- Nada es Gratis - https://nadaesgratis.es -

Lecturas: Una pequeña historia del PIB

¡Ya se acabó el verano! Y aunque en términos de vacaciones ha sido corto (en mi caso, por múltiples obligaciones, solo 7 días que han sabido a nada), sí que al menos nos ha dejado largas noches de calor donde uno puede leer unos cuantos de los muchos libros que se le han acumulado durante el curso. Y esto me da excusa para ocupar varias entradas en nuestro blog hablando sobre los mismos.

El primero de ellos es GDP: A Brief but Affectionate History, de Diane Coyle. Justo antes de Agosto dediqué muchas entradas a la pobre experiencia del crecimiento económico español durante las últimas décadas (por ejemplo, aquí y aquí). Un tema que surgió reiteradamente en los comentarios de los lectores fue las limitaciones que tiene el PIB per cápita como medida del bienestar. En aquel momento no entré en exceso en la discusión de tales limitaciones o en la presentación de medidas alternativas y complementarias (excepto en el caso de Venezuela, donde parecía clave).

Ello no lo hice por desconocer los problemas del PIB. Mi primer contacto riguroso con la economía académica fue precisamente la contabilidad nacional. Tuve la fortuna de que David Taguas primero me diese un semestre casi entero sobre el tema y luego, estudiando bajo su supervisión, invirtiese mucho tiempo y esfuerzo en entender el sistema de cuentas nacionales. [1] Aunque en aquel momento no lo supiera, estos conocimientos de contabilidad nacional me resultarían enormemente fructíferos durante el doctorado.

En ese sentido mi formación fue un tanto inusual pues contabilidad nacional se cubre poco en los planes de estudio en economía. La razón es sencilla: a la inmensa mayoría de los estudiantes la contabilidad nacional les parece aburridísima. Yo, en varias ocasiones, he intentado emplear más tiempo del habitual con el tema. En seguida me di cuenta que el porcentaje de estudiantes durmiendo o enviando mensajes con el móvil era un orden de magnitud más alto de lo normal. Dedicarle tiempo a contabilidad nacionales es, desafortunadamente, un camino seguro al fracaso absoluto en las evaluaciones de enseñanza.

Pero esto supone que muchos economistas no prestan en exceso atención a la construcción de las cuentas nacionales y lo que las mismas nos dicen o dejan de decir. Y esto es una pena.

Diane Coyle intenta circuncidar esta barrera de interés por medio de un simple truco: presentar la historia del PIB como “concepto” y ligarlo a los desarrollos en macroeconomía. En solo 162 páginas (el libro se puede leer de un tirón), Coyle recorre los antecesores de la contabilidad nacional desde el siglo XVIII, la gran eclosión en los años 30 del siglo pasado con Simon Kuznets y Richard Stone, la edad dorada de la postguerra y los desarrollos más recientes (incluyendo las cuentas satélites medioambientales, los índices de desarrollo humano y la construcción de la paridad de poder de compra para comparaciones internacionales).

Coyle triunfa en ofrecer una breve introducción a las ideas básicas de contabilidad nacional de manera amena pero evita ofrecer una visión más detallada de muchos de los retos a los que los creadores de la contabilidad nacional se enfrentaron y que, como explicaré en unas lineas, solo se han agravado con el tiempo. No la culpo por ello. Coyle, de manera plenamente consciente, ha decidido escribir un libro conciso que probablemente llegue a un público mucho más amplio que al que hubiera alcanzado un volumen más sesudo, por mucho que personalmente me quede con las ganas de leer ese otro libro (Coyle habla aquí sobre su libro en detalle).

¿Y qué es lo que uno tiene que saber sobre el PIB y puede aprender de Coyle? En primer lugar que es una “construcción”. La distancia entre Madrid y Salamanca es la que es. Nos vamos a la Puerta del Sol de Madrid, tiramos una línea hasta la Plaza Mayor de Salamanca y esa es la distancia entre las dos ciudades. Uno puede medir esta distancia en kilómetros o en millas, puede ser en línea recta o siguiendo la carretera, empleando la Puerta del Sol o Azca como punto de partida, pero, al final, con un poco de cuidado, no existe discusión alguna sobre lo que hemos medido y el error de medida, con la tecnología moderna, es absolutamente trivial. [2]

El PIB, en comparación, es una construcción de los economistas. Como Coyle explica, no quedaba claro en los años 30 si uno debía, por ejemplo, incluir o no los servicios públicos en su definición. Y hoy en día constantemente cambiamos los bienes que incluimos en el PIB, algunas veces de manera tremendamente aburrida y otras más “curiosas”. Estos cambios de definición se deben en parte a cambios en cómo pensamos acerca de la actividad económica y en parte a cambios en nuestra capacidad de medir.

