Los investigadores también tienen su corazoncito

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de  Joaquín M.ª Azagra Caro

Universidades, organismos de investigación, hospitales y otras organizaciones emplean investigadores públicos. En las casi dos últimas décadas, la “i” añadida al acrónimo I+D obliga a esos investigadores a justificar poco menos que a diario el impacto de su trabajo, es decir, a qué y quién van a inspirar, beneficiar o resultar rentables. Esta orientación tiene una ventaja, y es que los investigadores se planteen problemas fehacientes, en vez de aplicar sus técnicas y metodologías a contestar preguntas por conveniencia o capricho. Pero también desventajas, como exigirles los mayores esfuerzos de legitimación y adaptación ante sus interlocutores (políticos, administradores, empresarios, usuarios, consumidores… incluso los propios colegas); dejar de premiarles si no son capaces de satisfacer simultáneamente a distintos beneficiarios; u ocuparles parte sustancial del tiempo en enfrentarse a solicitudes de financiación con apartados complejos, redundantes u oscuros sobre el impacto esperado de su investigación en múltiples ámbitos.

Una obsesión así por sustituir la torre de marfil por una jaula de hierro (en sentido weberiano) es poco motivadora. Tal vez se esté obviando que el primer interesado en que su investigación tenga impacto y sea útil es el investigador en cuestión, al cual se le sume en la duda nada metafísica de si lo que hace entrará en el triple Olimpo de la excelencia académica, la relevancia empresarial y el compromiso social. La mejor ciencia es incierta hasta para uno mismo.

Los investigadores son trabajadores y conviene cuidar su motivación. Dado que el incentivo económico no es tan importante como en otros colectivos, quizás convenga atender algo más a su forma de ser. Porque las características de la personalidad de aquellos investigadores cuya motivación es ser relevante para los colegas, las empresas o la sociedad en general no son las mismas. Reunir las distintas características en el perfil de una sola persona es infrecuente y, a veces, imposible.

Tener en cuenta cómo funciona la psicología de los investigadores puede ayudar a mejorar los sistemas de incentivos. Encabezados por Paul T. Costa y Robert R. McCrae, muchos psicólogos concretan en cinco las variables determinantes de la personalidad, lo que conforma el llamado Modelo de los Cinco Grandes. En el estudio Who do you care about? Scientists’ personality traits and perceived impact on beneficiaries, publicado en R&D Management en 2017, Óscar Llopis y yo analizamos cómo tres de ellos influyen en el impacto esperado del trabajo de un investigador: la actitud perfeccionista, la curiosidad intelectual y la estabilidad emocional. Que prime uno u otro influye en que el investigador busque un ámbito de impacto diferente.

Antes de entrar en detalle, permítanme un paréntesis para explicar someramente la metodología del estudio. Los datos procedían de una encuesta electrónica realizada en 2013. La muestra estaba constituida por investigadores adscritos a alguno de los nueve Centros de Investigación Biomédica en Red (CIBER), consorcios creados en 2006 que lideran su área en España. Los investigadores formaban parte de la plantilla de universidades, organismos públicos de investigación, hospitales y otras unidades de investigación. Obtuvimos una tasa de respuesta del 27 por ciento, que es típica de las encuestas a este colectivo, lo que resultó en unas 900 observaciones para el análisis.

Nuestro objetivo era explicar el efecto de los rasgos de la personalidad de los investigadores sobre el impacto de su propia investigación sobre distintos tipos de beneficiarios potenciales, tal y como ellos lo percibían. Para conseguirlo, la encuesta incluía cuestionarios que, mediante análisis factoriales, nos permitieron distinguir entre tres tipos de beneficiarios (académicos, empresariales y clínicos/sociales) y los Cinco Grandes rasgos de personalidad. Aislando tanto como fuera posible la influencia de posibles sesgos de deseabilidad social, aquiescencia y del método común, así como la de varios factores de corte sociodemográfico, económico, organizativo e institucional, aplicamos distintas técnicas de regresión para obtener los resultados. Termina así el paréntesis sobre la metodología y retomo la selección de resultados sobre los tres rasgos más influyentes de entre los Cinco Grandes para explicar el impacto percibido de la propia investigación.

