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Ciclo económico y distribución de la renta en España: ¿Qué está pasando y por qué?

de Luis Ayala y Olga Cantó

Las últimas informaciones relacionadas con el aumento de la desigualdad y la pobreza en nuestro país –resumen de resultados de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) de 2011 y avance para 2012 – constatan que tanto la desigualdad de la renta como el número de hogares con ingresos muy bajos han crecido de forma muy marcada desde el inicio de la crisis. En términos comparados, los datos de Eurostat, que proporcionan información homogénea sobre los ingresos y las condiciones de vida de los hogares europeos, añaden a estos rasgos otros tres preocupantes: España es uno de los países de la UE-27 donde la desigualdad es mayor, sólo superada por Letonia y Portugal; es, con Irlanda, donde más han crecido las diferencias de renta en la crisis; y el mayor incremento en las tasas de pobreza ha tenido lugar en los adultos en edad de trabajar y en los hogares con niños.

Una extensa literatura empírica ha examinado la respuesta de los indicadores de desigualdad y pobreza a los cambios en las condiciones macroeconómicas. La hipótesis general es que los períodos expansivos pueden originar mejoras en los salarios reales de los hogares con rentas bajas y proporcionarles incluso más horas de trabajo. Esta hipotética relación obvia, sin embargo, no tiene en cuenta que los hogares en las decilas de renta más bajas no constituyen una población homogénea, de manera que las respuestas al ciclo económico pueden ser muy diferentes según sus características sociodemográficas. Además, los cambios en el empleo pueden ser insuficientes para mejorar las rentas de los percentiles más bajos si aumentan las desigualdades salariales en esa zona de la distribución.

Algunos de estos modelos tratan de explicar los cambios en distintas partes de la distribución de la renta a partir no sólo de las variaciones del desempleo sino también de los precios –la inflación puede tener un coste importante para los hogares con menores rentas– y de las políticas redistributivas. El resultado general es que tasas elevadas de desempleo suelen producir efectos regresivos sobre la distribución de la renta. Estos modelos, sin embargo, explican bastante bien lo sucedido desde mediados del pasado siglo hasta los años noventa, pero como muestran Meyer y Sullivan han sido menos eficaces para identificar el comportamiento de la desigualdad y la pobreza en las décadas siguientes. Los factores que explican este distanciamiento en la mayoría de los países de la OCDE no parecen ser los recortes en las prestaciones sociales ni los cambios demográficos o ni siquiera los propios niveles de empleo de los trabajadores menos cualificados, sino el estancamiento de sus salarios reales, las crecientes desigualdades salariales y el decreciente efecto redistributivo de las políticas públicas.

La aplicación de los modelos que relacionan pobreza y desempleo a la realidad española no ha sido especialmente exitosa. La tasa de desempleo no parece el mejor predictor del comportamiento de la desigualdad en el largo plazo. Prueba de ello es que en el largo período de bonanza anterior a la crisis, con un crecimiento muy intenso del empleo, la desigualdad no disminuyó, quebrándose la tendencia a la baja que se había prolongado desde los años setenta. Y no lo hizo pese a la reducción de las diferencias en la distribución salarial, ligada a la caída de la prima salarial de los titulados y a los cambios en la composición del empleo. El crecimiento del empleo de bajos salarios y la menor intensidad, sobre todo, de las políticas redistributivas respecto a las décadas previas parece que fueron los principales determinantes de que el crecimiento económico no se tradujera en reducciones de las diferencias de renta.

De estas valoraciones no debe inferirse, sin embargo, un débil vínculo entre el desempleo y la desigualdad. Cuando en lugar de considerar la tasa de desempleo de la economía española se utilizan indicadores que reflejan la distribución intrafamiliar de aquél la capacidad explicativa de los modelos de ciclo y desigualdad parece mejorar notablemente. Nuestras propias estimaciones considerando la tasa de paro de la persona principal del hogar o el porcentaje de hogares con todos los activos en paro revelan un efecto mucho más directo sobre la cola inferior de la distribución de estas variables que el que resulta de la evolución general del desempleo. Parece confirmarse también, como en otros países, que los efectos de los cambios de ciclo no son simétricos, con una mayor sensibilidad de la parte baja de la distribución a las recesiones y su duración que a las expansiones.

Como puede apreciarse en el gráfico, la evolución real de las rentas por percentiles en nuestro país durante el periodo de crisis para el que hay datos disponibles ha sido manifiestamente regresiva, alejándose claramente de las pautas de otros países de nuestro entorno. Se ha producido un fuerte empeoramiento en las rentas de los hogares de la primera decila, que apunta a la ampliación de las distancias entre la renta mediana y la cola más baja de la distribución. El ratio entre la renta del 20 por ciento más rico y el 20 por ciento más pobre creció más de un 25% entre 2008 y 2010.

