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Esta crisis la están pagando los jóvenes

[Conjunto con Tito Boeri (Universitá Bocconi, Milán) y Pierre Cahuc (Ecole Polytechnique, París)]

Nunca antes se había concentrado una crisis tanto en los jóvenes. Esta vez no sólo ha habido una congelación de la contratación, sino también despidos masivos en los contratos temporales. Como consecuencia, en la Zona Euro el paro de los jóvenes subió al 20 por ciento en mayo, desde el 15 por ciento antes de la crisis. En España cuatro de cada diez jóvenes en la población activa están parados, en Italia uno de cada tres, en Francia y Suecia, dos países que también tienen mercados de trabajo duales, uno de cada cuatro. Y lo peor está por venir, a menos que las reformas del mercado de trabajo se completen. No hay tiempo que perder si no queremos perder a una generación entera.

Los gobiernos europeos realizaron importantes esfuerzos para reformar las instituciones del mercado de trabajo al abandonar la euroesclerosis de los años 80. Durante los 25 años anteriores a la Gran Recesión, hubo cerca de 200 reformas de la protección del empleo en los países de la UE-15, aumentando la flexibilidad del mercado laboral en más de la mitad de los casos (véase la base de datos de reformas sociales de la fondazione Rodolfo deBenedetti).

Uno de los efectos de estas reformas es aumentar la volatilidad del empleo. El empleo crece más durante las expansiones que en ausencia de las reformas. Esto contribuyó a la excelente evolución del empleo en la Unión Europea en 1995-2007: el paro se redujo en una cuarta parte, el paro de larga duración se redujo a la mitad y se crearon 21 millones de nuevos empleos. Este es el lado bueno de la flexibilidad. Su lado malo se ha hecho patente en la recesión: la respuesta del empleo a la caída de la producción ha aumentado notablemente en los países que hicieron reformas, es decir, que las pérdidas de empleo habrían sido menores sin las reformas.

Pero las reformas han ido sólo hasta la mitad del camino y ya es hora de que los gobiernos las completen. Para lograr su viabilidad política, las reformas sobre todo implicaban cambiar la regulación sólo para las nuevas contrataciones y la introducción de una amplia gama de nuevos tipos de contrato flexibles y temporales o la ampliación de su ámbito de aplicación donde ya existían. Casi no hubo cambios en la regulación de los contratos indefinidos.

De hecho, este proceder creó dos mercados de trabajo paralelos: un mercado de trabajo en gran medida aislado de las perturbaciones económicas, compuesto por los trabajadores con contratos indefinidos, y un mercado de trabajadores temporales, donde se concentran todos los riesgos. Un ejemplo notable de esta dualidad lo proporciona el sector de la construcción en España, afectado por el estallido de la burbuja inmobiliaria y la recesión: en 2009 cayó el número de asalariados en un 25 por ciento, con pérdidas del 35 por ciento entre los empleados temporales, mientras que los salarios reales de los indefinidos aumentaron en un 4 por ciento.

Además de plantear cuestiones importantes de equidad, esta asimetría es muy distorsionante. La coexistencia de una fuerte protección de los puestos de trabajo indefinidos con los empleos temporales induce una ineficiente rotación de personal porque las empresas se muestran reacias a transformar empleos temporales en indefinidos. Los empleados temporales reciben mucha menos formación, ya que ni ellos ni los empresarios ven ningún futuro en su relación. Esta pérdida de formación de capital humano es probable que se agudice en los próximos años. Las recuperaciones de las crisis financieras se asocian normalmente con un amplio uso de contratos temporales, ya que las restricciones de liquidez y la incertidumbre desaniman a las empresas para asumir compromisos a largo plazo. La experiencia de Japón y Suecia en los años 90 es muy elocuente. Al salir de la recesión, estos dos países experimentaron un fuerte aumento de la proporción de contratos temporales, que también supuso una menor adquisición de formación en el empleo para las nuevas generaciones de trabajadores.

En la mayoría de los países europeos los trabajadores con contratos indefinidos están fuertemente protegidos. Por dar algunos ejemplos, en Italia los empleados indefinidos están protegidos desde el principio por las normas que obligan a las empresas a readmitir a los trabajadores en caso de despido improcedente. En Francia, los despidos por razones económicas son casi imposibles cuando las empresas obtienen beneficios. En España, los despidos económicos son rutinariamente impugnados en los tribunales, donde las empresas pierden tres cuartas partes de las veces, de modo que normalmente desde el principio evitan ir a juicio mediante el pago de la indemnización más alta. La indemnización puede ser de hasta 36 meses de salario en Italia y 42 meses en España. Los procesos judiciales son muy lentos y costosos en todos estos países.

A fin de completar el proceso de reforma, los gobiernos deberían luchar ahora contra la dualidad en los mercados de trabajo europeos. Las medidas adoptadas hasta el momento están muy lejos de ser satisfactorias. Por ejemplo, el pasado16 de junio el Gobierno español aprobó una reforma del mercado laboral reduciendo la indemnización por despido para los contratos indefinidos. Esto no resolverá el problema de la dualidad en el mercado de trabajo español, sin embargo, ya que los procedimientos administrativos y judiciales para los despidos siguen haciendo a los contratos temporales atractivos para las empresas.

Una estrategia mejor es permitir que la seguridad en el empleo sea creciente. En particular, los gobiernos podrían promover la entrada al mercado de trabajo indefinido por etapas, haciendo que la protección del empleo aumentara progresivamente a medida que los trabajadores van acumulando antigüedad, afinando los detalles sobre la base de las legislaciones nacionales.

Al hacer que la seguridad en el empleo aumente con la antigüedad, es posible evitar la brecha entre puestos de trabajo con diferentes estatus, que induce la ineficiente rotación laboral, y tener en cuenta los costes psicológicos asociados con la pérdida del empleo, que suelen aumentar con la antigüedad. Se conserva la flexibilidad sin necesidad de una perversa estructura dual del mercado de trabajo.

Nota. Esta entrada ha aparecido también en otros dos socios del consorcio europeo de blogs de Economía: Vox y Lavoce.