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El papel de las guerras en la urbanización de Europa

Hace unas semanas hablaba del papel que tuvieron las guerras en la creación de estados fuertes a lo largo de la historia (ver aquí). En esta entrada quiero complementarla con una discusión de cómo los conflictos bélicos, al menos en Europa, también fueron clave para la formación de grandes ciudades y, en general, la urbanización del continente.

Las guerras pueden tener varios efectos en el crecimiento urbano. En primer lugar, existe el safe harbor effect (efecto de puerto seguro) que sostiene que, ante la amenaza de un conflicto bélico, la población de un país prefiere vivir en ciudades antes que en el campo, puesto que éstas son más seguras. En la Europa medieval, este efecto ganó importancia con la creación de murallas en muchas ciudades, ofreciendo una gran seguridad a sus habitantes, puesto que suponían una (prácticamente) inexpugnable barrera ara los atacantes dadas las tecnologías bélicas de la época. Es cierto que siempre existía la posibilidad de sitiar una ciudad amurallada (en un trabajo con Rafael Gonzalez-Val discutimos algunos de estos asedios durante la Reconquista de España, ver aquí), pero esta estrategia solía llevar mucho más tiempo y era menos habitual. En un reciente trabajo (ver aquí), Yannis Ioannides y Junfu Zhang muestran que en la China de la dinastía Ming existe una relación entre los ataques piratas japoneses y la construcción de murallas que rodean las ciudades. Un segundo efecto de las guerras en las ciudades es el llamado target effect (efecto objetivo), según el cuál las ciudades son más atractivas para los atacantes que las zonas rurales. Esto puede explicase por el hecho de que en las ciudades hay posiblemente más cosas que robar que en los campos (véase el modelo de Gary Becker sobre crimen, aquí) o bien porque en las ciudades hay una mayor concentración de población que en el campo y, por tanto, el daño al enemigo es mucho mayor que si se atacan sus áreas rurales.

Otro efecto importante es el llamado transportation effect (efecto de transporte) que refleja que, por un lado, en una guerra se destruye una parte importante de la infraestructura, incluyendo carreteras que unen ciudades. Por otro lado, aunque no se destruyan carreteras, las guerras hacen que cualquier desplazamiento sea más peligroso. El efecto de unos mayores costes de transporte en la urbanización no es evidente. Como explica Paul Krugman (ver aquí) en países poco desarrollados, estos costes suelen inducir a una menor urbanización, puesto que la cercanía a recursos naturales se vuelve más relevante. En economías más desarrolladas, la proximidad geográfica es un sustituto del commuting y, por tanto, mayores costes de viajar suelen ir asociados a más concentración urbana. Un cuarto efecto de las guerras en la urbanización es el llamado rural poverty effect (efecto de pobreza rural), según el cual la destrucción rural asociada a las guerras empujó a la población a las ciudades (ver aquí). Este efecto es el resultado de una reacción a la guerra y, por tanto, difiere del efecto objetivo, que es el resultado de anticipar más ataques en el futuro. Finalmente, existe el efecto Maltusiano, que indica que una guerra o una epidemia como la Peste Negra reduce drásticamente la población rural de un país, resultando en un aumento de los salarios (ver aquí y aquí). Estos mayores salarios, a su vez, se traducen en una mayor demanda de bienes de manufactura, que se producen sobre todo en las ciudades. Por lo tanto, un shock de este tipo conllevaría una mayor urbanización.

En un reciente trabajo, Mark Dincecco y Massimiliano Gaetano Onorato (ver aquí) utilizan datos de guerras en Europa desde el año 800 (la caída del imperio de Carlomagno) al año 1799 (los inicios de la Revolución Industrial) para estudiar el efecto de las guerras en la población de las ciudades europeas. Su estudio incluye mas de 800 conflictos y alrededor de 700 ciudades. Para medir los conflictos y la localización exacta de las ciudades, construyen una base de datos que divide Europa en celdas de 150 km x 150 km.

Una dificultad obvia a la que se enfrenta este estudio es que muchas otras variables pueden explicar el crecimiento urbano de Europa. Obtener datos fiables sobre todas estas variables en este periodo es casi una misión imposible. Sin embargo, los autores realizan un esfuerzo convincente para limitar este problema. En concreto, su estudio controla por efectos fijos, es decir, características de los países que no cambian a lo largo del tiempo (por ejemplo, su geografía, en el caso de países cuyas fronteras no cambiaron demasiado en ese periodo). También incluyen en su modelo empírico interacciones de cada país y cada siglo, para capturar la evolución de variables a nivel de país (por ejemplo, la construcción de naciones-estados) así como tendencias temporales para cada celda para captar variables locales inobservables que cambian a lo largo del tiempo (por ejemplo, diferencias en salarios rurales y urbanos). Por otro lado, el estudio incluye variables que se pueden medir y que no cambian a lo largo del tiempo (por ejemplo, el potencial del comercio a través del océano Atlántico) y otras variables que varían en diferentes periodos como las redes urbanas y otras características políticas o religiosas.

Su principal conclusión es que las guerras jugaron un papel fundamental en la urbanización de Europa en este periodo. La exposición a conflictos, en media, aumentó la población de las ciudades entre un 6 y un 11% por siglo, es decir, que esta exposición contribuyó a un 25% del crecimiento de la población de las ciudades en ese periodo. La siguiente tabla muestra estos resultados:

Los resultados son robustos a diferentes especificaciones. Por ejemplo, los autores construyen un “efecto placebo” estimando cuál es el efecto de la exposición a conflictos en los años 1500 a 1599 de la población de las ciudades en el año 1500. Si el “efecto objetivo” fuera clave, uno debería observar que ciudades mayores en 1500 sufren más ataques en los siguiente 100 años. Sus estimaciones muestran que no se aprecia ningún efecto significativo en este sentido.

Los resultados de este trabajo concluyen pues que, al menos en la Europa medieval, las ciudades eran lugares donde la población se sentía relativamente segura. Sería interesante ver si este resultado se confirma usando datos más recientes. En países desarrollados, hoy en día, los ataques terroristas son una amenaza más seria que los conflictos bélicos. En un trabajo relacionado (ver aquí), Ed Glaeser y Jesse Shapiro muestran que los ataques terroristas a ciudades tienen en general un efecto insignificante en el tamaño de su población, aunque pueden afectar su estructura, como en el caso de Nueva York después de sus ataques del 11 de septiembre. Los resultados de Glaeser y Shapiro son consistentes con el trabajo discutido más arriba y sugieren que las ciudades han sido en recientes décadas y siguen siendo hoy en día más seguras que las zonas rurales ante la amenaza de conflictos de gran escala. Por supuesto, ninguno de estos resultados sugiere que las ciudades son más seguras, per se, que los pueblos. De hecho, la evidencia muestra que que las tasas de criminalidad son, en media, más altas en las zonas urbanas y que las tasas de criminalidad aumentan con el tamaño de la ciudad (ver aquí). Pero dejo el análisis de crimen en las ciudades para otra entrada.