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Dime con qué te identificas, y te diré qué prefieres

de Joan Costa-Font 

Afortunadamente, muchos economistas están concentrando su atención en entender cómo cambian las preferencias. A raíz de los trabajos de Akerlof junto a Rachel Kranton son pocos los que dudan sobre el papel fundamental de la identidad social como condicionante de las preferencias de la población. Pero, ¿qué entienden por identidad? ¿Qué aporta considerar la identidad como variable económica?

La intuición detrás del papel de la identidad radica en que, con mayor o menor grado, vulnerar las normas asociadas a la identidad (por ejemplo ser un buen hijo, un buen padre, un buen marido, un buen ciudadano, una buena persona) genera un perjuicio cognitivo (‘una desutilidad’). En cambio, adecuar la conducta a esas normas da lugar a beneficios no tangibles. Por ejemplo, si uno vincula la ciencia económica a su identidad, en tal caso, se podría explicar como alguien podría racionalmente ser capaz de renunciar a un mayor salario en otro sector de actividad a cambio de poder contribuir en la tarea científica, esto último produciría un beneficio no tangible en términos de identidad. El mismo planteamiento podría establecerse respecto a muchas otras profesiones vocacionales (médicos, voluntarios sociales, etc).

En resumen, si conociéramos la intensidad con la que las personas se identifican con algunas causas, seguramente podríamos explicar mucho mejor sus conductas. Ello nos permitiría predecir desde conductas delictivas hasta movimientos sociales.

Algunos ejemplos,…

El papel atribuido a la identidad puede observarse, a título de ejemplo, en las conductas sanitarias ya sean perjudiciales, tales como la anorexia (ver aquí), o beneficiosas, como la donación de sangre (ver aquí).

Así, el fenómeno de la anorexia se podría explicar como un conflicto entre mantener una dieta saludable y tener un cuerpo más afín a los estándares de belleza. Sus efectos se evidencian cuando algunas personas están dispuestas a renunciar a su salud a cambio de adecuar el cuerpo a los estándares de perfección estética.

En el caso de la donación de sangre, la identidad altruista del donante se ve nutrida por sus acciones, y ello a pesar de que impliquen las consabidas incomodidades del proceso de donación. No es pues extraño que se cuestione el hecho de incentivar monetariamente la donación de sangre, ya que puede ser contraproducente por su efecto debilitador de la identidad altruista que le caracteriza. Ello convierte a la donación de sangre en un ejemplo de manual de una función de oferta con pendiente negativa.

Identidad y redistribución

Pero, quizás el papel asumido por la identidad resulta más paradigmático cuando se quiere explicar algunas actitudes sociales, que van desde el ecologismo hasta el vegetarianismo, y que tienen su cenit en la respuesta a la pregunta central de la economía política: ¿qué motiva a un individuo a apoyar una mayor redistribución de la riqueza? La respuesta que nos ofrece la literatura tradicional (Meltzer y Richards, 1981) se centra en evaluar la posición socioeconómica (definida en términos de renta) del votante mediano (el que determina que opción, la redistributiva o la otra, gobierna). Así, en función de que el votante medio se sitúe por debajo (o por encima) de la renta media, éste estará (o no) dispuesto a aceptar una mayor redistribución.

El principal inconveniente de esta explicación es que la evidencia no la confirma (ver un ejemplo aquí).

Una explicación al respecto puede atribuirse a que se ignoran otras razones que pueden conducirnos a aceptar la redistribución de la riqueza, y como en los ejemplos anteriores, posiblemente la identidad juega un papel central. La identidad, y en particular la identificación territorial, muestra un impacto sobre las preferencias redistributivas de la población (ver aquí). En un estudio reciente (ver aquí), junto a Frank Cowell he examinado empíricamente cómo algunas variaciones en la identidad nacional y europea producen efectos en las preferencias redistributivas de la población.

Para poder examinar esta cuestión se necesita establecer algún tipo de variabilidad en la identidad que no afecte a las preferencias redistributivas más que por vía del efecto de la identidad. Con ese fin, en el trabajo con Frank Cowell examinamos los casos de los países que se han incorporado a la Unión Europea desde 2004 ya que en ello es posible observar tres cambios (o instrumentos en lenguaje econométrico) con los que identificar el efecto de cambios en la identidad sobre las preferencias redistributivas. El primero se refiere a la entrada de un país en la zona euro, teniendo en cuenta el papel de la moneda propia en la creación de identidad europea y el debilitamiento de la identidad nacional. El segundo es la exposición a educación ciudadana en la escuela. Finalmente, como tercer instrumento, tenemos en cuenta el número de medallas de los países analizados en los JJOO. Todos ellos cumplen las condiciones estadísticas esperadas.

Pues bien, en las estimaciones llevadas a cabo observamos que un aumento de la identidad nacional reduce de forma significativa las preferencias redistributivas de la población, mientras que la identidad europea tiene un efecto equivalente pero en sentido contrario, es decir pro-redistributivo. Los resultados son razonablemente robustos, lo que nos lleva a concluir que la identificación con identidades más amplias que las nacionales comporta una mayor tolerancia a la redistribución.

Así pues...

La identidad de la población, ya sea la personal, altruista o territorial, lejos de ser irrelevante, tiene un papel central en sus preferencias. Ello hará buena la idea : “dime con qué te identificas, y con qué intensidad, y te diré qué prefieres”. Las decisiones de política económica deberían tenerla más en cuenta entre sus opciones de reforma.