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Sobre teorías, lenguas y políticas execrables

de Ramon Caminal

En una entrada reciente (aquí) Pedro Rey ha escogido un trabajo mío (con Antonio Di Paolo) (aquí) como ejemplo de lo fácil que resulta introducir “sesgos ideológicos” en nuestros modelos económicos. Pedro ha leído nuestro trabajo como una evaluación de los resultados de la inmersión lingüística en Cataluña y ha interpretado que nuestro veredicto ha sido entusiastamente favorable. Además, nuestra precipitada conclusión se basaría en un análisis empírico y, sobretodo, en un modelo teórico parcial e insuficiente para nuestro presunto propósito. Sería precisamente esa discrepancia entre los argumentos aportados y las rotundas conclusiones de política la que nos ha hecho merecedores de una amonestación (espero que la tarjeta sea solo amarilla) y una paternalista llamada a la prudencia en el futuro. 

El papel de la ideología en las ciencias sociales es sin duda un tema apasionante que nunca deberíamos perder de vista. No obstante, ¿no seria conveniente preguntarse, de vez en cuando, si poseemos realmente el nivel de objetividad necesaria para evaluar la objetividad de los demás?

La lectura que ha hecho Pedro de nuestro trabajo es parcial y desenfocada. El objetivo de nuestro trabajo no es en absoluto “hacer un análisis coste-beneficio” de la inmersión lingüística en Cataluña. Este es el primer punto que debo aclarar, ya que nuestra estrategia empírica y nuestro modelo teórico han sido elegidos exclusivamente en función de nuestro objetivo explícito. Nuestro trabajo se pregunta por la naturaleza de las lenguas y sobre las consecuencias de las competencias lingüísticas (en particular, de las competencias redundantes desde el punto de vista comunicativo) sobre las relaciones sociales. De forma bastante general, los economistas tienden a representar las lenguas como vehículos de comunicación neutrales. No importa si nos comunicamos en maltés, quechua o mandarín, lo único importante es que nos entendamos. Esta visión excesivamente simplificada, y el “olvido” de los aspectos subjetivos (emocionales o culturales) de las lenguas ha provocado algunas burlas (no siempre inmerecidas) por parte de otros científicos sociales. A pesar de todo, podría ser que esos aspectos no estrictamente comunicativos de las lenguas tuvieran una influencia poco o nada relevante en las relaciones sociales y económicas y, en consecuencia, la visión inicial podría considerarse como una buena aproximación.

Nuestra principal contribución académica es aportar evidencia empírica de que esos aspectos no comunicativos de las lenguas afectan de forma sustancial el comportamiento social, y por tanto no deberíamos caracterizar los diferentes idiomas simplemente como instrumentos de comunicación perfectamente intercambiables. El caso de Cataluña resulta muy adecuado para la tarea por tres motivos. En primer lugar, el conocimiento universal del castellano implica que la comunicación está perfectamente garantizada. En segundo lugar, la reforma educativa puesta en marcha en los años 80 ha supuesto una mejora notable en las competencias lingüísticas en catalán de los castellano hablantes. Si las lenguas fueran exclusivamente instrumentos de comunicación, dichas competencias adicionales serian redundantes: no deberían tener ningún efecto. En cambio, nuestro análisis empírico pone de manifiesto que dichas competencias han estimulado de forma considerable la formación de parejas mixtas (compuestas por individuos con lenguas nativas distintas). En tercer lugar, para el caso de Cataluña existe una base de datos que combina información socio-demográfica (habitual) con una gran riqueza de datos lingüísticos (algo bastante raro). Si alguien conoce algún otro ejemplo que cumpla esas tres condiciones, le ruego nos avise.

