidad X en un año. Si la sociedad emite X bonos de emisiones y requiere que quien libere al ambiente una unidad de emisiones haya comprado un bono, entonces el precio de mercado de los bonos reflejará el coste social de las emisiones. Sin un mercado de emisiones, ni las empresas ni los individuos pagarían el coste social de sus emisiones y deberían una compensación. Con el mercado de emisiones este efecto negativo se internaliza y los individuos en esta sociedad bien gestionada pueden vivir sus vidas sin necesidad de compensar más daños. El mercado de emisiones estará haciéndose cargo del problema. Otros mecanismos alternativos, como el impuesto por contaminar pueden tener el mismo efecto.

3. Sociedades no bien gestionadas. Como en el caso de la tragedia de los comunes o el de la contaminación, el problema de las emisiones de carbono tiene la estructura de un dilema del prisionero. Mis emisiones añaden muy poco al total, mi decisión de reducirlas o eliminarlas afectan muy poco a los demás, pero yo pago todo el coste si las compenso. Mi acción no resuelve el problema, y cooperar cuando los otros no lo hacen me hace sentir ridículo. Muchos filósofos han analizado este tipo de problemas sin encontrar una norma ética clara que aplicar (véanse Hardin, 1968 y Kuhn, 2009).

4. Las emisiones de CO2 no pueden ser desdeñadas éticamente. Es imposible declarar que las emisiones individuales caen dentro de la excepción de minimis, dado que pueden llegar a ser de hasta 10.000$ para el americano medio a lo largo de su vida. Hay un daño y se requiere una compensación. ¿Cómo compensar las emisiones? Para empezar, los individuos no saben cuánto compensar y, cuando quieren, no saben hacerlo de una manera eficiente. De hecho, cuando lo intentan, lo hacen de una manera extremadamente ineficiente (Victor, 2010; Wara y Victor, 2008; Aldy y Stavins 2012; IPCC Fifth Assessment, Mitigation 2014, capítulos 13 y 15). Además, si un individuo compra una compensación en un país donde no hay un límite de emisiones (p.e., en el Chicago Climate Exchange, antes de que se declarara en bancarrota), en lugar de beneficiar a quien sufre el daño por el cambio climático, benefician a los responsables de las emisiones, para quienes ahora emitir es más barato. Finalmente está el tema sobre cómo resolver el valor relativo de nuestra dedicación a compensar emisiones comparado con otras externalidades importantes, como el hambre en el mundo, la pobreza o la guerra.

5. Métodos eficientes para compensar nuestras externalidades. Si las acciones individuales son un método muy malo para compensar emisiones, estas no deberían proponerse como la solución ética al problema que causan. Entonces, ¿cuál es la solución ética apropiada? Nodhaus sugiere un enfoque multilateral. Es computacionalmente imposible asegurar un balance neutro en la contabilidad de cada externalidad dada la cantidad y complejidad de acciones que tomamos cada día. Por el contrario, sería relativamente simple tomar una compensación global una vez que se ha determinado un monto razonable a los daños de nuestras acciones.

Para desarrollar este enfoque, Norhaus propone un experimento mental en el espíritu del velo de la ignorancia de Rawls: en la sociedad B la gente compensa sus daños cada vez que incurre en una externalidad. Como esto es muy ineficiente se dilapidarán muchos recursos en costes de transacción y de cálculo y, aún así, no habrá garantía de que se hagan los cálculos correctos. En la sociedad M la gente estima todos los daños y compensa a los grupos afectados (p.e., cuando se emiten bonos para poder realizar emisiones contaminantes o de efecto invernadero y los individuos pagan un precio para adquirir el bono). En estas condiciones, si uno no sabe si causará un daño o deberá ser compensado, ¿qué sociedad elegiría? Entonces, la gran pregunta ética es: si tenemos que dedicar nuestras acciones a la construcción de la sociedad B o la sociedad M, ¿dónde estarían mejor empleados los limitados recursos de que disponemos como individuos?