Más allá del PIB (Parte I)

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Este post ha sido escrito conjuntamente con Rafael Doménech

 

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Dos sugerentes estudios publicados recientemente, uno de Charles Jones y Peter Klenow (aquí) y otro de Richard Layard con otros economistas (aquí), han vuelto a plantear la relación entre el bienestar de los países, la felicidad individual y el nivel de renta per cápita. Sin ánimo de realizar una panorámica exhaustiva de los abundantes estudios existentes sobre este tema, estas aportaciones recientes son una buena excusa para reflexionar en este post de dos partes sobre el PIB, su vigencia como medida útil y las posibilidades de complementarse con otros indicadores para valorar el bienestar de las naciones.

Aunque el PIB se ha convertido a lo largo de su historia en la estrella de los indicadores macroeconómicos y en la vara de medir el éxito o el fracaso económico de los países, lo cierto es que desde su nacimiento ha originado prevenciones y levantado suspicacias, incluso entre sus padres creadores. Así, el propio Simon Kuznets ya declaró en 1934 ante el Congreso de Estados Unidos (aquí) que el bienestar de una nación difícilmente puede inferirse del Ingreso Nacional. Jesús Fernández-Villaverde ya expuso aquí algunos problemas en la construcción del PIB. Más recientemente, numerosos estudios (por ejemplo, los de Deaton y Aten, y Inklaar y Rao, que acaban de salir publicados en AEJ: Macroeconomics) han señalado las dificultades empíricas de comparar los niveles de renta per cápita entre países.

En los últimos diez años, horneado por la profunda crisis económica que ha sacudido las economías desarrolladas, el debate sobre los límites del PIB para medir el bienestar de las naciones se ha intensificado. Si bien es cierto que esta discusión tiene profundas raíces académicas, los nuevos populismos no han tardado en presentarla en términos de una clara dicotomía entre, por ejemplo, la economía oficial frente a la economía real, la macroeconomía alejada de las personas frente a la microeconomía que interesa a las personas, o la economía capitalista que beneficia a unos pocos frente a la economía del bien común (una entrevista con Christian Felber, el ideólogo de esta corriente puede encontrarse aquí).

No deja de resultar curioso que el PIB se engendrara precisamente tras la Gran Depresión y sea tras la Gran Recesión que algunos traten de sentenciarlo a muerte. En ambos casos, la explicación debe buscarse en las limitaciones de las estadísticas económicas existentes en cada época para evaluar con precisión el alcance y los costes sociales de las crisis.

El PIB per cápita no solo se utiliza para medir el progreso económico y comparar la calidad de vida entre países, también afecta a otras muchas dimensiones de la economía y de la vida de las personas. Hogares, empresas y gobiernos cambian sus decisiones económicas a partir de la nueva información que sobre el PIB va apareciendo. Y sobre la evolución del PIB se asientan los aciertos o desaciertos de las políticas económicas, cuya intensidad y signo se planifican a su vez observando su pasado inmediato y proyectando su futuro. ¿Tiene demasiado peso el PIB en nuestras vidas? ¿Está sobrevalorado en el proceso de toma de decisiones? ¿Hay otras alternativas mejores que el PIB?

Para responder a estas cuestiones debemos establecer un fin último como guía de las decisiones de los agentes económicos. La inmensa mayoría de nosotros estaríamos de acuerdo con que el bienestar de las personas, la felicidad, o la satisfacción con la vida podrían acercarse más a este objetivo que la renta per cápita. Al fin y al cabo esto es precisamente lo que los economistas hacemos en la mayoría de problemas de optimización en los que se maximiza el bienestar de los individuos y en los que la renta no es más que un instrumento para conseguirlo. Si aceptamos esta premisa, entonces el objetivo último de la política económica debería ser el de maximizar la felicidad o bienestar de todas las personas, y el progreso de las sociedades debería medirse en términos de la evolución de esta felicidad. Lamentablemente esto no es tan sencillo.

El PIB es una medida monetaria del agregado de rentas generadas en una economía. Pese a las dificultades de su medición, la renta es algo cuantificable, objetivo y comparable. ¿Pero de qué depende el bienestar y la satisfacción de las personas? Cuando entramos en el campo de la medición de la felicidad nos encontramos con un terreno mucho menos tangible. Por ejemplo, para algunas personas el tiempo de trabajo puede aumentar su felicidad (algo de lo que ya habló Libertad González aquí), mientras que a otros su trabajo puede resultarles un verdadero tormento. Para alguien que valore unas horas de pesca en una preciosa cala del Mediterráneo vivir en Madrid puede restarle felicidad mientras que, en su faceta de amante de la pintura, no tener El Prado, el Thyssen o el Reina Sofía cerca de su casa merma su bienestar.

