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¿Crecimiento sin empleo?

Esperemos que los líderes europeos hayan acertado esta vez con la tecla adecuada para que las medidas que se están discutiendo estos días en las reuniones de Bruselas supongan un punto de inflexión en la interminable crisis económica en Europa. Pero incluso si logran el efecto deseado, el camino hasta que el crecimiento económico se refleje en una reducción sustancial de la tasa de paro puede ser muy largo. La evidencia acumulada en algunos países apunta a que las salidas de las recesiones se han ido haciendo progresivamente menos intensivas en empleo de lo que eran en el pasado reciente. Las causas de este cambio de patrón son diversas, y todavía insuficientemente conocidas, pero algunas de ellas están presentes en nuestra economía con lo que la posibilidad de una recuperación sin –o con poco- empleo es un riesgo especialmente preocupante en España.

La relación entre crecimiento y creación de empleo y las de estas con otras variables del mercado de trabajo dependen de muchos factores y varían entre países y ciclos económicos. Como han mostrado recientemente, entre otros, Gali y Gambetti estas correlaciones han evolucionado a lo largo del tiempo, lo que puede atribuirse a cambios en el marco regulatorio en el mercado laboral, en la estructura productiva de los países, o a factores más generales como la profundización financiera o la globalización. El estudio de estas regularidades estadísticas es importante porque proporciona un banco de pruebas para el contraste de modelos macroeconómicos alternativos de los que extraer conclusiones de política económica. Pero de ellas, hay una que tiene todavía una implicación más inmediata para la situación de crisis de desempleo en que nos encontramos. Gordon describe una diferencia fundamental entre la salida de las tres últimas recesiones en Estados Unidos en comparación con las anteriores a 1990. En las más recientes la recuperación se ha plasmado en un notable crecimiento de la productividad, con un efecto mínimo sobre la creación de empleo. Las explicaciones que se han dado a estas “jobless recoveries”, que ya habían sido documentadas por muchos observadores, son diversas. Algunos piensan que el empleo crece poco porque las recuperaciones son en sí mismas muy débiles. Este puede ser el caso de la situación actual debido al excesivo crecimiento de algunos sectores antes de la crisis financiera misma. Si a eso añadimos la respuesta de la inversión, que en una recuperación en la que el crédito es escaso se destina más a financiar circulante que a la apertura de nuevos puestos de trabajo, y la necesidad de las familias de reducir el consumo para controlar su endeudamiento, nos queda sólo el sector exterior como fuente de estímulo de la demanda. Pero además el aumento del empleo por unidad de crecimiento del PIB se ha moderado sustancialmente y las recesiones parecen haber sido aprovechadas por muchas empresas para adelgazar sus plantillas en busca de ganancias de eficiencia y productividad, estrategia que se mantiene durante las primeras fases de la recuperación en detrimento de la creación de nuevos puestos de trabajo.

¿Y en España? Hay dos características del mercado de trabajo que resultan cruciales para entender la capacidad de crear empleo en nuestra economía. En primer lugar, el número de horas trabajadas por empleado en nuestro país es superior al observado en la mayoría de las economías avanzadas ya que somos uno de los países que menos ha progresado en la reducción de la jornada laboral desde 1950 -INSEE. Esto es seguramente debido a una combinación de factores que tienen que ver con nuestro modelo productivo y la regulación laboral como la escasa incidencia del empleo a tiempo parcial, una reducida productividad que se refleja en un salario hora igualmente reducido y los elevados costes de creación de empresas, contratación y despido en segmentos importantes de nuestro mercado de trabajo. Esta dificultad estructural para crear empleos a buen ritmo se ha agudizado durante la crisis. Nuestra economía comparte con Irlanda y Estados Unidos el dudoso honor de estar entre las que más input trabajo –horas totales- han destruido por unidad de caída del PIB durante la recesión de 2008-2009. Además la distribución de esta caída presenta en España un balance particularmente desfavorable ya que mientras que la reducción total de horas trabajadas se repartió equilibradamente entre caída en el empleo -margen extensivo- y en las horas por trabajador -margen intensivo- en otros países afectados por la crisis inmobiliaria, en nuestro caso las horas por empleado incluso han repuntado ligeramente lo que ha hecho más intensa si cabe la pérdida de puestos de trabajo –Ohanian y Raffo y OCDE.

