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Para no cortar por lo sano: un instituto de evaluación de políticas públicas

Ya hemos dicho en alguna ocasión en estas páginas que es conveniente hacer con cabeza la consolidación fiscal (traducido al román paladino: los recortes) que tenemos encima. Por ejemplo aquí dijimos que no todos los gastos educativos son iguales, y aquí y aquí demostramos que sabíamos antes que Elena Salgado que los salarios de los funcionarios habría que recortarlos y sugeríamos que no fuera un recorte igual para todos. Por desgracia, no nos han hecho mucho caso, así que volvemos a insistir porque vale la pena. Por ejemplo, hace unos días nos enteramos de que el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia había visto su presupuesto reducido a la mitad, lo que ha obligado a un ERE para despedir a la mitad de los empleados.

Así que le pedí a un amigo bioquímico que me contara lo que piensa de esta historia. Esto es lo que me respondió: “El CIPF nació con la idea de crear un gran instituto de investigación en Valencia y que pudiese recoger excelentes investigadores del área y por supuesto también extranjeros. Ocurre que en el área de Levante aunque hay algunos excelentes grupos de investigación, no hay un centro ya sea universitario o sanitario que puedas decir que es de referencia mundial. La excelencia se basa, como en muchos sitios en laboratorios concretos, más que en centros concretos. La construcción del instituto coincidió con la época de la moda/polémica por la investigación con células madre, el enfrentamiento de Bernat Soria con el ministerio y las restricciones que había en USA para este trabajo. Aprovechando la onda, se creó un proyecto para potenciar en España los grupos que investigaban en células madre, uno en Andalucía liderado por Bernat Soria, otro en Cataluña liderado por Izpisúa-Belmonte (CMRB) y el tercero en Valencia en el CIPF. Para estos tres centros se aportaba o aporta financiación a nivel estatal para contribuir a su funcionamiento.

El instituto se construyó con muchos errores seguramente, con muchos metros cuadrados de laboratorios, equipamientos en algunos casos poco ajustados a las necesidades (por ejemplo tiene el único laboratorio público para hacer cirugía en simios, con UCI incorporada, y nadie trabaja en simios) y sobre todo sin la previsión de que no solo es cuestión de construir y comprar equipos: hay que pagar un mantenimiento, subvencionar a los grupos, renovar equipos (millones de euros si quieres ser competitivo). Como la prioridad eran las células madre se hizo un gran fichaje del investigador Miodrag Stojkovic y se dedicaron muchos recursos a ese campo (básicamente uno de los tres edificios se dedicaba a esto).

El resto de grupos de investigación que llegaron lo fueron un poco por aluvión, el grueso venía de la FundaciónValenciana de Investigaciones Biomédicas a los que se fueron añadiendo nuevos fichajes procedentes de diferentes instituciones. A pesar de los errores, el CIPF es un centro en el que se hace buena y en algunos casos excelente investigación: tienen algunas muy buenas publicaciones. Es una pena que le hayan torpedeado de esa manera porque era o es un instituto con futuro. Construir una fama es difícil, destruirla es cuestión de segundos, y reconstruirla es aún más difícil.

Le falta al CIPF lo que le faltan a muchísimas instituciones del entorno público, un sistema de evaluación por peer review, comités externos y objetivos con capacidad realmente ejecutiva. Básicamente en el CIPF hay algunos grupos de investigación muy buenos y hay otros que no. El proceso seguido por los gestores y políticos es absolutamente letal para la institución y debería haberse realizado con unos criterios mucho más objetivos a nivel científico. Se necesitaba invertir cuartos en haber creado un verdadero comité de evaluación de mucho prestigio al que su decisión no se pudiese cuestionar. Tampoco se entiende que los investigadores dejen de trabajar de un día para otro, les tienes que dejar al menos un año para que cierren el laboratorio y puedan encontrar alternativas. Sobre todo que no se pierdan los conocimientos, reactivos, animales que tienen en sus laboratorios, eso sí que es un auténtico despilfarro del dinero público.

En conclusión:

Me parece que es un testimonio suficientemente expresivo. En un contexto de severas limitaciones fiscales no debe haber sectores intocables. No tiene sentido que se diga que “no vamos a tocar la sanidad” por ejemplo. Por supuesto que sí, hay que mirar cada línea del presupuesto con lupa y preguntarse si este medicamento o aquel tratamiento son efectivos en términos de su coste comparados con las alternativas. Y hay que preguntarse si necesitamos varios centenares de departamentos de economía dada la producción investigadora y los resultados laborales de nuestros estudiantes. Por no hablar de la faraónica inversión en infraestructuras que seguramente servirá como ejemplo de la locura de nuestra política fiscal reciente a los historiadores.

Por si acaso a alguien le preocupan los efectos contractivos de los recortes, en primer lugar no tenemos muchas opciones alternativas, tales como endeudarnos para evitarlos, porque nadie nos va a prestar. Y como nos ha contado Javier Andrés hace un tiempo ni siquiera está muy claro en general que las consolidaciones sean contractivas más allá del muy corto plazo. Pero quizá más importante aún, como dicen Von Hagen y Strauch (p. 331): “En suma, la evidencia mostrada arriba confirma con fuerza los resultados de la investigación anterior. En concreto, las consolidaciones exitosas ponen más énfasis en promedio en recortes de gastos y las que no tienen éxito en el aumento de ingresos. Las consolidaciones exitosas implican también grandes recortes en el gasto público corriente y menores reducciones en el gasto de inversión que las que no tienen éxito. En el mismo sentido, consolidaciones exitosas se enfrentan a gastos políticamente sensibles como el gasto de las transferencias, subsidios, y el los salarios públicos con más fuerza que las no exitosas.”

La interpretación correcta de estos resultados agregados es que la composición de los recortes es tan importante como su cantidad. Y por tanto es crucial tomar estas decisiones con buena información. Aquí hemos pedido en alguna ocasión un Consejo de Política Fiscal independiente. Una de las unidades de este Consejo debería ser un departamento de análisis de las políticas para que pudiéramos priorizarlas bien. Quizá ni haga falta crear una institución nueva. Existe el Instituto de Estudios Fiscales que, una vez independizado del Ministerio de Economía, podría encargarse de estas tareas. Eso sí, habría que dar poderes adicionales a su personal. Por ejemplo, para pedir que cuando se establezca una política se generen datos sobre los resultados que fueran fácilmente accesibles a su personal y de calidad suficiente como para permitir una evaluación. A veces una crisis tiene efectos secundarios positivos. Espero que una consecuencia de ésta sea que no vuelva a haber UCIs para simios en laboratorios sin primatólogos, ni aeropuertos en un lugar de la Mancha de cuyo nombre nadie se va a acordar nunca.