Crecimiento y empleo: una relación turbulenta e incomprendida

jf1-1"Cuando se dice que la economía española es muy flexible y que las reformas laborales han tenido éxito argumentando que basta un crecimiento muy bajo del PIB para que crezca el empleo, se está cometiendo un error de diagnóstico muy grave. En realidad, ello es el principal síntoma de las disfunciones más perniciosas del mercado de trabajo español."

Tanto si les choca esta afirmación como si están de acuerdo con ella, disfrutarán leyendo el libro del que proviene, Crecimiento y empleo: una relación turbulenta e incomprendida, que es obra del colaborador de NeG Juan Francisco Jimeno (mi coautor y sin embargo amigo).

Como reza su título, en el libro se discute la relación entre el crecimiento económico y el empleo; pero si esta no les interesa mucho no se preocupen, a mí tampoco. Y el autor no es precisamente un fan, si no vean lo que dice de ella:

En los cinco capítulos anteriores hemos visto que la relación entre el crecimiento económico y la creación de empleo es bastante compleja: varía en el tiempo y entre países; depende del horizonte temporal que se considere; contradice cálculos sencillos que parecen de sentido común; y está condicionada por el comportamiento de una variable macroeconómica, el crecimiento de la productividad, sobre la que, en realidad, sabemos poco.

Aparte de permitirle hacer algunos juegos de palabras, el autor usa dicha relación como excusa para criticar los que considera los errores más extendidos sobre el mercado de trabajo español, que le sirven para ayudarnos a entender los graves problemas que han aquejado a este mercado en los últimos 40 años.

Entender de qué depende la relación entre el crecimiento del PIB y el empleo requiere contar con un modelo económico (una representación conceptual y matemática). Esto es lo que nos permite a los economistas −pese a la desconfianza que a menudo despertamos: "hay tres clases de economistas: los que saben sumar y los que no"− rebatir argumentos erróneos basados en cálculos sencillos derivados del sentido común.

El error que más obsesiona al autor es la "falacia de la cantidad fija de trabajo", que sostiene que el nivel de empleo de un país está dado y que, por tanto, las políticas de empleo no contribuyen a crearlo o destruirlo sino que solo influyen en cómo se distribuye entre la población. Este desatino lleva a creencias como que el paro solo puede reducirse jubilando anticipadamente a los mayores para hacer sitio a los jóvenes o repatriando a los inmigrantes. Otra variante de despropósitos se refleja en perlas como la siguiente, que tuvo que oír el autor: "En España hay unos cuantos cientos de miles de comunidades de vecinos de más de veinte propietarios. Si se aprobara una ley que obligara a todas ellas a tener un empleado encargado de la portería, el paro se reduciría exactamente en la misma cantidad".

¿Qué productividad cabría esperar de los así agraciados con una portería? Creo que muy poca, lo que ilustra de forma caricaturesca la relación entre regulación y productividad. Uno de los grandes aciertos del libro es explicar la importancia de la productividad, variable que intermedia la relación entre el crecimiento y el empleo. La magnitud del problema de productividad que tenemos la revela que nuestro PIB per cápita está un 40% por debajo del de Estados Unidos, más o menos como en... ¡1975! También es evidente en la otra definición más usada para medirla, la "productividad total de los factores (PTF)" (que es una aproximación al progreso tecnológico calculada descontando las aportaciones al PIB del trabajo y el capital), representada en el siguiente gráfico:

ptfespa

Junto con Italia, somos la única gran economía europea cuya PTF es menor que hace veinte años. El autor relata qué factores subyacen a esta evolución, cómo se relaciona con que cada vez el capital se lleve una mayor parte del PIB, a costa de los trabajadores, y las limitaciones de las habituales explicaciones basadas en que tenemos un modelo productivo equivocado, que conduce a la concentración de la producción en sectores de bajo valor añadido y en empresas de reducido tamaño.

