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Elecciones primarias, en Madrid y más allá

Las elecciones primarias del Partido Socialista de Madrid han llenado muchas páginas de la prensa este verano. En realidad yo me enteré por el Economist lo cual indica que no es una cuestión baladí. La noticia del Economist deja claro que las primarias exponen a los dirigentes de un partido a un riesgo serio. Si su candidato no gana con suficiente claridad, los comentaristas van a interpretar que estos dirigentes están perdiendo el control del partido. Con este panorama uno se pregunta: ¿y por qué se meten en este berenjenal? La otra pregunta natural es: ¿ganamos los demás algo con ello?

Ni la evidencia ni la teoría sobre este asunto son concluyentes, pero existen algunos estudios que nos permite avanzara en la contestación de las preguntas. Una forma de estudiar el problema sería comparar países con distintos sistemas, esto es, con primarias y sin primarias, y ver en qué se diferencian sus resultados. Esta estrategia se enfrenta con el problema de que los países van a distinguirse en tantas cosas que podemos no saber si los resultados que encontramos se deben a las primarias o alguna otra variable no observada por el investigador. Una estrategia algo mejor es tomar un solo país y utilizar las variaciones en las reglas de elección de candidatos entre estados o regiones en el tiempo para intentar sacar algo en limpio.

Esto es lo que hacen Gerber y Morton y más tarde Besley y Case utilizando el hecho de que muchos estados de Estados Unidos han ido cambiando los sistemas de elección de sus candidatos entre elecciones primarias abiertas y cerradas. La diferencia entre los dos sistemas es que en las primarias cerradas los candidatos y votantes tienen que estar registrados en un partido con cierta antelación, esto es, deben haber declarado en un registro público ser simpatizantes y en las abiertas también pueden participar independientes. Esto no es lo mismo que la diferencia entre permitir primarias y no hacerlo, pero hay algunas analogías y los resultados parecen tan naturales que merece la pena comentarlos.

Gerber y Morton trabajan con la hipótesis de que las primarias abiertas darán lugar a candidatos más moderados. En primer lugar porque es están menos controladas por la dirección del partido, cuyos sesgos ideológicos serán en general más fuertes. La otra es que permiten el voto a ciudadanos no registrados, presumiblemente de ideología menos extrema. El resultados es que, en efecto, los distritos con primarias abiertas tienen candidatos al congreso (la cámara baja) más moderados. Para controlar por la ideología del distrito utilizan la historia de votación en las elecciones presidenciales. No estoy seguro de cuánto de este resultado podemos extrapolar a España. Los votantes de nuestras primarias podrían ser ideológicamente más puros que los políticos profesionales, cuyo interés privado quizá tenga más que ver con la supervivencia en el cargo. Y ésta, a su vez, depende de llegar más allá del núcleo duro de afiliados al partido. De hecho, la discusión mediática sobre el duelo Gómez/Jiménez tiende a centrarse muy poco sobre las ideas de cada uno y mucho sobre quién tiene más probabilidad de hacerle la vida difícil a Esperanza Aguirre.

Los resultados de Besley y Case son también muy interesantes. Las primarias abiertas aumentan la participación en dos puntos, y reducen de manera sustancial la distancia entre candidatos electos y ciudadanos (medida por el indicador del Comité para la Educación Política del sindicato AFL/CIO). Esto parece una buena noticia aunque tampoco estoy seguro de cómo extrapolarlo a España. Por un lado es probable que las primarias españolas reduzcan la distancia entre candidatos presentados por el partido a las elecciones y los afiliados al partido. Pero dado que los afiliados son una muestra muy poco representativa de la sociedad, esto podría aumentar las distancias entre electos y ciudadanos en general. Si pensamos que los políticos españoles se beneficiarían de una menor distancia a los votantes en muchas cuestiones, quizá una forma mejor de conseguir el resultado es hacer las primarias más abiertas, de manera que no sean solamente los afiliados quienes puedan votar sino también los simpatizantes que deberían registrarse como tales de alguna manera fehaciente.

Una curiosidad del artículo de Besley y Case es que muestran que las primarias abiertas también reducen el número de mujeres que salen elegidas. Una forma de interpretar este resultado sería que los dirigentes tienen más interés en la representación femenina que los votantes, pero los autores sugieren que la evidencia es demasiado débil para llegar a esa conclusión de momento.

Los artículos de Gerber y Morton o Besley y Case ayudan a entender qué podemos ganar los ciudadanos con unas primarias bien diseñadas. Fundamentalmente una representación más ajustada a nuestras preferencias. Pero, y los políticos, ¡por qué se meten en este lío? Gilles Serra nos ayuda a comprenderlo. Su artículo comienza con la observación de que antes de los 80 prácticamente no existían las elecciones primarias en Latinoamérica. Y en el año 2000, 23 de 73 partidos seleccionaban sus candidatos presidenciales mediante un sistema de primarias. Su teoría es que los dirigentes de los partidos se enfrentan a un dilema. Si eligen ellos directamente a los candidatos, éstos serán más leales a la dirección. Si son elegidos en primarias, tienen más posibilidades de salir elegidos. Y en las últimas décadas, el nivel de competencia electoral en Latinoamérica ha crecido de manera notable, con lo cual las viejas costumbres patricias se han vuelto peligrosas para la supervivencia política.

La conclusión que yo extraigo de todo esto es que unas primarias bien pensadas pueden mejorar la sintonía de ciudadanos y políticos, y permitir que algún emprendedor social nos sorprenda con nuevas ideas, que falta nos hacen. Pero no estoy seguro de que unas primarias ceñidas a los socios con carné no hagan algo distinto. Dado que muchos de ellos son (o aspiran a ser) cargos electos, dan la sensación de ser una manera alternativa, quizá más elegante y abierta, de ventilar conflictos de poder interno. Algo muy poco interesante, la verdad.