La Obesidad y los Restaurantes

Los americanos cada vez están más gordos. Solo hay que darse un paseo por el centro comercial para que a uno le entren las ganas de ponerse a dieta de tofu y agua hervida ante la visión de los mamuts caminantes con los que uno se cruza. Así, más formalmente, el número de obesos (con un índice de masa corporal de más de 30, que es estar bastante gordo, para hacernos una idea, por ejemplo si uno mide 180, representa pesar más de 98 kilos), ha pasado del 16% en 1995 al 27% en el 2008. Y si a alguno le parece que esto es algo que solo le pasa a los americanos, pues ni está prestando mucha atención a lo que pasa en nuestro país, donde la obesidad también está creciendo, ni se da cuenta que mucho de lo que nos llama la atención de EE.UU. es simplemente porque es nuestro propio futuro adelantado un par de décadas (todavía me acuerdo de un amigo que hace unos 10 años afirmaba con aplomo que era afortunado de vivir en España, donde nunca se prohibiría fumar en el trabajo como en America).

A mí esto no me importaba demasiado (lo que me va normalmente es la política monetaria y fiscal) hasta que dos sorpresas me golpearon en la cara hace unos meses. El primero fue el intentar comprarme unos pantalones de gimnasia de esos que llevo en casa para estar más cómodo. Yo toda la vida había sido XL o L, según como me tocase la temporada (no soy tan alto como Pablo Vázquez, pero mido 183 a fin de cuentas), con lo cual, cuando entré en la tienda, cogí dos pantalones, iguales, que para eso soy chico y economista y por tanto la variedad me importa poco,azules con el logo de Penn, L y me los llevé sin probármelos, por aquello de ahorrar tiempo. Cuando llegué a casa, al ponerme el primero de ellos, mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que se me caían al suelo de puro grandes que eran (lo cual no dejaba de ser un incordio porque tenía que cambiarlos y porque acaba de tirar a la basura los pantalones anteriores, que habían muerto de puro viejo).

Una consulta rápida por internet, sugerida por mi mujer, rápidamente corroboró que no era mi impresión sino que las compañías de ropa han incrementado paulatinamente las tallas y que lo que solía ser una XL ahora lo llaman L (ella, que es asiática y delgadita, sufre en particular esto pues como muchos otros asiáticos comedores de tofu, ya no encuentran ni una tienda donde tengan ropa suficientemente pequeña y terminan comprando en tiendas de niños).

La segunda sorpresa fue el entrar en uno de los sitios en los que voy a comprar el bocata del almuerzo (Così, que tampoco es que sea una maravilla, pero oye, vivo en Philadelphia, no le puedo pedir peras al olmo) y ver que, en el menú que ponen encima del mostrador para que uno pida, habían puesto las calorías de los bocatas y las ensaladas. La sorpresa vino, más que por la existencia de información, por darme cuenta que muchos de los bocatas, que no son particularmente grandes, se iban a mil calorías con toda la tranquilidad del mundo.

Bueno, pues total, que como todo en la vida no va a ser correr funciones de verosimilitud de esas que tanta gracia le hacen a Luis Garicano cuando se las cuento, me decidí a escribir un paper con Hanming Fang y David Weiss en el que, con un modelo de ciclo vital, intentamos medir cuáles son los efectos de cada una de las distintas hipótesis que la gente ha presentado en la evolución de la obesidad: ¿es qué comemos más veces fuera porque el coste de oportunidad de cocinar en casa se ha incrementado (la información de calorías a la que me refería parece sugerir que esto importa)? ¿o es qué como todos estamos rellenitos no importa tener más barriga (como indicaría que han crecido todas las tallas)? ¿o es qué hacemos menos ejercicio? Hay más alternativas que consideramos, pero no me alargo por no aburrir.