En cualquier caso, suponiendo que pudiéramos medir razonablemente bien los niveles de felicidad de las personas y, lo que todavía es más complicado, de los países (en Frey y Stutzer, 2002, y Munda, 2013, se discuten algunos problemas de medición y agregación), la observación de que el PIB y la felicidad se correlacionan estrechamente apoyaría la vigencia del PIB como un indicador macroeconómico clave, digno de toda la atención.

En la literatura se han utilizado dos alternativas para aproximar un concepto mensurable de la felicidad. La primera de ellas consiste en utilizar variables objetivas, como el consumo y las horas trabajadas, en una herramienta bien reconocible en el análisis económico como es la función de utilidad. Esta aproximación permite cierto grado de elección de la función de utilidad con la que hacer comparaciones intertemporales para un país, o intratemporales entre países, así como en las variables incluidas y en la elección de los parámetros relevantes para evaluar el movimiento del bienestar ante cambios en las variables fundamentales. La segunda alternativa pasa por la utilización de medidas subjetivas procedente de las respuestas de las personas a unas preguntas sobre el grado de satisfacción con sus vidas o sobre sus principales emociones recientes. El principal problema de esta estrategia consiste en la comparabilidad intra e intertemporales de las respuestas. ¿Hasta qué punto el ser humano se adapta a las circunstancias y, por lo tanto, sus respuesta a las encuestas de felicidad no son más que un reflejo de este mecanismo de adaptación?

En relación con la primera de las aproximaciones, Jones y Klenow (2016) plantean una función de bienestar intertemporal que depende, junto con el consumo, de algunas variables ausentes en la medición del PIB, como el tiempo de ocio, la esperanza de vida, y la desigualdad, tanto en ocio como en consumo. Aunque una versión preliminar de este trabajo ya fue comentada por Pol Antrás en este mismo blog aquí, la versión publicada incorpora sustanciales mejoras, siendo la más importante la utilización de datos microeconómicos en la estimación de la función de bienestar para un conjunto de 13 países (entre los que se encuentra España). Esto permite a los autores ofrecer una medida del bienestar fundamentada y comparable entre países y a lo largo del tiempo con muchos menos supuestos. Para el caso de España se utiliza información procedente de la Encuesta Continua de Presupuestos Familiares y del Panel de Hogares de la Unión Europea.

A diferencia de otros indicadores, como el Índice de Desarrollo Humano  de las Naciones Unidas (que Antonio Villar analizó en este blog aquí) o el Better Life Index de la OCDE, Jones y Klenow utilizan una medida de consumo equivalente. Por ejemplo, si se compara a Estados Unidos con España esta medida trata de averiguar la proporción de consumo en Estados Unidos, dados sus niveles de ocio, mortalidad y desigualdad, que proporcionaría a un norteamericano la misma utilidad que se observa en el modelo para España. Si lo que se compara es la economía española a lo largo del tiempo se utiliza este mismo concepto pero aplicado a un momento final e inicial en el tiempo.

En el Gráfico 1, extraído del artículo de Jones y Klenow, se muestra la correlación entre el indicador de bienestar y el logaritmo del PIB per cápita en los 13 países para los que disponen de datos microeconómicos, siendo esta correlación de 0,98, lo que indica claramente que un mayor PIB per cápita va asociado con un mayor nivel de bienestar. Esta correlación sigue siendo elevada (0,82) incluso cuando se calcula para los 152 países para los que disponen de información macroeconómica, pese a que en algunos países, como los productores de petróleo, la renta per cápita es un pobre indicador del bienestar. El Gráfico 2 nos dice que los países europeos tienen niveles de bienestar que, en media, están un 25 por ciento por encima de su PIB per cápita, lo que les aproxima en términos de bienestar a Estados Unidos. Estas diferencias entre bienestar y renta per cápita se deben a la distancia con respecto a Estados Unidos en los distintos componentes de la función de utilidad, de manera que los principales factores que acercan a los países europeos a Estados Unidos son la mayor esperanza de vida, el tiempo de ocio más abundante y la menor desigualdad. Sin embargo, algunos países menos desarrollados se alejan más de las economías avanzadas si la distancia se mide en bienestar y menos en renta per cápita.

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Gráfico 1: PIB per cápita y bienestar en 2007.
Fuente: Jones y Klenow (2016).

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Gráfico 2: PIB per cápita y ratio del bienestar sobre la renta per cápita en 2007.
Fuente: Jones y Klenow (2016).

