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Más allá de la crisis fiscal

La crisis fiscal en Europa está acaparando toda la atención en los últimos meses y es la justificación de los acuerdos de las distintas cumbres europeas. Se ha discutido mucho sobre los previsibles efectos negativos de las políticas de austeridad en el empleo, y lo seguiremos haciendo en los próximos meses. Pero ahora toca abordar con más decisión una cuestión más compleja y de más calado como es la disparidad en las posiciones exteriores netas de los países de la Eurozona y por extensión de la Unión Europea. La corrección de estos desequilibrios es una condición necesaria para favorecer el crecimiento y para proporcionar una solución efectiva al atasco fundamental del proceso de integración en Europa: la enorme deuda externa de algunos de sus países miembros y la desigual distribución geográfica del ahorro en un contexto de segmentación de los mercados financieros. En este post quiero reflexionar sobre dos cuestiones previas a la discusión sobre las estrategias de política económica más adecuadas para corregir estos desequilibrios. La primera es hasta que punto siguen siendo preocupantes estas disparidades tras el fuerte ajuste cíclico que han sufrido durante la crisis; y la segunda tiene que ver con el reparto de los costes del ajuste, en concreto si este debe recaer únicamente sobre los países deficitarios o si también deben participar en él los países más competitivos; y si es así ¿cómo?

Que estas disparidades no son producto, o al menos no únicamente, del normal proceso de convergencia económica es algo cada vez más aceptado y sobre lo que no me extenderé aquí. Más bien reflejan la combinación de una constelación de fallos que abarcan desde el mercado financiero, al laboral y al de bienes, sobre la que además se proyectan distintas preferencias de los consumidores en los países europeos. A estas alturas de la crisis, sin embargo es cierto que tanto los déficits como los superávits por cuenta corriente se han moderado notablemente. Como se aprecia en el gráfico 1, las discrepancias llegaron a su máxima expresión en 2007, año en que algunos países como Estonia, Portugal, Grecia y España alcanzaron déficits superiores al 10 por ciento del PIB, mientras que Holanda y Alemania presentaban superávits del 7 por ciento. En 2011, los déficits estimados se han reducido a la mitad y en consecuencia, la desviación estándar de los mismos dentro de la Eurozona ha caído hasta niveles similares a los del año 2000 (gráfico 2).

Sin embargo no hay razón para cantar victoria. Por una parte porque los principales países del sur de Europa tienen todavía déficits por cuenta corriente entre el 4 y el 7 por ciento del PIB, en algunos casos en medio de una recesión prolongada. Aunque más moderados, estos déficits siguen contribuyendo al incremento de la posición deudora neta de esas economías, en un momento en el que las dificultades de financiación exterior son extremas. Además esta moderación está teniendo más que ver con una fuerte caída en las importaciones que con mejoras sustanciales en la competitividad, de modo que las elevadas apreciaciones reales de algunas economías con respecto al promedio de la Unión Europea –cercana en algunos casos al 15 por ciento- apenas se habían corregido en 2009 y 2010. De hecho, de entre los países en que esta corrección ha sido más significativa sólo en el caso de Irlanda podía hablarse de un ajuste genuino de salarios, márgenes y precios –en España la moderación de los costes laborales unitarios se ha debido fundamentalmente a un fuerte ajuste cíclico de la productividad aparente del trabajo. Pero las causas de los desajustes de cuenta corriente no son únicamente de precios relativos con el exterior. Tienen que ver con factores como los patrones de consumo doméstico, la disponibilidad de crédito y la especialización productiva de una economía, cuya corrección estructural es aún difícil de evaluar. De hecho, países grandes del continente como Italia y Francia han mantenido su déficit en niveles que aunque no son preocupantes si son significativos –alrededor del 3 por ciento del PIB- lo que es reflejo de una notable debilidad exportadora.

La eliminación de estos desequilibrios sigue siendo tan prioritaria como lo era antes de la crisis. ¿Pero quien tiene que cargar con el coste del ajuste? En mi opinión para responder adecuadamente a esta pregunta hay que tener en cuenta dos cuestiones. Una hace referencia a la posición a la que aspira la UE en el contexto económico y financiero global, y la otra a la forma en la que eventualmente deberían impulsar los países más competitivos su demanda interna. Europa es, entre las grandes economías avanzadas del mundo, la única que mantiene una posición exterior prácticamente equilibrada –en comparación con Estados Unidos, El Reino Unido, Japón y los emergentes. Las proyecciones de Horioka y Terada-Hagiwara –aquí y aquí- sobre la evolución del ahorro neto de los principales países emergentes indican que las tendencias observadas en los años anteriores a la crisis, y que están detrás de los llamados desequilibrios globales, lejos de corregirse se acentuarán como consecuencia del mantenimiento de las elevadas tasas de ahorro actuales y una cierta reducción en las tasas de inversión en los países asiáticos, en especial China. En consonancia con estas proyecciones, Speller y Wright -aquí y aquí- prevén una formidable expansión de los flujos internacionales de capital con origen en los países hoy emergentes y una pérdida de peso de los hoy desarrollados con una persistente agudización de los desequilibrios globales, de modo que la suma del valor absoluto de déficits y superávits pasaría del 4 por ciento del PIB mundial en la actualidad al 7 por ciento en 2020 y al 8 por ciento en 2040.

Ambas proyecciones apuntan a la recuperación a medio plazo de las condiciones que dieron lugar a la abundancia de capital para los países con problemas de competitividad. ¿Es esto bueno o malo para Europa? ¿Debe la UE tener una estrategia común ante este fenómeno? No se me ocurre otra que reforzar la competitividad conjunta del continente. Por ello la necesaria participación de países como Alemania en la corrección de los déficits exteriores entre países europeos no puede pasar por la pérdida de competitividad de la única gran economía que mantiene una base exportadora sólida, y más sin haber resuelto las deficiencias de los demás. Esto haría que algunos países cambiásemos la nacionalidad del país acreedor pero poco más, y podría llevar a la UE a una situación de dependencia del ahorro externo similar a la de Estados Unidos, con unas condiciones de financiación mucho más difíciles y riesgos permanentes de crisis de deuda. Por tanto la forma en la que los países con superávit deben colaborar en la reducción de los déficits de los demás no puede ser únicamente mediante una expansión fiscal que incremente la demanda interna se requieren –también en esos países- reformas estructurales aunque de signo diferente a las que se reclaman para los países del sur. Entre las propuestas de un completo estudio de la Comisión Europease apunta un conjunto de propuestas dirigido a atacar las razones profundas que hacen a estas economías ser tan propensas al ahorro como las ineficiencias en su sistema financiero, el escaso desarrollo del mercado de capitales, que incita a las empresas al ahorro y la autofinanciación, el bajo precio relativo de los comerciables o el escaso desarrollo de la competencia en ese sector que incentivan la asignación de recursos hacia la inversión en el sector de comerciables que adquiere un peso excesivo, etc. En la medida en que se corrijan estos factores, es previsible que estas economías puedan expandir su demanda interna – y por lo tanto favorecer el crecimiento de otros países europeos- sin poner en peligro su capacidad de seguir exportando, en particular al resto del mundo.

La reconducción de los desajustes de cuenta corriente entre los países europeos sigue siendo prioritaria. Todos tienen que participar en el esfuerzo, pero este no es un juego de suma cero. Europa en su conjunto no va sobrada de competitividad como para buscar una convergencia interna a la baja. Más bien al contrario.