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Los orígenes de la banca en España: El banco de Barcelona 1844-1920

de Yolanda Blasco y Carles Sudrià

La banca moderna tiene dos funciones: crear medios de pago (a través de los billetes de banco y de las cuentas corrientes) e intermediar entre ahorradores e inversores (realizando descuentos y préstamos que financian la actividad económica). En la historia económica de España, y también en las de otros países, las actividades bancarias modernas han estado muy reguladas. En el caso español, y si nos circunscribimos a la banca dedicada al sector privado de la economía,  el origen cabe situarlo en  las leyes liberales de 1856 que dieron lugar a la aparición de dos decenas de bancos emisores que hicieron circular sus billetes por el territorio de su respectivas provincias.

El  Banco de Barcelona (creado en 1844) fue antecesor y pionero de este proceso. La ciudad de Barcelona tenía una larga tradición comercial desde el Medioevo, había alumbrado la Taula de Canvi (1401) que fue el primer banco de depósitos del Mediterráneo y, a mediados del siglo XIX, estaba desarrollando un proceso temprano de industrialización. La necesidad que la industria y el comercio tenían de medios de pago animó a un conjunto de comerciantes y banqueros particulares barceloneses (a los que se unieron algunos industriales) a impulsar un banco de emisión y comercial.

La historia del Banco de Barcelona tiene dos periodos claramente diferenciados: un primer periodo en el que ostentó el privilegio para emitir billetes en la ciudad (1844-1874) y un segundo periodo en el que funcionó como banco comercial, hasta su quiebra en diciembre de 1920. El momento de inflexión se sitúa en el decreto del ministro Echegaray de marzo de 1874, imponiendo el monopolio de emisión del Banco de España y dando por finalizado el periodo de pluralidad de emisión en España. El periodo emisor del Banco de Barcelona estuvo caracterizado por el dinamismo, tanto de la sociedad catalana como de la propia institución bancaria que representaba los sectores más emprendedores de la ciudad (comerciantes, banqueros, industriales, navieros). Su papel como financiador de las actividades comerciales e industriales y la participación en la construcción del ferrocarril dieron al banco una presencia en la ciudad y contribuyeron a consolidar su reputación, aspecto éste que le permitió superar las crisis del periodo (1848 y 1866) y salir fortalecido de las mismas. Las actividades del Banco durante este periodo estaban circunscritas a un grupo de entre 500 y 700 firmas que operaban con la institución. Ni los billetes circulaban en las operaciones diarias al por menor (se destinaban a saldar operaciones comerciales), ni las cuentas corrientes se extendían más allá de quienes requerían saldar operaciones de compra-venta a través del banco, ni el acceso al crédito iba más allá de un círculo que se movía alrededor de un núcleo pequeño de comerciantes y fabricantes. Pese a estas limitaciones, este embrión de banca favoreció la extensión de los billetes y la modernización de los instrumentos bancarios en la ciudad. Financió la actividad económica (fundamentalmente a través de la financiación del circulante) y estableció pautas de comportamiento y reputacionales en los negocios de la ciudad.

Este primer periodo lo estudiamos en nuestro libro El Banco de Barcelona (1844-1874), Historia de un banco emisor. Recientemente hemos completado nuestra investigación publicado un segundo libro dedicado al periodo no emisor: El Banco de Barcelona 1874-1920: Decadencia y Quiebra. Ambos libros se basan en la fuente original del Banco, recuperada en 1998 y a disposición de los investigadores en el Arxiu Nacional de Catalunya (Fons del Banc de Barcelona).

A partir de la ley de 1874, con un bagaje de experiencia de treinta años, el Banco de Barcelona decidió no aceptar la incorporación al Banco de España que se le ofreció, y optó por continuar su andadura en solitario como banco comercial, una vez perdida su capacidad de emitir billetes. La situación era notablemente distinta a la de sus inicios: los directivos (que en general se perpetuaban en la Junta y se jubilaban con su fallecimiento) ya no eran jóvenes; la institución había encontrado un nicho de mercado entre los sectores más poderosos de la ciudad, había establecido sus redes y se encontraba cómoda; la competencia había desaparecido y el banco aprovechaba tanto las oportunidades de negocios vinculadas a la actividad económica privada, como aquellas generadas por el gobierno municipal y por las necesidades casi siempre insatisfechas del gobierno nacional. Era la principal institución bancaria del Principado y la segunda de España, tras el Banco de España que era el banco del gobierno. Sin embargo la competencia apareció de la mano de la sucursal del Banco de España en Barcelona y de otras entidades que crecieron en el último tercio del siglo XIX. Pese a las transformaciones que se daban en su propio entorno, el Banco de Barcelona se mantuvo inmóvil. No buscó nuevos negocios y se ancló en una operativa bancaria que comenzaba a quedar obsoleta en el nuevo marco institucional y económico del país.