Mi capítulo favorito es el dedicado a las "políticas de empleo poco políticas", que está orientado a esclarecer las causas de la altísima tasa de paro español. Aquí el autor tiene una larga trayectoria de investigación y también experiencia en la participación en comisiones de expertos organizadas al respecto. En una de 1994, que contó con luminarias como Olivier Blanchard, Robert Solow o Gilles Saint-Paul, el autor nos cuenta cómo, al terminar la presentación del informe final, uno de los autores extranjeros conminó en voz baja a los autores españoles así: "A partir de ahora, cada vez que escribáis sobre las causas del paro en España tenéis que añadir una: el Secretario General de Empleo" (doy fe de ello, pues estaba allí).

El autor nos cuenta la secuencia de reformas laborales, que ha dado lugar a "avances y retrocesos, y sin ningún orden". El caso paradigmático es la protección del empleo y para mostrarlo el libro presenta un gráfico del indicador del grado de flexibilidad de la legislación laboral más usado, que distingue entre los contratos indefinidos y los temporales. Cuanto mayor es su valor, más difíciles y costosos son los despidos y las contrataciones para las empresas.

bandazos

Esta evolución bien puede calificarse de errática, sumiendo estos bandazos a las empresas y los trabajadores en la incertidumbre y la inseguridad jurídica. En esta área la distancia entre lo que establece la ley y lo que sucede en la realidad es enorme o, como dijo Yogui Berra, citado por el autor, "En teoría, no hay diferencia entre la teoría y la práctica; en la práctica, sí la hay". El otro aspecto fundamental del que se ocupa este capítulo es la negociación colectiva.

Una crítica, puramente formal, es que se denomine políticas de empleo a lo que solemos llamar instituciones laborales, como son la protección del empleo o la negociación. Me parece más precisa la terminología tradicional, que reserva ese término para las políticas pasivas (las prestaciones por desempleo) y activas (formación de los trabajadores, ayuda a la búsqueda, etc.).

De hecho, mi único desacuerdo de fondo con las tesis del libro se refiere a las políticas activas. Apenas se les dedican 4 páginas (que incluyen 4 gráficos) y se dice que la evaluación rigurosa de estas no proporciona muchos fundamentos para defenderlas. Esta postura es menos sostenible hoy que hace unos años, por las primeras evidencias que tenemos sobre la efectividad de estas políticas. Dado que en España nunca se han hecho bien y dado el gravísimo problema de paro de larga duración que tenemos, hay mucho margen para mejorarlas y pienso que valdría la pena intentarlo.

Al final del libro aparecen interesantes reflexiones, más especulativas, sobre retos actuales como el envejecimiento de la población, la robotización, el estancamiento secular o el cambio climático.

En suma, el autor nos explica gran cantidad de aspectos económicos sin apenas tecnicismos pero a la vez sin perder el rigor que proporciona basarse en los resultados de la investigación económica. Casi todas las afirmaciones se ilustran con datos, a menudo a través de gráficos sencillos que −huyendo del ombliguismo habitual− presentan el caso español en el contexto de las economías desarrolladas. No obstante, si se pierden con gráficos como este,

diferencias

(y al final del capítulo 1 hay unos cuantos) no se desanimen y sáltenselos sin miedo, no se perderán nada si solo leen el texto que los acompaña.

Eso sí, ni se les ocurra saltarse las notas a pie de página, que sirven para definir algunos conceptos, presentar a economistas influyentes, contar algunas anécdotas interesantes y, sobre todo, comentar asuntos muy variados con grandes dosis de humor e ironía. Espero que lo disfruten.

Hay 14 comentarios
  • "En España hay unos cuantos cientos de miles de comunidades de vecinos de más de veinte propietarios. Si se aprobara una ley que obligara a todas ellas a tener un empleado encargado de la portería, el paro se reduciría exactamente en la misma cantidad".

    No sé. pero igual si es una buena política de redistribución de renta.

    • Pues tampoco. Tienes que pensar que los propietarios, tras pagar el sueldo del encargado de la portería, reducirán en parte su consumo o su ahorro. Esto tiene efectos sobre el empleo presente y futuro. Y si te preocupa la distribución tienes que tener en cuenta las rentas relativas de todos los implicados.
      Para evaluar todo tipo de medidas de política económica hay que adoptar un enfoque de equilibrio general. Buena parte del libro se ocupa de explicarlo, incluso para los que no saben qué es eso.