Por una parte, un investigador menos perfeccionista, y tal vez más necesitado de reconocimiento, tenderá a agilizar la presentación de sus resultados. Sus intereses concuerdan con los de quienes tienen responsabilidades o urgencias en la recepción y/o aplicación de los resultados, como son los empresarios, los gestores públicos u otros. Un investigador más perfeccionista, sin una necesidad de reconocimiento social o académico tan inmediata, dilatará la obtención de resultados. Esto le permitirá orientarlos hacia colectivos sociales, puesto que las soluciones a sus problemas requieren procesos de investigación largos, que incorporen aspectos de responsabilidad ética, de seguridad y/o de salud pública, más acuciantes que para las empresas.

Por otra parte, como muestra nuestro estudio, un investigador curioso y emocionalmente estable intentará influir en la comunidad científica antes que en otras, con independencia incluso del tiempo que deba dedicar a la enseñanza y no a la investigación. Por lo tanto, una práctica habitual como es aligerar la carga docente a los profesores que ya han alcanzado la excelencia académica, o sea, recompensarlos por hacer aquello para lo que están motivados, parece una razonable eugenesia, pero tiene sus costes. Uno, el de gestionar una medida poco útil, por su escaso efecto sobre  la motivación de premiados y no premiados para esforzarse por el impacto científico; otro, que numerosos alumnos puedan cursar una carrera entera sin haber oído a los mejores investigadores de una facultad.

No tengo aún respuestas para decir cómo articular mecanismos motivadores de la función investigadora basados en la personalidad. Sin embargo, sí parece que la forma de instrumentar la actual exigencia de impacto a múltiples grupos de interés no es la mejor para que los investigadores sean más útiles de lo que ya quieren ser (y, en muchos casos, son); ni para animar a que los investigadores potenciales y en formación dediquen lo mejor de su vida a la ciencia española. Bastantes barreras para motivarse constituyen ya la maraña de contratos, la tardía progresión de la mayoría de los investigadores públicos y sus magros estipendios durante años de carrera (comparados con sus homólogos internacionales, no necesariamente más productivos).

El recién estrenado Gobierno de España ha dosificado el anuncio de sus diferentes carteras con una escenografía tan cuidada que despierta la duda sobre si su acción estará a la altura. Eso sí, al menos revela que al nuevo Gobierno le importa influir sobre la psicología de múltiples grupos de interés. Entre ellos el mundo de la investigación, pues la recuperación de un Ministerio de Ciencia, relegado a secretaría por el Gobierno saliente, sugiere un cambio de sensibilidad favorable para los investigadores públicos. Démosle un voto de confianza al titular al frente, Pedro Duque, conocido por sus declaraciones, como divulgador de la ciencia, sobre el papel de las emociones y la imaginación; y, como director de empresa, sobre la utilidad de combinar empleados de orientación académica y práctica, cada uno con la suya.

Hay 14 comentarios
  • Estimado Joaquín M.ª Azagra Caro, siempre es agradable leer en este blog opiniones sobre I+D+I (fíjese que pongo esa “i” minúscula en mayúscula) y su recomendación al flamante nuevo ministro de Ciencia, Innovación y Universidades me parece de lo más pertinente porque, efectivamente, conciliar los intereses y forma de trabajar de todos los implicados en transformar conocimiento en bienestar y riqueza, medidos ambos en el sentido más amplio, no es nada sencillo.
    Así que, es obligado, primero los parabienes.
    Ahora, con su permiso, una pequeña reconvención.
    No estoy en absoluto de acuerdo en que la inclusión de la “i”, esa innovación tan desprestigiada, tan mercenaria, haya sido la que obligue a la ciencia a presentar resultados o a indicar quiénes se van a ver beneficiados por las investigaciones financiadas con fondos públicos; un pequeño matiz éste importante que podremos comentar en otra ocasión.
    La I+D no es patrimonio del ámbito científico y la “i”, del empresarial. Una confusión que no contribuye a un trabajo armónico.
    El Manual de Frascati recoge, si la memoria no me falla, tres actividades dentro de la I+D: la investigación básica (aquella que no busca una aplicación práctica y que responde a nuestra natural curiosidad por descubrir y desentrañar todo lo que nos rodea), la investigación aplicada (que genera conocimiento con una aplicación concreta en mente) y el desarrollo experimental (vaya... me alargo mucho, intentaré seguir)

