Migraciones, individualismo y sociedad

Emigrantes daneses en el puerto de Copenhague (Edvard Petersen, 1890).

 

La inmigración y sus efectos en las sociedades receptoras es sin duda un tema de candente actualidad. Como hemos contado en otras entradas (aquí, aquí o aquí), el consenso entre los economistas subraya que el temor a la inmigración es exagerado: la disminución esperada en los salarios por la expansión de la oferta de trabajo se compensa con los múltiples efectos que los inmigrantes generan en las economías locales (aumento de la demanda de bienes y servicios, complementariedades entre la mano de obra nativa y foránea, etc.). Aunque a corto plazo hay ganadores y perdedores, la influencia positiva de la inmigración es más visible conforme adoptamos una perspectiva de más largo plazo: mayor inmigración en el pasado implica mayor renta per cápita, menor pobreza y desempleo y mejores resultados educativos (aquí o aquí)

Pero, ¿qué ocurre en las regiones de origen de estos inmigrantes? La mayor parte de los estudios se fijan en la “fuga de cerebros” y la consiguiente pérdida de capital humano que se produce en esas zonas (un tema del que los medios se han hecho eco a raíz de la emigración producida por la reciente crisis económica: aquí por ejemplo). Sin embargo, existen otros efectos, como el envío de remesas o la posibilidad de que esos emigrantes retornen y lo hagan con un capital humano mayor de cuando se fueron, que pueden compensar esos costes (aquí).

En un fascinante trabajo recién sacado del horno, Anne Sofie Beck Knudsen (aquí) va más allá y se pregunta cómo la emigración cambia las características de la propia sociedad lo que tiene consecuencias de muy largo alcance. Su estudio concluye que el hecho de que la dimensión colectiva sea un pilar tan importante de las sociedades escandinavas se debe a que la gran emigración hacia Norteamérica que se produjo entre mediados del siglo XIX y principios del XX redujo significativamente el número de habitantes con una mentalidad más individualista lo que supuso un cambio en la trayectoria cultural de estos países. Vayamos por partes porque tiene miga.

No es nuevo que el perfil del emigrante suele ser distinto del que se queda en el lugar de origen. Aunque la selección puede variar dependiendo de las características de los lugares de origen y destino, la emigración de larga distancia suele tener mayores niveles de capital humano (cualificaciones laborales, educación o incluso salud) que los que no se mueven, en parte porque los más pobres no suelen estar en condiciones de asumir los costes que supone el desplazamiento. Asimismo, los emigrantes no sólo tienden a ser más emprendedores dado el riesgo que implica sino también más individualistas lo que, en teoría,  hace que la pérdida de redes sociales sea menos traumática (aquí).

Volviendo al trabajo que nos ocupa, la emigración escandinava a Norteamérica proporciona un excelente caso de estudio: estos países vieron como emigraba alrededor del 25 por ciento de su población entre 1850 y 1920; ¡un 38 por ciento en Noruega! Además, los registros históricos en Escandinavia son extraordinarios por lo que, combinando datos individuales de los censos con las listas de pasajeros de los que emigraron, la autora es capaz de comparar más de un millón de esos emigrantes (un 62 por ciento del total) con el resto de la población.

Una de las innovaciones de este estudio es el modo en que mide el grado de “individualismo” usando datos históricos. Para ello, estudia cómo de comunes eran los nombres que las familias daban a sus hijos e hijas. La idea es que poner nombres “raros” refleja un deseo de sobresalir en lugar de adaptarse a lo que la sociedad espera. En concreto, la autora analiza si un nombre está o no entre los más populares en cada momento y lugar (esta medida correlaciona con indicadores de individualismo actuales). Su estudio confirma que los individuos que habían heredado una mentalidad más individualista eran más propensos a emigrar.

La emigración a Norteamérica redujo, por tanto, la importancia del “individualismo” en las zonas de origen debido al cambio en la composición de la población. Las áreas en las que la emigración fue mayor se redujo el número de personas con nombres “raros”. Además, dado que la cultura se transmite de generación a generación, esta mentalidad “colectivista” de los que se quedaron persistió en el tiempo. Las sociedades escandinavas actuales, caracterizadas por la cohesión social y los seguros colectivos, serían por consiguiente muy diferentes si esa emigración a gran escala no hubiera ocurrido.

Por supuesto, la selección de los inmigrantes depende de muchas variables. En la España de finales del siglo XIX y principios del XX, por ejemplo, los emigrantes de larga distancia solían estar más alfabetizados que los que se quedaban detrás pero sucedía lo contrario en movimientos de corta distancia (dentro de la misma provincia; ver aquí). Las oleadas migratorias de los años 60 y 70 despoblaron el campo español (ver especialmente las zonas azules en la mitad norte de la península en los mapas que presentamos aquí). Sería muy interesante ver cuál fue el perfil de los que no se marcharon y estudiar cómo esa nueva estructura social influyó en el devenir posterior de esos pueblos. En definitiva, tener en cuenta la selección intrínseca en los procesos migratorios es clave a la hora de estudiar la evolución de las propias desigualdades regionales. Como muy bien ilustra el trabajo que hemos comentado, los canales de transmisión son múltiples lo que lleva a que los resultados puedan ser sorprendentes.

