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A vueltas con el futuro del empleo

Uno de los temas de los que más se está hablando últimamente es el posible efecto de la mecanización en el futuro del empleo (aquí, aquí o aquí), algo de lo que Samuel Bentolilla y Juan Francisco Jimeno también hablaron en este mismo blog (aquí). El nudo del asunto se resume fácilmente: al sustituir trabajo por capital, la “llegada de los robots” reduce los empleos y los salarios en las ocupaciones que se mecanizan pero, al aumentar la productividad, también sube el nivel de renta lo que aumenta la demanda de otros bienes y servicios que generan empleos en otros sectores de la economía. Aunque a corto plazo se producen distorsiones mientras los trabajadores desplazados en los sectores tradicionales intentan encontrar una nueva ocupación, a largo plazo la economía se reajusta situándose en nivel de renta más elevado. El debate entre los pesimistas y los optimistas radica en la capacidad que se otorga a la economía para adaptarse y absorber los empleos perdidos.

Sin entrar en la cuestión de si esta vez será diferente porque la tecnología ahora es radicalmente distinta (o el ritmo del cambio más acelerado), el historiador económico Robert Allen ha contribuido a este debate con un breve texto publicado en Nature (Jesús Alfaro ya se hizo eco de este texto aquí). Creo que la contribución de Allen (que, todo hay que decirlo, fue mi supervisor de tesis) incorpora varias dimensiones importantes al debate, por lo que me parece interesante compartirlo con los lectores de Nada es Gratis.

Por un lado, Allen argumenta que las comparaciones históricas que implícitamente guían la mayoría de los análisis del futuro del empleo se basan en lo sucedido en el período 1850-1970. Durante este largo período existió un círculo virtuoso en el que los incrementos de la productividad derivados de la mecanización se trasladaban rápidamente a los salarios, lo que a su vez aumentaba la demanda en otros sectores. Este patrón sin embargo no tiene por qué ser lo “normal” y pueden pasar décadas hasta que se pone en marcha ese círculo virtuoso. Por otro lado, Allen indica que la mayoría de los debates se centran en los efectos en los propios países que adoptan las nuevas tecnologías y olvidan lo que pasa en el resto del mundo, un descuido especialmente importante dado lo integradas que están las distintas economías.

Así, por ejemplo, las ganancias de productividad causadas por la revolución industrial tardaron mucho en ser visibles en los salarios de los obreros ingleses de la época. Entre 1770 y 1830 los salarios reales apenas crecieron en Inglaterra, lo que incrementó la desigualdad. La situación era mucho peor en otros países. El éxito industrial inglés significó la desindustrialización de amplias áreas en la India o China. Y los trabajadores que perdían el empleo en estos países ni siquiera tenían la posibilidad de beneficiarse del crecimiento de otros sectores en una economía en auge.

Volviendo a Inglaterra, las ganancias en productividad derivados del progreso tecnológico sólo empezaron a trasladarse en mejoras en los salarios a partir de mediados del siglo XIX, un patrón que se fue trasladando a las demás economías que se fueron industrializando. Aunque Allen no lo indique explícitamente, hay que recordar que fueron instituciones ajenas al mercado como la intervención estatal o los sindicatos las que ayudaron a que ésto ocurriera. Este círculo virtuoso, por el que productividad y salarios crecían juntos, parece haberse detenido a partir de 1970s, momento en el que la desigualdad también se ha disparado, especialmente en los países anglosajones. Además, el auge de países como China hace que los parados del resto del mundo tengan más problemas a la hora de encontrar nuevos empleos. El famoso artículo de Acemoglu y Restrepo que no consigue encontrar evidencia positiva de la llegada de los robots en otras ocupaciones entre 1993 y 2007 estaría en consonancia con lo que cuenta Allen.

Quizás todavía no haya suficientes robots o quizás sea todavía pronto para evaluar sus efectos a medio plazo. En cualquier caso, mi lectura del texto de Allen subrayaría que la automatización de las tareas conlleva obviamente consecuencias negativas en empleo y salarios durante un período de tiempo que depende del contexto institucional. Intentar evitar la llegada de los robots sería sin embargo un gran error como demostraron las dramáticas consecuencias de la revolución industrial en los países que contaban con industrias tradicionales. La clave sería dotarnos de instituciones que, por un lado, aseguraran que los incrementos de la productividad se trasladan también a los salarios y que, por otro, permitieran que los perdedores de la mecanización también se beneficiarán de estos cambios.