Supongo que debemos estar contentos por el cumplimiento de nuestro deseo de que, esta vez, no dejen los ministros europeos un acuerdo sobre el problema griego para el último minuto de la noche del 20 de junio. Alemania iba de farol, y también el FMI; el ECB gana, los inversores también (que siguen consiguiendo altas rentabilidades sin tener que aceptar riesgo alguno), y los países del sur de Europa, también, al reducirse las probabilidades de contagio. Pero las cosas se han puesto tan feas en Grecia en estos días, y las posibilidades de que esta situación adquiera unos visos mínimos de sostenibilidad son tan remotas, que la alegría debe ser muy, muy contenida. ¿Conseguirá Papandreu apoyo parlamentario para su programa de ajuste permanente? Desde muy lejos, parece difícil. Las probabilidades de que en los próximos meses, o semanas, o días Grecia no suspenda pagos en su deuda (e Irlanda, claro, en cuanto no tenga déficit primario) parecen aún, pequeñas. Y atención al voto el lunes en Grecia. Una persona con conocimiento muy preciso de la situación allí me comentaba que el pensaba que el plan no pasa el parlamento