      • Pero el nuevo empleado en la portería aumentará su consumo en la medida que lo reduzcan los propietarios. Si nos creemos además disquisiciones sobre propensión marginal al consumo el empleado consumirá más de lo que dejarán de hacerlo los propietarios.

        Bien mirado no hace falta ni que el nuevo "portero" se presente en su puesto de trabajo: se crea un impuesto a los propietarios de comunidades por importe equivalente a su parte alicuota de un sueldo de portero. Se eligen 500,000 (o el número de comunidades que sean) parados, se les dice que a partir de ahora son "porteros" aunque no hace falta que vayan a trabajar y voilá: 500,000 parados menos y, encima, mayor demanda agregada!!. Convendría, eso si, pagar a los porteros con "moneda social" para evitar que pudieran consumir productos "extranjeros" (y dejar que cada Ayuntamiento "defina" ese término de la forma más adecuada para potenciar la economía local).

        Estos políticos no sé en que están pensando, esto no puede salir mal ...

        (perdón por la ironía)

  • Samuel:

    No creo que nadie sostenga que existe una "cantidad fija" de trabajo. Es evidente que la cantidad de trabajo depende de muchos factores, como la tecnología, las expectativas de la gente, sus intereses en el tiempo de ocio, etc., todo lo cual varía a lo largo del tiempo.

    Lo que sí se puede argumentar es que existe una cantidad FINITA de trabajo, y eso TIENE que ser cierto ya que, de lo contrario, sería INFINITA (¡tertium non datur¡), lo que es absurdo. Si existe una cantidad finita de trabajo, y dado que el trabajo puede ser asumido por máquinas (o sea, que deja de ser trabajo en el sentido que aquí le estamos dando), se deduce que el trabajo está "acorralado". La única manera de compensar el que se pierde por la tecnología es crear trabajo nuevo, pero esto dejará de ser posible algún día por ser finita la cota superior.

    Creo que lo anterior es una manera más correcta de presentar los argumentos críticos. No me parece justo crear un muñeco de paja absurdo para vapulearlo a placer.

    • Jaime de B., como puedes ver en la Wikipedia, se trata de una respuesta a los argumentos de que es necesario expulsar a los inmigrantes, reducir por ley las horas de trabajo por semana, jubilar a los trabajadores de mayor edad o parar el progreso tecnológico para poder aumentar el empleo de otros colectivos (los nacionales, los parados, los jóvenes). La cantidad de trabajo no es infinita, pero si puede crecer tanto como lo haga la economía. Fuerzas como la inmigración o el progreso tecnológico no tienen por qué reducir el empleo, pues también contribuyen al crecimiento de la economía. Pueden crear paro a corto plazo y requieren una reasignación del empleo entre sectores u ocupaciones, pero a medio plazo no tienen por qué generar más paro.

    • Hay que tener cuidado con los argumentos "abstractos" puesto que también la cantidad de máquinas es finita, puesto que no puede ser infinita ... (de hecho, casi nada puede serlo excepto, tal vez, la misericordía y la paciencia que requieren nuestros políticos, socialistas de todos los partidos).

      Lo que no puede ser tampoco infinito es la productividad del factor trabajo de donde se deduce que trabajo debe haber siempre (salvo que creamos en máquinas diseñando y fabricando máquinas que diseña y fabrican máquinas que ..... y así hasta llegar al Dios /Hombreultimotrabajador como a la "causa última" de los escolásticos).

      Y lo que tampoco es infinito, por cierto, es la vida útil ni de la tierra ni de la especie así que parece suficiente con que el "trabajo acorralado" dure hasta que nuestra especie llegue "donde habita el olvido" (o donde, por seguir con Cernuda, "al fin quede libre sin saberlo yo mismo").

      Lo que si parece, abandonando las alturas hegelianas y bajando a la tierra, es que en los países "con más máquinas" (USA o UK por ejemplo) hay más trabajo (5.0% de desempleo en UK y 4.7% en USA) versus cifras algo más "acorraladas" en economías con "menos máquinas" (menos inversion en activo fijo por trabajador).

      "Y sin embargo se mueve", que diría el otro

        • Mientras haya fines habrá cosas que hacer y, dado que la productividad sí es finita, se podrá emplear a los hombres en algo. Los fines sí pueden ser infinitos.
          Cosa distinta es si esos fines son tan deseados como para que los trabajadores marginales puedan sobrevivir sirviendo ese algo o si, más probablemente, alguna restricción física actúa.