El Gráfico 3 representa la relación existente entre la tasa de crecimiento interanual media del bienestar y del PIB per cápita para 138 países entre 1980 y 2007. Teniendo en cuenta la heterogeneidad de los países que componen la muestra, el resultado es, de nuevo, una elevada correlación entre ambas variables (0,8), con un crecimiento medio del bienestar (2,4) por encima del observado para el PIB per cápita (1,80) en el conjunto de la muestra. Esto son muy buenas noticias pues significa que, una vez se toma en consideración la evolución temporal del ocio, las tasas de mortalidad y la desigualdad, el crecimiento tendencial del PIB per cápita se queda incluso corto en la explicación de los avances del bienestar de muchos países. España es un buen ejemplo de ello: su renta per cápita creció un 3,1%, trece décimas por encima de la media muestral, y su bienestar lo hizo todavía más, al crecer un 4%, por lo que casi llegó a triplicarse entre 1980 y 2007.

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Gráfico 3: crecimiento medio anual de la renta per cápita y del bienestar entre 1980 y 2007. Fuente: elaboración propia a partir de Jones y Klenow (2016).

Sin embargo, pese al avance en la aproximación hacia una medida comparable de bienestar, el análisis de Jones y Klenow anterior tiene, ciertamente, todavía muchas limitaciones como, por ejemplo, la no consideración de la producción doméstica, o la falta de diferenciación entre ocio y desempleo involuntario (muchos investigadores, como Blanchflower y coautores han encontrado que el desempleo está muy negativamente relacionado con las medidas subjetivas de satisfacción individual). En la siguiente entrega de esta discusión nos centraremos en otras dos críticas de calado que tienen que ver con el papel preponderante que el consumo juega en la valoración de la felicidad.

Hay 10 comentarios
  • Gracias por el post Javier.

    A mi me parece que seguimos estando muy lejos, y sabemos poco sobre cómo de bien aproxima el PIB la felicidad, porque efectivamente, no sabemos cómo medir la felicidad.

    El PIB correlaciona bien con la medida que proponen Jones y Klenow. No me parece ninguna sorpresa viendo cómo construyen su medida. Pero esto a mí no me da ninguna luz sobre cómo correlaciona el PIB con la felicidad. Yo si te puedo decir que mi felicidad no correlaciona bien con la medida de Jones y Klenow (o al menos esa es mi percepción).

    Por otra parte, en cuanto a las medidas subjetivas de felicidad, que estoy de acuerdo tienen problemas. Pero no creo que el hecho de que el ser humano se adapte a las circunstancias sea uno de ellos. Si el ser humano se adapta a ser pobre, o a que le deje la pareja, o a que se le muera un ser querido, entonces es que no son esos factores aislados los que determinan su felicidad, sino su interacción con su capacidad de adaptarse a las circunstancias.

    Me parece en cualquier caso un debate muy interesante. Aunque en mi opinión estamos (y los economistas, más) muy perdidos en el asunto. Cuando con veinticinco años me di cuenta de que me habían enseñado a resolver sistemas de ecuaciones dinámicos, y nadie me había hablado jamás de cómo lidiar con el duelo, me di cuenta de lo absurdo del sistema que hemos montado. Pero esto es sólo una opinión personal.

    • Muchas gracias, NTLG, por tus comentarios. Tienes razón en que el ser humano es sumamente complejo y que en su búsqueda inabarcable de la felicidad termina, después de un largo viaje, por sentir que apenas se ha movido (esto es lo que en psicología se conoce como 'hedonic treadmill' o 'hedonic adaptation'). Y sin embargo, aunque nuestros niveles declarados de felicidad no difieran mucho de los de nuestros abuelos, a pocos de nosotros nos gustaría cambiar nuestra forma de vida por la de ellos.
      La mayoría de las cosas que comentas (incluyendo la elevada correlación entre el indicador de bienestar de Jones y Klenow y el PIB, que tiene que ver mucho con la valoración del consumo) se tratan en la segunda parte que saldrá mañana.

  • Es un concepto demasiado resbaladizo el de "felicidad" (de hecho, no entiendo por qué se insiste tanto en él).

    Para empezar sufre de "path dependency": la felicidad que me proporciona una situación "pibpercapitamente" idéntica depende de la situación de la que vengo (vivir con 25k euros al año esta genial si el año anterior lo hacia con 10k y fatal si lo hacia con 100k). De hecho, ese 25% de "diferencia" con USA de 2007 es fácil suponer que haya desaparecido: en el 2014 con el mismo pib per capita que en el 2006 no es difícil suponer que la "felicidad" española es, al menos, un 25% inferior.

    Pero además yo soy feliz cuando le bajan el sueldo a mi cuñado y cuando despiden a algunos de mis vecinos (uno de ellos, aún no sé cual, fue muy feliz cuando envenenó a mi gato). También soy feliz cuando mis hijos no tienen planes de fin de semana y no les queda más remedio que pasarlo conmigo o las pocas veces que me dejan mandar en casa. Y, desde luego, entro en extasis cuando bajan los impuestos o gana la liga el Barcelona.

