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Más lectura veraniega: adiós a las limosnas

Otro de mis libros veraniegos se llama “A farewell to alms” de Gregory Clark, que se traduce por “Adiós a las limosnas” jugando con que en inglés limosna (alm) es fonéticamente muy cercano a arma y por tanto se parece al título de la novela de Hemingway, Adiós a las armas. No he encontrado versión en español, pero en su día El País se hizo eco de su publicación. Mi única excusa para meterme en un problema de historia económica, y por tanto exponer mi monumental ignorancia sobre el fondo del asunto, es que una parte fundamental del argumento es evolutiva, y al menos sobre esto he escrito un poco. La tesis del libro no es muy difícil de caricaturizar, aunque más difícil será hacerla justicia. En todo caso, me conformo con generar algo de curiosidad. La historia económica de la humanidad a vista de pájaro es muy sorprendente. Este gráfico de la Wikipedia lo ilustra a la perfección. Hasta mediados del siglo XIX prácticamente no pasa nada en el mundo, en términos de renta per capita. Y, de pronto, a mediados del siglo XIX algunas zonas del mundo experimentan un cambio extraordinario. Cualquier análisis de esta historia, y cualquier teoría del crecimiento económico, tiene que explicar esta observación.

En realidad, la historia económica del mundo antes de 1800 no es tan difícil de entender. Como dice el autor, ya Malthus dio cuenta de su mecánica de manera bastante fiable en líneas generales hace siglo y medio. Dada una función de producción con rendimientos decrecientes, y una población que se reproduce al máximo ritmo que permite su supervivencia, cualquier mejora tecnológica o aumento de la cantidad de tierra o capital por persona serán rápidamente absorbidos por un aumento de población que devolverá la renta de las personas al mínimo necesario para subsistir. Pero incluso en esto nos podemos llevar sorpresas. El libro de Clark nos muestra, por ejemplo, que todas las sociedades habían practicado una cierta limitación de la fertilidad incluso antes de la revolución industrial. De maneras diferentes en distintos lugares. Unos habían apostado por la abstinencia sexual fuera del matrimonio. En Europa una quinta parte de las mujeres no se casaban nunca o lo hacían bastante tarde. Lo cual, dada la mortalidad puerperal (alrededor del parto) en la época no es muy difícil de entender. En otros lugares del mundo, el infanticidio selectivo (fundamentalmente de niñas) era una práctica corriente. Y la renta per capita no era tampoco la mínima necesaria para sobrevivir, como habría predicho Malthus. Pero aún así modelo maltusiano aproxima bien los hechos estilizados.

Entonces, ¿qué pasó entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX? ¿Y por qué pasó en Inglaterra y no en otros lugares? Quizá la parte más interesante (para mí) del libro es un resumen de varias teorías del crecimiento, ilustrando que ninguna de ellas parece explicar bien los acontecimientos, es decir el cambio tan abrupto observado hace siglo y medio en el Reino Unido. Como ilustración me encanta su tabla 8.1., que pueden ver aquí, en la que para desmontar una explicación institucional del despegue decimonónico, relaciona las instituciones en el siglo XIV y en el XX. En el siglo XIV había menos impuestos, baja deuda pública, una moneda estable, la propiedad era segura y los mercados de bienes y servicios eran realmente libres. Quizá la única diferencia es la falta de protección a los derechos de la propiedad intelectual. Pero Michele Boldrin y David Levine ya han argumentado convincentemente que esto puede ser mejor para el crecimiento económico. Así que en comparación a las instituciones del siglo XIV, el siglo XX parecería a cualquier señor renacentista temprano una locura totalitaria digna de Orwell. ¿Cómo es posible que la renta per capita en Europa occidental crezca mucho más rápido ahora que en el siglo XIV?

La explicación de Clark es que el despegue decimonónico no tiene que ver con las instituciones, sino con las preferencias de los individuos. La paz relativa alcanzada por las islas británicas en el siglo XIII hizo que durante un período de cinco siglos (entre quince y veinte generaciones) los que triunfaban económicamente tuvieran muchos más hijos que el resto de la población. Y si el triunfo económico depende de facultades heredables (genética o culturalmente) este período puede ser suficiente para que prácticamente toda la población tenga las preferencias que hacen triunfar económicamente a los individuos en tiempos de paz en una economía libre (en esto sí que importan las instituciones) de mercado. Es decir, la frugalidad, la iniciativa y el espíritu de trabajo. El argumento puede intuirse a partir de su figura 6.2 (parecida a la figura 8 aquí ). Las personas que tienen éxito, y por tanto dejan herencias en los tres grupos más altos (a partir de 250 libras) tienen del orden de 4 hijos. Dado que la herencia es de la familia nuclear, cada individuo de esta clase deja aproximadamente dos sucesores. Los miembros de los tres grupos inferiores (entre los que dejan alguna herencia) pasan muy poco de dos hijos por pareja, digamos 2,5 siendo generosos. Por tanto 1,25 por individuo.

Ahora vamos a hacer un experimento mental extremo. Supongamos (cosa que no hace Clark) que las preferencias se transmiten perfectamente de padres a hijos (o de madres a hijas), que la reproducción es asexual (o que los matrimonios emparejan de manera perfecta individuos de las mismas preferencias) y que cada individuo de los grupos altos deja dos descendientes y los del grupo bajo 1,25. En 15 generaciones (los cinco siglos de Clark) tendremos 32768 individuos con las mismas preferencias de los exitosos por cada individuo del período inicial con esas preferencias y solamente 28 por cada uno con las preferencias de los no exitosos. Así que incluso si inicialmente teníamos uno de los exitosos por cien de los no exitosos, al final del período el 90 por ciento tienen las preferencias de los altos. La evidencia de que esto es realmente lo que ha pasado viene de fuentes diferentes. Por ejemplo, Clark dedica bastante espacio en el libro a mostrar que es difícil explicar por qué son tan bajos los tipos de interés actuales en las zonas desarrolladas del mundo, a no ser por una menor tasa de descuento (la gente es más paciente). Asimismo, la ética del trabajo de los obreros ingleses en el siglo XIX parece (según la evidencia que presenta Clark) mucho mejor que la existente en otras partes del mundo. Y, por otro lado, la presión evolutiva pudo ser más baja en otros lugares. Los ricos japoneses no tenían muchos más hijos que los pobres.

Obviamente los supuestos de mi modelo son ridículos. Ni la transmisión cultural o genética de preferencias es perfecta, ni los emparejamientos son tan homogéneos, ni los hijos de la clase alta van a tener siempre tanto éxito como sus padres o abuelos (algo de evidencia en este sentido hay en el libro). Y, de hecho, mi crítica principal al libro es justamente que no se exploren en más detalle estos problemas. Las matemáticas del crecimiento, incluido el evolutivo, son muy sensibles a lo que pueden parecer pequeños detalles. Pero aún así, me parece una idea lo suficientemente sugerente como para que merezca continuarse el estudio. Al fin y al cabo, me recuerda lo que me decía un empresario hablando de incentivos: “el tiempo que dedico a seleccionar personal es muchísimo más rentable que el que dedico a diseñar incentivos para los que tengo. Con los buenos es difícil equivocarse al gestionarlos. Con los malos no hay manera de acertar".