La segunda lección es que el PIB mide la actividad a precios de mercado. En ningún momento intentamos valorar si un libro que compré ayer es bueno o malo. Simplemente medimos que pagué por él 15 Euros. La razón es obvia. Las valoraciones subjetivas de los bienes son precisamente eso: subjetivas. Lo que a mi me parece maravilloso a otro le puede parecer aburridísimo y viceversa. El precio de mercado de una transacción concreta tiene la sencilla ventaja que no podemos discutir mucho sobre él: es el que es.

Pero aunque esta idea parezca sencilla pronto nos damos cuenta que tiene limitaciones fundamentales. ¿Cómo medimos la actividad económica realizada por un profesor de literatura en un instituto público cuyos servicios no se intercambian en el mercado? Básicamente por su salario. Pero eso significa que, si le subimos el sueldo real un 5%, el PIB también sube un 5%, aunque el profesor enseñe el mismo número de clases y al mismo número de alumnos. O que el PIB de un gran profesor que motiva a los estudiantes y les hace amar la literatura sea el mismo que el típico profesor plasta que se limita a leer el libro de texto de manera monótona. Esto parece absurdo hasta que uno se sienta y se da cuenta que todas las medidas alternativas son probablemente peores.

El problema es que en la economía moderna cada vez hay más bienes como las clases de un profesor de literatura y cada vez menos como las de un libro. Piense, querido lector, en cómo se contabiliza en el PIB esta misma entrada que usted esta leyendo. Para escribirla estoy empleando electricidad en Estados Unidos que aparecerá como consumo final de los hogares y un ordenador que apareció el año pasado también como consumo (y que por tanto es indiferente de si escribo o no la entrada). La electricidad que usted emplea aparecerá como consumo de los hogares (si lee la entrada desde casa) o como consumo intermedio (si lo hace desde el trabajo). El coste del servidor aparecerá como consumo final de las instituciones sin fin de lucro en España. ¿Se parecerán todos estos consumos al valor añadido de una vieja revista que usted hubiera comprado hace 15 años en un kiosco? Y, sin embargo, ¿qué prefiere? ¿Leerme desde la comodidad de su Ipad y hacer un tuit de esta entrada o tener que salir a la calle, encontrar la revista y leer una versión impresa?

Pero aun así, ¿qué alternativa se nos ocurre? Valorar esta entrada dado mi coste de oportunidad (llevo algo más de una hora escribiéndola, así que sería similar a lo que cobro por una hora de clase cuando doy cursos en instituciones que me invitan a ello o lo que me pagaría Penn por una hora extra de clase a los MBAs) no reflejaría en absoluto si la misma la lee una persona o un millón. Valorar esta entrada por la cantidad de dinero que usted estaría dispuesto a pagar por leerla tiene el problema que esto sería una pregunta hipotética y los economistas, creo que con buen motivo, somos escépticos acerca de las respuestas que se dan en estos casos. Valorar esta entrada por el “bienestar” que crea es todavía más complejo. Los lectores que disfrutan de nuestras entradas argumentarían que tal incremento de “bienestar” es notable. Los que creen que perjudicamos el debate público en España argumentarían que reducimos el “bienestar”.

Y esto nos lleva a la cuarta y final lección. Con todas sus limitaciones, con todos sus fallos y con todos sus errores de medida, el PIB sigue siendo uno de los instrumentos básicos de medir la actividad económica. Como casi siempre, las cosas en el mundo de la economía académica (y aquí incluyo la investigación en contabilidad nacional) son de la manera que son no porque los economistas no seamos conscientes de los problemas que nuestras decisiones de medición y modelización entrañan sino porque entendemos que nada es gratis y que cada paso en la abstracción tiene sus costes. Al final del día Simon Kuznets fue capaz, empleando contabilidad nacional, de racionalizar los planes de armamento de Estados Unidos durante la segunda guerra mundial y con ello contribuir de manera decisiva a la derrota del eje (un día contaré la historia en más detalle pues es fascinante). Los alemanes, por el contrario y afortunadamente, nunca pudieron organizar correctamente su producción. Y por mucho que los índices de desarrollo humano sean informativos (que lo son), ¿por qué ha de pesar la educación en los mismos un x% y no un 1.25x% o un 0.75x%?

Hay muchos críticos inteligentes del PIB que tienen cosas importantes que decir. Pero la realidad es que desde un lado y otro del espectro muchos atacan el concepto del PIB sencillamente por que los números no dan apoyo a sus teorías favoritas. Si en vez del PIB tuviesen que criticar el calendario gregoriano o el teorema de Pitágoras para defender sus posiciones, estos comentaristas lo harían con igual saña. Así que nos dejemos engañar por estos falsos críticos: como dice el BEA, el PIB es uno de los grandes investos del siglo XX. Coyle nos lo cuenta muy bien aunque quizás de manera excesivamente breve.

1. Por cierto, mañana dîa 11 hay un homenaje en Madrid a David Taguas al que tristemente no podré ir.

2. Sí, hay gente en sociología de la ciencia que habla sobre la “construcción social de la física” y cosas así, pero afortunadamente nadie se los toma muy en serio.