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López Rodó o las contradicciones de la tecnocracia (primera parte)

El Plan de Estabilización de 1959 es la cesura fundamental de nuestra historia contemporánea. Sin el abandono de las políticas autárquicas e intervencionistas que arrastrábamos de largo y que habían sido llevadas a su paroxismo más absurdo por analfabetos económicos como los Suanzes y Girones de la dictadura, nada de lo que luego vino hubiese sido posible.

No es pues, un accidente, que cada vez que voy por Madrid compre cualquier libro que trate con tales acontecimientos. El cambio de paso de la política económica de Franco, aunque ex post muy obvio, no era algo tan predeterminado como la historiografía defiende. La vía “cubana” del franquismo, el doblar ante las dificultades económicas la dosis de irracionalidad que nos había llevado hasta nuestros pesares en primer lugar, era algo concebible e incluso posible si el balance de fuerzas entre las distintas familias del régimen hubiera sido ligeramente distinto. La pesadilla de un Girón de Velasco victorioso, que en vez de ser recordado como un fantoche ridículo se hubiera convertido en el enterrador de nuestro desarrollo, vuela de manera aterradora.

Se explica entonces mi indudable alegría al ver, en mi último viaje en junio, una biografía de López Rodó por Antonio Cañellas Mas. Desde la Secretaria General Técnica de la Presidencia del Gobierno, López Rodó dio alas a Navarro Rubio y Ullastres, que ocupaban los ministerios económicos en ese momento clave de 1959. Sin su presencia, el apoyo de Carrero al Plan hubiera sido mucho menos firme. Luego, como Comisario del Plan de Desarrollo, López Rodó supervisó buena parte de la política industrial que de manera tan decisiva habría de marcar la crisis de los 70 en España. Una biografía de López Rodó parecía llenar un hueco un tanto incomprensible de nuestra historiografía nacional más preocupada en luchar las guerras de nuestros abuelos que en la creación científica. Pues si resultaba increíble la ausencia de una biografía académica de López Rodó, ¿cómo no lo es incluso más la ausencia de biografías de Navarro Rubio o Ullastres? ¿Cómo no puede haber un estudiante de doctorado ambicioso escribiendo sobre ellos?

La lectura del libro ha sido, sin embargo, decepcionante. Hay problemas más generales: la prosa es pesada y aburrida, la narrativa demasiado llena de temas secundarios como el desarrollo del conservadurismo en la Cataluña del siglo XIX y XX que son atacados de manera demasiado ligera para añadir nada nuevo al que ya conoce del tema e inútiles para los que no son unos expertos en ellos y las ausencias demasiado obvias como para merecer la pena repetirlas aquí en detalle. Más en concreto, y eso es lo que nos interesa aquí, el tratamiento de todo lo relacionado con la política económica del segundo franquismo es superficial, cuando no sencillamente erroneo. El autor, que no se encuentra cómodo con esta faceta de la vida de su personaje, solo aspira a cubrir el expediente y saltar a temas como la concepción del derecho de López Rodó o su relación con López Amo que le atraen más. Uno termina la lectura del libro sin saber nada nuevo ni del Plan de Estabilización ni de los Planes de Desarrollo.

Sin embargo, y quizás esto sirva para matizar la negatividad de mi anterior párrafo, Cañellas Mas nos ofrece un retrato mucho más completo de López Rodó que el que teníamos anteriormente y con ello el lector mejor equipado con conocimientos de historia económica puede aventurarse en su propio ejercicio de reintepretación.

En mi caso mis conocimientos previos al respecto se basaban en tres fuentes: (desde la izquierda) un viejo libro del inolvidable Víctor Alba sobre los conservadores en España, (desde la derecha) un capítulo de García Escudero en un libro también sobre los políticos conservadores españoles (sí, sí, el instructor de la payasada del 23-F, el mundo es un pañuelo) y los cuatro volúmenes de las memorias de López Rodó, que aunque no leídas en detalle, sí que había ojeado con cierta calma.

Fundados en estas lecturas, mi impresión de López Rodó (y que en buena medida coloreaba la de otros tecnócratas) era la de un miembro de la burguesía de Barcelona, autoritario y anti-liberal, pero más preocupado con la eficiente gestión de la política económica que con ningún fundamento doctrinal, alguien que entendía que el mundo había cambiado y que la dictadura debía adaptarse a estos cambios sin enzarzarse en demasía con la coherencia interna. Sus reformas administrativas o su defensa de la monarquía serían, en este esquema, unos pasos más en este proceso de adaptación hacia posiciones más moderadas.

Su estrecha relación con Carrero y con Fernández de la Mora o su participación en la preparación de la Ley Orgánica del Estado deberían haber sido señales que está interpretación mía (y creo que la de muchos comentaristas) era errónea pero, en este caso, fueron señales perdidas.

El trabajo de Cañellas Mas nos revela, en contraste, un López Rodó profundamente comprometido desde su juventud en un proyecto estatal autoritario de corte neo-tradicionalista. Lejos de ser el tecnócrata de tibias inclinaciones democráticas intentando arreglar los desaguisados del régimen, viñeta que García Escudero o López Rodó mismo en sus memorias intentan transmitirnos, López Rodó elabora una completa (y compleja) teoría del estado en la que las libertades democráticas no tienen cabida. La modernización económica, lejos de ser un objetivo por si misma (o, más apologéticamente, una precondición para una liberalización futura), es únicamente un instrumento para apuntalar la dictadura en el largo plazo.

La relación y amistad de López Rodó con Marcelo Caetano, que venía desde los 40 cuando nuestro futuro ministro visitó Coimbra, es prueba contundente de una afinidad ideológica con una manera de hacer política que poco tenía que ver con la de falangistas reconvertidos como Fernández Miranda o Fraga ni, por supuesto, con la de los monárquicos "de toda la vida" como Areilza. Que Fernández Miranda o Fraga jugaran un papel importante en la transición mientras que López Rodó quedase al margen, no es fruto del caso MATESA. Es algo que viene mucho más de lejos y que Cañellas Mas no parece apreciar. Mientras que el falangismo tenía, gracias al germen modernista que compartía con otros fascismos europeos, la posibilidad de evolución ideológica, el neo-tradicionalismo del grupo Arbor era un camino sin retorno por mucho que se disfrazase de tecnocracia.

Quizás el momento más revelador del libro al respecto de esta visión neo-tradicionalista es la cita de una carta de Fernández de la Mora (al que se podrá acusar de muchas cosas pero no de haber sido incoherente en sus principios) en la que este reprocha a López Rodó, con fuertes palabras, el distorsionar en sus memorias su comportamiento a lo largo del tiempo y el intentar blanquear su imagen a posiciones más aceptables en los años 80. Fernández de la Mora tiene toda la razón: el proyecto tecnocrático de López Rodó era autoritario en su esencia misma. Los intentos posteriores de blanquear el pasado, por López Rodó y muchos otros, se revelan así como meras imposturas intelectuales.

¿Cómo influye tal fundamento en la política económica del tardo-franquismo? ¿Qué podemos aprender que cambie nuestra visión de aquellos tiempos y de los actuales?

En la próxima entrega de este post intentaré contestar a estas preguntas.