  • (sigo...)Creo que convendrá conmigo en que, exceptuando la investigación básica, las otras dos actividades sí se dan en el ámbito empresarial, además de esa “i” tan de moda desde hace unas décadas.
    Por tanto, sí me parece lícito exigir a aquellos investigadores más orientados a la investigación aplicada que expliciten cómo va a ser aplicado –valga la redundancia- su trabajo y cómo potencialmente impactará en otros agentes del sistema. Otra cosa es que los requisitos para demostrarlo estén mal diseñados o no existan incentivos adecuados (¿qué pasó con los sexenios industriales?, ¿por qué ya nadie los reclama? También es curioso que no oiga tantas quejas de las exigencias de impacto de los proyectos europeos).
    Pero me estoy yendo por las ramas, el objeto de mi intervención es equilibrar un poco su discurso, que además es el imperante en el ámbito académico, más cuando llega un nuevo ministro o hay nuevos presupuestos.
    Hay un gran espacio compartido entre la industria y la ciencia en la que pueden confluir intereses (esa curiosidad, ese perfeccionismo, el deseo de un mayor bienestar social, búsqueda de reconocimiento) y creo que es lo que debemos reivindicar.
    La buena noticia no es que por fin hay un ministerio de Ciencia, sino que por fin hay un ministerio que trata de integrar las tres patas del conocimiento y su aplicación, que puede trabajar porque los agentes del sistema actúen en mayor coordinación y todos contribuyan a la sociedad (casi termino...)

  • (Finalizo)
    A ver si hay más suerte que con la etapa de Garmendia; no nos olvidemos que ya se intentó y la cosa no salió bien.

    Ahora, no será fácil mientras nos empeñemos en las diferencias, mientras acusemos a esa hermana pequeña y fea. No soy muy fan de H2020, pero reconozco que su nomenclatura I+I, sin distingos, apunta en la buena dirección.

    Saludos

    Miguel Valle

    • Muchas gracias por tan atentos comentarios, Miguel. Estoy de acuerdo con todo lo que dices sobre compleja relación entre tipo de I+D, según su naturaleza (investigación básica, investigación aplicada y desarrollo tecnológico) y sector de ejecución (universidad, empresa). Para rizar el rizo, me permito precisar que las empresas pueden realizar incluso investigación básica, y publicaciones científicas, y que las que lo hacen suelen ser a las que mejor les va.

    • No obstante, también debo apuntar que la diferencia entre investigación básica y aplicada tiene más utilidad a efectos estadísticos que para describir la actividad científica. La investigación aplicada a menudo encuentra menos aplicaciones que la básica, y hay muchos investigadores a los que les cuesta diferenciar entre ambas en la práctica. El enfoque actual que promueve el Horizonte 2020 de plantear retos de investigación parece más útil para diferenciar tipos de investigación, según esté orientada a esos retos o no. Y en la que está orientada es donde, en principio, cabe esperar esos mayores espacios de encuentro entre ciencia e industria que mencionas (y sociedad, añadiría yo).

    • Lo que pasa, y ahí es donde quizás discrepe contigo, es que cuando se llega al nivel del individuo que investiga, ese espacio ya no está: el curioso se quedará con la parte académica, el más perfeccionista con la parte social y el menos perfeccionista con la parte industrial. Al menos hasta ahí es donde ha llegado mi análisis. Eso significa (y esto dudo que sea un discurso imperante) que tratar de que una misma persona se adecúe a todo sea más costoso para el sistema que, probablemente, aprender a combinar individuos con distintas preferencias en el mismo equipo.

