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¿Hay alguna manera de mejorar el inútil acuerdo de París para prevenir el cambio climático?

La verdad es que esto de no leer diarios ni ver la televisión tiene sus ventajas. Si lo hubiera hecho me habría emocionado mucho pensando que los acuerdos de París eran un logro importante para la humanidad. Pero luego habría leído el documento (aquí más resumido) y mi gozo se habría quedado en un pozo más profundo que la fosa de las Marianas. Déjenme que explique lo que entendí, y luego les cuento cómo podría ser un acuerdo que no me decepcionara tanto.

Mi resumen ejecutivo seguramente es injusto, pero como nuestros lectores son inteligentes, ya me dirán en qué me equivoco. Esencialmente el acuerdo dice que el cambio climático es un problema serio, y que es necesario limitar las emisiones ya. Cada país se compromete a tomar medidas para limitar esas emisiones (o a intercambiar reducciones de sus emisiones con mayores reducciones de otros países, aunque no se habla explícitamente de mercados de derechos) y a informar de las mismas. Se reconoce que los países en desarrollo pueden necesitar ayuda de los más desarrollados y se comprometen a buscar esta ayuda.

Comprenderán que descrito así cuesta entender que este acuerdo sea descrito como “histórico” en las noticias. Uno pensaría que ese adjetivo se reserva para acuerdos que van a cambiar la historia de la humanidad de alguna manera (para los puntillosos estoy pensando en la acepción 4 del diccionario de la RAE “Digno, por la trascendencia que se le atribuye, de figurar en la historia”). Pero francamente no lo veo. Es verdad que hay muchos más países involucrados que en el protocolo de Kyoto. En particular, unos de los países negacionistas por excelencia, los Estados Unidos, parece haber cambiado de actitud sobre este problema, aunque habrá que ver qué pasa si gana alguno de los favoritos republicanos. La idea de ayudar a los países en desarrollo a cumplir también es loable. Pero fuera de esto, el marco es muy parecido al del protocolo de Kyoto. Los países se comprometen de manera voluntaria a algunos objetivos, pero si no se cumplen, el acuerdo no contempla consecuencias. Por desgracia, la evidencia que ya presenté sobre Kyoto hace un tiempo es descorazonadora.Los firmantes no parece que cumplieran ni con aquellos modestos objetivos. ¿Es de esperar que cambie algo esta vez? Yo creo que no.

La situación estratégica que implica este acuerdo se parece mucho al juego de contribuciones voluntarias a los bienes públicos. Los jugadores hacen de manera simultánea contribuciones con sus recursos privados (las reducciones de emisiones, que tienen costes privados en cada país). Esas contribuciones se suman, se multiplican por un factor mayor que uno (porque son socialmente rentables) y el total resultante se divide de manera equitativa entre los participantes. La clave del juego es que aunque haya un multiplicador grande (digamos 10, un número gigantesco), de manera que la contribución es socialmente eficiente, el retorno privado de la contribución es menor que 1. En el caso de un multiplicador de 10, el retorno privado si hay N jugadores es 10/N. Así que en cuanto hay más de 10 jugadores, ya no sale a cuenta si uno es egoísta. Imagínense, con un retorno de 10 a 1, bastan 10 jugadores para arruinar la historia. ¿Cómo lo vamos a conseguir con millones?

Alguien podría pensar que esto es una cábala de malvado economista neoclásico que no quiere hacer nada. Y es verdad que la evidencia de laboratorios de todo el mundo nos dice que la gente sí que contribuye de forma voluntaria a los bienes públicos, cómo señala el siguiente gráfico (extraído de este interesante artículo que resume esa evidencia).
Paris 1

Pero noten también que esa generosidad decae en el tiempo. Esa dimensión dinámica es clave en este proceso, y cualquier mecanismo serio que lo solucione debe tomarlas en cuenta.

Ya les he hablado en otra ocasión de experimentos que emulan de manera más directa el cambio climático pero hoy me interesaba más el que les cito porque tiene una segunda parte que es potencialmente más esperanzadora. Las contribuciones se pueden sostener en el tiempo, pero es necesario que exista un mecanismo claro de castigo dirigido a los que no cumplen. Me explico, en el experimento original, dejar de contribuir se puede interpretar como una forma de castigar al que no contribuye, pero es un castigo que hace daño a todo el mundo, los cumplidores y los no cumplidores. En una variación del juego, uno puede pagar una cantidad para reducir el pago de otro individuo que no haya contribuido. Específicamente en el experimento un jugador puede reducir el pago de otro pagando una cantidad. Por cada unidad que uno pague para castigar, el castigado ve reducido su pago en tres unidades. Este castigo es altruista, es decir que no se gana nada de inmediato, y el beneficio, si lo hay, viene de una mayor contribución futura del castigado, que a su vez se reparte entre todos. Pero el castigo explota un instinto de reciprocidad de los seres humanos, y en el laboratorio resulta efectivo para mantener la cooperación, como pueden ver en el siguiente gráfico.

Paris 2

Ya sé que todo esto es especulativo, pero me parece que business as usual va a dar lugar a que sigamos como estamos. Y el acuerdo de París es business as usual como ya hemos discutido. ¿Qué podríamos hacer? Se me ocurren un par de mecanismos (bueno, uno se me ocurre a mí y otro me lo han sugerido), pero lo importante es comenzar a pensar (igual alguien lo ha hecho, así que agradezco referencias). Uno que podría funcionar es que los países firmantes depositaran bonos por valor de una cantidad suficientemente elevada en alguna otra institución multilateral. Si no consiguen el objetivo de reducción de emisiones (algo que debe ser verificado mediante algún agente independiente) o no permiten que el agente independiente haga las necesarias comprobaciones, los bonos pasan a ser propiedad de los países cumplidores. Obviamente, los depositantes aún pueden negarse a pagar, pero me da la sensación de que hasta países poco cumplidores tienen miedo a los efectos de una suspensión de pagos, así que algo de valor tiene el castigo.

Un amigo jurista me comenta que esa solución tiene varios riesgos. Por un lado podría hacer difícil que se sumen suficientes estados al acuerdo, aunque ese riesgo me parece asumible dado que el acuerdo actual no creo que se cumpla. Quizá más importante, me dice mi propuesta requiere crear una serie de instituciones nuevas y probablemente subestimo la dificultad y el coste de hacerlo. Y me sugiere como alternativa vincular el acuerdo a los tratados ya existentes de libre comercio, de manera que se puedan subir los aranceles a los países no cumplidores. Y como mi amigo es muy sensato añade que esto también tiene costes, por la posibilidad de una espiral de subidas de aranceles como consecuencia del castigo inicial.

Creo que voy a dejarlo aquí. El propósito de este artículo no es resolver un problema a todas luces endiablado, sino simplemente sugerir que el acuerdo histórico es probablemente inútil, y que tenemos que seguir pensando, y muy deprisa, si queremos mitigar uno de los mayores problemas de nuestro futuro.