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Clubs de fútbol en fuera de juego

En los últimos días la Comisión Europea ha abierto un expediente a siete clubs de futbol españoles por presunta infracción de las reglas de política de competencia. En particular, se les acusa de ayudas públicas de varios tipos. Permitidme que en lugar de ser yo quien cuente las acusaciones sea el Gran Wyoming. Se le da mejor y es más divertido.

La respuesta no se hizo esperar. El gobierno lo interpretó como un ataque a la Marca España. La opinión pública se puso del lado de los clubs y éstos hicieron frente común antes las acusaciones. Todas estas reacciones son fáciles de entender, dado que el mercado del futbol español es un ejemplo de cumplimiento de las reglas de competencia. ¿O no?

A principios de diciembre la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) sancionó a cuatro clubs (entre ellos el FC Barcelona y el Real Madrid) y a Mediapro, por incumplir una resolución de la CNC de 2010 que limitaba la duración de los contratos de los derechos audiovisuales que podían firmar. Independientemente a esta sanción, y tal y como discutia Lucas Gortazar  en una entrada anterior, la negociación conjunta de los derechos del fútbol que existe en España y que es una excepción entre las principales ligas europeas tiene también importantes implicaciones desde el punto de vista de la política de competencia, además de implicaciones sobre la competitividad de la liga.

De manera más general, el fútbol parece estar exento de la disciplina de mercado que funciona en cualquier otro contexto. Una empresa mal gestionada, que pierde dinero sistemáticamente y que no puede hacer frente a sus obligaciones, desaparecería en cualquier otro mercado. En el caso del fútbol, los clubs, en su mayor parte sociedades anónimas deportivas, reciben subvenciones (por ejemplo, mediante recalificaciones ventajosas) de los ayuntamientos, créditos avalados por las administraciones autonómicas y, hasta hace muy poco, ayuditas de Hacienda y la Seguridad Social que durante muchos años no han embargado los activos de los clubs que mantenían deudas millonarias con ellas.

Detrás de este comportamiento está la idea de que un equipo de fútbol no debe desaparecer bajo ningún concepto, por el daño social que supuestamente generaría a sus aficionados (o el coste electoral para la administración que lo permitiera). El otro único mercado donde opera esta idea es el mercado bancario, y la idea de que algunos bancos son too big to fall. En ese caso, el motivo es mucho más creíble: el riesgo sistémico que conllevaría la desaparición de alguno de esos bancos. Como resultado de esta promesa implícita de rescate, los expertos han puesto de manifiesto un posible problema de riesgo moral: bancos que saben que serán rescatados tienen incentivos a tomar riesgos excesivos porque saben que el Estado acabará salvándolos.

Algo parecido sucede con los equipos de fútbol. Si no hay riesgo de bancarrota no hay presión para que estos equipos estén bien gestionados. Esto explica porque a nadie parece importarle que muchos clubs estén gestionados por presidentes imputados por delitos varios. También explica porque los socios aplauden a empresarios o magnates con fortunas de origen peculiar que compran sus equipos con planes de negocio poco claros. A diferencia del caso de los bancos, sin embargo, existe consenso entre los economistas en que los beneficios de las ayudas públicas en el caso del deporte son en el mejor de los casos remotos. Como discutía en una entrada anterior, Coates and Humpreys (2008) hacen un repaso a la literatura, mostrando que ayudas públicas en la construcción de nuevos estadios, por ejemplo, no se justifican, en términos de ocupación, beneficios promocionales, etc, tal y como los ayuntamientos argumentan.

La solución a estos problemas es asumir que el mercado del futbol es como cualquier otro mercado y por ello debería estar sujeto a las mismas reglas. En particular, esto implica que las autoridades de competencia deberían intervenir más y no menos, al contrario de lo que se ha criticado al respecto de la actuación de la Comisión Europea. Esto puede implicar que algunos equipos desaparezcan, pero serán esencialmente aquellos que no tienen una base de aficionados que justifique su existencia. ¿Por qué? Como la experiencia del Real Oviedo ha mostrado, un equipo que despierte afición no desaparecerá puesto que sus aficionados participaran en las ampliaciones de capital necesarias para mantenerlo a flote. Cuando su propio dinero esté en juego, los entonces aficionados-accionistas probablemente exigirán menos fichajes de relumbrón y en cambio pedirán explicaciones a sus dirigentes por su gestión. Vaya, como en cualquier otra empresa.