- Nada es Gratis - https://nadaesgratis.es -

¿Dónde están las “niñas desaparecidas”? Discriminación de género en la infancia en la España del siglo XIX

El infanticidio, el maltrato o la falta de cuidados que reciben las niñas en los países del sudeste asiático, un fenómeno conocido como las niñas desaparecidas (“missing girls”), ha recibido una gran atención a nivel mundial (por ejemplo aquí o aquí). Este tipo de comportamientos de hecho parece persistir en las conductas de los emigrantes de origen asiático que se trasladan a otros países como Estados Unidos y Canadá (o incluso a la propia España, como Libertad González ha documentado). Esta discriminación de género en la infancia no se da en las sociedades occidentales actuales pero, ¿podían ser prácticas comunes en el pasado? Es un placer empezar mi colaboración regular en NeG presentando el trabajo que estoy realizando junto a Domingo Gallego en el que intentamos responder a esta pregunta centrándonos en lo que ocurría en la España de mediados del siglo XIX y del que ya ofrecimos un primer avance en Politikon.

La evidencia disponible indica que el infanticidio femenino ha sido una práctica poco común en la historia europea. Katherine Lynch, una distinguida historiadora, por ejemplo, defiende que ciertos rasgos como la disponibilidad de más oportunidades de trabajo remunerado para las mujeres y una mayor edad de acceso al matrimonio, además de la prohibición católica del infanticidio, explican la práctica ausencia de este tipo de comportamientos en el registro histórico (aquí). Sin embargo, por su propia naturaleza, estas conductas son muy difíciles de observar directamente: las familias las intentan ocultar y, si las tasas de mortalidad infantil son elevadas, puede resultar muy fácil pasar por muerte natural aquellas que realmente no lo son.

Los trabajos sobre las “missing girls”, por tanto, se suelen basar en el análisis de las tasas de masculinidad (el número de niños existente en relación al de niñas) para proporcionar evidencia indirecta de estas prácticas. A nivel agregado, las tasas de masculinidad son muy estables por lo que observar tasas anormalmente elevadas indica que algo está reduciendo el número de niñas. Nosotros hemos seguido este método usando datos del Censo de Población: en 1860, la tasa de masculinidad para los niños menores de un año se situaba en 104.4 niños (desgraciadamente no contamos con datos para calcular la tasa al nacer en esa fecha). Sin embargo, para establecer que las tasas de masculinidad indiquen comportamientos discriminatorios, hay que tener una referencia sobre la que evaluar la desviación sobre lo que sería normal en ausencia de discriminación.

En los países desarrollados actuales, donde se puede asumir que no hay discriminación de género en la infancia, la tasa de masculinidad al nacer se sitúa alrededor de 105 niños por cada 100 niñas (aquí). Esta tasa, de todas maneras, no se puede comparar directamente con las existentes en el pasado. Por motivos biológicos, las niñas resisten mejor las peores condiciones existentes durante el embarazo y el parto en situaciones de malnutrición, falta de higiene y mayor incidencia de enfermedades, lo que tiende a reducir el número de varones que sobreviven al parto (aquí). Y las condiciones existentes en la España de mediados del siglo XIX dejaban desde luego mucho que desear: como prueba indicar que, entre 1860 y 2001, la esperanza de vida aumentó de 29.8 a 79.4 años debido a los avances sanitarios y las mejoras en las condiciones de vida (aquí). Estimaciones estadísticas para otros países muestran que la tasa de masculinidad al nacer tiende a reducirse casi un punto por cada diez años de aumento de la esperanza de vida. Además, dado que la desventaja relativa de los niños no se limita a la mortalidad en el útero o en el parto sino que continúa durante la infancia (especialmente durante los primeros meses de vida), la tasa de masculinidad para los niños menores de un año todavía debía ser más baja que al nacer.

El gráfico siguiente, que muestra la evolución de la tasa de masculinidad de los menores de un año y las tasas de mortalidad infantil por sexos entre 1857 y 2011, confirma lo que acabamos de comentar: la tasa de masculinidad se reduce a medida que avanzamos hacia atrás en el tiempo al compás del empeoramiento en las condiciones de vida (y el consiguiente aumento de la brecha entre las tasas de mortalidad infantil para niños y niñas menores de año). Es clave comprobar cómo esta tendencia no sólo se detiene sino que se invierte en torno a 1900, haciendo que la tasa de masculinidad en 1860 sea mucho mayor de lo que cabría esperar conforme a nuestras estimaciones (y a la propia tendencia inicial exhibida por el gráfico). Esta diferencia entre la tasa que nosotros observamos y la que sería esperable en ausencia de discriminación sugiere que algún tipo de conducta discriminatoria estaba incrementando la mortalidad “no natural” de las niñas, al menos durante una parte importante de la segunda mitad del siglo XIX.