    No creo que el Estado deba meterse a maximizar esta felicidad mia ... aunque apreciaría desde luego que me echase una mano con lo del sueldo de mi cuñado o con lo del Barsa.

    • Muy bueno, José Pablo! Me he reído mucho (en el buen sentido) con tu comentario.

      Algo, no obstante, tendrá que ver que el Barcelona sea un equipo 'rico' para que tu esperes que pueda ganar la liga de forma habitual. Yo, que soy un seguidor del Betis, un equipo 'pobre', me conformo en cambio con ganarle un partido al Sevilla. Ahora podemos apostar quien de los dos será más feliz al final de la temporada, en términos futbolísticos :).

      • La referencia al "cuñado" es original de Taleb, que describe "estar bien pagado" como "ganar más que el marido de la hermana de tu mujer" (que también en "cuñados" hay categorías).

        Respecto al Betis si quisiéramos (como asesores "macrofelicitarios" de un gobierno) maximizar la felicidad del país tendríamos un problema. Concedo, sin dudarlo, que tu felicidad si el Betis gana la liga debe ser mucho mayor que la mia si lo hace el Barcelona (la felicidad se satura con la práctica) pero, como quiera que el Barcelona tiene muchos más seguidores (la gente tiene buen criterio futbolístico después de todo) muchas felicidades pequeñas subirían la "felicidad nacional" más que pocas felicidades grandes ... no sabria que asesorar (bueno sí lo sabría pero no estoy seguro de poder hacer converger el modelo de "equilibrio general de felicidad" que lo justificase)

        • José Pablo:

          Ya había yo notado que me caía Vd. simpático, sin saber por qué, a pesar de la (frecuente) diferencia de opiniones.

          Sí, en el fondo la gente con buen criterio futbolístico no es tan escasa, después de todo...

    • José Pablo, ¿por qué desde el estado no se debe trabajar en favor de la felicidad de los individuos, pero sí debe garantizar el respeto de la propiedad privada? ¿Qué fin último tiene para usted el estado?

      Por otra parte, si como economistas lo que nos interesa es entender cómo se maximiza la utilidad de los individuos (o eventualmente cómo se distribuye), lo que nos interesa es entender cómo se maximiza la felicidad.

      Aunque por lo visto más abajo a usted le parece que "la deificación de la felicidad es de un hedonismo infantil deprimente como destino humano". No sé que tiene la felicidad de hedonista, quizá su felicidad esté relacionada con el hedonismo, la mía no desde luego. Pero lo que si tengo claro es que mi objetivo en la vida es ser lo más feliz posible el mayor tiempo posible.

  • Como crítica más relevante que si recoge o no el "nivel de felicidad de los individuos" (la deificacion de la felicidad es de un hedonismo infantil deprimente como destino humano), es lo mal que recoge la "falacia de Sisifo": imaginemos que el bienestar material depende de llevar la mítica piedra lo más alto posible. Una sociedad donde la piedra vuelve al punto de partida cada año tiene, año tras año, el mismo PIB per capita que otra donde las subidas se acumulan; ahora, dudo mucho que tenga el mismo nivel de bienestar material.

    Aunque nos apasionen las variables de flujo, el balance (y como se financia) cuenta.

    [Eso sin entrar a valorar si 100€ de trabajo de un subdirector en la Dirección General de personal y pensiones publicas (por poner un producto que nadie en su sano juicio compraría a ningún precio de mercado) aportan el mismo nivel de bienestar material que 100€ de iphone-6 o de comida en Opazo].

  • Muy interesante. Ciertamente, el hecho de incluir consumo hace que sorprenda menos la alta correlación. Lo de la felicidad es muy complejo y por tanto su relación con el consumo también.

    Yo soy muy austero, si todo el mundo consumiera lo que yo el capitalismo se hunde en dos años. Pero no valoro negativamente a los que disfrutan consumiendo, también experimento, no sólo comprendo, el bienestar proporcionado por el progreso material (aunque supongo que en escalas menores que ellos). Lo que me llama la atención es lo adictivo de la comodidad y el goce material, nos deprime la idea de volver a un estado más pobre cuando en ese estado no nos recordamos menos felices… o igual somos sólo los austeros los que no nos recordamos menos felices

  • Medir la felicidad me parece que es un tema social, no económico.

    Lo que sí tiene sentido medir económicamente es el nivel de íngresos, ahorro y poder de compra de las familias. Y eso es muy fácil de hacer.

    También es fácil de medir el nivel de acceso a servicios.

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