En 1894, cuando celebró su cincuenta aniversario, el grueso de sus operaciones eran los préstamos sobre valores privados y públicos, mientras que la actividad de descuento puramente comercial ocupaba apenas un tercio del total de sus operaciones. En la percepción que los barceloneses tenían de la institución comenzó a tomar cuerpo que el banco prefería esterilizar sus recursos a invertirlos en las iniciativas que surgían al calor de la segunda revolución tecnológica. Las críticas hacia la institución llegaron del exterior, pero también de sus propios accionistas que reclamaban romper con el anquilosamiento y tener iniciativas que se adaptaran a los nuevos tiempos: abrir sucursales, hacer frente a la competencia remunerando la captación de ahorro, modificar las acciones nominativas por acciones al portador fácilmente negociables, etc, pero la dirección del banco no reaccionó. Cuando comenzó a actuar, las decisiones que tomó se dirigieron a ampliar y diversificar su negocio vía absorciones. De este modo en 1912 se anexionó la casa Vidal Quadras e incorporó las operaciones de giro bancario en las que esta sociedad estaba especializada. Posteriormente, en 1915, hizo una operación semejante con la Caixa Vilumara, otra antigua entidad que le hubiera permitido aprovechar su influencia como banco comercial. Finalmente en 1917 inició el proceso de fusión con el Crédito Mercantil que se concretó en 1919, a pocos meses del cierre definitivo..

La quiebra del Banco en diciembre de 1920 vista en perspectiva histórica, pone en evidencia la importancia de las personas al frente de las instituciones. El ciclo vital de la institución alcanzó su apogeo de la mano de un sector de la burguesía catalana que se enriqueció gracias al desarrollo del comercio y de la industria, y al de los servicios que surgieron alrededor (banca, transporte y seguros principalmente). Al proceso de expansión y clímax le sucedió un periodo de acomodamiento, donde no se buscaron nuevos negocios que encadenasen otros sino que se prefirió la seguridad de los viejos negocios o los nuevos realizados en un entorno controlado, con escaso riesgo. Fueron las numerosas operaciones en las que el Banco de Barcelona colaboró con el Banco Hispano Colonial y otras instituciones semejantes que gestionaban los apuros financieros del gobierno español. Las decisiones de absorción que se tomaron estuvieron signadas por el descenso del pasivo del Banco, padecido desde finales del siglo XIX por una constante pérdida de cuentacorrentistas que se dirigieron a las nuevas instituciones bancarias que optaron por remunerar la captación de ahorro, mientras que el Banco de Barcelona, anclado en su costumbre, se negó a hacerlo. Estas decisiones se dirigieron a absorber instituciones de mucha tradición en la plaza pero que adolecían, como el propio banco, de iniciativa para explorar nuevos negocios y competir en un mundo cambiante.

En ese proceso de acrecentar el pasivo sin necesidad de ampliar el capital ni asumir mayores riesgos, el Banco multiplicó su dimensión y sus dependencias, pero dejó en manos de administradores que no fueron controlados convenientemente esas actividades, y respondió torpemente con negativas a las sugerencias de los accionistas para aprovechar las nuevas oportunidades. La mayor parte del consejo de gobierno del Banco de Barcelona descubrió que la institución tenía dificultades apenas unas semanas antes que se declarara la quiebra. En el proceso final contó con el respaldo inicial del Banco de España, que interpelado por el gobierno puso a disposición del Banco de Barcelona una línea de crédito mientras las garantías que podía ofrecer el banco catalán fueron sólidas. Cuando estas garantías se acabaron y en la cartera del banco quedaron las de más dudosa realización, el Banco de España (que seguía siendo un banco privado aunque contara con el privilegio de emisión de los billetes) y el propio gobierno entendieron que no se podía mantener la ayuda y el Banco de Barcelona se vio obligado a presentar la suspensión de pagos.

El cierre del Banco de Barcelona el 27 de diciembre de 1920 significó un fracaso para la banca catalana. No hay que olvidar,  sin embargo, que durante sus casi casi 80 años de existencia había conseguido muchos éxitos y había impulsado decisivamente los negocios en la ciudad. Su cierre ha alimentado especulaciones  sobre la pretendida incapacidad de la burguesía catalana para desarrollar una banca propia, y también se ha criticado el papel del Banco de España que permitió la caída final del banco catalán, con  las consiguientes pérdidas para accionistas y cuentacorrentistas.

Desde otra perspectiva, asimismo, se ha puesto en cuestión la capacidad de una industria liliputiense (como definió Jordi Nadal a la industria textil catalana) de generar una demanda de crédito suficiente, mientras al mismo tiempo se criticaba   la actitud excesivamente prudente, casi mezquina del Banco de Barcelona, que no fue pródigo en la extensión del crédito.

Muchas de estas críticas se contradicen con la longevidad de la institución, su capacidad de supervivencia, puesta en evidencia en  las diversas crisis que padeció, y los muchos años de comportamiento empresarial correcto. ¿Qué falló en el final? ¿Fue la regulación, el diseño institucional, el banco de España…? Fueron las personas. Administradores que no fueron controlados por quienes ostentaban el mandato de la junta de accionistas para hacerlo; directivos que permanecían en el cargo acudiendo a las juntas como si se tratase de un divertimento, sin conocimientos (ni interés por tenerlos) sobre el mundo cambiante de la banca. Una generación de hombres poderosos pero indolentes que tardaron en darse cuenta de los problemas y que no actuaron a tiempo.