sex_ratio_NeG1

Es posible que, en lugar de indicar infanticidio u otro tipo de maltrato o negligencia con resultado de muerte, estas tasas se debieran a un registro deficiente de las niñas. Es desde luego plausible que las familias no inscribieran a las niñas durante el primer año de vida pero lo es menos que ese sub-registro continuara en edades más avanzadas. El siguiente gráfico confirma que las tasas de masculinidad de los grupos de edad posteriores (1-5 y 6-10) siguieron la misma tendencia que la existente durante el primer año de vida por lo que resulta muy improbable que una peor enumeración de las niñas sea la explicación de las altas tasas que encontramos entre 1857 y 1887.

sex_ratios_NeG2

¿Cuáles son entonces las causas que podía haber detrás de este fenómeno? Para ofrecer más pistas sobre esta cuestión hemos aprovechado la riqueza del Censo de Población de 1860 y hemos recopilado no sólo las tasas de masculinidad en los 471 partidos judiciales existentes, sino también datos sobre las características económicas y sociales que caracterizaban a esos distritos (hemos recogido además datos sobre sus circunstancias geográficas y climáticas para que esas diferencias no afecten a nuestros resultados). El análisis econométrico indica que las tasas de masculinidad eran menores en aquellas zonas donde la disponibilidad de empleos remunerados para las mujeres era mayor y donde predominaban familias troncales en las que diferentes generaciones convivían en la misma residencia, lo que sugiere que estas características mitigaban las conductas discriminatorias. El efecto de la disponibilidad de oportunidades laborales femeninas fuera del hogar es algo que también se ha observado en los países del sudeste asiático (aquí). Es también interesante comprobar cómo Ana Tur-Prats nos explicaba en este mismo blog que la persistencia cultural derivada del predominio histórico de familias troncales disminuye la violencia doméstica existente en España en la actualidad (aquí).

Nuestro análisis también indica que las tasas de masculinidad eran menores en áreas más densamente pobladas. Sin embargo, aunque es tentador atribuir esas diferencias a la mayor complejidad económica asociada con el crecimiento económico, es posible que estas aglomeraciones, al sufrir peores condiciones sanitarias y probablemente un peor acceso a determinados alimentos (especialmente carne y productos lácteos), tuvieran mayores tasas de mortalidad infantil lo que, dada la mayor vulnerabilidad relativa de los niños, también podría explicar las menores tasas de masculinidad.

Los resultados que hemos expuesto se mantienen si, en lugar de las tasas de masculinidad en la infancia, utilizamos las tasas existentes a edades más avanzadas, lo que indica que el sub-registro de las niñas no es la explicación. Más aún, el efecto de los factores indicados arriba se mantiene incluso cuando controlamos por las tasas de masculinidad en los grupos de edad anteriores, lo que sugiere que esas circunstancias no sólo afectaban a la sobre-mortalidad femenina durante el primer año de vida, sino que su efecto continuaba durante la infancia. Es cierto, sin embargo, que aunque consideramos una amplia variedad de factores económicos, sociales y medioambientales, y controlamos asimismo por efectos provinciales, nuestros resultados sólo indican correlaciones por lo que no podemos considerarlos como evidencia causal.

Nuestro trabajo, en cualquier caso, evidencia la presencia de prácticas discriminatorias que desembocaban en un exceso de mortalidad femenina durante los primeros años de vida y da pistas sobre los factores que pudieran estar detrás de esos comportamientos. Es difícil ser más precisos sobre la naturaleza de la discriminación. La falta de evidencia directa sobre la existencia del infanticidio femenino u otras formas extremas de maltrato a las niñas nos lleva a pensar que el exceso de mortalidad no era necesariamente debido a formas de violencia directa sino a recibir una menor atención que la dirigida a los niños. En sociedades muy pobres en las que las tasas de mortalidad infantil son tan elevadas, una ligera discriminación en el acceso a los alimentos, los cuidados cuando caían enfermos o incluso en el reparto de la carga de trabajo dentro del hogar, podía fácilmente tener nefastas consecuencias. Esperamos que nuestra investigación, así como las que puedan venir después, contribuya a sacar a la luz aspectos olvidados de nuestra historia y a ofrecer pistas que puedan ayudar a los países en los que miles de niñas todavía “desaparecen”.