El trabajo contiene también un sencillo modelo teórico, cuyo objetivo es doble. Por una parte, describir un mecanismo plausible para explicar la evidencia. Concretamente, se indica que si los individuos multilingües tienen preferencias lingüísticas (por ejemplo, si prefieren utilizar su primera lengua sobre la segunda), entonces las relaciones sociales entre individuos de diferentes comunidades lingüísticas están limitadas por el conflicto de interés sobre la lengua de uso. En este contexto, esas competencias lingüísticas adicionales reducen la magnitud del conflicto de interés al poder repartir mejor los costes derivados del uso de la segunda lengua, y por tanto reducir así la segmentación social. El modelo también ofrece una evaluación de bienestar de los resultados de las nuevas competencias. La observación (bastante natural) es que no se trata de un juego de suma cero, sino que las nuevas competencias generan un beneficio agregado; es decir, podría ocurrir que los castellano hablantes perdieran, pero incluso en ese caso su pérdida sería menor que la ganancia de los catalano hablantes. La razón de esa ganancia agregada tiene que ver con la naturaleza complementaria de las relaciones sociales: los beneficios privados tienden a ser menores que los beneficios sociales. Así, cuando se reducen las barreras al intercambio el tamaño del pastel aumenta.

Hasta aquí lo que atañe a los beneficios. Tal y como se indica repetidamente en el trabajo, cuando tenemos en cuenta los costes de aprendizaje de la segunda lengua los resultados son triviales: si esos costes fueran muy altos el resultado final neto seria negativo, pero si fueran suficientemente bajos entonces seria positivo.

El alcance del trabajo termina aquí. Por tanto, no nos hemos “olvidado” de los costes de aprendizaje, ni resulta relevante para nuestro propósito enriquecer el modelo. También está complemente fuera de lugar considerar instrumentos de política adicionales como los que sugiere Pedro. Estas consideraciones merecerían nuestra atención si intentáramos llevar a cabo un análisis coste-beneficio de la reforma educativa catalana. Pero no es ese el caso.

Pero parece que Pedro no tiene mucho interés en la cuestión general planteada, y en cambio está mucho más pendiente de las valoraciones sobre la política lingüística en las escuelas catalanas. Como hemos comentado más arriba, nuestro análisis empírico pone de manifiesto que las nuevas competencias lingüísticas han tenido un efecto positivo: en el mercado matrimonial las dos comunidades lingüísticas más importantes de Cataluña viven un poco menos de espaldas. ¿Deberíamos advertir al lector que dicho efecto positivo es parcial, y no representa una valoración global de las políticas implicadas? Solo si deseamos transmitir al lector algún prejuicio, algo que deberíamos evitar a toda costa en un artículo académico.

Dejando ya de lado nuestro artículo académico, Pedro realiza una serie de comentarios sobre la naturaleza de las lenguas y las políticas lingüísticas que me gustaría comentar brevemente. Concretamente, Pedro manifiesta explícitamente una gran preocupación por la relación entre lengua e identidad nacional. Y, puede que me equivoque, pero me parece que atribuye esa relación exclusivamente al catalán. En primer lugar, en Cataluña ambas lenguas están igualmente politizadas. En segundo lugar, y mucho más importante, reducir el análisis de las lenguas en Cataluña a una cuestión de pura instrumentalización política me parecería enormemente empobrecedor. Cuando los sociolingüistas discuten los aspectos sentimentales de las lenguas no se refieren solamente (ni de manera prioritaria) a la identidad étnica o nacional, sino a una relación del individuo con las lenguas mucho más amplia y compleja (véase, por ejemplo, el libro de Joshua Fishman, Reversing the Language Shift). Si ampliamos el foco y dejamos de obsesionarnos con los aspectos políticos más estridentes, tal vez podremos prestar más atención a la dimensión auténticamente relevante: cuál es la distribución de competencias lingüísticas más deseable. Al principio de los años 80 la sociedad catalana exhibía un bilingüismo asimétrico: los hablantes nativos del catalán eran plenamente bilingües, mientras que los hablantes nativos del castellano eran mayoritariamente monolingües o solo pasivamente bilingües. Las políticas lingüísticas realizadas nos están acercando a un modelo de bilingüismo más simétrico (le recomiendo al lector que consulte las Figuras 2 y 3 de nuestro trabajo); un modelo que, en el límite, podríamos denominar “bilingüismo recíproco” (yo aprendo tu lengua, y tú aprendes la mía).¿Queremos seguir avanzando por esa vía, o preferimos volver al modelo anterior de bilingüismo asimétrico? Espero que desde la investigación económica podamos aportar argumentos objetivos a este trascendental debate.