Estas características hacen relevantes para la economía española, las implicaciones de las “recuperaciones sin empleo” que se han dado en otros países. Si sucede como en ellos, cuando llegue la recuperación del PIB en la economía española no se terminarán nuestros problemas y será necesario tomar medidas específicas para que venga acompañada de un aumento en el input trabajo y que este se dirija fundamentalmente al margen extensivo, permitiendo una reducción del intensivo como mínimo en línea con el que ha tenido lugar en otros países europeos. Y esa es una de las funciones primordiales de las reformas laborales. Por supuesto, el reparto del trabajo como imposición no resuelve el problema dado que si viene acompañada por el aumento de salario hora reducirá la demanda de trabajo y en caso contrario sería poco atractiva para los trabajadores, como muestra la infrautilización de las fórmulas de contrato a tiempo parcial actualmente en vigor –también penalizadas por la extraordinaria flexibilidad en la contratación temporal.

Aquí es donde una reforma laboral eficaz puede tener un efecto significativo. En un trabajo reciente, conjunto con J. Boscá, R. Doménech y J. Ferri estudiábamos precisamente esta cuestión en un escenario de hipotético crecimiento de la economía española basado en factores distintos de los que hemos disfrutado años atrás. En concreto comparábamos la capacidad de creación de empleo de dos sendas de crecimiento similares en términos cuantitativos –un 3 por ciento anual del PIB- la primera de ellas resultado de una reducción sustancial del tipo de interés con el consiguiente aumento de la demanda interna emulando el promedio de los años 1995-2007, y la segunda basada en el aumento de la productividad total de los factores, consecuencia de un hipotético cambio en el modelo productivo. La tasa de creación de empleo asociada al nuevo modelo productivo resulta, de acuerdo con estas simulaciones, muy modesta en comparación con la observada en el periodo anterior a la crisis, a no ser que venga acompañada de una serie de reformas laborales dirigidas a reducir el coste de abrir vacantes, mejorar la eficiencia de las políticas pasivas y activas de empleo, y acompasar el crecimiento salarial al de la productividad en la empresa. La función fundamental de estas reformas es alterar el incentivo de empresas en favor de la apertura de nuevas vacantes, con una progresiva reducción de la jornada laboral. Esta moderación del margen intensivo sería el resultado de un doble efecto; por una parte trabajadores y empresas encuentran óptimo dedicar parte de las ganancias de productividad y salariales a la reducción de la jornada laboral, y por otra las empresas ven aumentar el beneficio esperado de sus vacantes y con ello del margen extensivo y del empleo.

Los críticos de las reformas laborales argumentan que lo único que crea empleo es el crecimiento económico. Unos mercados que funcionen de una manera eficiente son a una economía lo que el ejercicio físico y la dieta saludable a nuestro sistema inmunológico: mitigan el efecto de los shocks negativos y facilitan la recuperación cuando estos tienen lugar. Esto es particularmente cierto para el mercado de trabajo y el empleo. Pero ante el riesgo de una recuperación débil y que resultase poco intensiva en creación de puestos de trabajo la reforma adecuada de las políticas de formación y de la normativa de contratación y negociación salarial puede además surtir efectos relativamente rápidos al inclinar el fiel de la balanza en favor de la creación de nuevos puestos de trabajo frente a la tentación de intensificar la utilización de la mano de obra ocupada. Para quienes siguen sin encontrar buenas razones para acometer estas reformas en profundidad, aquí tienen otra más.