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El bienestar en el Antropoceno

de Vicente Ortún Rubio

No mejorará el bienestar de nuestra especie en un planeta que enferma. Y sin pretender contribuir al subgénero de ciencia-ficción ‘la tierra se muere’, con precursores tan destacados como H.G. Wells y su Time Machine, si conviene recordar algunos hechos, para comentar sobre la importancia y vulnerabilidad de las tendencias a que apuntan, así como las propuestas más importantes para afrontarlos.

En la era geológica del Antropoceno, en la que vivimos desde hace unos años, la actividad humana se ha convertido en la influencia dominante en el planeta.  En el último informe del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPPC) sobre las implicaciones de simplemente 1.50C de calentamiento queda claro que la vida continuará pero no como la conocemos ahora. La actividad humana ya ha originado, en estos momentos, 1.00C de calentamiento sobre los niveles pre-industriales y con alto nivel de confianza llegará al 1.50C entre 2030 y 2052 si continua el actual ritmo de aumento de CO2, diez veces superior al conocido en los anteriores 800.000 años, y a los 3-40C en 2100. Para estabilizar el 1.50C de aumento, las emisiones netas globales de CO2 deberán ser nulas hacia 2040 y otros detonantes del cambio climático –como el metano y el óxido de nitrógeno- deberían asimismo bajar. Retrasar las emisiones netas globales de CO2 nulas al 2055 consolidaría un aumento del 2.00C, escenario mucho más catastrófico según el informe citado del IPPC.

Entre los hallazgos científicos de las dos últimas décadas destacan dos empresas colectivas, la que permitió secuenciar el genoma humano y los descubrimientos del Intergovernmental Panel on Climate Change. Nadie cuestiona el primero y existen, en cambio, muchos negacionistas del segundo, entre otras cosas porque el DNA no perjudica intereses creados y el cambio climático sí. Excelentes resúmenes de la ciencia del cambio climático pueden encontrarse en el Journal of Economic Perspectives, en diversas entradas de Anxo Sánchez en NeG (aquí, aquí y aquí entre otras) y en ésta de Humberto Llavador, también en NeG.

El calentamiento global requiere una actuación por parte de todos los países para cambiar nuestro sendero de inversión y crecimiento. Países más o menos ricos, más o menos poderosos, más o menos responsables. Actuaciones aisladas para disminuir las emisiones de CO2 se traducen en difícilmente solubles problemas de acción colectiva. Pactar la contención del calentamiento global puede requerir, tal como Llavador, Roemer, y Silvestre afirman (aquí y aquí), cambiar los argumentos de nuestras funciones de bienestar social y acordar tasa y tipo de crecimiento; podría suponer incluso considerar la fecha de convergencia entre el ‘Norte’ y el ‘Sur’, más concretamente entre EE.UU. y China. Difícil. No en vano el término que definió el pasado 2018, según el Financial Times, fue la trampa de Tucídides, historiador que describe como Atenas ante el miedo que la pujanza de Esparta le provocó y el temor a ver suplantada su posición hegemónica declara unas guerras, las del Peloponeso, que en 30 años llevarían a la destrucción de ambos Estados. El historiador Graham Allison utilizó este término en 2012 al afirmar que el orden mundial en las décadas venideras vendrá definido por la respuesta a la pregunta: ¿Pueden China y EE.UU. escapar de la trampa de Tucídides?

En el Antropoceno, una humanidad miope puede ver amenazada su supervivencia como especie. Y una tasa de descuento adecuada constituye la mejor corrección de la miopía. El poder de la capitalización y los largos horizontes involucrados en el cambio climático significan que la elección de la tasa de descuento es muy importante cuando se comparan las políticas entre sí. Gran parte de las diferentes conclusiones, en relación a los costes del cambio climático, entre Nordhaus –Nobel 2018 y el primero en sugerir limitar el calentamiento a un máximo de 2.00C- y Stern se debió principalmente al uso de diferentes tasas de descuento. Tyler Cowen se pregunta si es éticamente aceptable salvar una vida hoy a costa de 132 dentro de un siglo (tasa de descuento del 5% para vidas humanas).

La salud humana y la de los sistemas naturales de nuestra planeta se mueven en sentidos opuestos. Nuestra actividad está provocando cambios biofísicos a unas tasas mucho más pronunciadas que las conocidas en la historia de nuestra especie. Y estos cambios se producen en seis dimensiones fundamentales: 1/ perturbación climática; 2/ amplia contaminación del aire, el agua y los suelos; 3/ pérdida de biodiversidad; 4/ reconfiguración de los ciclos biogeoquímicos, incluyendo los del carbono, el nitrógeno y el fósforo; 5/ cambios generalizados en el uso de la tierra; y 6/ escasez de recursos, incluyendo el agua y la tierra cultivable. Cada dimensión interactúa con las restantes alterando la calidad del aire que respiramos, el agua a la que accedemos y los alimentos que producimos. Estos cambios en las condiciones de vida afectan nuestra salud y bienestar, en aspectos nutricionales, enfermedades infecciosas y crónicas, así como mediante migraciones y conflictos. La salud pública se vuelve planetaria para incluir la gestión de los sistemas naturales, el urbanismo, la producción de energía, la alimentación y la protección de la biodiversidad.

