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Un regalo inesperado I

De Francisco de la Torre, Inspector de Hacienda. Autor de "¿Hacienda somos todos?" (Debate)

En el último trimestre de 2014 la economía española recibió un regalo inesperado: la drástica caída de los precios del petróleo. Como España es uno de los países de Europa más dependiente del petróleo, lógicamente ha sido uno de los más beneficiados por el derrumbamiento de su precio. Para este año 2015, las estimaciones hablan de un ahorro de entre 15.000 y 25.000 millones de euros, dependiendo no sólo de cómo fluctúe el precio del barril, sino también la cotización del euro frente al dólar. El mercado del petróleo sigue funcionando casi exclusivamente en dólares.

Obviamente, lo que es ahorro para unos, es menor ingreso para otros: a nivel global, nada es gratis. Los efectos en la economía de países como Venezuela o Irán han sido dramáticos. Esto parece simétrico, con la mejora en los países consumidores, como España, pero no lo es del todo. En primer lugar, la dependencia del petróleo es muy superior en los países productores que en los consumidores, por término general. En segundo lugar, y esto es más sutil, el beneficiario fundamental de las rentas del petróleo en los países productores es el sector público. Sin embargo, la mayor parte del consumo de petróleo lo realiza el sector privado de los países desarrollados. Esto significa que la crisis fiscal de los países productores no se traduce de forma automática en una mejora fiscal del mismo calibre en los países consumidores.

La extracción de petróleo está sometida a fuerte gravámenes en todo el Mundo. Además, las empresas públicas de muchos países tienen una suerte de monopolio en su extracción. El límite de las rentas que se puede obtener por este procedimiento es el precio al que se puede vender el barril de petróleo en el mercado internacional. En consecuencia, la reducción del precio del petróleo supone una disminución de ingresos fiscales, o de propiedad, de los Estados productores. Los países productores que tienen capacidad de producción adicional, que usualmente coincide con los de menor coste de extracción, pueden compensar la caída de márgenes vendiendo más barriles. Otros Estados simplemente no tienen opción y se enfrentan a una brutal disminución de ingresos públicos. Cuando se observan en algunos estados derivas autoritarias, la razón de fondo, a veces, es simplemente la falta de ingresos fiscales, que muestra la peor cara de algunos regímenes porque se agota el dinero para el maquillaje.

Obviamente, que el precio del barril se derrumbe también supone una disminución de ingresos de las compañías explotadoras. Si estas compañías están integradas verticalmente, es decir, si además de explotar, también refinan, y sobre todo comercializan el petróleo y sus derivados, las compañías tratarán de aumentar los márgenes comerciales en la venta para compensar la caída de los márgenes de producción. Que las compañías petroleras lo consigan o no, depende fundamentalmente del grado de competencia que exista en los mercados de distribución. Un factor que puede enmascarar esta situación son los impuestos. Un nivel comparativamente bajo de impuestos sobre productos petrolíferos puede ocultar un precio antes de impuestos muy elevado, derivado de un mercado oligopolístico donde las autoridades de competencia no logran imponer las reglas de competencia.

Sin embargo, el ahorro en la adquisición de combustible cuando baja el precio del petróleo lo obtiene todo el que lo consume. Si el que consume es un particular, disminuirá el gasto en consumo de combustible. Este dinero ahorrado se puede gastar en otro tipo de consumo o se puede ahorrar. Si es una empresa, lo que tendremos es un ahorro de costes. Cuando todas las empresas ven reducidos sus costes, lo previsible es que reduzcan los precios de los productos que venden. Esto ha ocurrido en España, y así tenemos un IPC negativo del -1,1% según el último dato disponible del INE. Sólo si quien consume el petróleo es el propio Estado, tendremos un menor gasto público, que no es especialmente relevante.

Una reducción del precio de la principal fuente de energía que se utiliza en España, y que se paga casi íntegramente al exterior es una bendición: disminuye los costes de las empresas, las hace más competitivas, aumenta la renta disponible de las familias, equilibra la balanza de pagos porque se paga menos al exterior… Todo esto junto estimula el crecimiento económico, y consiguientemente, la creación de empleo. Sin embargo, donde menos impactará será en la recaudación fiscal. A menudo pensamos que si tenemos un crecimiento económico del 3%, nuestra recaudación debería crecer a tasas de dos dígitos, lo que debería resolver, casi sin esfuerzo, nuestros graves problemas fiscales. Esto no es cierto: una pista de que no es así es que el objetivo de déficit ha acabado en el 5,7%: los datos han empeorado sustancialmente en diciembre, ya que hasta noviembre parecía que la ejecución presupuestaria era mucho mejor.

Aunque en el último trimestre el crecimiento del PIB se incrementó hasta un 0,7% intertrimestral (lo que vendría a ser un 2,8% anualizado), nuestra recaudación fiscal no se disparó, y no pudo compensar la desviación del gasto... Era previsible dada la composición del crecimiento, pero lo explicamos en el próximo post.