Total, que por este motivo, estos días leo papers sobre obesidad. Un artículo que he visto está mañana, de Bryan Bollinger, Phillip Leslie y Alam Sorensen me ha llamado la atención en particular tanto por sus resultados como por el diseño del experimento. Resulta que no es que Così se haya lanzado a lo loco a poner sus calorías en el menú, sino que en Nueva York, la ley obliga a que las cadenas de restaurantes pongan esta información, con lo cual muchas compañías, viendo que esto va a terminar ocurriendo en el resto del país (ya se está debatiendo el tema en el congreso), han decidido adelantarse a la regulación y así tener buena imagen. Lo que los autores del artículo hacen es mirar el efecto de estos menús calóricos en las compras de los consumidores de Starbucks, ya que en Nueva York hay uno en cada esquina. El efecto que calculan es que la introducción de la información de calorías ha reducido el número de calorías por transacción un 6% y que aquellos Starbucks cercanos a un Dunkin Donuts (que es un sitio de Donuts bastante grasientos de esos que tanto le gustan a Chief Wiggum) han incrementado sus ventas, probablemente porque los consumidores de Donuts, al ver lo que se estabán metiendo en el cuerpo, se cambian de marca.

Y algo tendrán de razón: después de ver las calorías de mis bocatas, dejé de pedirme una bolsa de patatas fritas con el bocata y ahora pido una de zanahorias, aunque como no me gustan, las dejo en la mesa, con lo cual calorías eliminadas de raíz. Eso sí, cambié los pantalones de gimnasia por una M y no te creas que me quedan muy pequeños. O los americanos pierden peso o si me sigo saltando las patatas terminaré comprando una talla S.

Hay 9 comentarios
  • La última vez que estuve en un Quick mi mujer y yo nos fijamos en que una hamburguesa minúscula y una porción pequeña de patatas fritas daba para el 50 por ciento de las calorías diarias que necesita un adulto. Echa cuentas. Será, efectivamente, la última vez que hayamos ido a una hamburguesería.

    La evolución de nuestra dieta puede explicarse en parte por los cambios en nuestros hábitos, incluyendo el de comer cada vez más fuera de casa. Sin embargo, creo que también está íntimamente ligada a la discusión de hace unas semanas en aquella entrada sobre los subsidios a la agricultura. Un cierto modelo de industria agroalimentaria induce un cierto patrón de consumo. No me extenderé por no dar el rollo pero a quienes interese el tema recomiendo vivamente un libro fascinante: Eric Schlosser, Fast food nation, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2007.

  • Hola a todos.

    Jesús, aunque quizás no es un tema demasiado académico, lo cierto es que este tocar este tema es muy oportuno. Al menos aquí en España está condicionando la estrategia de muchas empresas. Ya que hablas de Starbucks, los que vamos con frecuencia aquí (que no somos muchos) hemos notado que las muffins se han hecho más pequeñitas y menos grasientas, lo mismo que los bocadillos y el resto de productos que llevan pan. Por lo que nos han explicado, no se trata de una estrategia para ahorrar costes (la materia prima en este tipo de industria no es demasiado importante en la gestión de costes y en el margen) si no una cuestión relacionada con el estilo de vida: aquí todavía no le hemos cogido el gusto a la obesidad y no nos gustan "las madalenas gigantes" ni el sabor fuerte a mantequilla. Lo sorprendente es que todo esto les ha llevado a cambiar en pocos meses la cadena de proveedores y a crear un departamento de I+D+i (pequeñito) especial para España

    Otro ejemplo de la importancia de este tema lo encontramos en la gestión de stocks y en las rebajas. Lo normal es que personas como la mujer de Jesús y la mía (que compran a veces ropa para ellas en tiendas de niños) tuviesen problemas para comprar moda y tuviesen que pagar más por ella. Todo lo contrario. El que vaya a las rebajas o a los out let que están tan de moda sólo va a encontrar ropa de tallas XXXL (esto sería el paraiso de los americanos que comentabas) o muy pequeña, lo que hace que a menudo se tengan que gastar mucho menos dinero que nosotros, los señores de la L o la M. La razón de todo es en la manera en que se están gestionando los stocks hoy en día: máxima rotación, muy pocos productos en almacen y, en lugar de una colección de ropa para invierno y otra para verano, cuatro o cinco al año.

