López Rodó o las contradicciones de la tecnocracia (segunda parte)

En un post anterior hablaba sobre la esencia autoritaria del proyecto político de López Rodó. En vez de ser un técnico apolítico preocupado por la eficiencia, López Rodó entendía la modernización del Estado y de la economía como instrumentos fundamentales en la supervivencia de la dictadura en el marco de una concepción neo-tradicionalista.

Lejos de ser un detalle de interés para los historiadores, esta visión más compleja de López Rodó nos sirve para entender muchas cosas mejor. Dejo para otros las discusiones sobre cómo esto afecta a la manera en la que pensamos acerca de la finalización del andamiaje institucional de la dictadura o de las luchas sucesorias (en especial relacionadas con el caracter de la monarquía que habría de venir), no por no ser intrigantes sino por caer fuera del propósito de este blog y de la inclinación de nuestros lectores. Hoy me centraré solo en las consecuencias para la política económica.

El Plan de Estabilización de 1959 había comenzado un proceso de reformas de nuestra economía. En vez de cerrarnos al exterior y desconfiar del mercado, como llevábamos haciendo desde el viraje proteccionista de la restauración (y alguno podría argumentar, desde Felipe II), España apostó por una modernización económica “ortodoxa”: apertura al exterior, control de la inflación, eliminación de controles e intervenciones, etc. A todos aquellos que dudan acerca de las ventajas de este tipo de programas siempre les recuerdo que lo que le pedimos a muchos países extranjeros es solo lo que nos pidieron a los españoles en 1959 y que no nos fue tan mal. Muchos de los que se indignan con el FMI le deben al mismo buena parte de su prosperidad actual.

Sin embargo, el intervencionismo del régimen pronto volvió y los tres Planes de Desarrollo (junto con la Comisaria del Plan dirigida por López Rodó) fueron, uno cada vez más que el anterior, pasos hacia atrás. El dirigismo de los mismos, con cosas tan truculentas como las famosas acciones concertadas (con monumentos a su estulticia que veo cada vez que paso por Mieres), no solo fue un fracaso sino además la semilla de los profundos desequilibrios (industriales, energéticos, etc.) a los que se enfrentó España en los años 70 y que condicionaron la política económica de la transición con consecuencias que perduran hasta hoy en día.

Mi interpretación de los Planes de Desarrollo (de nuevo, por reiterar mi queja en el post anterior acerca de las prioridades de nuestra historiografía, en ausencia de monografías más detalladas) siempre había sido que estos habían surgido por una mezcla de simple copia del ejemplo francés, un deseo de seguir las prácticas preconizadas por muchos economistas internacionales de desarrollo del momento (a fin de cuentas López Rodó había prologado la traducción de Rostow al castellano) y por el mero juego de los grupos de presión que querían obtener tajada de los suculentos créditos y desgravaciones fiscales asociados a los Planes.

La revaloración de la figura de López Rodó me hace pensar que la predisposición del régimen y de los tecnócratas a estos pasos regresivos era mucho más profunda que la mera confluencia de circunstancias. López Rodó probablemente apoyó el Plan de Estabilización más basándose en sus afinidades ideológicas y religiosas con Navarro Rubio y Ullastres que por convencimiento. Nada en su trayectoria profesional anterior nos hace sospechar que hubiese pensando en detalle sobre economía y dedicarse al derecho administrativo no suele hacerle a uno enemigo del estado. Es esclarecedor, en mi opinión, que en sus voluminosos cuatro volúmenes de memorias, López Rodó solo le dedique 11 páginas al Plan de Estabilización y que deje traslucir ciertas distancias con Navarro Rubio que luego cristalizarían con la disputa de si la Comisaria del Plan debería o no localizarse en Hacienda.

Todo esto me lleva a la conclusión que, en la visión neo-tradicionalista de López Rodó de la acción política, un plan de desarrollo intrusivo y arbitrista era una conclusión lógica, no una elección coyuntural. Quizás el ejemplo más disparatado de este arbitrismos fue un informe que elaboró para Carrero para llevar inmigrantes españoles a Guinea Ecuatorial y el Sahara para “nacionalizar ambos territorios” (en otras palabras, conseguir una mayoría blanca o al menos una minoría importante) mientras recomendaba mentir a las Naciones Unidas al respecto de los verdaderos planes del gobierno. ¿Qué más me queda añadir sobre el tema?

En estos arbitrismos está la contradicción básica de la tecnocracia a la que se refiere el título. En tanto que las reformas económicas consiguieron que España creciera, la modernización social hizo imposible el mantenimiento de las estructuras autoritarias que López Rodó quería conservar. Y por su falta de convencimiento interno acerca de las virtudes de una política económica plenamente ortodoxa, López Rodó contribuyó a crear buena parte de los problemas económicos de los españoles en los 70. Lo que funcionó bien fue contra sus principios, lo que no funcionó solo nos trajo problemas.

