¿El fin del crecimiento económico?

Supón querido lector que alguien te ofrece elegir entre dos opciones:

A: Puedes quedarte con toda la tecnología que estaba disponible en 2002: Windows 98, el ordenador personal, Amazon y la Internet, pero no puedes usar ninguna cosa inventada tras el año 2002.
B: Puedes disfrutar de toda la tecnología inventada en la última década, el IPad, Twitter, Facebook, el iPhone etc. Pero si eliges esta opción, tienes que abandonar una sola innovació tecnológica pasada: el agua corriente (incluyendo, claro está, los cuartos de baño interiores). Todos los días tienes que traer el agua a tu casa en cubos, y por la noche, si tienes necesidad de ir al aseo,  tienes que salir, llueva o nieve o haga sol,  a la maloliente letrina exterior.

Robert Gordon, uno de los mejores historiadores económicos actuales, en su reciente, y muy provocativo, artículo “Is US economic growth over?: Faltering Innovation confronts Six headwinds” (NBER, Agosto 2012) afirma que ha ofrecido estas dos opciones a muchas audiencias y nunca ha habido duda sobre la respuesta: todo el mundo ve como obvio que la primera opción es mucho mejor. El agua corriente, una sola de las innovaciones de la segunda revolución industrial, es más valiosa que todos los gadgets que nos parecen tan maravillosos. Él utiliza este argumento para ejemplificar que, en su opinión, la mayor parte de los avances tecnológicos más importantes que han sucedido en la historia de la humanidad tuvieron lugar durante los cortos 30 años de la segunda revolución industrial, a finales del siglo XIX,  y que sus efectos han servido para motivar el crecimiento económico durante casi 100 años, pero que este efecto está ya agotado. Y que, en comparación con tales avances, los avances de la tercera revolución industrial, la microelectrónica, están ya básicamente agotados (en los EEUU, que es lo que describe)--- la mayor parte de estos efectos (las tarjetas de crédito, el procesamiento electrónico de documentos, etc.)  se produjeron, en sus opinión, en los 70 y 80, y ahora lo que vemos son avances que mejoran la capacidad de la electrónica de proveer entretenimiento pero nada más profundo.

Las tres revoluciones industriales que hemos atravesado, de acuerdo con Gordon, son: la primera, entre 1750 y 1830, el vapor y el tren. La segunda, entre 1870 y 1900 la electricidad, el motor de combustión, el agua corriente, los cuartos de baño interiores, las comunicaciones y el entretenimiento (entre 1885 y 1900 se inventaron el teléfono, el tocadiscos, la fotografía popular, la radio, y el cine—bastante más impresionante que le IPad y iPhone) la industria química y petrolífera. Y la tercera revolución industrial, entre 1960 y el presente, incluyendo computadores, internet, y telefonía móvil. Cada una de ellas  ha generado años de crecimiento mentras se adoptaban las innovaciones, que en el caso de la segunda han durado hasta los años 60.

Ilustra Gordon el argumento de que la segunda revolución industrial es incomparablemente más importante que la tercera con muchos ejemplos que dejan poco lugar a duda sobre el enorme cambio en las condiciones de vida que supuso: los aviones alcanzaron su velocidad máxima actual en 1958 y desde entonces ha habido de hecho reducciones de esta, para mejorar el consumo de combustible. De forma similar, las innovaciones cruciales para la vida humana como el paso de la vida rural a urbana, el control de la temperatura en las habitaciones, la eliminación del trabajo de fuerza bruta manual casi completa ya se han alcanzado, y no van a volver a alcanzarse.

Mi ejemplo favorito es el paso del caballo al coche. Gordon cuenta que el coste de mantener y comprar un caballo ponía los viajes fuera del alcance de todos menos los más ricos. Y que el caballo generaba una cantidad de porquería enorme,enre 20 y 50 libras de excremento y un galón de urina diarios, de forma que en las ciudades había que eliminar, con herramientas muy rudimentarias, entre 5 y 10 toneladas de excremento por milla cuadrada. El trabajo que esto suponía, y el olor, son difíciles de imaginar.

Gordon dice, en definitiva, que el crecimiento generado por la tercera revolución industrial es mucho menor que el de la segunda. Y que muchas de las mejoras más grandes imaginables en las condiciones de vida humanas, como el tener un cuarto de baño en casa o el poder dar a un grifo y que salga agua, o no tener que pasar el día limpiando las calles de excremento, son avances que ya se han producido, y no se van a seguir produciendo. Sí, solucionaremos el cáncer, pero no será ni comparable su impacto en la esperanza de vida al de lavarse las manos y los antibióticos.

Y sin embargo, esta no es más que una de las fuerzas que Gordon sugiere como destinadas a reducir la tasa de crecimiento del PIB per capita en EEUU (y también en Europa, aunque su trabajo no lo diga). Otras importantes, como la demografía, la necesidad de devolver la enorme deuda adquirida (que requiere un crecimiento del consumo menor que el de la renta per capita),o el de la deslocalización, que supone la tendencia a la igualación del precio de muchos factores, al menos los que están en trabajos deslocalizables.

El artículo es realmente fabuloso, y entretenido de leer, y lo recomiendo encarecidísimamente. Los ejemplos son muy iluminadores, y es difícil no terminar su lectura bastante convencido (¡y preocupado!) por la tesis del autor. Si tiene razón, toca empezar a pensar en cómo vivir en un mundo sin crecimiento económico.

 

Hay 60 comentarios
  • Viendo la parte positiva del asunto, hemos de pensar que a aunque los paises desarrollados no vamos a avanzar más en nuestra productividad y crecimiento como consecuencia de las nuevas tecnologías (que probablemente sea verdad en base a lo que dice Don Luis Garicano), sí lo harán los paises en vías de desarrollo (ya que aunque en USA y Europa todo el mundo -o casi- tiene acceso a internet e incluso a un Ipad) en la medida que se vaya reduciendo el coste de estos productos como consecuencia de la amortización de los royalties, todos estos inventos irán mejorando la productividad de nuevos paises en vías de desarrollo, lo que favorecerá la reducción de las desigualdades de renta.

    No veo que tiene de malo el bajarnos de la locura del tren consumista para que otros dejen de trabajar como "chinos". Si con esto nos acercamos a la normalidad bienvenido sea.

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