Diversos economistas europeos han realizado propuestas acerca de cómo acometer las tremendas inversiones precisas para la transformación energética. Piketty y otros, en su Manifiesto para la Democratización de Europa, proponen la creación de un parlamento europeo y un aumento de la presión fiscal de los gobiernos europeos (recargo sobre IRPF del 1% para los más ricos, impuesto sobre patrimonios superiores a un millón) así como una tasa de 30€ por tonelada emitida de CO2, para conseguir €800.000 millones por año que se dedicarían fundamentalmente a la transición energética. Poco después, Varufakis y otros, en su Green New Deal Democracy in Europe 2025, proponen la emisión de deuda comunitaria por importe de €500.000 millones para invertir con la misma finalidad que Piketty. Impuestos o deuda, dilema político.

Beijing abandonó en 2017 su resistencia a considerar el cambio climático como problema al suscribir una declaración conjunta con la Unión Europea reconociendo en el mismo una causa fundamental de inestabilidad. De alguna manera, China explota el vacio de liderazgo creado tras el retiro efectivo de la administración Trump del Acuerdo de París.

China ya es uno de los países con mayor escasez de agua en el mundo, y en las próximas décadas se proyecta que esta escasez empeorará mucho más a medida que el flujo de los ríos alimentados principalmente por aguas de deshielo disminuya considerablemente hacia fines del siglo. En el plano interno, los peligrosos niveles de contaminación del aire se han convertido en una de las principales quejas de la clase media urbana. Se han realizado esfuerzos para mejorar la calidad del aire en las ciudades y se han adoptado políticas para reducir la importancia del carbón, lo que ha permitido la desaceleración en el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Beijing ha creado el mayor mercado de carbono del mundo, ha inyectado aproximadamente el doble de dinero en energías renovables que Estados Unidos y ha superado a EE.UU. en términos del número de vehículos eléctricos en la carretera y el número de estaciones de carga disponibles al público. China, al igual que EE.UU., se resiste a adoptar políticas climáticas que puedan limitar su crecimiento económico. Las energías renovables están absorbiendo el crecimiento de demanda, pero en su mayor parte no están desplazando la capacidad fósil. El punto clave, desde la perspectiva del cambio climático, es que si bien Pekín ha adoptado cada vez más la posición de que el cambio climático representa un riesgo, esta postura aún no se ha traducido en reducciones reales en las emisiones del país, y mucho menos en la dramática transformación económica necesaria para alejar el mundo de un calentamiento desastroso.

En Estados Unidos, la izquierda del Partido Demócrata también propone un Green New Dealmientras aumenta la demanda de petróleo y la industria mundial de la energía plantea inversiones multimillonarias para satisfacerla. Según ExxonMobil, la demanda mundial de petróleo y gas aumentará en un 13% para 2030. Recuérdese que según IPPC, la producción de petróleo y gas debe disminuir en un 20% en 2030 y en un 55% en 2050, para detener la temperatura de la Tierra en el 1.5 ° C por encima de su nivel preindustrial. Las empresas energéticas saben que los rendimientos financieros del petróleo son más altos que los de las energías renovables. Por ahora, la demanda mundial de petróleo está creciendo en un 1-2% al año, similar al promedio de las últimas cinco décadas.

Alternativamente cabe gravar las emisiones de CO2, como plantea la propuesta de los 3508 economistas estadounidenses (27 Nobeles y 4 ex-presidentes de la Reserva Federal incluidos). Se trataría de un impuesto –poderosa señal de precio que aprovecha el mercado para dirigir a los actores económicos a un futuro bajo en carbono- que aumentaría cada año y sería neutral en los ingresos para evitar debates sobre el tamaño del gobierno. Para maximizar la imparcialidad y la viabilidad política de un aumento del impuesto sobre el carbono, todos los ingresos deberían devolverse directamente a los ciudadanos de los EE. UU. por medio de reembolsos iguales de suma global. La mayoría de las familias estadounidenses, incluidas las más vulnerables, se beneficiarán financieramente al recibir más en ‘dividendos de carbono’ de lo que pagan en el aumento de los precios de la energía.

Tal como opina Martin Wolf, el debate estadounidense sobre el cambio climático se está calentando y los dos planes citados para atacar el problema podrían combinarse en un compromiso viable: El mecanismo de precios propuesto por los 3508 economistas resulta ciertamente potente pero no será suficiente si, primero, no se combina con alguno de los elementos de intervención pública del New Green Deal, y, segundo, no se generaliza a todo el mundo.

No se podrá mejorar la salud de las personas en un planeta enfermo. El bienestar ha pasado a ser planetario y el Estado de Bienestar es la institución clave para mejorar esa armonía social imprescindible para que el término ‘capitalismo democrático’ no sea un oxímoron.

En cualquier caso mucho antes de nos demos cuenta, la revolución genética –fruto del otro gran descubrimiento científico colectivo de las dos últimas décadas- transformará el mundo. Las tecnologías genéticas están diseñadas para cambiar la forma en que hacemos a los bebés, la naturaleza de los bebés que hacemos y, en última instancia, nuestra trayectoria evolutiva como especie. Se ha propuesto una moratoria en el uso de técnicas de edición genética CRISPR pero todo quedará en un mero registro de las mismas por la Organización Mundial de la Salud. No hay que descartar, por tanto, que los Morlocks de H.G.Wells diseñen los Elois que les convengan en un mundo poco habitable.  En grupos pequeños los humanos hemos sabido sobreponernos a situaciones históricas en donde se salvaban todos o no se salvaba nadie (de ahí la presencia de ‘castigadores altruistas’ entre nosotros). Con un grupo de 7200 millones, y creciendo, la cooperación con extraños se ha vuelto tan complicada como necesaria.