Lo más triste es que el mismo López Rodó nunca pareció entender las contradicciones de sus posturas y del rotundo fracaso de su visión de la política. En fecha tan tardía como 1982 aún defendía fórmulas de representación corporativista como la del Senado de Baviera, una cámara que por aquel entonces hacia mucho tiempo se había convertido en una inmensa pérdida de tiempo y de la que los Bávaros finalmente se libraron en 1999 (el senado irlandés, el último residuo en Europa de este corporativismo, va por el mismo camino).

¿Qué es lo que todo esto nos enseña sobre la situación actual? Más que nada a desconfiar de aquellos que reforman más por necesidad o por moda que por convicción. Las contradicciones de las medidas asumidas por obligación terminan por imponerse y al final, lejos de resolver nuestros verdaderos problemas, solo abrimos la puerta a otros nuevos. Sinceramente, creo que esta es la mejor descripción de la acción del gobierno desde 2007: reformar por necesidad y no por convencimiento. Esto tiene que cambiar. Pongamos a mandar gente que se crea de verdad nuestros retos del futuro y las reformas que España necesita.

Hay 5 comentarios
  • "Pongamos a mandar gente que se crea de verdad nuestros retos del futuro y las reformas que España necesita." ¿En dónde está esa gente? Busco entre los que se nos ofrecen y no los veo.

  • Yo iba a decir lo mismo que Aureliano. A veces tiendo a pensar que lo que está roto en España es nuestra tecnología para seleccionar élites/gobernantes ; eso si que sería una reforma de verdad, por eso me gustó tanto el artículo de César Molinas. Tenéis que escribir más sobre esto 😉

  • Gran post. Gracias.

    Una de las cosas que pasaron desapercibidas en la polémica sobre la entrada de Franco en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia es que se cuestiona el plan de estabilización (porque podía producir paro), mientras que responsabiliza de forma directa al Plan de Desarrollo del 63 el haber puesto a España "en el séptimo puesto de la escala económica mundial" (sic.)

  • Efectivamente, Cañellas pasa de largo sobre los prolegómenos y la ejecución del Plan de Estabilización de 1959, adjudicando a López Rodó un protagonismo excesivo.
    El autor desconoce, o minusvalora, lo que ha escrito Manuel-Jesús González y otros historiadores de pensamiento económico sobre este episodio esencial, porque, en mi opinión, quedaría disminuida la importancia del personaje biografiado.
    Por ejemplo, queda preterida la figura de Manuel de Torres, catedrático de Política Económica, muy del régimen, quien llevaba clamando públicamente desde mediados de los 50 contra el desbarajuste presupuestario, la inflación o los tipos arbitrarios de cambio; precisamente Torres, un keynesiano templado, poco amigo de la industrialización forzosa, discípulo del hacendista italiano Einaudi, basándose en la experiencia holandesa, inspira la creación de un organismo la OCYPE– que ponga orden a esa situación próxima a la bancarrota: estas ideas son reconvertidas más adelante por Rodó para sus Planes de Desarrollo.
    Dice usted que Rodó “dio alas a Navarro Rubio y Ullastres, que ocupaban los ministerios económicos”. Bueno, Carrero es la llave segura hacia Franco, cierto, pero el franquismo era un sistema peculiar: ninguno de estos actores políticos ganaba por goleada. En 1957–58 Rodó es todavía un protegido del almirante a la espera de destino, un administrativista procedente de la academia, mientras que Ullastres o Navarro, ambos oficiales en la guerra, medalla militar individual, eran ya dos pesos sólidos muy dignos de tener en cuenta. Navarro es un abogado que venía del catolicismo social, muy metido además en el verticalismo, que había propiciado la estimación objetiva en Hacienda; Ullastres era un empresario influyente que dominaba la teoría monetaria, discípulo de Flores de Lemus, catedrático de historia económica. Al final, todos quieren adjudicarse el éxito estabilizador: el mismo Rodó; Sardá, alabado por Estapé o Costas; no digamos Navarro Rubio, etc., menos quizá Ullastres, el más discreto, el enigma todavía.
    Lo de Rodó y su relación con W.W. Rostow me parece que es poca cosa, aparte de los viajes a España de éste, y el vínculo americano: la literatura del desarrollismo, creo, da poco de sí.

  • (Pido disculpas si hay comentarios repetidos. Ruego al moderador que los borre)

    Señor Jesús, lo que usted no puede decir que "Pongamos a mandar gente que se crea de verdad nuestros retos del futuro y las reformas que España necesita.". Comparto su sentimiento con los actuales gobernantes. Si se refiere a quienes quieren recuperar la desgravación por compra de vivienda, y se dice que es ministrable el señor Luis de Guindos, ex-presidente de Lehman Brothers para España, que de especulación seguro que sabe mucho, y en su programa económico, del que habla este artículo del ABC no veo ninguna medida de mejora de la productividad de la economía.

    Un saludo.

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