Tasa interanual de variación real de la renta por percentiles, 2006-2010

Fuente: EU-SILC (Eurostat)

Los trabajos que han analizado el primer impacto de la crisis sobre la distribución de la renta, todavía pocos, parecen concluir que en casi todos los países los elementos fundamentales están siendo los cambios en el mercado de trabajo y en la intervención pública. Las primeras evidencias también parecen coincidir con las revisiones del comportamiento histórico de la desigualdad en las crisis trazadas por algunos autores, que sugieren que los hogares de mayor renta suelen salir bien parados de las recesiones, con importantes caídas iniciales de sus rentas pero seguidas por prolongados aumentos hasta superar los niveles anteriores al inicio de la recesión. En Estados Unidos, por ejemplo, los datos del Censo indican que las pérdidas de renta fueron claramente mayores en términos absolutos en los hogares más ricos, sobre todo al principio de la crisis, por la caída de las rentas de la propiedad, pero en términos relativos las mayores pérdidas las registraron los hogares en las partes media y baja de la distribución de la renta. Los datos de consumo y de ganancias en los mercados de capitales revelan, en cualquier caso, que los grupos con mayor renta se están recuperando más rápido que el resto y que las pérdidas de riqueza de los hogares con mayor renta se concentraron en la gama baja de este estrato más que en los más ricos.

En este contexto, parece importante recordar que las políticas públicas tienen un gran potencial para promover la equidad y mejorar el bienestar de los hogares más pobres en las etapas expansivas o para sostener sus rentas en los ciclos recesivos. En algunos países, la clave para evitar el empeoramiento de los hogares con menores ingresos ha sido la existencia de redes de seguridad económica suficientemente sólidas, que han podido compensar los efectos regresivos de las políticas de consolidación fiscal en las fases de desaceleración de la actividad económica. Varios estudios que analizan el papel de las políticas públicas de carácter monetario, como los de Paulus et al. (2009) y  Avram et al. (2012), han confirmado que el sistema de impuestos y prestaciones español es menos redistributivo que el de otros países de la Unión Europea. No es extraño, por tanto, que durante la crisis, el impuesto sobre la renta y las prestaciones sociales de carácter monetario hayan conseguido reducir la desigualdad de las rentas primarias en nuestro país menos que la media de los sistemas europeos.

Estos resultados parecen ligados a la limitada dimensión del efecto redistributivo de todas y cada una de las políticas. El impuesto sobre la renta en nuestro país reduce la desigualdad (índice de Gini) un 30% menos que en países como Alemania, Dinamarca, Hungría o Bélgica, mientras que las prestaciones distintas de las pensiones contributivas reducen la desigualdad casi la mitad de lo que consiguen esos países. Nuestro trabajo reciente utilizando el microsimulador de impuestos y prestaciones para los países de la UE-27 EUROMOD apunta a que la clave está en la limitada dimensión del impuesto sobre la renta, medida como la media del tipo efectivo, junto a la baja cuantía de las prestaciones monetarias en proporción al salario medio y el bajo límite de renta en las prestaciones sujetas a la comprobación de recursos.

En la literatura que analiza los efectos redistributivos de los sistemas de impuestos y prestaciones no se ha llegado todavía a un consenso respecto de cuáles son exactamente los ingredientes concretos que ha de tener un sistema de prestaciones e impuestos para que resulte lo más redistributivo posible. La OCDE subraya que en aquellos países en los que ha crecido el efecto redistributivo de las políticas de impuestos y transferencias el elemento impulsor ha sido, sobre todo, el crecimiento del peso relativo de las distintas políticas; es decir, el incremento de impuestos y prestaciones medios por hogar y no tanto su progresividad. De hecho, la progresividad de las prestaciones, ha sufrido, en general, pocos cambios en los países de la OCDE desde los años ochenta e, incluso, en los países en los que hubo cambios en las prestaciones no contributivas, la evolución de su efecto total estuvo muy determinada por los cambios en ese peso relativo.

En síntesis, cabe concluir señalando que sin cambios en nuestras políticas redistributivas, las predicciones que se pueden realizar sobre la evolución de la desigualdad y la pobreza con los modelos comentados alertan de que podemos convivir durante varios años con niveles de ambos fenómenos notablemente más elevados que los de décadas anteriores. La tasa de paro de la persona principal del hogar, variable clave, como se ha señalado, para entender qué pasa en la parte baja de la distribución de la renta, ha crecido desde 2007 incluso más que la tasa de desempleo, llegando a su máximo histórico (por encima del 20%) y lo mismo ha sucedido con el porcentaje de hogares con todos los activos en paro, que ya son el 10% del total. No es extraño, en este contexto, que el porcentaje de hogares sin ingresos que ofrece la Encuesta de Población Activa (EPA) también haya alcanzado su máximo histórico en el tercer trimestre de 2012, con más de 600.000 hogares en esta situación.

La evolución de estos indicadores invita a pensar que el shock que ha supuesto la crisis económica puede tener efectos permanentes sobre la distribución de la renta en nuestro país. La experiencia de cambios de ciclo anteriores, como el de los primeros años noventa y la expansión posterior, cuando no se recuperaron los indicadores anteriores a la recesión a pesar del crecimiento del empleo, nos alerta de que el ensanchamiento de las diferencias de renta en la actual crisis puede dar lugar a niveles de desigualdad y pobreza considerablemente superiores a los de las últimas décadas, que se pueden prolongar en el tiempo.