  • Estimado Joaquín. Me ha encantado tu análisis, y su foco, que en el fondo no es otro que señalar la malversación del talento al cargar de burocracia y papeleo al colectivo investigador so capa de hacerle rendir cuentas. No solo se malversa el talento, también el dinero, pues el componente más caro de la actividad investigadora son los salarios del personal investigador, que deberían dedicarse en el grado más alto a generar ciencia. Es bien expresiva en este sentido la famosa cita del mítico premio Nobel Max Perutz, el que determinó la estructura de la hemoglobina y abrió el camino de la biología estructural, el que creó el también mítico LMB de Cambridge donde el número de premios nobeles de ciencia excede a los números de paises enteros: "La creatividad en ciencia, como en las artes, no puede organizarse. Surge espontáneamente del talento individual. Los laboratorios bien gestionados pueden fomentarla, pero la organización jerárquica, las reglas inflexibles y burocráticas y las montañas de papeleo futil pueden matarla." (cita original: "Creativity in science, as in the arts, cannot be organised. It arises spontaneously from individual talent. Well-run laboratories can foster it, but hierarchical organisation, inflexible, bureaucratic rules and mountains of futile paperwork can kill it."). Ojalá nuestros nuevos gestores científicos se impregnen del sentido y el espíritu de esta cita y de tu artículo y decidan poner remedio.
    Felicitaciones y muchas gracias

  • Lo que pasa, y ahí es donde quizás discrepe contigo, es que cuando se llega al nivel del individuo que investiga, ese espacio ya no está: el curioso se quedará con la parte académica, el más perfeccionista con la parte social y el menos perfeccionista con la parte industrial. Al menos hasta ahí es donde ha llegado mi análisis. Eso significa (y esto dudo que sea un discurso imperante) que tratar de que una misma persona se adecúe a todo sea más costoso para el sistema que, probablemente, aprender a combinar individuos con distintas preferencias en el mismo equipo.

  • Muchas gracias, Vicente. Poniendo en positivo tu reflexión, me haces pensar en investigar a qué tipo de investigadores les gustará la burocracia. Identificarlos sería útil para nombrarlos (incluso rogándoles) que fueran gestores. La creatividad, que también mencionas, es otra característica psicológica que manejo en mi investigación en curso; a ver si puedo opinar al respecto pronto (que en términos de investigador público significa: unos dos años). No obstante, sé que muchos autores la relacionan con la curiosidad, por lo que imagino que un investigador creativo se orientará más hacia un público académico que empresarial o social. Así que, en teoría, la creatividad quizás no baste para lograr un impacto en la sociedad.

    • (la primera respuesta a Vicente Rubio en realidad correspondía al comentario anterior de Miguel Valle).

  • Me temo que no comparto el entusiasmo de los comentaristas que me han precedido sobre esta entrada. Si además de obtener resultados triviales se le añade lo plúmbeo de la redacción, creo que nos quedamos con algo que tiende a un valor añadido cero por la izquierda. Lo más interesante de la entrada es constatar el bajo nivel medio de las revistas de business y management.

    • Me imagino que la personalidad del individuo afecta a todo lo que hace, en cualquier situación, en cualquier profesión. A partir de ahí, no logro captar el valor añadido de la entrada. Me uno al comentario anterior.

  • No entiendo muy bien, y ciertamente me genera curiosidad, la argumentación que se hace acerca de la inutilidad de medidas como la rebaja docente por investigación. Si la idea es no articular una medida cuando incentiva algo para lo que ya se cuenta con motivación, ¿podrían igualmente dejarnos sin sueldo a los "ya por otro lado motivados" porque "total para qué"?

    • ¡El sueldo ni tocarlo! 🙂

      Más en serio: gracias, Curioso, por el comentario. La cuestión es que, en el caso del porcentaje de tiempo dedicado a investigación, de hecho, en el marco de nuestro estudio, comprobamos que un profesor curioso y emocionalmente estable encontrará su motivación para conseguir que su investigación tenga impacto sobre sus colegas, mientras que un profesor poco curioso o emocionalmente inestable no lo conseguirá, aun en el supuesto de que ambos tengan la misma carga docente y de gestión.

      Dicho esto, no puedo pronunciarme sobre el efecto del sueldo, aunque no encuentro razones para pensar que afecte la preferencia por un tipo de beneficiario de la investigación u otro y, por tanto, que la personalidad pueda condicionar esa preferencia.

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