    En resumen, que todo esto cada vez es más importante, que cada vez está más estudiado desde un punto de vista comercial, pero que no lo está a nivel macro

  • Jesús,

    No sé si te has dado cuenta, pero un artículo en el Journal of the American Medical Association concluía que la incidencia de la obesidad en Estados Unidos ha dejado de subir (yo lo leí por primera vez aquí: http://meganmcardle.theatlantic.com/archives/2010/01/have_americans_stopped_getting.php , pero el Economist también se hace eco esta semana). Así que la afirmación con la que empiezas la anotación seguramente no es correcta y nunca te tendrás que comprar un pantalón de talla S.

    Yo estoy con Megan McArdle (su blog es uno de los mejores recursos para seguir el tema de la obesidad en Estados Unidos) en esto: los principales drivers son el contínuo abaratamiento de las calorías, la mejoría en su sabor y la genética. El impacto de public policy en este tema es minímo.

    Un saludo.

  • Esto es para los amantes de Starbucks: un paper del American Journal of Clinical Nutrition destacado por el New York Times hace un par de años. No os perdáis en la tabla 3 el Starbucks Caffe Mocha, no whipped cream.

  • Jorge y Javier:

    Gracias por vuestras referencias. Los viajes a Starbucks se van a convertir en expediciones de antropologia economica 🙂

  • bsanchez:
    Gracias por la referencia. Había visto el artículo en el NYT. Lo interesante es que la masa corporal (BMI) sigue creciendo entre los no obesos: es decir, que aunque el número de gente tremendamente gorda se estabiliza, la gente más delgada sigue ganando peso. Lo que dice McArdle es interesante (y probablemente tenga razón) pero para comprobarlo necesitamos un modelo cuantitativo, por eso estamos en ello escribiendo uno. De todas maneras, discrepo de la lectura de que la política puede hacer poco: mañana ponemos un impuesto del 200% sobre los restaurantes y las grasas y se elimina el problema. No es que yo defienda este impuesto (lo mismo el bienestar social es más alto si todos estamos gorditos) pero que funcionaría no tengo muchas dudas.

  • Gracias Jesús. Tienes razón. Si una de las razones del incremento de la obesidad son las calorías baratas entonces por definición un impuesto que las encarezca debería funcionar. Un saludo.

  • Antonio ha intenado poner este comentario pero ha tenido problemas, asi que lo pongo yo:

    Gracias por el post. Un tema apasionante (especialmente cuando estoy luchando contra el medio kilo que gané en Navidad). Dos observaciones. Una es que si miras por ejemplo la variación entre regiones en España, (e.g. aquí, http://www.seedo.es/portals/seedo/consenso/Prevalencia_obesidad_Espa%C3%B1a(Med_Clin2005).pdf ),
    me cuesta creer que lo del coste de oportunidad o el coste de las calorías sea importante.
    En cambio lo de que tenga importancia que todos estemos gorditos tiene alguna evidencia preliminar a favor. Christakis y Fowler muestran que la obesidad es contagiosa
    (ver http://tempsreel.nouvelobs.com/file/329619.pdf ) aunque algún economista de la salud lo pone en duda ( http://www.bos.frb.org/bankinfo/qau/wp/2008/qau0802.pdf ).
    Lo dicho, gracias y a cuidarse.

  • La tabla que Antonio menciona no contradice la hipótesis del coste de las calorías. En primer lugar, puede haber diferencias de precios importantes entre regiones. En segundo lugar, cuando se trata de comida tengo la impresión de que existe un fuerte componente de persistencia; la gastronomía puede cambiar radicalmente pero la escala temporal relevante son las generaciones.

    Estoy seguro de que cualquier modelito dinámico con habit persistence podría generar diferencias regionales sustanciales a partir de diferencias modestas en los precios a corto plazo.

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