          A ver si puedo leer ese libro, parece sensato.

  • José Pablo:

    Hay muchas falacias en tu texto, que se pueden resumir en la extrapolación en el espacio y en el tiempo aplicada alegremente en las ciencias sociales. Si en el periodo 1950-2000 el trabajo creció espectacularmente es, naturalmente, porque el CONSUMO lo hizo de forma aún más acusada.

    En economía no hay tantas verdades contraintuitivas como se pretende hacer creer. La idea vulgar de que la tecnología es antagonista del trabajo es, en lo esencial, correcta.

    Samuel:

    Gracias por el artículo de Krugman, que declara como "trágica" la situación del empleo en EE.UU. en contraste con la argumentación de José Pablo.

    Hace muchos años, circulaba por casa el Tratado de Economía Política de Raymond Barre. Un día, ojeando las páginas introductorias, me encontré con la siguiente frase (la mayúscula es mía): "Las necesidades humanas son numerosas [...]. Aumentan y se diversifican sin cesar porque el hombre tiene una INFINITA capacidad de deseo."

    Pese a no ser más que un adolescente, al leer semejante disparate, en un libro por lo demás muy apreciable de un catedrático prestigioso que, además, era jefe del gobierno francés en aquel tiempo, me di cuenta de que la economía real era una ciencia ESPECIAL.

    Creo que me entendéis.

    • Jaime,

      también es "extrapolación" tu previsión de "desaparición" del trabajo y, como tal, susceptible de estar equivocada ... y hombre, ya que a extrapolar nos ponemos, entre utilizar para ello los datos del pasado o la metafísica ...

      Lo que sí es mi extrapolación, ciertamente, es "alegre", no entiendo, desde nuestro tiempo, el pesimismo, y menos cuando, como es tu caso, se trata de un pesimismo culto e informado. Aunque hay que reconocer que es un pesimismo valiente: corriendo el riesgo "malthusiano" de pasar equivocado los próximos 250 años (y contando ...).

      La "idea" de que trabajo y tecnología son antagonistas no es una extrapolación y, ahí si los hechos, no la metafísica, la prueban incorrecta: para ser antagonistas se llevan muy bien!! ...

      Y la "situación crítica" del trabajo es algo que requiere mayor/mejor explicación: con un 4.7% de desempleo, rentas medianas de $57,000 y casi 20 millones de nuevos trabajadores desde el artículo de Krugman (2003), solo puede entenderse como un intento de "redefinición" del término "crítico" y, desde luego, de un pesimismo irredento.

      Creo que después de hacer una gira por Venezuela, Cuba, la bahía de Cadiz, Johanesburgo, Bihar, Guizou, Vietnam ... la situación del empleo en Pennsylvania crítica, critica no nos va a parecer.

      • Ya sé que recurrir a Malthus y el supuesto fracaso de su tesis es un viejo argumento de los profetas del optimismo y partidarios del “Dios proveerá”, pero lo cierto es que Malthus tenía razón. De hecho, en muchos países, en especial China y los occidentales, ya se produce desde hace muchas décadas una limitación “racional-malthusiana” de los nacimientos.

        Habiendo dicho lo anterior, mi argumento y el de Malthus guardan escasa relación. Malthus hablaba de la miseria sobrevenida por limitación de los recursos naturales. Yo me refiero al hecho de que, aun considerando todavía lejano el límite de los recursos disponibles, la paradoja de la abundancia coloca al capitalismo en una situación crítica. La reluctancia -acaso incapacidad- de amplias capas de la población para aumentar sus niveles de consumo causará pobreza en otras cuyo acceso a bienes de consumo se realiza fundamentalmente mediante el trabajo asalariado.

        De la penuria malthusiana se puede salir (como de hecho sucedió provisionalmente) mediante la tecnología. Sin embargo, del atolladero de la abundancia no se sale con tecnología, como es evidente.

        Por cierto, todos los partidarios del "Dios proveerá" que conozco son en el plano personal extremadamente desconfiados del futuro. Contratan seguros, cotizan a planes de pensiones... Curioso.

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