Hay 8 comentarios
  • Francisco, gracias por hacernos conocer las investigaciones de A. S. Beck Knudsen. Parto por destacar que si algo diferencia una ciencia de la economía es la investigación centrada en procesos históricos de gran relevancia para la humanidad. Entre estos procesos, la historia de la ocupación territorial del Planeta Tierra es básico: hemos estado en constante movimiento e ido ocupando la tierra (todavía quedan por ocupar otra parte importante del Planeta y quizás otros planetas). Explicar esos procesos es un desafío, en particular si el punto de partida del análisis es que no hay dos personas iguales y que más allá de las similitudes uno primero debe entender esas diferencias (p.ej., el individualismo).

    Estudié en UMinnesota 1967-70 y conocí familias escandinavas, segunda y terceras generaciones de inmigrantes legales, y compartimos experiencias familiares (yo soy argentino pero mis abuelos eran vascos e italianos, migrantes del mismo período que esas familias escandinavas). Nuestras conversaciones se centraban en por qué unos migraban y otros no, por qué algunos inmigrantes habían tenido éxito (los escandinavos de Minnesota ya vivían mejor que los escandinavos que no migraron y que “el promedio” de españoles e italianos que emigraron a Argentina).

    • Desde las cómodas y cálidas butacas leo con deleite sus comentarios (y los de algún otro disidente y, lo siguiente lo digo como piropo, impertinente). Me ha matado lo de italianos (gentilicio de país) y vascos (gentilicio de región).
      No hay queja por mi parte, aunque sí lamento.
      Y saludos cordiales, espero que me los admita.

  • Respecto al debate actual sobre las migraciones, en gran medida su motivación es política y por lo tanto no sorprende que esté dominado por la mentira y la hipocresía. Para empezar, en los últimos 40 años se ha estado dando la mayor migración de la historia de la humanidad y ha pasado desapercibida. Me refiero a la migración china: más de 400 millones ya habrían cambiado de residencia desde 1980, la mayor parte para radicarse en centros urbanos (en 1994-97 viví en China y he seguido el tema aunque no he tenido acceso a ninguna investigación seria). Por supuesto, la principal motivación es que se apagaron las luces rojas que Mao había impuesto. Su importancia para el debate actual es por algo que no pasó, esto es, por qué emigraron a centros urbanos chinos y no al resto del mundo. La respuesta es clara: ni salida libre, ni entrada libre.

    Hoy día, la diferencia principal entre países es que en muchos la salida es libre pero no en todos. Por otro lado, en ningún país la entrada es libre. En el mundo en que vivimos, ningún país aceptaría inmigración libre desde China. Los ingenieros sociales que quieren asesorar a políticos y gobernantes en el resto del mundo sobre los requisitos para aceptar inmigrantes chinos ojalá estudien primero cómo varios países han estado recibiendo a un número de estos inmigrante no despreciable en relación a sus poblaciones.

  • Asumiendo la emigración, por utilizar un símil tenístico, como un error forzado, entendiendo éste, por contraposición al error no forzado, como el conjunto de circunstancias que obligan indefectiblemente a emigrar a una persona más allá de su voluntad. Entonces, cabe significar la no opcionalidad, como una carencia o deterioro ostensible del margen de libertad que me atrevería a señalar que no se manifiesta en la actualidad, en la comodidad de nuestras sociedades occidentales, al menos en todo su rigor.
    En estas condiciones de partida, el individuo, la individualidad en sí, se ve domeñada. Recordemos a Locke, y esa vinculación de libertad con propiedad, siendo el trabajo, a priori la garantía más firme para labrarse un futuro. También recordaría a Darwin o más bien, al darwinismo social, un proceso de criba de los más aptos, traduciéndose a aquellos, que, desposeídos de lo fundamental, demostrasen más arrojo o carácter para resistir los mil avatares del camino. Insertando estos elementos, en un marco competitivo, en “igualdad” de condiciones, es asumible considerar, siempre desde la perspectiva de la supervivencia, que, en las sociedades de destino, estos emigrantes, estarán mejor predispuestos tras su periplo, a emprender y prosperar, aunque tengan que hacerlo partiendo desde la base. Aunque esto habría que constatarlo estadísticamente y a varias generaciones vista.

  • Gracias por la entrada. Leeré con mucho interés el trabajo que menciona. Me resulta muy sorprendente que hayan utilizado la frecuencia de los nombres de pila como medida del individualismo. No sé hasta qué punto esto es razonable, pero hay que reconocer a los economistas, una tremenda imaginación para encontrar formas de medir lo que a priori no parece posible (esta imaginación es deslumbrante por ejemplo en la búsqueda de instrumentos). Una cosa que envidio son las buenas estadísticas históricas de las que disponen en algunos países que les permiten llevar a cabo trabajos como este. Nosotros por el contrario no fuimos tan cuidadosos en el pasado.

    Respecto a lo que dice al principio sobre los efectos positivos en las sociedades receptoras, no dudo de que globalmente los haya. Pero como Vd. también señala, también hay perdedores y a estos, me da la impresión, no les consuela la visión a largo plazo.

  • El trabajo es muy interesante y original, pero las tasas de retornados entre los los escandinavos fueron altas. ¿Dejaron a sus hijos atrás, en América? ¿Hubo de nuevo selección por individualismo entre los retornados? En cualquier caso, un trabajo interesante y una entrada muy entretenida, insisto.

    • Gracias Minnesota por su pregunta. La migración de retorno es sin duda algo a tener en cuenta, ya que alrededor de un tercio de los emigrantes volvieron a sus países de origen. En un trabajo reciente usando datos noruegos, Abramitzky y coautores muestran que, dentro de los que se fueron, los que retornaron tenían peores ocupaciones lo que sugiere que eran los que tuvieron relativamente menos éxito:
      https://journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/0019793917726981

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